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Authors: Pablo Usset

Tags: #humor, #Intriga

Lo mejor que le puede pasar a un cruasán (19 page)

BOOK: Lo mejor que le puede pasar a un cruasán
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Horror de horrores. Me desperté muerto de miedo ante la imagen de una cara rolliza y blanda de abuelita Paz. Hay que joderse, con los sueños. Traté de volver a dormir, pero no pude borrar de mi imaginación la cara y volví a abrir los ojos para convencerme a la vista de la luz que se colaba por la persiana de que estaba a salvo en mi mundo de siempre. Lo peor fue comprender que mi mundo de siempre había sido perturbado hasta parecer una pesadilla, una pesadilla habitada de calvorotas que salían de su guarida en plena noche para anudar trapitos rojos a las puertas de una casa demencial.

La resaca era la esperada, ni más ni menos: dolor de cabeza, boca seca y miembros castigados como por una paliza. En el reloj de la cocina eran más de las cinco de la tarde. Al menos había dormido lo suficiente como para recuperarme del sueño atrasado, pero la luz amarillenta de la calle anunciaba ya el atardecer y no me apetecía nada la idea de sumergirme en otra larga noche. Bebí agua, mucha agua, y amorrado al grifo deseé por primera vez desde hacía años estar en el campo, al sol de una fresca mañana de primavera. Había que remontar el bajón inmediatamente. Reparé en la botella de Cardhu que había quedado en la mesita, llené con ella medio vaso de los de agua y tomé el licor con la resignación del que ingiere una medicina. Después puse café al fuego, lié un canuto y me senté a fumarlo con impaciencia. Supe que fumar ese porro y tomar café iba a inhibirme el apetito, pero calculé que el día anterior había comido lo suficiente como para aguantar unas cuantas horas más sin repostar. Eché de menos una rayita de coca. Quizá ahora que disponía de líquido podía conseguir un gramito del Nico... Pensé en qué podía tomar como sucedáneo y rebusqué en el botiquín del lavabo una caja de aspirinas que recordaba haber visto. Estaban caducadas desde hacía más de un año, pero de todas maneras tomé dos con lo que quedaba del Cardhu y fumé otro porro mientras sorbía el primer café.

A los veinte minutos volvía a ser el Pablo Miralles de siempre y pude cepillarme los dientes y afeitarme con cuidado de respetar los límites de mi flamante bigotillo.

Next
: preocuparme de lo que me tenía que preocupar. Mi primer plan de acción se había completado la noche anterior, ahora no quedaba más remedio que volver a pensar. Lo hice. Se me ocurrieron al menos dos vías de investigación que podía acometer y, sencillamente, empecé por la primera, sin más. Busqué en la mesa del comedor el teléfono móvil de
The First
, un modelo minúsculo con la parte del micrófono abatible, y me concentré en desentrañar sus misterios. Era seguro que disponía de un sistema de memorización de números, y era quizá posible que pudiera accederse también al origen de las últimas llamadas recibidas, o al menos a las últimas efectuadas desde el propio aparato. Por lo pronto descubrí yo solito cómo funcionaba la agenda y me encontré con un total de diecisiete números memorizados que apunté en un papel. Por los nombres y comparando con mi propia agenda de bolsillo comprobé que cuatro de ellos eran conocidos: el de mis Señores Padres (PaMa), el del domicilio de
The First
(Casa), el del despacho (Miralles) y el mío (P José). Otros marcados como Taxi, Seguro, Club y Pumares eran también fáciles de identificar y la lista quedó reducida a nueve incógnitas. Entre ellas se encontraba probablemente el número de la secretaria de
The First
, pero no recordaba su nombre de pila. Probablemente era el correspondiente a aquel Lali tan familiar, pero para ganar tiempo decidí llamar a mileidi:

—Gloria, soy Pablo. ¿Hay novedades?

—Nada. Y tú: ¿tienes algo?

—Nada concreto. Oye, te llamo para ver si puedes echarme una mano. ¿Sabes cómo funciona el teléfono de Sebastián?

—Pues..., supongo que como todos.

Menuda explicación.

—Otra cosa: ¿tienes papel y lápiz a mano?

No tenía. Fue a por él y volvió.

—Apunta estas palabras que te dicto y dime si alguna te suena. Corresponden a la agenda del teléfono de Sebastián, quiero saber a quién pertenecen los números que tiene memorizados. ¿Preparada?

—Preparada.

—Vale, va el primero:
Llava
: L-L-A-V-A. ¿Te suena?

—No.

—El segundo:
Vell Or
: V-E-L-L, espacio, O-R.

—Vell Or, nada.

—Va el tercero:
Mateu
: M-A-T-E-U.

—Éste sí. Debe de ser Lluis Mateu, abogado. Hemos cenado juntos alguna vez, con su mujer. Le lleva los asuntos legales a Sebastián desde hace años.

—Muy bien. Va el siguiente:
Lali
: L-A-L-I.

—Sí, ésta debe de ser Lali...: 410 76 90, ¿no?

—Sí. ¿Nuestra amiga la secre?

—Sí.

