–Venga -dijo- cuanto antes acabemos mejor. – Y desenfundó su espada.
–¿Por qué tenemos que pelear? – le pregunté-. Somos amigos. Si logro salir de aquí, te doy mi palabra de honor de que no traeré a nadie a Horz; por lo tanto, te ruego que me dejes en paz. No quiero matarte. O mejor aún, vente conmigo. Hay mucho que ver más allá de Horz, tienes todo un mundo exterior que conocer.
–No me tientes -suplicó-. Quiero ir. Por primera vez en mi vida deseo abandonar Horz. Pero no debo hacerlo. ¡Vamos, John Carter, en guardia!, uno de los dos debe morir, a menos que regreses voluntariamente conmigo.
–En cuyo caso ambos moriremos -le recordé-. Es una estupidez, Pan Dan Chee.
–¡En guardia! – Fue su única respuesta.
No me quedaba otra cosa que hacer que desenfundar mi espada y defenderme, y, la verdad, nunca me había costado tanto trabajo desenfundar.
Pan Dan Chee no quería tomar la ofensiva y ofrecía una débil defensa. Pude haber acabado con él cuando hubiera querido, desde el instante en que desenfundé mi arma. Casi inmediatamente me di cuenta de que me estaba regalando mi libertad a expensas de mi propia vida.
Al fin retrocedí unos pasos y solté mi acero.
–No soy ningún carnicero, Pan Dan Chee -dije-. ¡Vamos! ¡Ataca!
Movió su cabeza.
–No puedo matarte -dijo sencillamente.
–¿Por qué? – le pregunté.
–Porque soy un tonto -repuso-. La misma sangre corre por tus venas y por las de ella. No podría derramar esa sangre. No podría hacerla desgraciada.
–¿Qué quieres decir? – pregunté con tono imperioso-. ¿De qué estás hablando?
–Estoy hablando de Llana de Gathol -contestó-. La mujer más bella del mundo, la mujer a quien nunca veré, pero por quien ofrezco gustoso mi vida.
Los guerreros marcianos se muestran absolutamente caballerosos en lo que a amores se refiere, pero éste estaba llevando su caballerosidad más lejos de lo que yo había visto en mi vida.
–Muy bien -le dije- ya que no tengo intención de matarte, no hay motivo para continuar con este tonto duelo.
Devolví mi espada a mi vaina y Pan Dan Chee hizo lo mismo.
–¿Qué vamos a hacer? – preguntó-. No puedo dejar que huyas, pero por otro lado no puedo impedírtelo. Soy un traidor a mi patria, por tanto tendré que destruirme a mí mismo.
Entonces se me ocurrió un plan. Acompañaría a Pan Dan Chee hasta casi la entrada de los fosos, y una vez allí, le reduciría, le vendaría los ojos y lo amordazaría, después huiría o al menos, intentaría encontrar alguna otra salida de los fosos. Pan Dan Chee sería descubierto y afrontaría su destino sin que su nombre se viera deshonrado por la traición.
–No tienes porque suicidarte -le dije-. Te acompañaré hasta la entrada de los fosos; pero te advierto que si se me presenta la oportunidad de escapar la aprovecharé.
–Lo tendré en cuenta -dijo-, es muy generoso de tu parte, has hecho posible el que pueda morir dichoso y con honor.
–¿Acaso deseas morir? – le interrogué.
–Ciertamente no -me aseguró-. Quiero vivir, y si vivo, algún día encontraré el camino que conduce hasta Gathol.
–¿Por qué no vienes conmigo entonces? – pregunté-. Tal vez juntos podamos encontrar la forma de escapar de estos fosos. Mi nave se encuentra a muy poca distancia de la fortaleza y desde Horz a Gathol sólo hay unos cuatro mil haads.
Sacudió la cabeza.
–La tentación es grande -dijo-, pero hasta que haya agotado todos los recursos y evite ser llevado de nuevo ante Ho Ran Kim mañana antes del mediodía, no puedo hacer otra cosa.
