Llana de Gathol (6 page)

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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

BOOK: Llana de Gathol
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Por fin, dijo:

–Sois muy estúpidos, pero parece que al menos me comprendéis. Ahora hablemos de la comida; preferís el ulsio crudo, supongo. ¿O queréis que lo guise?

–¡Ulsio! – exclamó Pan Dan Chee-. ¿No querrás decir que comes ulsio, verdad?

–Es una delicia -dijo aquel ser.

–¿No tienes otra cosa? – preguntó Pan Dan Chee.

–Queda un poco de Ro Tan Bim -dijo el extraño ser-. Pero está resultando un poco lujoso incluso para un caballero como yo.

Pan Dan Chee me miró.

–No tengo hambre -dijo.

–Ven, intentaremos salir de aquí. – Mientras pronunciaba estas palabras me volví hacia el anciano-. ¿Qué corredor es el que lleva a la ciudad?

–Debéis descansar -dijo-, y después os lo mostraré. Recostaos en ese lecho y descansad.

Siempre había oído que a los locos había que llevarles la corriente, y ya que esperábamos un favor de aquella criatura, me pareció oportuno obedecerla. Por otra parte, Pan Dan Chee y yo estábamos agotados, así que nos echamos en el camastro y el anciano se sentó junto a nosotros en una banqueta. Comenzó a hablar con voz pausada y agradable.

–Estáis muy cansados -decía una y otra vez monótonamente, mientras sus grandes ojos se clavaban primero en uno de nosotros y después pasaban al otro. Sentía que mis músculos se relajaban. Observé como Pan Dan Chee bajaba sus párpados-. Pronto os quedaréis dormidos -murmuró el anciano de los fosos.

»Dormiréis, dormiréis y dormiréis, quizás durante siglos al igual que los otros. Sólo despertaréis cuando os lo diga, o cuando muera, y yo nunca moriré.

»Despojaste a Hor Kai Lan de su correaje y de sus armas -me miraba a mí mientras hablaba-. Hor Kai Lan se pondría muy furioso si se despertara y encontrara que le has robado sus armas, pero Hor Kai Lan no despertará. Ha estado dormido durante cientos y cientos de años. Tiempos de los que ya no me acuerdo. Todo está apuntado en mis libros, pero ¿qué importancia tiene eso? ¿qué importancia tiene el que lleves el arnés de Hor Kai Lan? Nadie usará sus espadas de nuevo; y, de cualquier manera, cuando Ro Tan Bim desaparezca, tal vez use a Hor Kai Lan. O tal vez os utilice a vosotros. ¿Quién sabe?

Su voz era como un arrullo soñoliento. Sentía cómo me iba sumiendo en un placentero sueño. Eché una ojeada a Pan Dan Chee, quien ya estaba dormido. Entonces la importancia de las palabras de la criatura llegaron a mi mente. ¡A través de hipnosis estábamos siendo condenados a morir en vida! Intenté sobreponerme al letargo y hacer acopio de lo que quedaba de mi fuerza de voluntad. Mi mente siempre ha sido más resistente que la de cualquier marciano.

La horrorosa situación en la que nos hallábamos me dio fuerzas. La idea de yacer allí durante incontables siglos recogiendo el polvo de los fosos de Horz, o de ser devorados por aquel casi desdentado maniático no me seducía en absoluto.

Utilicé toda la fuerza de voluntad que me quedaba en un terrible esfuerzo final para romper los lazos mentales que me sujetaban. Era incluso más devastador que realizar un esfuerzo físico. Rompí en violenta respiración y sentía cómo mi cuerpo temblaba de la cabeza a los pies. ¿Habría triunfado?

Evidentemente, el marciano se dio cuenta de la batalla que estaba librando por ganar mi libertad, y así redobló sus esfuerzos para mantenerme sometido. Su voz y sus ojos me envolvieron casi con fuerza física. La criatura sudaba en aquel momento, sus esfuerzos por dominar mi mente eran increíbles. ¿Conseguiría su propósito?

