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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

Llana de Gathol (13 page)

BOOK: Llana de Gathol
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–Es un buen espadachín -dijo Nastor, sabiendo que estaba mintiendo, pero sin saber que no nos engañaba-. Sin embargo, igualaré la apuesta que indiques a que mi hombre lo puede matar.

–¿Quieres que sea una lucha a muerte? – dijo Xaxak-. Entonces renuncio a la paridad de la apuesta; no quiero que mi hombre luche a muerte en su primer combate.

–Te ofrezco dos a uno -le dijo Nastor-. ¿Te satisface?

–Perfectamente -dijo Xaxak-. ¿Cuánto quieres apostar?

–Mil tanpi contra tus quinientos -contestó Nastor. Un tanpi equivale a un dólar.

–Quiero ganar más que lo que me cuesta el pienso del sorak de mi mujer -le contestó Xaxak.

Un sorak, es un pequeño animal de seis patas, parecido a un gato, que tienen como animal doméstico muchas mujeres marcianas; así que lo que Xaxak le había dado a entender a Nastor era que le parecía muy poco dinero. Sabía que Xaxak estaba tratando de enojar a Nastor para que apostara sin miedo, y entonces supe que se había dado cuenta de la farsa que habíamos realizado.

Nastor parecía irritado.

–No deseo robarte -dijo-. Pero si quieres tirar tu dinero, puedes poner la cantidad que quieras.

–Solamente para que te resulte interesante -dijo Xaxak- te apostaré cincuenta mil tanpi, contra tus cien mil.

–¡Hecho! – dijo-. Y lo siento por ti y por tu hombre.

Con un gesto de falsedad, dio la vuelta y se marchó sin decir nada mas. Xaxak miró cómo se alejaba con una sonrisa en los labios; y cuando se hubo ido, se dirigió a nosotros:

–Espero que estuvierais fingiendo -nos dijo-; si no es así, me habéis hecho perder cincuenta mil tanpi.

–No debes preocuparte, mi príncipe -dijo Ptang.

–No me preocuparé, si tú no lo estás, Dotar Sojat -contestó el dator.

–Siempre existe riesgo en un duelo -le contesté-, pero creo que has obtenido una buena apuesta, pues hacer lo contrario habría sido una insensatez.

–Al menos, tienes más fe que yo -replicó Xaxak el dator.

VII

Ptang me dijo que nunca se había visto tanto interés en un duelo a muerte como el que fue anunciado entre los apostantes: Xaxak y Nastor.

–No va a ser un guerrero corriente, será el representante de Nastor -me comentó-. Ha persuadido a un dator para que luche por él, un hombre considerado como el mejor luchador con espada de Kamtol. Su nombre es Nolat. Nunca he visto a un príncipe luchar contra un esclavo; pero dicen que Nolat le debe bastante dinero a Nastor y que éste cancelará su deuda, si gana, para tener dinero y poder apostar por él.

–No es una decisión estúpida la que ha tomado -le dije-; si pierde, no le hará falta el Palacio.

Ptang se rió.

–Espero que no lo necesite -dijo-; pero no te confíes en exceso: está considerado la mejor espada entre los Primeros Nacidos, y se sabe que no hay mejor espada en todo Barsoom.

Antes de que llegara el día en que me tenía que enfrentar a Nolat, Xaxak y Ptang mostraban gran nerviosismo, al igual que todos los guerreros de Xaxak, que parecían tener un interés personal hacía mí. Con la excepción de Ban-Tor, cuya enemistad había provocado al desarmarle cuando luché contra él.

Dormía solo, en una pequeña habitación, entre viejas pieles abandonadas, propias de un esclavo. Mi cuarto estaba al lado del de Ptang; y solamente tenía una puerta, que daba a su habitación. Estaba situada en el segundo piso del palacio y daba a la parte baja del jardín.