–¿Por qué mañana al mediodía? – le pregunté.
–Es una ley orovarana muy antigua -respondió-, que limita la duración de una sentencia de muerte al mediodía de la fecha en que alguien es condenado a morir. Ho Ran Kim decretó que deberíamos morir mañana. Si no es así, dejamos de poseer el temor de volver a su presencia.
Tristemente, nos pusimos en camino hacia la puerta que se suponía nos conduciría hasta nuestro destino, por supuesto yo no tenía intención de atravesarla pero iba triste a causa de Pan Den Chee. Había llegado a agradarme sobremanera. Era hombre de gran honor y un valeroso luchador.
Continuamos andando, hasta me convencí de que si hubiéramos seguido por el pasillo correcto deberíamos haber llegado hacía mucho tiempo a la entrada. Se lo sugerí a Pan Dan Chee y estuvo de acuerdo conmigo; entonces volvimos sobre nuestros pasos y probamos por un corredor diferente. Seguimos probando pasillos hasta acabar exhaustos, pero no conseguimos encontrar el corredor adecuado.
–Sospecho que nos hemos perdido -afirmó Pan Dan Chee.
–Yo no lo sospecho… estoy seguro -afirmé con una sonrisa.
Si de verdad estábamos tan perdidos como suponíamos, posiblemente no seríamos capaces de encontrar la entrada antes del mediodía del día siguiente, en cuyo caso Pan Dan Chee estaría libre para ir donde quisiera, y yo tenía bastante idea sobre dónde le gustaría ir.
No soy ningún casamentero, pero tampoco soy de esos que se ponen en mitad del camino para evitar el encuentro de un hombre y una mujer. Creo que a la naturaleza se la debe dejar seguir su curso. Si Pan Dan Chee creía que estaba enamorado de Llana de Gathol y deseaba ir a Gathol para intentar conquistarla, solamente me habría resultado tal idea desalentadora si se hubiera tratado de un hombre de dudoso origen o de naturaleza deshonrosa, y Pan Dan Chee no poseía ninguna de las dos cosas. La raza a la que pertenecía es la más antigua de las razas civilizadas de Barsoom, y me había demostrado ampliamente que era un hombre de honor.
Yo no tenía motivos para creer que su propósito se viera coronado por el éxito. Llana de Gathol era todavía muy joven, pero a pesar de ello las espadas de las más grandiosas casas de Barsoom habían sido arrojadas a sus pies. Como casi todas las mujeres marcianas de alta condición, tenía unas ideas bien definidas. Como tantas, era posible que cayera bajo las redes de algún impetuoso pretendiente para luego amarle o clavarle una daga entre sus costillas, pero nunca viviría junto a un hombre a quien no amara. Sentía más temor por Pan Dan Chee que por Llana de Gathol.
Una vez más retrocedimos sobre nuestros pasos y probamos por otro corredor; sin embargo no conducía a la entrada. Nos tumbamos y descansamos un momento, después lo intentamos de nuevo. El resultado fue el mismo.
–Ya debe haber amanecido -dijo Pan Dan Chee.
–Ya es de mañana -le dije consultando mi cronómetro-. Es casi mediodía.
Por supuesto yo no empleé el término mediodía, sino el equivalente Barsoomiano: 25 xats pasados del 3
er
zodo, que son las 12 del mediodía hora terrestre.
–¡Debemos darnos prisa! – exclamó Pan Dan Chee.
Una fría carcajada sonó a nuestras espaldas, y volviéndonos rápidamente, vimos una luz en la distancia. Desapareció inmediatamente.
–¿Por qué tenemos que darnos prisa? – pregunté.
»Hemos hecho todo lo que podíamos. El que no hayamos encontrado el camino de regreso a la fortaleza y a la muerte no es culpa nuestra. – Pan Dan Chee hizo un gesto de asentimiento-. Ya no importa la prisa que nos demos, es muy poco probable que alguna vez hallemos la entrada.