IX

¡Yo estaba ganando! ¡Sabía que vencía! Y la criatura también debía saberlo porque la vi sacar la daga que tenía a su lado de su funda. Si no podía mantenerme en muerte aparente lo haría en muerte real. Intenté liberarme de los últimos y débiles tentáculos de las malignas fuerzas mentales del extraño ser antes de que pudiera atestarme el golpe fatal que significaría mi muerte y la equivalente para Pan Dan Chee.

La mano que sostenía la daga se elevó sobre mí. Aquellos terribles ojos, iluminados por las infernales llamas de la locura, se clavaron en los míos, y, entonces, en el último momento, vencí. Estaba libre. Aparté de mí la mano que sujetaba la daga y di un salto para quedar de pie, con la fantástica espada larga de Hor Kai Lan en mi mano. La criatura se agachó y gritó. Pedía ayuda a gritos donde no había ayuda y, acto seguido, desenfundó su sable. Pero no tenía intención de deshonrar el soberbio arte de mi esgrima combatiendo con aquel ser. Recordé que había dicho que Pan Dan Chee y yo dormiríamos hasta que nos despertara o muriera. Ese pensamiento por si solo fue suficiente para decidirme… no iba a ser un duelista, sino un ejecutor y un liberador.

Lancé un mandoble, y la demente cabeza rodó por el pétreo suelo de los fosos de Horz. Miré a Pan Dan Chee. Estaba despertándose. Se dio la vuelta y se estiró, después se sentó y me miró interrogativamente. Sus ojos recorrieron el cuerpo y la cabeza que yacían en el suelo.

–¿Qué ha sucedido? – preguntó.

Antes de que pudiera responder, me vi interrumpido por un sonoro estruendo que procedía de la cámara en la que nos hallábamos y de otras cámaras de las profundidades de Horz.

Miramos rápidamente a nuestro alrededor. Las tapas de muchas cajas estaban siendo levantadas y gritos procedentes de otras que no habían sido destapadas se escucharon en todos los fosos. De su interior salían hombres armados… guerreros con fabulosos correajes. Mujeres frotándose los ojos y mirando a su alrededor con sorpresa.

Desde los pasillos, otros empezaron a converger hacia la cámara, guiados por nuestra luz.

–¿Qué significa todo esto? – preguntó un corpulento hombre magníficamente ataviado-. ¿Quién me trajo aquí? ¿Quiénes sois vosotros?

Miró a su alrededor, evidentemente extrañado, como si buscara alguna cara que le fuese familiar.

–Quizás yo pueda explicártelo -le dije-. Nos encontramos en los fosos de Horz. Yo sólo llevo aquí unas horas, pero si esta criatura que yace en el suelo muerta dijo la verdad, varios de vosotros debéis llevar aquí siglos. Habéis sido presa de los poderes hipnóticos de este ser enloquecido. Su muerte os ha liberado.

El hombre miró la expresiva cabeza que yacía en el suelo.

–¡Lum Tar O! – exclamó-. Envió a buscarme… me pidió que viniera y hablara con él sobre un asunto importante, y vosotros le habéis matado. Tenéis que explicarme todo esto… mañana. Ahora debo volver con mis invitados.

Había restos de polvo en la cara y en el cuerpo de aquel hombre. Deduje por tanto que debía llevar allí mucho tiempo. De hecho, mi conjetura se iba a ver ratificada de forma un tanto dramática.

Los hombres y mujeres que despertaban hacían lo posible por salir de las cajas en las que habían sido guardados. Los que estaban en las últimas tenían dificultad en retirar las otras cajas que había apiladas encima. Se creaba un gran estruendo y un no menor tumulto cuando las cajas vacías caían al suelo. Se formó un gran alboroto. Había aturdimiento y confusión.

Un empolvado caballero perteneciente a la nobleza abandonó una de las cajas. Al instante él y el corpulento hombre que acababa de hablar se reconocieron mutuamente.

–¿Qué es lo que sucede? – preguntó el último.

–Estás completamente cubierto de polvo. ¿Por qué te has retrasado? ¡Vamos! Tengo que volver con mis invitados.

