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Authors: Lydia Cacho

Los demonios del Eden (17 page)

BOOK: Los demonios del Eden
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La madeja se entrampa en un tejido de argumentos contracdictorios, escuchados en boca de hombres como Bill Clinton, Cuauhtémoc Cárdenas, Diego Fernández de Cevallos, Andrés Manuel López Obrador, y hasta del Obispo Primado de México, que justifican el comercio sexual como una empresa “ilegal, pero necesaria” o como “la profesión más antigua de la humanidad”. De esta manera se naturaliza un delito contra las mujeres y las niñas y niños, al grado de que dicho negocio está reglamentado o legalizado en diversos países del mundo.

Pero ¿cuáles son las raíces de esa normalización del comercio sexual? Sí, un comercio formal que, a la vez que se exhibe en público como un horror social (en casos como el del pederasta Succar Kuri), por debajo de esos casos ejemplares, mantiene la maquinaria perfectamente aceitada para continuar produciendo miles de millones de dólares al año.

—La sociedad mantiene en las bases de la prostitución un argumento sólido: “Las mujeres pueden ser compradas” y, por tanto, “siempre habrá un hombre para adquirir su cuerpo y usarlo” —asegura Julia Monarres, feminista y académica investigadora del Colegio de la Frontera Norte, en Chihuahua, México.

Prácticamente en todas las culturas de oriente y occidente la sexualidad humana tiene, incluso en pleno siglo XXI, una carga de tabú que le permite sostenerse sobre argumentos biologicistas anacrónicos. En el tema que nos ocupa, el primordial es que a hombres y mujeres por igual suele educársenos con base en la teoría de que ellos tienen una necesidad sexual biológica de tal magnitud que justifica que realicen actos como el de comprar sexo a terceros y forzar a sostenerlo a personas que no lo desean o que los rechazan.

En esos mismos preceptos culturales, justificados incluso en libros como La Biblia y El Corán, encontramos que se califica a las mujeres sexo servidoras —que en su gran mayoría entran a la prostitución de manera forzada— como seres desechables, inferiores y sucios que merecen el desprecio de la sociedad.

A esa sociedad no le importa que miles de esas prostitutas lo sean por la violencia estructural que les impide encontrar otras formas de vida y que engrana con una economía androcéntrica facilitadora del negocio del lenocinio. Todas son despreciadas, incluso aquellas que fueron secuestradas, vendidas y enviadas a los grandes prostíbulos del mundo en Holanda, Bélgica y Austria, por mencionar algunos. Receptoras de un vilipendio similar son las que se mantienen como esclavas sexuales en los Emiratos Arabes, en Israel, en Grecia y, por supuesto, en México, donde la industria de la explotación sexual ha crecido cuarenta por ciento en los últimos diez años.

Tan sólo en Monterrey, Nuevo León, en los pasados tres años (2002 a 2004) el negocio del comercio de mujeres y de los table dances, alimentado con extranjeras traídas a México a través de las redes de corrupción tejidas entre empresarios, agentes de migración y los cuerpos policíacos locales, ha arrojado ganancias de más de doscientos millones de pesos a muchos. Entre ellos se encuentra el restaurantero apodado “El Diablo”, sobre quien tanto la Secretaría de Gobernación, por medio del Instituto Nacional de Migración, como la AS, tienen investigaciones abiertas por tráfico de mujeres adolescentes, traídas desde Venezuela, Cuba, El Salvador y, a últimas fechas, Rusia. En febrero de 2005 el diario El Norte publicó una nota en la cual refiere que “Marcial Herrera Martínez, presidente de la organización estatal Comprometidos por Nuevo León, presentó ante la delegación de la PGR de Nuevo León, una denuncia contra Alberto Sada Martínez, integrante de la Comisión de Acceso a la Información Pública estatal, por presuntamente tener relación con cinco sitios internet con material pornográfico”. Aunque la investigación del caso Sada Martínez todavía está en proceso, si se lograra probar su relación con dichas páginas, se trata de pornografía adulta y su castigo no pasaría de una refriega moral de la sociedad neoleonesa, ya que ésta no es delito; más bien, como ya dijimos, es un gran negocio legal.

La defensa de Jean Succar argumenta que las niñas aceptaban dinero a cambio de tener sexo con Johny. “Es simple prostitución” dijeron a la prensa. En ese contexto la prostitución y la pornografía son sólo dos negocios lucrativos más que forman parte de la economía mundial avalados por el Estado. Son parte de una industria formal, que abre tiendas donde se autoriza la venta de videos que reproducen todas las formas de sexo violento, como una variante de entretenimiento masculino. Una industria que se rige bajo las leyes sanitarias, en todo el mundo, las cuales exigen tarjetas de salud a las prostitutas (pero no a sus clientes, ni a sus lenones) y bajo leyes que regulan las zonas “de tolerancia” y conceden permisos de operación a prostíbulos y table dances con bailarinas ilegales.

