Llana de Gathol (11 page)

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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

BOOK: Llana de Gathol
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–¿Quiénes sois? – preguntó su jefe-. ¿Qué estáis haciendo en el valle de los Primeros Nacidos?

–Hemos venido por el camino del risco, huyendo de una horda de hombres verdes -le contesté-. Estamos a punto de irnos. Venimos en son de paz; no queremos luchar, pero somos tres espadas dispuestas a ofrecer una buena batalla.

–Tendréis que venir con nosotros a Kamtol -dijo el jefe.

–¿A la ciudad? – pregunté. Él afirmó con la cabeza. Desenvainé mi espada de un movimiento.

–¡Quieto! – dijo el jefe-. Os superamos en número, vosotros sois solamente tres; si venís a la ciudad, al menos tendréis la posibilidad de seguir viviendo. Si lucháis, moriréis.

Encogiéndome de hombros, como un gesto de indiferencia, les dije:

–No me importa. Llana de Gathol desea ver la ciudad, y yo prefiero no tener que luchar. Pan Dan Chee, Llana, ¿qué opináis?

–Me gustaría ver la ciudad -dijo Llana-, pero lucharé si así lo quieres.

–Tendréis que dejar las armas -dijo el jefe.

No me gustó aquella orden y dudé.

–Eso, o la muerte -me dijo el jefe-. ¡Vamos, decidios, no puedo estar aquí todo el día!

La resistencia era inútil, y me parecía absurdo sacrificar nuestras vidas si existía la posibilidad de que fuéramos bien recibidos en Kamtol; así que fuimos llevados en el lomo de tres thoats, detrás de sus jinetes, a la bella y blanca ciudad.

Realizamos el viaje a la ciudad sin dificultad alguna, y tuve la oportunidad para observar a nuestros captores más detenidamente. Sin ninguna duda, eran de la misma raza que los de Xodar, dator de los Primeros Nacidos de Barsoom, para darle su título completo, que había sido en primer lugar mi enemigo, y luego, más tarde, mi amigo durante mis extraordinarias aventuras entre los sagrados Therns. Éstos son una raza muy hermosa, sin bello en sus extremidades, y de mucha musculatura, caras inteligentes, y con unas facciones exquisitas, que Adonis mismo hubiera envidiado. Yo, un caballero de Virginia, puede que resulte extraño que lo diga, pero su piel negra era más brillante que el ébano, lo que les hacía más bellos. Los correajes y adornos metálicos de nuestros captores, eran idénticos a los que llevaban los piratas negros que conocí en los Acantilados Áureos del Valle del Dor.

Mi admiración por estas gentes no me impedía olvidar que eran una raza cruel y sin piedad, y que nuestras vidas, al ser capturados, estaban reducidas a un mínimo de posibilidades.

Kamtol no nos engañó de lejos. Era mucho más bella vista de cerca, que observada en la distancia. Sus blancas paredes estaban talladas, como las partes frontales de sus casas. Las elegantes torres que se elevaban por sus anchas calles estaban llenas de gente cuando entramos en la ciudad. Entre los negros, vimos algunos hombres rojos realizando los trabajos más bajos. Era evidente su esclavitud, y su presencia nos sugirió el destino que nos esperaba.

No puedo decir que quedé muy contento con la posibilidad de que John Carter, príncipe de Helium, guerrero de Marte, pudiera llegar a ser basurero. Una cosa que noté en Kamtol era que las casas no están construidas con columnas cilindricas, como las casas más modernas de las ciudades de Marte, donde el asesinato había evolucionado a un arte de lo más refinado, y donde los clubes de asesinos son la moda, y en donde sus miembros pasean por las calles, como los gángsters de Chicago.

