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Authors: Mikkel Birkegaard

Tags: #Intriga, #Policíaco

Libros de Luca (50 page)

BOOK: Libros de Luca
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Transcurrida una hora más, Iversen se fue también a su casa cuando Katherina insistió en que necesitaba dormir un poco. Telefoneó a Muhammed un par de veces, pero no respondió. Poco a poco, su deambular por la tienda se volvió más intranquilo. Caminaba para mantener sus pensamientos bajo control. Pero después de más de dos horas de ir de un lado a otro, se sentó en el suelo con la espalda contra una estantería. Le dolían las piernas, lo cual le proporcionaba una distracción que la apartaba de sus especulaciones. Se abrazó las piernas y apoyó la frente sobre las rodillas. Cuando cerró con fuerza los párpados, vio que ante sus ojos bailoteaban manchas como moscas en el sol de tarde. Hasta sintió el calor del sol quemándole la espalda. El sol de Egipto.

Sonó el teléfono.

Katherina se despertó con un violento sobresalto y miró asustada a su alrededor. Estaba acostada en el suelo en posición fetal. En el exterior se veía la luz del día.

Se puso de pie con cierta dificultad. Tenía las piernas entumecidas y se tambaleó al dar los primeros pasos hacia el mostrador.

—Libri di Luca —dijo cuando logró alcanzar el teléfono.

—Soy yo —oyó que alguien decía en el otro lado de la línea.

Katherina reconoció la voz de Muhammed y en un instante estuvo despierta.

—Encontrémonos en la biblioteca principal dentro de media hora.

—¿Qué? —tartamudeó Katherina, pero Muhammed ya había cortado la comunicación. Katherina violó todas las reglas de tráfico mientras se dirigía en bicicleta hacia la biblioteca principal. Anduvo por la acera, avanzó en dirección contraria en calles de una sola dirección y usó los carriles de autobús sin respetar los semáforos ni los cláxones de los coches. Los músculos de las piernas, que ya le dolían, comenzaron a arderle tanto que casi se cae de la bicicleta antes de llegar finalmente a la biblioteca en Krystal— gade. Dejó la bicicleta sin molestarse en ponerle el candado y atravesó corriendo la puerta giratoria del edificio.

El vestíbulo blanco se extendía hacia arriba por todo el edificio hasta el techo, donde paneles de cristal esmerilado dejaban entrar el sol para iluminar el enorme espacio abierto. Katherina se detuvo en medio de la sala para mirar a su alrededor. La biblioteca había abierto hacía apenas una hora, de modo que no había mucha gente. Estaba recibiendo palabras de mucha menos gente de lo que había temido y pudo concentrarse en los que estaban presentes.

En el mostrador a su derecha había un solo bibliotecario que no hacía nada en ese momento, mientras otros empujaban carros llenos de libros que metódicamente devolvían a sus estantes. Una mujer sola estaba sentada delante de un monitor entre un grupo de ordenadores en la planta baja.

No veía a Muhammed por ningún lado.

Se dirigió a la escalera mecánica que llevaba desde la entrada hasta el piso superior. Salió en la sección de ficción en el segundo piso y se acercó a la barandilla para poder tener una mejor perspectiva del vestíbulo. El corazón todavía le latía con fuerza después de la loca carrera en bicicleta y se dio cuenta de que estaba sudando. Fijó su atención en un grupo que acababa de entrar, pero resultaron ser unos estudiantes que se dirigieron a la sección de cómics.

—Por aquí —dijo Muhammed detrás de ella.

Se volvió y vio que el hombre se dirigía a la escalera mecánica que llevaba al piso superior. Llevaba puesta una sudadera con capucha gris. Vio que cojeaba y cuando se giró para ver si ella lo seguía, logró distinguir que llevaba unas gafas de sol que no alcanzaban a cubrir del todo un cardenal en su ojo.