El analista Carlos Paris, colaborador del diario Periodistas Católicos, manifiesta al respecto:

En efecto, al institucionalizar, reconocer y, por lo tanto, normalizar, una práctica inadmisible para una sociedad en que los seres humanos alcancen su plena libertad y dignidad, la legislación se hace cómplice de semejante actividad. Y si, como algunos pretenden, que a través de la regulación se recauden impuestos, asistiríamos a la conversión del Estado en gran proxeneta. Esta repugnante complicidad debería ser motivo de reflexión para quienes la regulación proyectan.

Pero, en una actitud más radical se mueven las opiniones que llegan a considerar a la prostitución como expresión de la libertad propia de una sociedad no represiva. Semejante pretensión exaltadora adolece de dos graves defectos: su falseamiento de la realidad y su inconsistente análisis de la libertad y las relaciones sexuales. En el primer aspecto se vuelven las espaldas al hecho de que la inmensa mayoría de las prostitutas han llegado a tal situación forzadamente, sea por coacción directa, sea por indigencia. Yen el segundo se desconoce que la libertad no puede ser unilateral en las relaciones sexuales; exige la libre voluntad por ambas partes, y quien se entrega por una retribución sustituye, aun en el caso de una persona no coaccionada, la libre iniciativa por la servidumbre al poder del dinero. De la mano de ese negocio van siempre imbricados otros que sí son considerados delitos, como la pornografía infantil y el tráfico internacional de mujeres y menores para fines de comercio sexual.

La contradicción de las políticas de Estado al respecto es absolutamente visible y evidente. Las de la pornografía y la prostitución son industrias que, si bien nacen, crecen y se fortalecen en el ámbito de la violencia y el abuso, están integradas con claridad en la estructura social; y quienes hacen las leyes y las ejecutan no dan visos de estar interesados en prohibir la explotación sexual adulta, conocida en el mundo comercial como prostitución.

Las niñas y jovencitas a quienes Jean Succar Kuri explotó durante años fueron observadas, al igual que el sujeto, por cientos de personas que decidieron no hacer nada para detenerlo.

Pero ¿por qué, se preguntará usted, consideramos tan normal la prostitución adulta y nos afecta tanto la infantil? La respuesta nos la ofrece, en parte, el criminólogo español Miguel Lorente Acosta...

Una sociedad no podría aceptar que se está utilizando la violencia y la agresión para mantener controlada y sometida a la mitad de la población, a las mujeres. La sociedad, con sus normas y valores androcéntricos, responde ocultando la realidad.

Por su parte, la ya mencionada doctora Dianne Russel, de origen sudafricano y autora de los libros El trauma secreto: el incesto en la vida de niñas y mujeres (Basic Books, Nueva York, 1986) y del aclamado bestseller Making violence sexy (Haciendo sexy a la violencia), Teachers College Press, Nueva York, 1993) agrega su opinión al argumento anterior. Durante una entrevista realizada en la Ciudad de México, la creadora del término femicidio (el homicidio de mujeres como crímenes de género) comentó:

—Yo definiría a la pornografía como un material que combina sexo y/o exposición de la genitalia con abuso y degradación en una forma que logra promover, disculpar y fomentas ese comportamiento sexual degradante. Conceptualizo a la pornografía como una forma de lenguaje de odio y discriminación contra las mujeres y niñas. Las revistas pornográficas y los sitios de internet están plagados de este lenguaje. Basta ver un ejemplar de Hustler, de Larry Flint, y observar cómo se traduce en actos de supuesta sensualidad y sexualidad una violación múltiple de una joven en una mesa de billar. En internet encontramos también la erotización del incesto, la violación y la mutilación.

Con respecto a la diferencia entre pornografía y erotismo, la doctora Russel explica:

—El erotismo es un material sexualmente sugestivo y excitante, que está libre de racismo, sexismo y homofobia, y que es respetuoso de todos los seres humanos. No tengo nada en contra del sexo explícito, aunque el erotismo es mucho más que sólo cuerpos, puede ser el simple acto de mirar. La diferencia básica en relación con la pornografía es que el erotismo está libre de violencia.

Las víctimas de Jean Succar Kuri testifican que mientras el sujeto las forzaba a tener sexo, con él y/o con otras niñas y niños, las filmaba con video y tomaba fotografías digitales que luego les mostraba en su computadora. Como ya mencionamos, un grupo especializado de la Agencia Federal de Investigaciones halló dichas fotografías y se identificó a las víctimas retratadas en ellas como las denunciantes. En ese contexto preguntamos a Dianne Russel cuál considera que es la liga entre la pornografía y la perpetuación de los demás delitos sexuales.