—Ya contaba con eso. Siguiente:
Villas
: V-I-L-L-A-S.

—Ni idea.

—Siguiente:
JG
: como si fueran iniciales. ¿Estás apuntando?

—Sí. Tampoco me suena.

—Otro:
Maria
: tal cual pero sin acento.

—No sé, supongo que conozco a varias marías... ¿Puede ser la antigua secretaria de tu padre, la que ahora está en recepción?

—Buena idea. Lo comprobaré... Va el siguiente:
Tort
: T-O-R-T.

—Nada.

—Muy bien, va el último:
Fosca
: F-O-S-C-A.

—Ése debe de ser el número de la casa de La Fosca.

—¿Y eso?

—¿La Fosca?: es una cala, cerca de Palamós. Tenemos alquilada una casita allí. ¿Tiene prefijo de Gerona?

–972, sí, supongo. Vale, debe de ser eso. Escucha, dale unas cuantas vueltas más a la lista a ver si se te enciende alguna lucecita, ¿de acuerdo?, y si se te enciende me llamas. Estaré en casa un buen rato; si no, me dejas un mensaje. ¿Sabes cómo se activa el contestador automático de Telefónica?

Asterisco, 10, becuadro. Probé nada más colgar. Nadie se dignó a decirme ahí te pudras, ni vocecitas pregrabadas ni leches. Volví a colgar y descolgar para comprobar que se hubiera activado: «El servicio contestador de Telefónica le informa que no tiene mensajes». Chachi.

Lo siguiente era llamar al despacho. Eran las siete menos cinco, todavía encontraría al personal en pleno. Se puso, como siempre, la María.

—María, soy Pablo: oye, ¿tu número de teléfono es el 323 43 12, con prefijo 93?

—¿Cómo lo sabes...?

—Estoy haciendo un cursillo de telepatía. A ver: ¿te suena un tal Tort?

—Sí. Es el director de la oficina del Santander de abajo. Viene por aquí a menudo.

Uno menos. Le pedí que me pusiera con el Pumares y remodulé mi voz hasta darle el tono conveniente para que se tomara en serio las instrucciones que estaba a punto de darle el hermano tarambana del jefe.

—Sí, dime, Pablito...; ¿cómo está tu hermano?

—Convaleciente pero mejor, gracias. Por cierto, me acaba de dar un encargo para usted: necesita un listado de todas las llamadas que se han hecho desde el despacho en el último mes. Se aburre de estar en la cama y quiere aprovechar para estudiar la manera de reducir gastos de teléfono.

—¿Que quieres un queeé?

—Un listado: un acopio de información organizada en filas llamadas registros y columnas llamadas
campos
. Es muy frecuente verlos por las oficinas desde que hay ordenadores.

—No me jodas, Pablito, que ya sé lo que es un listado, pero de dónde quieres que saque la información...

—Le sugiero que la solicite a Telefónica.

—Pero eso vale dinero, coño, Pablo...

Si el encargo se lo hubiera hecho directamente
The First
hubiera perdido el culo por complacerlo de inmediato, pero bastaba que apareciera yo como persona interpuesta para que resoplara como si la hubiera despertado a las tres de la mañana para pedirle fresas con nata. Podía recordarle que su contrato de trabajo estaba firmado por mí como socio a partes iguales de la empresa, pero no era cuestión de ponerse a discutir. Además, una mera referencia nominal resulta casi siempre incapaz de cambiar veinte años de reflejos condicionados.

—Escuche, Pumares: ya le he dicho que es un encargo de mi hermano, tiene la voz completamente rota y el médico le ha recomendado no hablar en absoluto. Claro que si no se fía y prefiere que le diga a mi padre que hable con usted..., ¿se fía de mi padre, no?

La mención al patriarca tiene siempre efectos fulminantes. Hizo una pausa durante la que dejó escapar un resoplido y condescendió, «Muy bien: dile a tu hermano que veré lo que puedo hacer».

La lista de teléfonos desconocidos había quedado reducida a cuatro nombres y los escribí aparte para verlos más claramente, a ver si me inspiraba.
Villas, Llava, Vell Or, JG
... Hubiera sido estupendo que
JG
correspondiera a Jaume Guillamet, pero en la vida las cosas no suelen ser tan redondas. Probé suerte intentando deducir en dirección contraria: ¿qué números era previsible que tuviera grabados
The First
?: el del despacho, el mío, el de su propia casa, el de mis Señores Padres en Barcelona y Llavaneras... ¡Llavaneras! Cotejé el número correspondiente a Llava con el del chalet de mis SP's apuntado en mi agenda: bingo. Estaba a punto de ir a besarme al espejo cuando sonó el teléfono.

Era
Lady First
:

—Pablo, se me ha ocurrido que Sebastián suele ir con Lali y conmigo a un restaurante de la calle Marqués de Sentmenat..., se llama El Vellocino de Oro, a menudo llama para reservar mesa. He pensado que quizá sea el
Vell Or
de la lista. ¿Tiene sentido?

—Todo el sentido del mundo. Ahora mismo lo compruebo. Después te llamo.