Bajo estrecha vigilancia, nos llevaron a un edificio y nos separaron. Fui llevado a una habitación donde me sentaron en una silla, con la espalda orientada hacia una extraña máquina, cuya parte delantera estaba cubierta con gran cantidad de botones. Varios cables, cuidadosamente aislados, salían de ella, con terminales metálicos que me pusieron en las muñecas, tobillos y cuello, y cuya terminal me presionaba la base de mi cráneo; entonces, me vistieron con una prenda parecida a una camisa de fuerza, y tuve la sensación de que miles de alfileres tocaban mi columna. Pensé que me iban a electrocutar; no comprendía el trabajo que se estaba realizando para destruirme, cuando hubiera sido más fácil darme una estocada.

Un oficial, que estaba al mando del aparato, se acercó y se paró enfrente de mí.

–Te vamos a examinar -dijo-. Contestarás a todas las preguntas que se te hagan, diciendo la verdad. – Entonces señaló a un ayudante, que estaba al lado de la máquina, y éste apretó un botón.

Así que no me iban a matar, sino que me interrogarían. No podía suponer la razón de ello. Sentí un suave cosquilleo por todo el cuerpo y comenzaron a hacerme preguntas.

Había seis hombres. Unas veces preguntaban de uno en uno, y otras todos juntos. Durante estos momentos no podía contestar con mucha coherencia, ya que no podía oír las preguntas que se me hacían. A veces me hablaban suavemente, y otras me gritaban enfadados y me insultaban. Me permitieron descansar durante unos momentos y entonces entró un esclavo en la habitación, con una bandeja de comida de suculenta apariencia, y me la ofreció. Cuando la fui a coger, me la quitaron, y mis torturadores se rieron. Me pincharon con unos instrumentos agudos, hasta hacerme sangrar, y entonces me pusieron ácido en las heridas, y poco después me aplicaron una crema que al instante me quitó el dolor. Nuevamente me dejaron descansar y me ofrecieron comida. Como no hice ningún movimiento para cogerla, insistieron.

Durante este tiempo, había llegado a la conclusión de que habíamos sido capturados por una raza de sádicos, y lo que pasó después, me confirmó que estaba en lo cierto. Mis torturadores abandonaron la habitación. Durante varios minutos estuve pensando en todo el procedimiento que habían seguido conmigo, y me preguntaba el porqué no me torturaban con la máquina que me habían aplicado. Estaba de cara a una puerta situada en la pared de enfrente, cuando de pronto se abrió y entró un banth, saltando dentro con un rugido horrible.

Pensé que era el final, mientras que el enorme carnívoro venía corriendo hacia mí. Con la misma rapidez con que entró de la habitación se paró, de una manera tan seca que se cayó al suelo, a mis pies. Entonces vi que estaba atado a una cadena lo suficientemente larga como para que se aproximara pero no pudiera hacerme daño alguno. Ya había experimentado anteriormente todas las sensaciones de una muerte próxima, por lo que si ésas habían sido sus intenciones, habían fracasado, pues yo no temía ya a la muerte.

El banth fue arrastrado por la cadena y sacado de la habitación y la puerta fue cerrada; entraron nuevamente mis torturadores, sonriendo de una manera muy benévola.

–Esto es todo -dijo el oficial-. El examen ha terminado.

V

Después de que me quitaran todos los terminales de la máquina, fui entregado a un guardia y llevado a una celda que se encontraba en la parte subterránea de la ciudad, y que se pueden encontrar en todas las ciudades marcianas, antiguas o modernas. Los corredores laberínticos y sus celdas son utilizados como almacenes y como cárceles para prisioneros, estando habitados estos subterráneos por los ulsios, unos seres muy repulsivos.

Fui encadenado a la pared de una celda muy grande, donde había otro prisionero: un marciano rojo. No pasó mucho tiempo, cuando trajeron a Llana de Gathol y a Pan Dan Chee, quienes fueron encadenados cerca de mí.

–Veo que habéis aprobado el examen -dije.

–¿Qué diablos esperan obtener de todo ello? – preguntó Llana-. Es estúpido y absurdo.