En el tercer piso se dirigió a un ordenador que estaba convenientemente metido entre las estanterías.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Katherina cuando se acercó a él.

Muhammed se sentó con una mueca.

—Será más fácil que lo veas por ti misma —dijo, empezando a teclear.

En la pantalla apareció la imagen de una habitación. La imagen era borrosa y no estaba precisamente bien iluminada, pero no cabía duda de que era el apartamento de Muhammed. Aunque su sala nunca había estado del todo ordenada, era obvio que algo no iba bien. Los muebles y las cajas estaban todos amontonados, con el contenido desparramado por el suelo. La mesa estaba patas arriba y no se veían por ningún lado los monitores que solían estar sobre ella.

—Ese es el aspecto que tiene en este momento —farfulló Muhammed—. Tenemos que retrotraernos hasta ayer noche para ver por qué está así.

Debajo de la imagen había una hilera de botones con símbolos, como los de un reproductor de cinta de vídeo. Muhammed hizo clic en el botón para rebobinar. Un cronómetro en la esquina superior derecha comenzó a contar al revés. La imagen era la misma, pero Katherina podía ver que la luz que llegaba del exterior iba cambiando. El reloj se movía cada vez más rápido hasta que de pronto apareció mucho movimiento en la imagen.

—Aquí —dijo Muhammed, haciendo clic en el botón
de play
. En la pantalla pudieron ver que la sala de Muhammed había vuelto a su apariencia normal y el mismo Muhammed estaba sentado delante de sus monitores.

—Esto es justo antes de que ocurriera —explicó.

Las imágenes mostraban a Muhammed trabajando en el teclado. Movía la cabeza al ritmo de alguna melodía que no podían escuchar. De pronto se puso de pie y levantó los brazos y bailó una breve danza de la victoria.

El hombre se aclaró la garganta.

—Bueno, está bien. Eso fue cuando conseguí entrar en el sistema de seguridad de la escuela. Es bueno que no haya sonido.

Hizo clic en el botón para adelantar las imágenes y luego volvió a dar a
play
.

En la pantalla Muhammed estaba otra vez delante de sus ordenadores, pero se puso repentinamente de pie y miró hacia el pasillo. A través de la puerta abierta se podían ver las cajas desordenadas en el suelo de la sala. Se dirigió a la puerta, pero en ese mismo instante salió una figura detrás de él y lo golpeó en la espalda con una especie de palo o bastón. Muhammed trastabilló unos pasos hacia delante, pero se las arregló para darse la vuelta antes de que llegara el siguiente golpe. Lo desvió con el brazo y luego se arrojó sobre el otro, que cayó hacia atrás y fue a parar a un montón de cajas. Eso le dio a Muhammed tiempo de coger un palo de golf de su colección de premios y golpear en el pecho de su agresor. Mientras tanto, dos personas más habían entrado en la sala desde el pasillo. Ellos también venían armados con palos, y Muhammed tuvo que defenderse de los golpes que venían de todos lados. Lo golpearon varias veces, una vez en las piernas y varias veces en la cara, pero los esquivó cuando retrocedió hasta salir por la puerta del jardín.

En la biblioteca, Muhammed se movió inquieto en su silla y se volvió para mirar a su alrededor. En la pantalla, uno de los intrusos dejó a un lado el palo y sacó una pistola con la que apuntó a Muhammed, que levantó las manos. Pero tuvo la suerte de tropezar con un montón de paquetes amontonados cerca de la puerta. Dos rápidos destellos salieron del cañón del arma, pero para entonces Muhammed ya había huido por la puerta del jardín. Dos de los asaltantes se abrieron paso por entre las cajas que les bloqueaban el camino mientras el hombre con el arma disparaba una vez más a través del cristal hacia fuera.

—Eso es todo —dijo Muhammed con tristeza.

En la pantalla, los ladrones abandonaron la persecución y descargaron su frustración sobre las pertenencias de Muhammed antes de partir.

