Lo que no te mata te hace más fuerte (43 page)

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Authors: David Lagercrantz

Tags: #Novela, #Policial

BOOK: Lo que no te mata te hace más fuerte
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Cuando Andrei contaba once años de edad perdió a sus padres en la explosión de una bomba en Sarajevo, tras lo cual se fue a vivir a Tensta, a las afueras de Estocolmo, a casa de una tía suya que ni entendía nada de sus inquietudes intelectuales ni se preocupaba por sus heridas emocionales. Andrei no se hallaba presente cuando sus padres fallecieron. Sin embargo, su cuerpo reaccionó como si hubiera sufrido un estrés postraumático, y en la actualidad todavía seguía sin soportar los ruidos estridentes o los movimientos bruscos y repentinos. Le inquietaban las bolsas que alguien podía dejar un poco apartadas en los restaurantes u otros espacios públicos, y odiaba la violencia y la guerra con una intensidad que Erika no había visto jamás.

En su infancia se había refugiado en su propio mundo. Se sumergió en la literatura fantástica, leía poesía, biografías, le encantaban Sylvia Plath, Borges y Tolkien, y lo aprendió todo acerca de los ordenadores. Soñaba con ser un escritor que creara novelas desgarradoras sobre el amor y las tragedias del ser humano. El chico era un romántico empedernido que esperaba poder curar sus heridas con grandes pasiones y al que no le importaba lo más mínimo lo que ocurría en la sociedad ni en el mundo. A pesar de ello, una tarde, ya al final de su adolescencia, acudió a una conferencia abierta al público que daba Mikael Blomkvist en la facultad de Periodismo de la Universidad de Estocolmo. Y eso le cambió la vida.

Esa tarde hubo algo en la vehemencia de Mikael que le hizo alzar la mirada para observar un universo que sangraba debido a las injusticias, la intolerancia y la corrupción. Y en vez de fantasear con novelas lacrimógenas empezó a pensar en escribir reportajes de crítica social, y no mucho tiempo después llamó a la puerta de
Millennium
y pidió que le dejaran trabajar haciendo lo que fuera: preparar café, repasar pruebas, realizar gestiones en la calle… Deseaba estar allí a cualquier precio. Quería pertenecer a la redacción, y Erika, que ya desde el principio había advertido un fervor en sus ojos, le encargó algunos cometidos de menor importancia: noticias cortas, trabajos de documentación y breves semblanzas de algunos personajes. Pero sobre todo le aconsejó que estudiara, una recomendación que él siguió con la misma energía con que lo hacía todo. Realizó estudios de mediación y resolución de conflictos, ciencias políticas, comunicación audiovisual y economía y, mientras tanto, hacía sustituciones en
Millennium
. Todo, por supuesto, motivado por el deseo de convertirse un día en un periodista de investigación de mucho peso, como Mikael Blomkvist.

Pero a diferencia de tantos otros reporteros, Andrei no era un tipo duro. Seguía siendo un romántico. Seguía soñando con el gran amor de su vida, y tanto Mikael como Erika habían dedicado bastante tiempo a hablar con él sobre sus problemas amorosos. Las mujeres se sentían atraídas por Andrei con la misma facilidad con que le abandonaban. Tal vez hubiera algo bastante desesperado en su ansia de amar, y quizá a muchas las asustara la intensidad con la que expresaba sus sentimientos; incluso era probable que revelara muy pronto sus defectos y debilidades. Se mostraba excesivamente abierto y transparente. En definitiva, era demasiado bueno, como solía decir Mikael.

Pero Erika creía que Andrei estaba a punto de deshacerse de esa vulnerabilidad juvenil. Al menos eso era lo que se reflejaba en su periodismo. Esa convulsiva ambición de querer emocionar con la que había sobrecargado su prosa había sido sustituida por una sobriedad mucho más eficaz, y ella sabía que ahora que se le había brindado la oportunidad de colaborar con Mikael en la historia de Balder iba a darlo absolutamente todo.

Tal y como habían establecido, Mikael escribiría el grueso del reportaje, la estructura narrativa en la que se apoyaría todo lo demás. Andrei le ayudaría con la investigación previa pero también con la redacción de unos artículos suplementarios y algunas presentaciones biográficas. A Erika le gustaba el planteamiento. Y, en efecto, tras aparcar en Hökens gata y entrar en la redacción, los halló a los dos, tal y como se había imaginado, absortos en su trabajo.

Era verdad que de vez en cuando Mikael murmuraba para sí algunas palabras ininteligibles; en sus ojos, Erika no sólo vio esa chispeante determinación sino también cierto tormento, lo que no le sorprendió. Mikael había dormido fatal. Los medios de comunicación le estaban dando fuerte, y encima había prestado declaración en la comisaría, donde se había visto obligado a hacer una cosa de la que, precisamente, le acusaba la prensa: ocultar información. Y a Mikael todo eso le pasaba factura.

