Jon no tuvo la menor duda de que aquello era más bien una amenaza y no una promesa, y sus pensamientos volvieron otra vez a Katherina. ¿Estaría también en Alejandría? ¿Por qué estaba tan seguro Remer de que Jon iba a cooperar?
—Con la destrucción final de la biblioteca, Alejandría también perdió su estatus como centro de conocimiento, y como era necesario que la organización estuviera en el lugar donde se producían los avances, el grupo se dividió. Sus miembros se dispersaron por el mundo para fundar ramas locales de la organización. —Remer enarcó una ceja y le hizo una breve inclinación de cabeza—. Algunos de ellos se dirigieron a Italia.
Jon había estado esperando el momento de enterarse de cuál era la relación que todo ello tenía con él. Había algo que Remer pensaba utilizar para convencerlo de que se uniera a sus filas.
—¿Me está diciendo que mis antepasados pertenecían a la secta de Demetrius?
—Hay muchas posibilidades de que así fuera —confirmó Remer—. No hay árboles genealógicos completos ni se conservan listas de miembros, pero todo indica que los grupos de Lectores organizados que se encuentran por todo el mundo proceden todos de la orden original, fundada aquí en Alejandría hace casi dos mil cuatrocientos años.
—¿Qué fue lo que falló? —quiso saber Jon—. ¿Por qué no conquistaron el mundo?
Remer hizo una mueca.
—Hay muchas razones —respondió—. La descentralización que se produjo le quitó fuerza a la organización. Aparecieron facciones que tenían un programa diferente y los grupos que se fueron separando desperdiciaron mucha energía haciéndose la guerra unos a otros. Hubo también un largo período en que era sumamente peligroso ser una persona cultivada. Los eruditos eran sumariamente denunciados como brujos o hechiceros y quemados en la hoguera. Por esa razón era importante mantenerse en un segundo plano, lo cual hacía muy difícil encontrar o incorporar a nuevos miembros. —Se levantó para estirar las piernas—. Hasta el Renacimiento la organización no empezó a ganar terreno otra vez, pero se necesitaron años para recuperar los conocimientos perdidos.
Aunque estaba en presencia de su enemigo, Jon se sintió atraído por la historia que estaba escuchando, pero le sorprendía más todavía que la Sociedad Bibliófila en su propio país no le hubiera dicho nada acerca de sus raíces. Tal vez no conocían el origen del grupo; tal vez lo querían mantener en secreto hasta que él estuviera listo para conocer la verdad.
—El Renacimiento fue hace mucho tiempo —señaló Jon—. ¿Por qué todavía no se han apoderado del mundo?
—¿Quién dice que no lo hemos hecho? —preguntó Remer con una sonrisa traviesa—. No, tiene usted razón. Sólo en las últimas décadas hemos adquirido el instrumento esencial. —Hizo una pausa.
Jon enarcó las cejas.
—¿Espera usted que yo adivine qué quiere decir con eso?
Remer se rió.
—La democracia. Eso es lo que hemos estado esperando.
—¿La democracia? —repitió Jon, sorprendido.
—La democracia es lo mejor que jamás le ha ocurrido a la Orden. Por supuesto, la monarquía nos proporcionó también varias oportunidades, pero era demasiado vulnerable. Por una parte, resultaba complicado tener a individuos junto al poder. Y por otra, era peligroso para ellos cada vez que el poder cambiaba. Muy a menudo sus cabezas rodaron al mismo tiempo que la del rey. No, la democracia es lo mejor. —Remer levantó el dedo índice—. Es relativamente fácil estar cerca de los que están en el poder y es mucho más efectivo cuando todos creen que pueden influir personalmente en las decisiones. En realidad, creen cualquier cosa que nosotros les permitimos que crean. Además, la mayor parte de nuestra gente puede conservar sus puestos cuando los gobiernos cambian.
—¿Son funcionarios públicos? —preguntó Jon.
Remer asintió con la cabeza.
—Entre otras cosas. Recuerde que nosotros sólo necesitamos estar en las inmediaciones cuando aquellos a los que queremos influenciar están leyendo. Se rodean de secretarios, ayudantes y consultores legales. Incluso se puede usar a los mensajeros, al personal de cafetería y de limpieza.
—De modo que eso explica que no apreciemos diferencias entre un gobierno y otro —comentó Jon fríamente.
—No estamos interesados en la política —explicó Remer—. No se equivoque respecto a eso. Sólo tratamos de crear las condiciones óptimas para nuestra organización en tantos lugares del mundo como sea posible.
—Todavía no me ha dicho por qué estamos en Alejandría —señaló Jon—. Si la organización se ha extendido por todo el globo y ya no hay un único centro, entonces, ¿por qué aquí?
—Es verdad que la Bibliotheca Alexandrina original ya no existe —dijo Remer—, pero hemos desarrollado una nueva.
—¿Nosotros? —preguntó Jon sorprendido.
Remer sonrió discretamente.