–A lo mejor querían saber si nos podían matar de miedo -indicó Pan Dan Chee.

–Me pregunto cuánto tiempo nos tendrán en este lugar -dijo Llana.

–Llevo en este lugar un año -dijo el hombre rojo-. Ocasionalmente, me sacan para trabajar con otros esclavos, pertenecientes al jeddak; pero hasta que alguien me compre, me tendré que quedar aquí.

–¡Que te compren! ¿Qué quieres decir? – preguntó Pan Dan Chee.

–Todos los prisioneros pertenecen al jeddak -contestó el hombre rojo-. Pero sus nobles y oficiales nos pueden comprar, si desean otro esclavo más. Creo que me están reteniendo aquí para obtener un buen precio por mí, porque varios nobles me han visto y les gustaría comprarme.

Se quedó callado durante unos instantes y luego dijo:

–Perdonad mi curiosidad, pero dos de vosotros no parecéis barsoomianos en absoluto, y me pregunto de qué parte venís. Solamente la mujer es de Barsoom; los dos hombres tenéis la piel blanca, y uno de cabello negro y el otro rubio.

–¿Has oído hablar de los orovars? – pregunté.

–Claro -contestó-. Pero hace siglos que han desaparecido.

–De todas maneras, Pan Dan Chee, este guerrero, es uno de ellos. Hay una pequeña colonia de ellos que han sobrevivido en una ciudad muy apartada.

–¿Y tú? – preguntó-. Tú no eres un orovar, tu cabello es negro.

–No -dije-. Yo soy de otro mundo: de Jasoom.

–¡Oh! – exclamó-. ¿Puede ser que seas John Carter?

–Sí. ¿Y tú?

–Mi nombre es Jad-Han. Soy de Amhor.

–¿Amhor? – dije-. Conozco a una joven de Amhor. Su nombre es Janai.

–¿De qué conoces a Janai? – preguntó él.

–¿La conoces tú? – pregunté.

–Era mi hermana; murió hace años. Mientras yo estaba fuera del país, en un largo viaje, Jad-Han, príncipe de Amhor, empleó a Gantun Gur, un asesino, para que matara a mi padre, ya que no le quería como pretendiente de Janai. Cuando regresé a Amhor, Janai había escapado; y más tarde me enteré de su muerte. Tuve que abandonar la ciudad para evitar que me asesinaran, y después de vagar un cierto tiempo, los Primeros Nacidos me capturaron. Pero dime, ¿qué sabes de Janai?

–Sé que ella no ha muerto -le contesté-. Vive con uno de mis mejores y más leales oficiales, y se encuentra sana y salva en Helium.

Jad-Han estaba embriagado de alegría al saber que su hermana aún vivía.

–Ahora -dijo- si pudiera escapar de aquí, regresaría a Amhor y vengaría la muerte de mi padre, y entonces podría morir feliz.

–Tu padre ha sido vengado -le dije.

–Siento que no fuera yo el que lo matara -dijo Jad-Han.

–Llevas en este lugar un año -le dije-. Debes de saber las costumbres de estas gentes. ¿Nos puedes decir el destino que nos espera?

–Hay varias posibilidades -contestó-. Puede que os pongan a trabajar como esclavos, que son maltratados a menudo. Puede que os permitan vivir durante algunos años; o podéis ser utilizados sólo para los Juegos, que tienen lugar en el gran estadio, donde lucharéis contra otros hombres o bestias, para mayor exaltación de los Primeros Nacidos. Por otra parte, podéis ser ejecutados en cualquier momento. Todo depende de los caprichos de Doxus, jeddak de los Primeros Nacidos; al que tengo por un poco loco.

–Por el examen a que nos han sometido, yo afirmaría que están todos locos -dijo Llana.

–No estés tan segura -observó Jad-Han-. Si entendieras el por qué de ese examen, comprenderías que no fue ideado por una mente desequilibrada. ¿Viste algunos hombres muertos en la entrada del valle?