Mikael Blomkvist era un escrupuloso cumplidor de la ley, en cierto sentido un ciudadano ejemplar. Pero si había alguien que pudiera hacerle transgredir el límite de lo prohibido, ésa era Lisbeth Salander. Antes caería en desgracia que traicionarla. Por eso había estado en la comisaría limitándose a declarar: «Me acojo a la protección de fuentes», así que no era raro que se sintiera incómodo y le inquietaran las consecuencias. Y sin embargo… Ante todo, estaba concentrado en su reportaje y, al igual que Erika, se preocupaba más por Lisbeth y el niño que por su propia situación. Tras pasar un rato contemplándolo, Erika se acercó y le preguntó:

—¿Cómo va?

—¿Qué…? Bueno… Bien… ¿Qué tal en la casa?

—He hecho las camas y he metido comida en la nevera.

—Muy bien. ¿Y no te ha visto ningún vecino?

—No, nadie.

—¿Por qué tardan tanto en llegar? —preguntó.

—No lo sé. Me pone enferma de preocupación.

—Esperemos que estén descansando en casa de Lisbeth.

—Esperemos que sí. Y por lo demás, ¿qué has averiguado?

—Bastantes cosas.

—Muy bien.

—Pero…

—¿Sí?

—Es sólo que…

—¿Qué?

—Es como si hubiera sido arrojado hacia atrás en el tiempo, o como si me acercara a sitios donde ya he estado antes.

—Creo que vas a tener que explicarme eso más detenidamente —dijo ella.

—Sí, voy a…

Mikael echó un vistazo a la pantalla de su ordenador.

—Pero primero debo seguir con esto. Luego hablamos, ¿vale? —zanjó, y entonces ella lo dejó en paz, dispuesta a marcharse a casa, aunque, como era lógico, se mantendría en alerta en todo momento por si surgía alguna emergencia y había que intervenir.

Capítulo 20

23 de noviembre

La noche fue tranquila, preocupantemente tranquila, y a las 08.00 horas un meditabundo Jan Bublanski se presentó ante su equipo en la sala de reuniones, convencido de que tras haber echado a Hans Faste podría hablar con total libertad, sin miedo a las filtraciones. Por lo menos allí dentro, con sus colegas, se sentía más seguro que utilizando su ordenador o su móvil.

—Todos os dais cuenta de la gravedad de la situación —empezó diciendo—. Se ha filtrado información confidencial. Debido a eso una persona ha muerto y la vida de un niño se encuentra en peligro. A pesar del intenso trabajo realizado ignoramos cómo se ha producido la filtración. Puede haber tenido lugar aquí, o en la Säpo, o en el Centro Oden, o en el entorno personal y profesional del profesor Edelman, o en el de la madre y su pareja, Lasse Westman. No sabemos nada con seguridad, por lo que debemos ser extraordinariamente prudentes, incluso paranoicos, diría yo.

—También es posible que hayamos sufrido una intrusión informática o que hayan interceptado alguna conversación telefónica. Todo parece indicar que nos hallamos ante una banda criminal que domina las nuevas tecnologías con una pericia muy por encima de lo acostumbrado —añadió Sonja Modig.

—Exacto, y eso no convierte el asunto en menos desagradable —continuó Bublanski—. Tenemos que ser cautos en todos los niveles, abstenernos de comentar nada importante por teléfono, por ejemplo, por mucho que nuestros jefes elogien nuestro nuevo sistema de telefonía móvil.

—Lo hacen porque nos salió por un ojo de la cara —comentó Jerker Holmberg.

—Quizá también deberíamos reflexionar un poco sobre nuestro propio papel —siguió Bublanski—. Acabo de hablar con una joven e inteligente analista de la Säpo, Gabriella Grane se llama, por si el nombre os resulta familiar. Ha sido ella la que me ha hecho ver que el concepto de lealtad en la policía no es tan sencillo como podría pensarse. Tenemos muchas lealtades diferentes, ¿a que sí? Está la obvia, la que mantenemos con la ley. Hay una para con la gente de la calle y otra para con los colegas, pero también una con nuestros superiores y otra con nosotros mismos y nuestra carrera profesional. En algunas ocasiones, esas lealtades, todos lo sabemos, colisionan entre sí. Unas veces se protege a un compañero y se falla en la fidelidad a los ciudadanos, y otras uno ha recibido órdenes desde arriba, como le ha sucedido a Hans Faste, y entonces dicha lealtad choca con la que él debería haber tenido con nosotros. Pero de ahora en adelante, y estoy hablando muy en serio, quiero que haya una sola, y ésa no es otra que la que le debemos a la propia investigación. Detendremos a los culpables y nos aseguraremos de que nadie más sea víctima de esos criminales. ¿Os parece bien? Y da igual que os llame el mismísimo primer ministro o el jefe de la CIA y os hable de patriotismo y de las enormes posibilidades de promoción y ascenso que se os presentan… Vosotros no diréis ni pío, ¿a que no?

—No —contestaron todos al unísono.

—¡Estupendo! Como ya sabéis, fue nada menos que Lisbeth Salander la chica que intervino en Sveavägen; estamos intensificando al máximo nuestros esfuerzos para dar con su paradero —continuó Jan Bublanski.