—¿Estás bien? —le preguntó Katherina, poniéndole la mano en el hombro.

—Me recuperaré —respondió él—. Son sólo unos rasguños. —Señaló con el dedo la imagen de su apartamento devastado—. Esos bastardos.

—¿Pudiste encontrar algo sobre la escuela?

—Por supuesto —dijo Muhammed, sonriendo por primera vez—. Estoy a punto de bajar la última parte ahora mismo. —Miró a su alrededor—. Vamos a un ordenador diferente.

Se levantaron y se dirigieron a la escalera mecánica.

—Estos ordenadores no son demasiado buenos —explicó—. Pero desde aquí puedo pasar por el servidor de la biblioteca y acceder…, bien, prácticamente a casi todo.

—Si tú lo dices —aceptó Katherina.

Subieron por la escalera mecánica hasta el cuarto piso.

—No resultó fácil entrar en el servidor de la escuela. No era precisamente lo que uno espera en una escuela —susurró Muhammed por el camino—. Pero supongo que no se tratade lo que uno llamaría una escuela normal, ¿verdad? Por lo menos yo no conozco ninguna otra escuela que tenga ese tipo de monitores de seguridad y que pueda reaccionar con tanta rapidez. Es más, no conozco a
nadie
que pueda rastrear a un pirata informático en tan poco tiempo y además enviar un grupo de matones mientras está trabajando.

En el cuarto piso encontraron un ordenador disponible y Muhammed se sentó y empezó a teclear. La pantalla se puso en blanco y luego lentamente se fue llenando con símbolos.

—¿Qué has encontrado? —preguntó Katherina.

—He accedido finalmente a su sistema de seguridad y he encontrado las listas de clase —comenzó—. Como te he dicho, es una escuela extraña. Parece que tienen su propio sistema de evaluación. Todos los niños tienen un valor RL, que no sé qué significa. De todos modos, comparé la lista de los nombres de los estudiantes con la lista de pasajeros de la compañía aérea y encontré dos nombres en el mismo vuelo de Jon.

—¿Sólo dos? —exclamó Katherina, sorprendida—. ¿Estás seguro?

—Al cien por cien —respondió Muhammed—. Pero luego probé con las compañías privadas de vuelos chárter. Aunque no operan con vuelos regulares, de todos modos tienen que registrar las listas de pasajeros.

—¿Y?

—Hubo dos vuelos durante la semana anterior. Cada uno llevaba veinticinco pasajeros que eran o habían sido alumnos de la Escuela Demetrius. De todas las edades.

Katherina suspiró.

—Cincuenta —dijo, sintiéndose abatida.

—Más algunos otros —añadió Muhammed—. Había algunos pasajeros que no están en las listas de estudiantes. Aproximadamente otros diez.

—¿Puedes imprimir las listas?

—Por supuesto —respondió Muhammed—. Puedo darte los nombres, las direcciones y hasta las fotos si quieres. Por lo menos de los estudiantes. —Se levantó—. Vamos a tener que cambiar de ordenador otra vez.

Encontraron otro monitor en el lado opuesto del piso. Un momento después las fotos y las listas comenzaron a pasar por la pantalla.

—Pero ahora creo que ha llegado el momento de que tú me des algo a mí —dijo el hombre—. Puedes empezar diciéndome qué diablos está realmente ocurriendo.

Se quitó las gafas oscuras y miró a Katherina a los ojos.

—Una cosa es que vosotros os metáis en algo extraño, pero cuando eso empieza a afectar a mi negocio y a mi salud, creo que tengo derecho a una explicación.

Katherina asintió.

—Y te la daré —dijo—, pero no aquí.

Muhammed la miró con aire de duda.

Ella dirigió su mirada de nuevo a las listas.

—Detenía —dijo, señalando con el dedo.

Muhammed apretó un botón y los desplazamientos en el monitor se detuvieron.