La noche antes del encuentro, fui despertado por un ruido dentro de mi cuarto, y mientras abría los ojos, vi a un hombre saltar por la ventana, con una espada en la mano; pero como ninguna de las dos lunas de Marte estaban en el cielo, no había la suficiente luz para poder reconocerlo; aunque había algo que me era muy familiar en él.

Al día siguiente, le dije a Ptang lo de mi visitante nocturno. Ninguno de los dos podíamos imaginar que alguien entrara a mi cuarto para robar, sabiendo que no había nada.

–Pudo haber sido un asesino, que querría que no se realizara el duelo -sugirió Ptang.

–Lo dudo -le dije-; tuvo ocasión para matarme, ya que no desperté hasta que saltó por la ventana.

–¿No has echado nada en falta? – preguntó Ptang.

–No tengo nada que echar en falta -le contesté-, a excepción de mi correaje y mis armas, y los llevo en este momento.

Ptang sugirió que el ladrón habría pensado que no estaba durmiendo en la habitación; y cuando se dio cuenta de su error, se fue con rapidez; y, con eso, dejamos de pensar sobre el incidente.

Fuimos al estadio alrededor del cuarto zode, y fuimos con arrogancia. Allí estaba Xaxak junto con su mujer con sus esclavas, sus oficiales y los guerreros estaban montados en thoats engalanados; ondeaban banderas sobre nosotros y las cornetas tocaban, mientras nos anunciaban. Nastor nos observaba con gran orgullo. Todos desfilamos alrededor de la arena, al compás de los gritos del público.

Había algunos enfrentamientos de lucha libre y de boxeo, y un número de duelos, de los que no eran a muerte; pero lo que esperaba el público era mi duelo a muerte. El público es muy parecido en todos los sitios; en la Tierra, acuden a los combates de boxeo, esperando sangre o el fuera de combate; van a ver lucha libre, en espera de ver a algún atleta lanzado fuera del ring, lesionado; y cuando van a las carreras de coches, esperan ver que alguien se estrelle. La gente no lo admite, pero sin la emoción del peligro y el riesgo de la muerte, estos deportes no atraerían al público.

Finalmente, llegó el momento en que entré en la arena, y me enfrenté a un público lleno de nobles. Doxus, jeddak de los Primeros Nacidos, estaba acompañado de su jeddara. Las gradas y tribunas estaban llenas de la nobleza de Kamtol. Era un espectáculo maravilloso; los trajes de los hombres y mujeres resplandecían con los metales preciosos y de las joyas, y por donde quiera que mirara se veía el estadio adornado con banderas y estandartes.

Nolat fue escoltado a la tribuna del jeddak y fue presentado; entonces me condujeron a la tribuna de Xaxak, que inclinó la cabeza en señal de saludo. Finalmente, fui llevado a la tribuna donde se encontraba Nastor, para quien iba a luchar contra un extranjero, en un combate a muerte.

Yo, al ser un esclavo, no fui presentado al jeddak, pero fui llevado delante de Nastor para que me pudiera identificar como la persona contra la que había apostado. Fue una simple formalidad, pero cumplía con las reglas de los Juegos.

Apenas había visto a la comitiva de Nastor, mientras desfilaba alrededor de la arena, ya que estaban detrás de nosotros y me era imposible el verlos; pero ahora los podía observar bien, parado sobre la arena, delante de la tribuna de Nastor. Vi a Llana de Gathol, sentada al lado del dator. ¡Ahora, sin ninguna duda, mataría al luchador de Nastor!

Llana de Gathol hizo un ademán de sorpresa, y comenzó a hablar conmigo, pero le hice con la cabeza un gesto negativo para que callase, porque tenía miedo que me llamara por mi nombre, lo que aquí, entre los Primeros Nacidos, equivaldría a una sentencia de muerte. Siempre ha sido una sorpresa para mí que ninguno de estos hombres me reconociera; pues mi piel blanca y ojos grises hicieron de mí un hombre marcado, y si alguno de ellos hubiera estado en el Valle del Dor, cuando yo estuve allí, debería haberme reconocido. Más tarde sabría el motivo de que ninguno de estos Primeros Nacidos de Barsoom me reconociera.