—¡Por eso debemos divulgar su nombre y servirnos de los medios de comunicación! —exclamó Curt Svensson no sin cierta vehemencia—. Necesitamos la ayuda que nos pueda prestar la gente de la calle.

—Sé que existen opiniones encontradas respecto a ese tema, así que me gustaría volver a plantearlo. Para empezar, supongo que no hace falta que os recuerde que en anteriores ocasiones Salander ha sido muy mal tratada tanto por nosotros como por los medios de comunicación.

—Eso ahora no importa —repuso Curt Svensson.

—No resultaría del todo improbable que hubiera más personas en Sveavägen que la pudiesen reconocer, de modo que su nombre, pese a todo, podría divulgarse en cualquier momento, lo que nos resolvería el problema. Pero antes de que eso ocurra quiero recordaros que Lisbeth Salander salvó la vida del niño y merece todo nuestro respeto.

—De acuerdo, de eso no cabe duda —admitió Curt Svensson—. Pero luego más o menos lo secuestró.

—Contamos con datos que más bien indican que quería proteger al niño a cualquier precio —intervino Sonja Modig—. Lisbeth Salander es una persona que ha tenido muy malas experiencias con las autoridades. Toda su infancia fue una continua serie de abusos por parte del Estado, y si ella sospecha, al igual que nosotros, que existe una filtración dentro de la policía, podemos estar muy seguros de que no va a ponerse en contacto con nosotros por propia voluntad.

—Eso importa menos todavía —se empeñó Curt Svensson.

—En cierto sentido tienes razón —prosiguió Sonja—. Tanto Jan como yo coincidimos contigo en que lo único importante en este asunto es si está justificado, desde el punto de vista de la investigación, que divulguemos su nombre o no. La seguridad del niño se antepone a todo lo demás, y es ahí donde más dudas se nos presentan.

—Entiendo vuestro planteamiento —dijo Jerker Holmberg con una discreta ponderación que enseguida atrajo la atención de todo el mundo—. Si la gente descubre a Salander el niño también se verá expuesto a una situación de riesgo. Aun así, creo que nos queda por responder una serie de preguntas, sobre todo una un poco solemne y fundamental: ¿qué es lo correcto? Y para contestarla me veo obligado a apuntar que, aunque tenemos una filtración, no podemos aceptar que Salander oculte a August Balder. El chico es una parte esencial de la investigación, y nosotros, con o sin filtración, estamos mucho más capacitados para proteger a un niño que una chica joven con una vida emocionalmente perturbada.

—Sí, claro, eso es evidente —murmuró Bublanski.

—Exacto —continuó Jerker Holmberg—. Y aunque no se trate de un secuestro en el sentido habitual de la palabra y todo se haya hecho con las más nobles intenciones, el daño que se le puede ocasionar al niño es el mismo. Desde un punto de vista psicológico, debe de ser extremadamente perjudicial para él estar huyendo tras todo lo que le ha sucedido.

—Es verdad —asintió Bublanski—. Pero la cuestión sigue siendo cómo tratar la información.

—Ahí estoy de acuerdo con Curt. Debemos divulgar el nombre y la fotografía a la vez. Nos podría proporcionar una ayuda inestimable.

—Sí, eso es cierto —prosiguió Bublanski—. Pero también podría proporcionársela a los criminales. Tenemos que partir de la premisa de que los asesinos no han abandonado la búsqueda del niño, al contrario, y como tampoco sabemos nada de la posible relación entre el niño y Salander, no podemos imaginar qué pistas les daría la publicación del nombre. Tengo serias dudas de que su divulgación en los medios beneficie a la seguridad del chico.

—Ya, pero además ignoramos si le protegemos mejor no difundiendo su nombre —contestó Jerker Holmberg—. Faltan demasiadas piezas en el puzle para sacar ese tipo de conclusiones. Por ejemplo: ¿trabaja Salander para alguien? ¿Tiene sus propios planes para el niño aparte de protegerlo?

—¿Y cómo podía saber que el crío y Torkel Lindén iban a salir a la calle justo en ese momento? —apostilló Curt Svensson.

—Tal vez se encontrara allí por pura casualidad.

—No parece muy creíble.

—La verdad no siempre parece creíble —continuó Bublanski—. Diría incluso que eso es lo que la caracteriza. Pero estoy de acuerdo, no convence mucho que se hallara allí por casualidad teniendo en cuenta las circunstancias.

—Como la de que Mikael Blomkvist también supiera que algo iba a pasar —terció Amanda Flod.

—Y la de que exista una conexión entre Blomkvist y Salander —apostilló Jerker Holmberg.

—Exacto —asintió Bublanski.

—Mikael Blomkvist sabía que el chico estaba en el Centro Oden, ¿verdad?

—Sí, se lo había contado Hanna Balder, la madre —confirmó Bublanski—. Una madre que, como comprenderéis, no se encuentra muy bien ahora mismo. Acabo de hablar largo y tendido con ella. Pero Blomkvist no debía de saber que habían engañado a Torkel Lindén para que saliera a la calle con el niño.

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