Desde luego era un pensamiento de alivio, pero también lo era bastante acertado. Nunca encontraríamos la entrada a la fortaleza.
–Ésta es la segunda vez que oímos esa risotada y vemos esa luz -comentó Pan Dan Chee-, creo que deberíamos investigar este misterio. Tal vez quien enciende la luz y suelta esa carcajada pueda conducirnos hacia la entrada.
–No tengo objeción en investigarlo -repuse-, pero dudo que al encontrar al causante encontremos a un amigo.
–Es muy desconcertante -dijo Pan Dan Chee-. Durante toda mi vida he creído, al igual que todos los habitantes de Horz, que los fosos de la ciudad estaban desiertos. Hace mucho tiempo, siglos tal vez, algunos aventureros entraron a los fosos para investigarlos. Estas expediciones se llevaban a cabo a intervalos, y ninguno de los que entraban a los fosos volvía jamás. Se supuso que se perdían y morían de hambre y sed. Puede que también ellos oyeran la carcajada y vieran las luces.
–Puede.
Pan Dan Chee y yo perdimos toda noción del tiempo, durante las horas que llevábamos en los fosos de Horz, y no habíamos comido ni bebido. No podíamos llevar más de dos días allí, pues todavía nos encontrábamos con fuerzas, y más de dos días sin agua acaba con las fuerzas del hombre mejor constituido. En dos ocasiones más, vimos la luz y escuchamos la risa.
¡Que carcajadas! Todavía puedo oírlas. Intenté pensar que eran humanas. No quería volverme loco.
Pan Dan Chee dijo:
–¡Busquémosle y cuando le encontremos beberemos su sangre!
–No Pan Dan Chee -dije terminantemente-. Somos hombres, no bestias.
–Tienes razón -musitó-. Estoy perdiendo el control.
–Debemos utilizar la cabeza -le dije-. Sabe siempre dónde estamos porque puede ver la luz de las antorchas a cada momento. Supon que la apagamos, y nos arrastramos por el suelo silenciosamente. Si escuchamos con atención, verás como oímos sus pisadas.
Lo había planeado todo minuciosamente y Pan Dan Chee estuvo de acuerdo en que la idea era perfecta. Creo que todavía tenía en mente el beberse la sangre de la criatura cuando la encontráramos y yo me estaba aproximando a un punto crítico en el que gustosamente bebería un buen trago. ¡Oh Dios!, si nunca has padecido hambre y sed, no juzgues a los demás severamente.
Apagamos la antorcha. Teníamos una cada uno, pero no había necesidad de tener las dos encendidas. La luz de una podría haber alcanzado una intensidad cegadora. Nos arrastramos en silencio hacia donde habíamos visto la luz por última vez. Llevábamos las espadas desenvainadas. Tres veces ya, habíamos sido atacados por los tremendos ulsios de aquellos fosos de Horz; pero en esas ocasiones, habíamos tenido la ventaja de la luz de nuestras antorchas. Me preguntaba cómo saldríamos parados si uno de ellos nos atacara ahora.
La oscuridad era completa, y no se escuchaba nada en absoluto. Nos pegamos al cuerpo las espadas a fin de que no se entrechocaran con las partes metálicas de nuestro correaje. Dábamos grandes pasos, y posábamos los pies suavemente sobre el suelo de piedra. No se oía nada. Apenas respirábamos.
De repente una luz apareció ante nosotros. Nos detuvimos y esperamos a la vez que escuchábamos. Vi una figura, tal vez fuera humana, tal vez no. Toqué a Pan Dan Chee ligeramente en el brazo, y me volví hacia adelante. Él me siguió. No hacíamos ningún ruido, no se percibía absolutamente ningún sonido. Creo que tanto él como yo conteníamos la respiración.