El otro movió la cabeza con evidente asombro.

–¡Tus invitados, Kam Han Tor! – exclamó-. ¿Crees que tus invitados van a esperar durante veinte años? Te fuiste a mitad del banquete y nunca regresaste.

–¡Veinte años! ¡Estás loco! – exclamó Kam Han Tor.

Me miró y después posó su vista sobre la horrible cabeza que yacía en el suelo, y comenzó a debilitarse. De eso podía percatarme. El otro hombre se ocupaba de su propia cara, y se miraba el polvo que de ella se sacudía.

–También tu estás cubierto de polvo -dijo a Kam Han Tor.

Kam Han Tor hecho un vistazo a su cuerpo y a su correaje, después se frotó la cara y se miró los dedos.

–¡Veinte años! – exclamó, y entonces sus ojos se fijaron en la cabeza de Lum Tar O.

–¡Bestia inhumana! – dijo furiosamente-. ¡Yo era amigo tuyo y me hiciste esto!

Tras esas palabras se volvió hacia mí.

–Olvida lo que dije. No comprendía nada. Quienquiera que seas permíteme asegurarte que mi espada estará siempre a tu servicio.

Me incliné con gesto de complacencia.

–¡Veinte años! – repitió Kam Han Tor, como si todavía no pudiera creerlo-. ¡Mi gran nave! Iba a zarpar desde el puerto de Horz al día siguiente al banquete… la nave más grande que se ha construido. Ahora estará vieja, tal vez carcomida; y yo ni siquiera la he visto en mi vida. Dime… ¿navegaba bien?, ¿es todavía una nave digna de orgullo?

–La vi navegar por Throxeus -repuso el otro- y en verdad era una nave grandiosa, pero nunca regresó de su primer viaje; ni una sola palabra se oyó sobre ella. Debió perderse con toda su tripulación.

Kam Han Tor bajó la cabeza tristemente, después se enderezó y cuadró sus hombros.

–Construiré otra -dijo-. Una nave incluso aún más grande, y con ella navegaré por los cinco extensos océanos de Barsoom.

Ahora empezaba a comprender lo que había sospechado, pero no podía creer. Era totalmente desconcertante. Estaba viendo y conversando con hombres que habían vivido hacía miles de años, cuando Throxeus y los otros cuatro grandes océanos del antiguo Marte habían cubierto lo que hoy son vastas extensiones desérticas que corresponden a los fondos de esos mares muertos; cuando un gran mercante trajo el comercio de una raza de bella piel y rubios cabellos que se suponía extinta hacia incontables siglos.

Me acerqué a Kam Han Tor y le puse una mano sobre el hombro. Los hombres y las mujeres que habían sido liberados del maligno hechizo de Lum Tar O se habían reunido a nuestro alrededor, escuchando.

–Siento desilusionarte, Kam Han Tor -dije-. Pero no vas a construir ninguna nave, ni navegará ningún barco por Throxeus de nuevo.

–¿Qué pretendes decirme? – exigió-. ¿Quién va a impedir que Kam Han Tor, hermano del jeddak, construya embarcaciones y navegue a través de Throxeus?

–Throxeus no existe, amigo mío -dije.

–¿Qué no hay ningún Throxeus? ¡Estás loco!

–Habéis estado aquí, en estos fosos, durante incontables siglos -les expliqué-, y en ese tiempo los cinco grandes océanos de Barsoom se han secado. Ya no hay mares, ya no hay comercio, la raza a la que pertenecéis se ha extinguido.

–¡Estas loco! – gritó.

–¿Sabes cómo salir de estos fosos? – pregunté-. No a la ciudad directamente, ni a la… -iba a decir fortaleza, pero recordé que no existía fortaleza alguna cuando aquella gente utilizaba los fosos.

–¿No a mi palacio quieres decir? – preguntó Kam Han Tor.

–Sí -dije-. No a tu palacio, sino a los muelles; allí podré mostrarte que el océano de Throxeus ya no existe.