—El gobierno egipcio, en cooperación con la Unesco, ha construido una nueva y suntuosa biblioteca en el mismo sitio, o por lo menos cerca del sitio, donde estuvo alguna vez la Bibliotheca Alexandrina original. Se abrió en 2002 después de doce o trece años de esfuerzos y con un costo de casi cuatrocientos millones de dólares. Un proyecto enorme que ha puesto a Alejandría en el mapa de la ciencia de la información. El objetivo manifiesto de esta refundación de la biblioteca es ' devolver a la zona sus antiguos días de gloria como centro para el conocimiento y la erudición.
—¿Y qué papel desempeña usted en la creación de la nueva biblioteca?
—Digamos que hemos impulsado un poco el proceso —respondió Remer con una sonrisa—. Hicimos que los permisos necesarios fueran aprobados, inspiramos a las personas adecuadas y nos aseguramos de que nuestra gente estuviera entre los empleados. El tipo de detalles menores que nos permiten el acceso a la biblioteca cuando lo deseamos.
Jon pensó en cuántos otros proyectos estaría involucrada la Organización Sombra. ¿El Diamante Negro en Copenhague? ¿La Biblioteca Central en Nueva York? Imaginó monumentos que se alzaban en todo el mundo como torres de radio para difundir el mensaje de la organización. Todavía peor era el hecho de que él sabía que el objetivo principal de la Organización Sombra no era el de construir edificios por todo el mundo. Eso era sólo una maniobra administrativa semejante a la creación de oficinas locales.
—¿El gobierno egipcio, ha dicho? ¿Y la Unesco?
—Asuntos triviales.
—Entonces, ¿para qué me necesita a mí? —quiso saber Jon, levantando los brazos hasta donde le permitían sus ataduras.
—Como sabe, usted tiene poderes extraordinarios —comenzó Remer—. Aparte de los fenómenos físicos, usted es mucho más fuerte que cualquier Lector que jamás hayamos medido. Creemos que la combinación de sus poderes y este lugar tendrían que llevarnos al siguiente nivel.
—¿Cuál es el siguiente nivel?
—Inicialmente hasta su propio nivel —respondió Remer—. Después de eso… ¿Quién lo sabe?
Jon no quería revelar su ignorancia, pero no podía seguir del todo los razonamientos de Remer. Iversen le había dicho que todos los Lectores tenían sus limitaciones, no podían excederse de un cierto potencial, por muy intensivo que fuera el entrenamiento. Aparentemente Remer tenía una opinión diferente.
—El momento es el preciso —continuó Remer—. Cada vez son más los países que eligen el modelo democrático, y nosotros nunca hemos estado en mejor posición. La Unesco y el gobierno egipcio son poca cosa. ¿La Unión Europea, la OTAN, el G8 y la ON U significan algo para usted? Para no mencionar el FBI, la CIA, la Agencia de Seguridad Nacional y la mayor parte de los servicios de inteligencia en todo el mundo. Durante el próximo año se van a realizar cinco elecciones parlamentarias en Europa, innumerables votos y una serie interminable de reuniones en la Unión Europea, encuentros gubernamentales y simposios de alto nivel.
—¿Y en todas esas mesas habrá gente suya?
—En las mesas o detrás de los que se sienten en ella, sí. —Remer apuntó con su dedo a Jon—. Debería usted sentirse honrado. Están todos aquí en Alejandría para conocerlo. Usted es quien va a darles el último empujón hacia arriba para que ellos puedan llevar a cabo sus misiones con los mejores resultados posibles.
Jon se había mareado con lo que Remer estaba diciendo. Se sintió mal y cerró los ojos.
—Entonces, ¿qué me dice, Campelli? —insistió Remer, levantando la voz—. ¿Se unirá a nosotros y hará que se cumplan sus más desaforadas ambiciones o quiere ser un esclavo durante el resto de sus días, y ser consciente de ello?
Jon miró las correas que sujetaban sus brazos. No sabía lo que le esperaba si decía que no, pero de ninguna manera podía unirse a Remer. No tenía ninguna intención de ayudar a aquel hombre, que probablemente había asesinado a sus padres y podría tener en ese momento retenida a Katherina. Apretó los puños y dirigió su mirada a Remer.
—Nunca le ayudaré —dijo, poniendo especial énfasis en la palabra «nunca».
Remer miró al suelo decepcionado.
—Lamento seriamente oírle decir eso, Campelli —dijo—. Pero supongo que no me esperaba otra respuesta de usted. —Se puso de pie y fue a abrir la puerta—. Adelante —gritó.
El corazón de Jon empezó a latir con fuerza. Habría dado cualquier cosa por volver a ver a Katherina, pero no en ese momento. Si ella entraba por aquella puerta, todo habría sido en vano. Sabía que Remer podía obligarle a hacer cualquier cosa si utilizaban a Katherina para presionarle.
Jon escuchó pasos al otro lado de la puerta. Contuvo la respiración.
Entró un hombre bajo y delgado que usaba sandalias, un chándal de color claro y un par de gafas redondas clásicas con montura de acero. Era calvo y estaba quemado por el sol, lo que le hacía parecer una versión deportiva de Gandhi. Llevaba una maleta pequeña de aluminio.