—Existen varios experimentos científicos. Entre ellos puedo mencionar uno de Neil Malamuth; éste muestra que los integrantes de un grupo de hombres que no han mostrado un perfil violento ni sexista durante su vida, después de ser expuestos sistemáticamente a videos pornográficos, comienzan a albergar fantasías y sueños de violación sexual, en los que son sujetos activos. El resultado es sorprendente porque ellos mismos se asustaron ante los efectos inconscientes de la pornografía. Otro estudio indica cómo la pornografía debilita las inhibiciones de hombres que antes del estudio habían declarado sentir el impulso de violar a una mujer a quien deseaban y no correspondía sus afectos, o a quien ni siquiera conocían.

“Los trabajos de dos especialistas norteamericanos, Zillman y Bryant, muestran también que la exposición repetida durante un periodo de cuatro semanas a videos porno aumentó en setenta por ciento la superficialidad con que los hombres (los sujetos de estudio) veían la violación. La mayoría reportó al final de la investigación que ésta era responsabilidad de las víctimas y no era un delito grave; por tanto, concluyeron que se atreverían a forzar a una joven a tener sexo con ellos si estuvieran seguros de que —al igual que en las películas pornográficas— se saldrían con la suya sin ningún castigo.

“Pero —continuó la doctora Russel—, tal vez el estudio fundamental sobre este tema es el de James Check. El doctor Check logró realizar comparaciones formales sobre el efecto de distintos tipos de pornografía en los hombres. Encontró que el material violento genera los efectos más negativos; en segundo lugar se encontró un patrón de aceptación en la pornografía que degrada a las mujeres para excitar al varón y, en tercer lugar, que el material erótico generaba la misma excitación en el sujeto sin los efectos negativos de la violencia inducida. Por supuesto, entre los efectos negativos de la pornografía que James Check documentó, se encuentran los de la normalización de la violación de la mujer ‘objeto’ de sus deseos.”

Según Dianne Russel, la estrategia de Succar al mostrar a sus víctimas las fotografías y videos en los que se ven degradados, cumple dos fines específicos: “normalizar” los hechos en la mente de los menores y hacerles saber que él tiene pruebas de “sus pecados” o “sus cochinadas”, como las propias víctimas les llaman.

La opinión de Russel resalta aquella conversación sostenida por la denunciante principal de Succar y Gloria, su esposa, misma que transcribimos en páginas anteriores. En dicha conversación Gloria le dice a Emma que antes de que llegara la policía pudo robar unas cosas del departamento en Cancún de su esposo Jean Succar y que entre ellas se encuentran unos videos. Emma le pregunta: “¿Los videos donde estoy con otras niñas? ¿Y donde estoy con él?” (refiriéndose a Succar). “Sí”, responde Gloria, “ve haciendo memoria para que no te sorprendas cuando estén en el juicio.”

De acuerdo con los investigadores de la PGR y las especialistas de Protégeme, A. C., esta conversación demuestra con claridad que Succar mantenía a su lado a las víctimas extorsionándolas con la posibilidad de mostrar esos videos a sus madres y padres y comprobar que “lo hacían por gusto”. Coinciden con la doctora Russel al analizar el argumento esgrimido por el pederasta en una de sus charlas con Emma.

Succar le asegura a su víctima: “Vamos a hacer la prueba... sino te gusta el sexo [con otras niñas] nos vamos, te ofrezco un millón de dólares, si no te gusta no lo haces, ni por todo el dinero del mundo”. Con este argumento sigue responsabilizando a sus víctimas del abuso que él cometió. Con toda tranquilidad corresponsabiliza a las niñas y niños menores, de incluso cinco años de edad, por “aceptar sus caricias y tener sexo con él”.

Jean Succar Kuri y algunos de sus amigos, los que participaban en las fiestas o le pagaban para que les enviara niñas —al igual que los jóvenes de los estudios sobre pornografía que menciona Dianne Russel—, normalizan la violencia sexual, el abuso y la tortura psicológica de sus víctimas, a tal grado que, en pleno uso de sus facultades, se convencen a sí mismos de que sus víctimas deseaban, tanto como ellos, tener sexo en secreto. Así, la extorsión y las amenazas se convirtieron en factores erotizantes para ellos y en parte del juego de la seducción que ejercían sobre las víctimas menores de edad.

Según su propia visión, Jean Succar no es, por tanto, ni bestia ni monstruo; es un hombre normal (porque entra en la norma) que durante más de veinte años abusó de niñas y niños menores de edad. Por eso siempre aseguró que, al darles regalos caros y pagarles la escuela a sus víctimas (en especial a Emma) les paga por sus servicios; son, en sus propias palabras, “sus putitas”, es decir, sus prostitutas. De tal manera, él, como millones de hombres en todo el orbe que pagan a lenones por tener sexo con jovencitas o niñas, afirma que éstas son prostitutas, y dado que la prostitución es un negocio mundial perfectamente legal, ¿cuál es el problema? ¿Por qué se han de sentir culpables? Habría que preguntarles a las famosas firmas de abogados de Estados Unidos sobre los casos que han litigado a este respecto.

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