–Sí ¿pero qué tienen que ver con el examen?

–Ellos fueron sometidos a examen. Por ello es por lo que están muertos allá, tirados en el Valle.

–No entiendo las razones de ello -dije-. ¿Puedes explicarme el motivo?

–La máquina que les fue conectada grabó cientos de sus reflejos, y automáticamente grabó el índice nervioso de cada uno, que es distinto para cada persona. La máquina central, que no visteis y que tampoco veréis, emite unas ondas vibratorias a las que se añade el índice nervioso; cuando ambas cosas coinciden, tendréis un ataque nervioso tan fuerte que os matará al instante.

–¿Pero para qué tanto despliegue? ¿Para matar a unos cuantos esclavos? – preguntó Pan Dan Chee.

–No es tan sólo para eso -le explicó Jad-Han-. Quizás fue uno de los propósitos iniciales: evitar que lo prisioneros se escaparan y pudieran hablar de este maravilloso valle en un planeta moribundo. Puedes imaginar que cualquier país desearía poseerlo. Mas hay otros propósitos que mantienen a Doxus en el trono como rey. Cada persona de este valle tiene su índice nervioso grabado y está a merced de su jeddak. No tiene que abandonar el valle para que sean aniquilados. Un enemigo del jeddak, puede estar sentado en su casa, cualquier día, y cuando la onda de la máquina central le llegue, lo mataría. Doxus es el único hombre de Kamtol cuyo índice no ha sido grabado; él y otro hombre, Myr-Lo, son las únicas personas que saben dónde está la máquina central, y la forma en que funciona. Se dice que es muy delicada y que se puede estropear fácilmente si se desconoce su mecanismo, y que su arreglo es muy difícil y no puede ser reemplazada por otra.

–¿Y por qué no puede ser reemplazada? – le preguntó Llana.

–Él inventor de la máquina ha muerto -contestó Jad-Han-. Se dice que odiaba a Doxus, por la intención que tenia el jeddak de utilizar su máquina; y que Doxus lo mandó matar, por el gran miedo que le tenía. Myr-Lo, que fue el que le sucedió, no tiene el genio suficiente para crear una nueva máquina.

Aquella noche, después de que Llana se hubo dormido, Jad-Han, Pan Dan Chee y yo, conversamos en voz baja para no despertarla.

–Es muy cruel -dijo Jad-Han, que había estado mirando a la joven Llana, mientras dormía-. Es muy cruel, que ella sea tan bella.

–¿Qué quieres decir con eso? – le preguntó Pan Dan Chee.

–Cuando me preguntasteis qué iba a ser de vuestros destinos, yo os dije cuáles eran las posibilidades; pero solamente las de vosotros dos. En cuanto a la joven…

Miró con pena a Llana e hizo un gesto negativo con la cabeza. No necesitaba decir más.

Al día siguiente, nuevos Primeros Nacidos, bajaron a nuestras celdas para examinarnos, tal como se examina ganado que se piensa comprar. Entre ellos había un oficial del jeddak, cuyo trabajo era el de vendedor de esclavos y cuyo objetivo era obtener el mejor precio por nosotros.

Uno de los nobles que vinieron para la compra se encaprichó con Llana, e hizo una oferta para comprarla. Discutieron su valor, durante un tiempo, pero finalmente se pusieron de acuerdo y la compró.

Pan Dan Chee y yo estábamos muy apenados, mientras se llevaban a Llana de Gathol, porque sabíamos que no la volveríamos a ver. Aunque su padre es jeddak de Gathol, en sus venas corre sangre de Helium, y las mujeres de Helium saben cómo actuar cuando las espera un destino peligroso, como el que sabíamos que Llana iba a tener.

–¡Tener que estar encadenado a una pared y sin una espada en la mano, cuando algo de esto está ocurriendo! – exclamó Pan Dan Chee.

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