—Retrocede un poco —pidió Katherina.

Apareció una foto en la pantalla que mostraba a un muchacho de cabello oscuro. Era una fotografía antigua, pero su sonrisa deshonesta y arrogante era inconfundible.

Se trataba de Paw.

Capítulo
34

Jon despertó con un tremendo dolor de cabeza.

Todavía con la vista nublada por el sueño, buscó el vaso de agua sobre la mesilla de noche y lo bebió de un trago. Aún había marcas rojas en las muñecas y las hizo girar de un lado al otro para observarlas. Luego una gran sonrisa apareció en su cara.

Formaba parte de algo asombroso.

Toda su vida había sido retenido y despojado de su destino, pero ya era hora de recuperar lo que había perdido. No serviría de nada llorar por el tiempo perdido y por todas las mentiras que le habían dicho. El objetivo hacía que todo valiera la pena.

Abandonó la cama y se acercó a la ventana. Había luz fuera, y calculó que debía de ser por la mañana temprano. Abrió las cortinas y miró el paisaje. A menos de cien metros de distancia corría un ancho río, cuya inquieta superficie brillaba con la luz del sol. Entre el agua y la casa había terrenos cuidadosamente divididos con plantas de color verde oscuro en tierra roja. Al otro lado del río la imagen era la misma: campos con casas diseminadas entre ellos. En algunas tierras podía ver gente trabajando con azadas o llevando la cosecha.

La noche anterior no había tenido la oportunidad de observar los alrededores. En ese momento sólo había una luz visible en las casas que veía delante de él. Además, también había estado demasiado cansado y saturado de su recién adquirida capacidad de advertir los detalles del paisaje, aun cuando hubiera sido en plena luz del día.

Poul Holt, el hombre a quien Jon ya consideraba como su guía, había leído durante tres horas, sentado al lado de su cama de hospital. Jon se sintió avergonzado al pensar en ello. Se había comportado como un tonto ignorante, demasiado orgulloso como para ver la verdad y demasiado débil como para rechazar su pasado y reconocer su destino. Pero eso había cambiado en el curso de esas tres horas. Durante ese tiempo había llegado a comprender, y tenía que agradecer a Remer y a Holt por el hecho de poder ya, por fin, desarrollar su potencial.

Al principio se había resistido. El libro era su enemigo, y cuando Holt empezó a leer, Jon hizo todo lo que pudo para distraerse y concentrarse en cualquier cosa que no fuera lo que estaba escuchando. La lectura continuó, y poco a poco no pudo evitar escuchar. Era la historia de la fundación de la Orden y de los logros alcanzados por el grupo a través de los siglos. El libro encuadernado en cuero era una crónica de lo que anteriormente él llamaba Organización Sombra, pero que acababa de descubrir que era en realidad la Orden de la Iluminación. El contraste en el significado le hizo sonreír ante su propia ingenuidad. Esta orden no producía ninguna sombra.

No había duda de que Holt era un transmisor experimentado y que había hecho buen uso de sus poderes desde la primera palabra que leyó. Jon pudo ver entonces que era necesario. Había estado tan congelado en su propia visión del mundo que necesitó ayuda, aunque ello significase que Holt tuviera que ejercer alguna influencia.

Durante la lectura, Holt se había detenido tres veces. Retiró la cinta de la boca de Jon y le dio un poco de agua para beber. Le preguntó, preocupado, cómo se sentía. Si le dolía la cabeza, si le dolía la nuca o si veía manchas ante sus ojos. La última vez Jon había rechazado el ofrecimiento de agua. Prefirió que continuara la lectura para así poder aprender más sobre el asombroso desarrollo de la Orden. Después de eso ya no fue necesario ponerle la cinta en la boca. Y cuando Poul Holt decidió que ya era el momento de detenerse, le retiraron las correas de cuero y a Jon se le permitió moverse libremente por la habitación.

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