—Jon Campelli —exclamó el hombre con una voz sorprendentemente profunda para su complexión—. Encantado de conocerlo por fin, señor.
Desde detrás de sus gafas un par de ojos azules le dirigieron una fría mirada a Jon.
—Disculpe que no le dé la mano —dijo Jon.
Había algo inquietante én aquel hombrecillo, pero Jon se sintió tan aliviado al ver que Katherina no estaba allí que recuperó un poco de su seguridad.
—Está bien —respondió el hombre, dejando la maleta al pie de la cama. La abrió y sacó un objeto que entregó a Remer—. Creo que podríamos comenzar con esto.
Remer se dirigió a la cabecera de la cama y le mostró a Jon un rollo de cinta adhesiva gris. Cortó un trozo y se lo puso en la boca. Jon le lanzó una mirada furiosa, pero el empresario no reaccionó.
—Es mejor que nos deje ahora —le dijo el hombrecillo a Remer, que obedeció, y cerró la puerta al salir.
Desde su posición en la cama, Jon no podía ver qué había en la maleta, pero estaba preparado para el peor tipo de instrumento de tortura que pudiera imaginar. De una manera extraña se sentía aliviado. El dolor de ver a Katherina sometida a algo similar le pareció mucho peor que experimentarlo él mismo.
Pero cuando vio lo que sacaba de la caja, el pánico se apoderó de él.
El hombrecillo metió lentamente las dos manos en la maleta y sacó un objeto con el máximo cuidado.
Era un libro.
Cuando Katherina se enteró de adonde habían llevado a Jon, se sintió aliviada. Eso quería decir que todavía seguía con vida. Pero un instante después se sintió totalmente abatida. La distancia entre ella y Jon aparecía en la pantalla de Muhammed como un largo arco desde Dinamarca hasta Egipto y parecía un obstáculo insuperable. No tenía la menor idea de cómo iba a llegar hasta allí o cómo podría encontrarlo en un país de ese tamaño. Se sintió invadida por la desesperación, totalmente abatida, incapaz de moverse de allí, de pie junto a Muhammed.
Él se tomó la noticia un poco mejor. La llevó suavemente al sofá y luego se sentó junto a ella, poniéndole el brazo alrededor de sus hombros. En ningún momento preguntó por la razón que había motivado el viaje de Jon o por qué ella había reaccionado de la manera en que lo hizo. Simplemente la dejó llorar.
Cuando Katherina finalmente recuperó la serenidad, le dio las gracias una y otra vez, prometiéndole contarle toda la historia algún día. Muhammed respondió ofreciendo su ayuda, para cualquier cosa que ella necesitara. Katherina estaba segura de que no pasaría mucho tiempo antes de que tuviera que aceptar su ofrecimiento.
Probablemente había muchas preguntas que debía haberle hecho a Muhammed, pero no podía permanecer sin hacer nada durante más tiempo. Ya había dormido durante casi dos días enteros, y lo único que quería en ese momento era ir directamente al aeropuerto y coger el primer vuelo a Egipto. Pero en cuanto se despidió de Muhammed y subió a su bicicleta, lo pensó mejor, y se dirigió a Libri di Luca lo más rápido que pudo.
Henning estaba detrás del mostrador. Se quedó sorprendida hasta que recordó que Iversen le había dicho que él se encargaría de relevar a Henning en la vigilancia del lugar de residencia de Remer.
—Podéis dejar de buscarlo —dijo Katherina cuando entró en la librería—. Sé dónde está.
Henning la miró asombrado.
—Katherina… ¿No ibas a…? —Señaló hacia los escaparates—. ¿Estás bien?
—Estoy bien —mintió Katherina. No tenía la paciencia necesaria para preguntas sobre su salud o su estado de ánimo—. Diles a todos que vuelvan. Jon ya no está en Dinamarca. Lo han llevado a Egipto.
La expresión de Henning fue tanto de enfado como de preocupación. Estaba a punto de abrir la boca, pero Katherina se adelantó a sus pensamientos.
—No sé por qué. Lo único que sé es que lo trasladaron en avión allí hace veinticuatro horas.
Henning asintió y con gran prudencia guardó silencio hasta que se recompuso lo suficiente como para coger el teléfono y llamar a Iversen. Varias llamadas después, el mensaje de retirarse había llegado a todos los implicados. Mientras tanto, Katherina había ido a buscar un gran atlas, que colocó sobre el mostrador, hojeándolo hasta encontrar el norte de África. Sus ojos revolotearon sobre el mapa, sobre los ríos, las ciudades y las grandes zonas desérticas. Cuando era niña a menudo había recorrido los atlas, imaginando que era un dios observando su creación. Si entrecerraba los ojos con fuerza, incluso podía ver a la gente moviéndose allá abajo. En ese momento deseaba poder estirar la mano hacia las arenas de Egipto y recoger a Jon con la punta de sus dedos para devolverlo a casa.