–¿Por qué hiciste eso, esclavo? – preguntó Nastor.

–¿Hacer qué? – pregunté yo.

–Sacudir la cabeza -me contestó.

–Quizás es que estoy nervioso -le respondí.

–Y puede que tengas motivos, esclavo, ya que estás a punto de morir -me replicó, haciendo un ademán de desprecio.

Entonces me llevaron a un lugar de la arena, al otro lado de la tribuna del jeddak. Ptang estaba allí para ayudarme, supongo. Nos dejaron solos durante varios minutos, seguramente para ponernos nerviosos; entonces se nos acercó Nolat, acompañado de otro noble dator. Había un quinto hombre, que lo podríamos llamar arbitro; aunque no hizo mucho, aparte de dar la señal del comienzo del duelo.

Nolat era un hombre grande y fuerte, y hecho para ser luchador. Era un hombre muy atractivo, con una expresión de arrogancia y desprecio en el rostro. Ptang me había dicho que teníamos que saludarnos con las espadas antes de comenzar; y tan pronto como me puse en posición, saludé, pero Nolat respondió con un ademán negativo de su cara, y no me correspondió al saludo; dijo:

–¡Venga, esclavo, estás a punto de morir!

–Has cometido un error, Nolat -le dije, mientras comenzábamos a luchar.

–¿Qué quieres decir? – preguntó, lanzando una estocada.

–Deberías saludar a los que son mejores que tú -le dije, esquivando su estocada-. Ahora será peor para ti, si no quieres parar y saludarme, como debieras haber hecho al principio.

–¡Calot, insolente! – exclamó, mientras que, al mismo tiempo, me lanzaba una nueva estocada.

Como contestación, le hice un corte en la mejilla izquierda.

–Te dije que debieras haber saludado -le dije con sarcasmo.

Nolat se enfureció y vino hacia mí con la intención evidente de terminar el duelo e inmediatamente le corté en la otra mejilla. Un momento más tarde, le hice una sangrienta cruz en su pecho, en una maniobra difícil, que requería una agilidad especial, debido a que su lado derecho siempre estaba frente a mí, el cual debería haber estado en la misma posición si hubiera sido lo bastante rápido para seguir los movimientos de mis pies.

El público estaba tan silencioso como una tumba, con la excepción de los gritos de los partidarios de Xaxak. Nolat sangraba en abundancia, y era considerablemente más lento.

De pronto alguien gritó:

–¡Mátalo! – Y en ese momento, otras voces se unieron al grito.

Querían la muerte de uno de nosotros, y como era evidente, Nolat no me podía matar, con lo que supuse, que querían que yo lo matara. En lugar de hacerlo, lo desarmé haciendo que su espada volara al otro lado de la arena. El arbitro corrió tras de ella; por fin tenía algo que hacer.

Me dirigí al compañero de Nolat.

–Ofrezco la vida de este hombre -dije en un tono de voz bastante alto para que se oyera en todas las partes del estadio.

Sólo hubo gritos de
¡Muerte!

–¡Ofreces la vida de Nolat! – exclamó su compañero.

–Pero las apuestas deben ser pagadas, como si hubiera muerto -dije.

–Esto es un duelo hasta la muerte -dijo Nolat-. Lucharé.

Era un hombre valiente y, por ese motivo, odiaba el tener que matarlo. Le devolvieron su espada y reanudamos el duelo. Esta vez Nolat no sonreía, ni hizo ningún gesto de desprecio, ni tampoco comentario alguno. Se lo estaba tomando muy en serio; luchaba por su vida, como un ratón acosado por un gato. Era un luchador muy bueno. Pero no era el mejor entre los Primeros Nacidos, ya que había visto muchos de ellos luchar antes, y podía nombrar a una docena de ellos que lo podrían matar rápidamente.

