Libros de Luca (51 page)

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Authors: Mikkel Birkegaard

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Libros de Luca
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Remer había entrado unos momentos después, y hasta donde Jon podía recordar, no se retiró hasta que él se quedó dormido. Más en paz de lo que se había sentido en mucho tiempo, tal vez incluso desde aquella ocasión en que… Jon apartó la imagen con una mueca de fastidio. Había sido engañado por aquellos a quienes había querido y en los que había confiado. Eso ya le resultaba claro. Tenía que dejarlo atrás y concentrarse en su futuro.

En ese momento alguien llamó a la puerta y Jon se volvió.

—Pase —exclamó de buen humor.

Poul Holt entró con una bandeja en la que se había colocado un desayuno de tostadas y té. También había un libro encuadernado en cuero negro.


Bon appétit
—dijo Holt con una sonrisa cuando dejó la bandeja.

Jon se sentó en la cama, puso la bandeja sobre su regazo y empezó a comer.

—¿Qué vamos a leer hoy? —preguntó con la boca llena, haciendo un gesto con la cabeza en dirección al libro.

—Hoy va a leer usted —respondió Holt, mirándolo con gran expectación.

Jon dejó de masticar y observó el rostro de su guía.

—¿Está seguro? —preguntó cuando tragó el último trozo de tostada—. La última vez…

Remer le había dicho que el chófer de Kortmann había muerto durante la lectura en la escuela. El chófer era uno de los verdaderos héroes de la Orden. Había tenido a Kortmann en observación durante ocho años, y de esa manera había impedido que su secreto se divulgara. Con la forma permisiva en que Kortmann y Clara dirigían la Sociedad, era sólo cuestión de tiempo que sus poderes fueran conocidos públicamente. Eran débiles. Y lo que era peor, se sentían orgullosos de utilizar ampliamente sus verdaderos poderes, lo que conducía a una disminución de la efectividad y no era útil para nadie. La Orden se concentró sistemáticamente en unos pocos individuos seleccionados, usando toda la fuerza de sus poderes con efectos plenos.

—Esta vez no trate de forzar las cosas —dijo Holt tranquilamente—. Y además, uno de nuestros receptores estará listo para intervenir.

Jon asintió mientras bebía su té. Durante el experimento en el sótano de la escuela, la habitación-celda había sido aislada contra las descargas de energía de modo que no habían tenido la oportunidad de llevar un receptor para detenerlo, aun cuando hubieran podido reaccionar a tiempo.

—El objetivo es encontrar el nivel correcto —explicó Holt—. Hay que ser suficientemente fuerte para que comiencen a manifestarse las descargas físicas, pero no con una violencia que pueda causar daño. Vamos a ponerle electrodos para poder seguir sus avances.

Como si la hubieran llamado, entró la mujer de la batablanca, empujando un carrito. En él se veía un casco corno el que había en la escuela, con cables que lo unían con un ordenador.

Jon terminó de comer y se sentó cómodamente. Le sonrió a la mujer cuando le puso el casco en la cabeza y se aseguró de que estuviera bien colocado. Decidido a comportarse lo mejor posible, Jon cerró los ojos y se concentró. No debía decepcionarlos otra vez. Aquél era el momento de demostrar que pertenecía a la Orden.

—Empiece cuando esté listo —dijo Holt, que se había sentado delante de la pantalla del ordenador.

Jon abrió los ojos y cogió el libro, que vibró de manera casi imperceptible en sus manos. Lo abrió y empezó a leer. Ansioso por demostrar sus poderes, empezó a acentuar las imágenes después de sólo algunos párrafos.

Tal como ocurrió durante la lectura en la escuela, sintió que su entorno se modificaba lentamente hasta corresponderse con la escena que estaba leyendo. Las paredes blancas se expandieron para convertirse en el paisaje nevado que estaba describiendo y la cama en la que estaba acostado se convirtió en un trineo tirado por caballos. Los árboles se erguían a ambos lados del camino por el que viajaban, y copos de nieve que se hacían cada vez más grandes giraban alrededor del trineo. El tiempo parecía disminuir su velocidad hasta llegar a ser una vista panorámica y tenía la sensación de que para cada frase que leía podía crear imágenes tan detalladas como quisiera. Hasta el último copo de nieve estaba bajo su control.

Jon convirtió el paseo en trineo en un viaje oscuro y lóbrego, con el frío cayendo sobre el paisaje como una pesa de plomo.

Se podían ver sombras inquietantes en el denso bosque, pero la velocidad del trineo hacía imposible establecer si se trataba de animales, de personas o de meros fantasmas. Todo el tiempo fue consciente de la presencia del receptor, que no trataba de perturbar ni de controlar, sino que simplemente estaba allí ofreciendo apoyo, como si tuviera una mano posada en su hombro.