Marqué el número. Contestó una voz masculina: «
Vellocino
, dígame». Dije que me había equivocado y taché un nombre más de la lista. Quedaban sólo
Villas
y
JG
, y me entretuve un poco en tratar de identificar su ubicación aproximada a partir de las cifras posteriores al prefijo 93.
Villas
era un 430 típico de la zona de Las Corts donde estaba mi propia casa, el despacho y el ático de
The First
.
JG
era un 487 que no me decía nada, aunque quizá pudiera preguntar a los de información de Telefónica.

Probé.

—«
Bienvenido al servicio de información de Telefónica
...». (...) Buenas tardeees, le atiende Mari Ángeleees.

—Hola, Mariángeles, necesito confirmar un dato: los tres primeros números de un teléfono se identifican con una determinada zona de la ciudad, ¿no?

—Mmm..., psssí.

Qué demonios debía de significar «mmm..., pssssí»...

—Bueno, me puedes decir a qué barrio corresponde un 487.

—¿Tiene el número completo?

Le di el número completo.

—Sarrià-Sant Gervasi.

—¿No me puedes dar la dirección exacta?

Mariángeles lo sentía mucho pero no estaba autorizada.

Sarrià-Sant Gervasi. Eso debía de abarcar desde la plaza Calvo Sotelo hasta el quinto coño saliendo montaña arriba en dirección al Tibidabo. Y a saber si se incluía también Pedralbes, o incluso Vallvidrera, nunca he entendido muy bien las divisiones administrativas de la ciudad y tampoco tenía ganas de ponerme a ello en ese momento. Además, estuviera donde estuviera ese JG tanto podía ser el psiquiatra de
The First
como su proveedor de antigüedades o el sastre carpetovetónico que le hacía los trajes de pijo divino (Jesús Gatera, Jacinto Garrafones, Juanito Gazuza?).

Decidí dejarme de especulaciones y llamar directamente. Marqué el número. Tardaron un poco en descolgar:


Jenny G.
, buenas tardes.

Cielo santo: voz de gatita dulce, pronunciación a la inglesa y tono de estar encantada de haberme conocido. Puti-club: fijo. Me pilló tan de improviso que tuve que hacerme el remolón para ganar tiempo. Terminé por poner voz de cuarentón de clase alta en busca de refinamientos de nombre extranjero:

—Sí..., con Jenny, por favor.

—¿Es usted... amigo de la casa?

—Nnnno, no exactamente. Llamo de parte de un amigo.

—Lo lamento, señor, es posible que se equivoque.

Bien, bien, bien. Mi Estupendo Hermano no sólo estaba liado con su secretaria sino que además hacía pinitos en una casa de putas en la que hasta la recepcionista era filóloga y decía «lo lamento», así que las putas propiamente dichas debían ser descendientes de los Romanov. Se iba perfilando en
The First
la figura de un Estupendo Gángster con su abrigo de pelo de camello blanco y su puro con vitola personalizada.

No quise dejar trabajo pendiente y probé también llamando al número de
Villas
. Después de un par de pi-pips oí que descolgaban, pero no sonó ninguna voz. «¿Buenas tardes? —dije—. ¿Oiga?» Nada. Colgué, volví a marcar por si me había equivocado y volvieron a descolgar, pero tampoco dieron señales de vida. Aún lo intenté por tercera vez y fue lo mismo. En fin: di por momentáneamente terminada la investigación telefónica y puse en marcha el ordenador. Me conecté a Internet y escribí «Jaume Guillamet» en el search de Alta Vista.

La vorágine.

Empecé leyendo un resumen de la SEOD donde se aseguraba que la disarmonía dentomaxilar por apiñamiento afectaba en la actualidad a un sesenta por ciento de los adolescentes granadinos. Lo interesante del caso es que cráneos medievales estudiados al respecto sólo la presentaban en un escaso trece por ciento, y semejante diferencia hacía sospechar a los expertos que algo gordo estaba pasando, aunque no se aclaraba si solamente en Granada, en el occidente judeo-cristiano, o en toda la galaxia. Después probé con una exposición sobre los aspectos histopatológicos de la reparación periapical y, todo seguido, con otra sobre los conductos condicionantes en tales reparaciones. A partir de aquí empecé a sospechar que alguien llamado Jaume Guillamet era dentista; por lo pronto firmaba documentos en calidad de «Presidente de la Delegación Promocional del Comité Ejecutivo del Colegio de Odontólogos y Estomatólogos de España», cargo que ya de lejos atufaba a dentista y de los caros. Pero eso fue sólo el principio: al poco supe de la existencia de varios Guillamet implicados en la dirección de la Unió Esportiva Figueres, del fotógrafo de la Tumba de Kiki y conservador del patrimonio artístico de Andorra, de una tal Eva María Guillamet que afirmaba en su güeb personal que le gustaban las novelas de Agatha Christie, ir de camping y conocer a gente interesante (no como ella), y hasta de un Sylvester Guillamet, taxista en Manhattan, que tenía algo que ver con la Taxi & Limousine Comission de Nueva York y su declaración de derechos del pasajero, documento, por cierto, que otorgaba al viajero la potestad de obligar al conductor a apagar la radio durante el trayecto.

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