Habría podido matarlo en cualquier momento, si lo hubiera querido, pero no sé por qué, no lo podía hacer. Era una pena matar a un luchador tan bueno y a un hombre tan valiente; así que le herí unas cuantas veces y le desarmé una vez más. Esto lo repetí unas cuantas veces, y mientras que el arbitro iba a recoger su espada, me dirigí a la tribuna del jeddak y le saludé.

–¿Qué estás haciendo aquí, esclavo? – preguntó un oficial de la guardia del jeddak.

–Vengo a pedir clemencia por la vida de Nolat -contesté-. Es un buen combatiente y un hombre valiente, y yo no soy un asesino, y sería un asesino, si lo matara.

–Es una petición extraña -dijo Doxus-. El duelo era hasta la muerte, y debe continuar.

–Soy un extranjero en este lugar -le dije-. De donde soy, si un contrincante puede demostrar que hay engaño o falsedad, se le otorgaría la decisión del resultado del duelo, sin tener que terminarlo.

–¿Estás dando a entender que ha habido engaño o falsedad, por parte del dator Nastor o del dator Nolat? – preguntó Doxus.

–Quiero decir, que un hombre entró a mi cuarto anoche, mientras dormía, y cogió mi espada, dejando una más corta en su lugar. Esta espada es varias pulgadas más corta que la de Nolat; lo noté, por primera vez, cuando comenzamos el duelo. Ésta no es mi espada, como Xaxak y Ptang, podrán confirmar si la examinan.

Doxus llamó a Xaxak y Ptang, y les preguntó si podían identificar la espada. Xaxak dijo que no sabía si era la espada que me había dado, pero el que lo sabría con seguridad era Ptang; entonces Doxus se dirigió a Ptang.

–¿Es ésta la espada que le fue dada al esclavo Dotar Sojat?

–No, no es su espada -contestó Ptang.

–¿La reconoces?

–La reconozco.

–¿A quién pertenece?

–Es la espada del guerrero llamado Ban-Tor -contestó Ptang.

VIII

Doxus no tenía otro remedio que otorgarme vencedor del duelo; ordenó que todas las apuestas fueran pagadas, igual que si hubiera matado a Nolat. Eso no dejó muy contento a Nastor; ni tampoco que Doxus le hiciera pagar a Xaxak, 100.000 tanpi, en su presencia; entonces ordenó llamar a Ban-Tor.

Doxus estaba muy molesto; porque los Primeros Nacidos tienen el honor de sus guerreros en gran estima, y lo que se había hecho era una mancha sobre ellos.

–¿Es éste el hombre que entró en tu cuarto, anoche? – me preguntó.

–Estaba oscuro; y solamente le vi de espaldas, pero había algo que me era familiar, aunque no lo pude identificar.

–¿Apostaste en este duelo? – preguntó a Ban-Tor.

–Un poco de dinero, jeddak -contestó el hombre.

–¿Por quién?

–Por Nolat.

Doxus se dirigió a uno de sus oficiales.

–Traed a todos los que hayan apostado con Ban-Tor.

Un esclavo fue mandado alrededor de la arena para que fuera gritando el mensaje; y, muy pronto, había unos cincuenta guerreros reunidos delante de la Tribuna de Doxus. Ban-Tor estaba muy asustado; mientras que cada uno de los cincuenta guerreros le fue indicando lo que había apostado, Doxus fue obteniendo la información de que Ban-Tor había apostado una gran suma de dinero con cada uno de ellos, y, en algunos casos, ofreciendo mucho por poco.

–¿Pensaste que estabas apostando sobre seguro, verdad? – le preguntó Doxus.

–Creía que Nolat ganaría -contestó Ban-Tor-. No hay mejor espada en todo Kamtol.

–También estabas seguro de que vencería a alguien que tuviera una espada más corta. Eres un desgraciado. Has deshonrado a los Primeros Nacidos. Como castigo, lucharás contra Dotar Sojat -entonces se dirigió a mí-. Puedes matarle; pero antes de empezar, yo mismo comprobaré que tu espada sea de igual tamaño que la de él. Aunque sería más justo que él fuera obligado a luchar con la espada corta que te dio.

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