Después de un viaje que pareció interminable, el personaje principal del libro llegó a una pequeña posada. Una puerta de madera gastada daba a una taberna y la escena cambió abruptamente pasando de los matices blancos grisáceos a los tonos dorados en el resplandor que provenía del fuego en la chimenea y de las lámparas de petróleo sobre las mesas de madera. Los clientes de la taberna miraron a los recién llegados con gran desconfianza. Sus caras estaban oscuras por las sombras o rojas amarillentas por la luz, e irradiaban una arrogancia poco hospitalaria. Jon acentuó el estado de ánimo convirtiéndolo en una visión claustrofóbica, como en una pesadilla en la que los rostros de los personajes se veían más cercanos, mostrando sus dientes amarillos, sus cicatrices y sus arrugas marcadas por las sombras.

La mano en su hombro pareció darle un apretón y un fugaz rayo de luz se encendió en la pantalla del ordenador. Las imágenes se tambalearon, como una película que salta de cuadro.

Jon dejó de leer y bajó el libro.

—Excelente —dijo Poul Holt, dirigiéndole una inclinación de cabeza. Sus ojos expresaban afirmación y admiración—. Hemos tenido que detenerlo al final. Estaba empezando a ponerse demasiado violento.

Jon asintió. Podía sentir el efecto de sus esfuerzos, pero su alegría por haber hecho un buen trabajo superaba la energía agotada. Notaba en todo su cuerpo una agradable sensación de excitación, semejante a la que le había provocado el libro, y advirtió que se le había puesto la carne de gallina en los brazos. Después de dejar el libro a un lado comenzó a frotárselos.

—¿Quién me ha detenido? —quiso saber, ya que eran las dos únicas personas en la habitación.

—Un receptor en la habitación de al lado —respondió Holt—. Usted tiene que aprender a reconocer las señales del receptor, así sabrá si puede incrementar la fuerza o tiene que detenerse. Esta vez usted interpretó la señal perfectamente.

Se puso de pie y ayudó a Jon a quitarse el casco.

—¿Qué tal han ido las mediciones? —preguntó Jon, señalando el ordenador con un movimiento de cabeza.

—Excelentes —dijo Holt con satisfacción—. Se mantuvo ligeramente más abajo de veinte.

—¿Eso es bueno?

Holt se rió.

—Se podría decir que sí. Yo mido un poco por debajo de ocho, y soy uno de los más fuertes de la Orden. —Colocó el casco sobre la mesa con cuidado—. Es imposible saber hasta qué altura podría llegar usted. Tal vez el doble de eso, o todavía más. En tal caso, tendremos que conseguir un equipo diferente.

—¿Eso quiere decir que ya hemos terminado? —preguntó Jon, un tanto desilusionado.

—De ninguna manera —respondió Holt—. Pero es importante que no nos apresuremos demasiado. Debe usted descansar después de cada prueba.

—Me encuentro bien —dijo Jon.

—Eso es bueno, pero hay otros preparativos que tiene usted que hacer.

En ese momento Remer entró con un libro bajo el brazo. Para su regocijo, Jon reconoció el libro de crónicas que había escuchado la noche anterior.

—Campelli —comenzó Remer con firmeza—, me dicen que la primera prueba ha ido bien, ¿no?

—Aparentemente, así ha sido —confirmó Jon, tratando de moderar su orgullo.

—¿Y usted se siente bien? ¿Lo estamos cuidando bien?

—Me siento maravillosamente bien —respondió Jon—. Podría continuar ahora mismo sin problemas. Cuanto más pronto termine mi entrenamiento, más rápido podré serle útil a la Orden.

Remer sonrió.

—Es importante que descanse después de cada sesión. Muy pronto tendrá la oportunidad de trabajar con nosotros. —Levantó el libro—. Mientras tanto, hay más cosas de nuestro pasado que usted debe saber.

Jon estiró la mano ansioso por coger el libro, pero Remer se rió.

—Cuando digo que descanse, quiero decir descanso total. Recuéstese y cierre los ojos, luego Poul continuará desde donde lo dejaron ayer.

Jon hizo lo que Remer pedía y sonrió con placer cuando, unos minutos después, escuchó la voz serena de Holt que le leía en voz alta.

Las siguientes veinticuatro horas pasaron entre el entrenamiento, el sueño y escuchando la lectura de relatos. Nunca antes en su vida Jon había experimentado una sensación más satisfactoria. Sus poderes recibían aprobación, en cada sesión mejoraba respecto de la anterior y seguía descubriendo nuevos aspectos de la Orden que demostraban que había encontrado su lugar adecuado. Durante mucho tiempo había permitido que sus ambiciones hibernaran. Desde que había asistido a la Facultad de Derecho no sentía la claridad de sus objetivos. A partir de este momento sabía que con la Orden respaldándolo, no había límites para lo que quisiera alcanzar. Ellos podían ofrecerle apoyo para que alcanzara cualquier objetivo que se propusiera. Su éxito era el éxito de la Orden.