–Sí, desde luego que conozco el camino -dijo-. ¿Acaso estos fosos no fueron construidos según mis planos?

–Vamos pues -le dije.

Un hombre se hallaba de pie mirando atentamente la cabeza de Lum Tar O.

–Si lo que este hombre dice es cierto, Lum Tar O debió haber vivido muchos siglos. ¿Cómo es posible que estuviera vivo después de tanto tiempo? ¿Cómo es que nosotros estamos vivos?

–Vosotros vivisteis en estado de animación suspendida -comenté-. Pero Lum Tar O… es un misterio.

–Quizás no sea un misterio después de todo -replicó el hombre.

»Conocía bien a Lum Tar O. Era un ser débil y un cobarde, y sus reacciones psicológicas eran las propias de un hombre de esas características. Odiaba a todos los que fueran fuertes y valerosos, y deseaba lo peor para ellos. Su único amigo era Lee Um Lo, el más famoso embalsamador que el mundo ha conocido. Cuando Lum Tar O murió, Lee Um Lo embalsamó su cuerpo. Evidentemente hizo un trabajo tan magnífico que el cadáver de Lum Tar O nunca se percató de que su dueño estaba muerto, y continuó funcionando como en vida. Eso explicaría el largo tiempo que ha existido la criatura… no un ser humano, ni siquiera una criatura viva, solo un cadáver cuyo maligno cerebro seguía funcionando.

Cuando el hombre acabó de hablar, hubo un gran revuelo en la entrada a la cámara. Un gigantesco hombre, casi desnudo, entró precipitadamente. Estaba muy furioso.

–¿Qué significa esto? – preguntó con tono imperioso-. ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Qué estáis todos vosotros haciendo aquí? ¿Quién me ha robado mi correaje y mis armas?

En aquel momento le reconocí… Era Hor Kai Lan, y yo llevaba su equipo de combate. Se le veía muy excitado, y no podía culparle en parte. Se abrió paso a través de la multitud y cuando posó sus ojos sobre mí, reconoció sus pertenencias.

–¡Ladrón! – gritó-. ¡Devuélveme mis cinturones y mis armas!

–Lo siento -contesté-. A menos que me des otras a cambio, me quedaré con éstas.

–¡Calot! – gritó vivamente irritado-. ¿Te das cuenta con quién estas hablando? ¡Soy Hor Kai Lan, hermano del jeddak!

Kam Han Tor le miró con sorpresa.

–¡Has estado muerto durante quinientos años, Hor Kai Lan! – exclamó-. Mi hermano sucedió al último jeddak en el años 27M382J4.

–Todos vosotros habéis estado muertos durante siglos -dijo Pan Dan Chee-. Incluso ese calendario es algo que pertenece a un pasado muerto.

Creí que Hor Kai Lan iba a reventar en aquel momento.

–¿Quienes sois vosotros? – gritó-. Quedáis arrestados… todos quedáis bajo arresto. ¡A mí la guardia!

Kam Han Tor intentó apaciguarle, y por lo menos consiguió que estuviera de acuerdo en acompañarnos hasta los embarcaderos para zanjar la cuestión sobre la existencia de Throxeus, que sería la prueba definitiva, positiva o negativa, de las desdichadas verdades que me había visto forzado a explicarles.

Cuando partíamos guiados por Kam Han Tor, noté cómo la tapa de una de las cajas se movía ligeramente. Era subida poco a poco, y pude observar como dos ojos escudriñaban a través de la ranura. De repente, la voz de una chica gritó:

–¡John Carter, Príncipe de Helium! ¡Bendito sea mi primer antepasado!

X

Si mi primer antepasado se hubiera materializado en aquel instante ante mis ojos, no podría estar más sorprendido de lo que estaba al oír pronunciar mi nombre desde el interior de una de aquellas cajas de las profundidades de Horz.

Cuando iba a empezar a investigar, la tapa de la caja se abrió por completo, y una muchacha salió de su interior y se plantó ante mí; aquello era más asombroso de lo que habría sido la visión de mi primer antepasado, porque la chica era… ¡Llana de Gathol!

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