La luz se hizo más brillante. Entonces pude ver que una cabeza y un hombro sobresalían por el marco de una puerta sita a un lado del pasillo. La criatura, al menos, tenía contornos humanos. Me imaginé que estaría preocupada por nuestra súbita desaparición, seguramente se preguntaba qué había sido de nosotros. Se apartó del umbral de la puerta donde había permanecido, pero la luz persistía. Podíamos ver cómo brillaba en el interior de la celda o habitación en la que la criatura había penetrado.
Nos aproximamos; allí debía encontrarse la meta de nuestra búsqueda de agua y comida. Si la criatura era humana, necesitaría de ambas cosas, y si las tenía, nosotros las tendríamos.
Silenciosamente nos acercamos al umbral de la puerta por la que la luz salía e iluminaba el corredor. Nuestras espadas estaban desenfundadas. Yo iba a la cabeza. Temía que si la criatura se percataba de nuestra proximidad, desapareciese, y eso no debía suceder. Teníamos que verla, teníamos que cogerla y teníamos que obligarla a que nos diera agua. ¡Comida y agua!
Llegué por fin al umbral y mientras lo atravesaba tuve una momentánea visión de una figura extraña; después quedé sumido en la más completa oscuridad y una seca risotada se dejó oír en la estigia negrura de Horz.
En mi mano derecha sostenía la espada larga del hace tiempo muerto orovarano de cuyo ataúd la había cogido. En mi mano izquierda llevaba la sorprendente antorcha de los Horzanos. Cuando desapareció la luz en el recinto, apreté el botón de mi antorcha, y la habitación en la que me hallaba se iluminó.
Observé una gran cámara llena de numerosas cajas. Había un lecho muy simple, una banqueta, una mesa, estantes llenos de libros, una antigua estufa marciana, un depósito de agua y la más extraña figura de hombre sobre la que mis ojos se habían posado alguna vez.
Me adelanté hacia él, y dirigí mi espada hacía su corazón ya que no quería que escapara. Él se inclinó y grito mientras rogaba por su vida.
–Queremos agua -le dije-. Agua y comida, ofrécenos lo que te pedimos y no intentes dañarnos, y estarás a salvo.
–Servios vosotros mismos -me contestó-. Aquí hay agua y comida, pero decidme cómo es que estáis aquí y cómo conseguisteis entrar en los fosos de la antigua Horz, la muerta Horz… muerta durante incontables siglos. He estado esperando durante años a que alguien viniera, y ahora vosotros habéis llegado. Sed bienvenidos. Seremos grandes amigos. Permaneceréis aquí conmigo para siempre, como los otros han hecho. Al fin voy a tener compañía en las solitarias profundidades de Horz.
Después rió maniáticamente.
Era evidente que la criatura estaba loca. No sólo parecía demente sino que actuaba como tal. Algunas veces su lenguaje era un inarticulado chapurreo y a menudo se veía interrumpido por una inoportuna y absurda carcajada… la fría risotada que habíamos oído anteriormente. Su apariencia era por demás repulsiva. Iba desnudo, a excepción del arnés que sujetaba una espada y una daga. La piel de su deforme cuerpo era de un blanco ceniciento, el color de un cadáver; su rugosa boca permanecía abierta, revelando unos cuantos dientes podridos y amarillentos; sus ojos eran grandes y redondos, completamente blancos alrededor del iris. No tenía nariz; parecía haber sido devorada por alguna enfermedad.
No aparté mis ojos de él ni un momento mientras Pan Dan Chee bebía; después él le vigiló mientras yo saciaba mi sed, durante todo ese rato la criatura no hacía más que escupir un montón de palabras sin sentido. Tomaba una palabra como por ejemplo «calot», y la repetía una y otra vez como si eso para él significara conversar. Se podía detectar que una frase era interrogativa por su tono de voz y por el acento y lo mismo para frases declarativas, imperativas o exclamativas. Durante todo el tiempo, estuvo gesticulando como un orador.