Jon no había decidido todavía a qué se podría dedicar, pero Remer había sugerido que podía crear y dirigir un bufete de abogados con oficinas en todo el mundo. La firma tendría como clientes principalmente a las empresas de la organización. La mayoría de los empleados serían Lectores y, según Remer, con los poderes y la capacidad de Jon no iban a perder ni un solo caso. Pero Remer había señalado que aquello era sólo una sugerencia. Jon podía decidir él mismo su futuro.

—Ha llegado el momento de tener un día libre —manifestó Remer cuando apareció otra vez—. Vamos a salir de paseo.

Jon habría preferido quedarse en casa, pero se dio cuenta de que aún no había salido de ella, a pesar de estar en un país extranjero.

Entró la mujer de la bata blanca. Le traía un traje, que él se puso de inmediato. Le sentaba estupendamente. Remer lo acompañó hasta la entrada, donde Poul Holt lo esperaba con un hombre de pelo rojo de unos treinta años. Le fue presentado como Patrick Vedel, el receptor que había participado en las sesiones de entrenamiento. A Jon le pareció extraño que se sentara en otra habitación durante las sesiones, pero Holt le había explicado que había sido a solicitud del propio Vedel.

El hombre pelirrojo estrechó la mano de Jon mirándolo con una expresión curiosamente expectante. Parecía esperar que Jon lo reconociera. El abogado apartó aquella idea de su mente y todos subieron al Land Rover que Remer había alquilado y se dirigieron a Alejandría.

Recorrieron el paseo marítimo, La Corniche, que se extendía a lo largo de toda la ciudad, veinte kilómetros en total. Dentro de esa área del puerto del este cientos de puestos se alineaban en la avenida costera. Numerosos turistas y habitantes del lugar paseaban por las amplias aceras junto al mar. Un pequeño muro de piedra ofrecía sitio para sentarse además de actuar como un bastión ante el agua. Al otro lado del parapeto de piedra había rocas gigantescas, que actuaban como protección contra las olas del Mediterráneo.

La primera parada fue el Fuerte Qaitbey, sobre el brazo occidental que rodeaba la ensenada del puerto. La fortaleza se parecía mucho a un modelo hecho con piezas de Lego de varios tamaños y colores, pero se levantaba en el sitio que había estado ocupado en la Antigüedad por una de las siete maravillas del mundo, el Faro de Alejandría. Se decía que los grandes bloques de granito rojizo procedían del antiguo faro, que algunos calculaban que tenía una altura de más de ciento cincuenta metros. Había convertido a la ciudad en un centro de la luz, en el sentido más literal, al igual que la biblioteca lo había hecho desde la perspectiva del conocimiento.

La siguiente parada era una enorme plaza donde se levantaban los puestos que formaban el mercado. Algunos de los tenderetes eran sólo coches en los que los dueños habían dispuesto los artículos que tenían para vender, como por ejemplo, ropa. Otros consistían en alfombras extendidas en el suelo y cubiertas con colecciones de joyas, zapatos y equipos electrónicos. Los mercaderes más profesionales habían levantado puestos propiamente dichos, hechos de placas de madera cubiertas con tela sobre las que exponían sus mercancías.

Además de ropa, equipos electrónicos y antigüedades, también se vendían grandes cantidades de productos alimenticios. Especias de todas clases eran ofrecidas a la clientela directamente de los sacos, y la fruta se amontonaba sobre las mesas, dando tal sensación de inestabilidad que parecía a punto de desplomarse bajo su peso. La carne y el pescado estaban expuestos al sol, y cuando alguien compraba algo, lo envolvían en papel de periódico para meterlo en una bolsa de plástico. La mezcla de olores era intensa. A cada paso que daban, nuevos aromas se agregaban a la mezcla, formando un vaho cada vez más exótico.

Jon caminaba delante, observándolo todo. No dejaba de decir que no ni de hacer gestos de rechazo cuando los tenderos trataban de hacerle comprar alguna de sus mercancías. Se había adelantado a una considerable distancia de los otros y comenzaba a disfrutar de aquella excursión. Había sido una buena idea hacer un descanso en las sesiones de entrenamiento.

De pronto se quedó paralizado.

Katherina estaba allí, a no más de cinco metros delante de él. Estaba ocupada mirando antigüedades y todavía no había advertido su presencia, pero precisamente cuando Jon estaba a punto de dar la vuelta para marcharse, ella levantó la cabeza y lo miró a los ojos.

Aparentemente se quedó tan sorprendida como él, porque abrió los ojos y la boca desmesuradamente, pero no emitió sonido alguno. Luego esbozó una sonrisa grande y afectuosa y tendió sus brazos hacia él, como si esperara un abrazo.

Jon dio un paso hacia atrás. La sonrisa desapareció de la cara de Katherina y él se dio cuenta de que estaba perpleja. Se acercó con paso vacilante, con una expresión de abatimiento y curiosidad a la vez. Lentamente Jon se alejó de ella sin quitarle los ojos de encima. No se había dejado engañar por ella. La Orden le había abierto los ojos ante la engañosa actitud de ella.

—¿Está bien? —escuchó la voz de Remer detrás de él.

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