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Authors: Liliana Bodoc

Los Días del Venado (35 page)

BOOK: Los Días del Venado
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—Ya serás suficientemente zitzahay como para encontrarla —había respondido Cucub—. Y es posible que para entonces yo sea tan husihuilke que haya olvidado la mía.

"Crucé al otro lejos..." Cucub seguía cantando mientras esperaba la hora precisa. Cantaba y repasaba su aspecto. Al baño en el río, le había agregado ese día una larga permanencia cerca de un fuego encendido con ramas del copal aromático. Se ahumó él, y ahumó su ropa antes de colocársela. Cucub desechó algunas prendas, demasiado gastadas. Pero agregó otras tantas. El resultado fue el mismo desorden de texturas y colores superpuestos. Y sobre su atuendo de boda, todo lo que siempre acostumbraba cargar: cintos, dardos, su flauta y su cerbatana, puntas de piedra, plumas y semillas. —Canta el amor —dijo Molitzmós a sus espaldas. Cucub se enojó de sólo oírlo y no tuvo ganas de disimular:

—Y el desamor se esconde para escuchar.

El Señor del Sol se rió a carcajadas.

—Me quedo acompañando tu boda, ¡Y mira cómo me

tratas! —dijo Molitzmós—. Te busqué para obsequiarte

el cuchillo que tanto bien hizo en la batalla de las Colinas.

;; Cucub no extendía la mano.

—Acéptalo —insistió Molitzmós—. No puedes desairar un regalo de boda sin tener una razón de importancia. ¿La tienes, acaso?

Cucub no respondió, pero aceptó el cuchillo con una inclinación de cabeza.

—He oído que partirás con los husihuilkes —dijo Molitzmós.

—Así es. Me iré con Kuy-Kuyen. Y cuidaré de la familia de Dulkancellin tal como se lo prometí.

—¡Qué bien! —Molitzmós sonrió por dentro y por fuera—. ¿Entonces Thungür perderá el mando de la casa?

—Thungür y otros cuantos se quedarán aquí, en Beleram. Hace falta quienes transformen a los zitzahay en buenos guerreros.

La conversación no tenía cómo prolongarse.

—Te saludo —dijo Molitzmós, yéndose. Pero dio media vuelta: Una cosa más. Un día llegaré a Los Confines y golpearé la puerta de tu casa.

Cucub reconoció la amenaza, mal disfrazada de cortesía.

—Es posible que cuando llegues Cucub tenga ya muchos hijos que salgan a recibirte.

La boda tuvo sus manjares, su música y sus vasijas desbordadas de oacal. En el centro de una rueda, Cucub danzaba. Y hablaba y hablaba, aunque su lengua no se dejaba manejar con facilidad:

—Mi Kuy-Kuyen es bella como la luna del verano como nadie jamás ha visto y mírenla de brazaletes que ella misma tejió con flores para que ustedes coman y beban por Cucub que me llevaré esta mujer a Los Confines... y diga alguien si ha visto otra tan bella y que me digan qué endulza más la noche de un hombre si Kuy-Kuyen o el agua de oacal. Beban conmigo porque soy Cucub y feliz y estoy vaciando este jarro por mi hermano guerrero que yo sé que está aquí. Bailo... baila. Mastica baila y dime si mi Kuy-Kuyen no es bella como la luna y sírveme agüita de oacal. Baila Kupuka y bebe conmigo que nosotros dos sabemos que él está aquí mirando el desposorio y será que la muerte le dio el permiso. Mira a tu hija Dulkancellin y bebe por ella... Ven que te sirvo agua de oacal ¿Qué dices Kupuka? Si puede llorar también puede beber y ya que has venido a nuestra boda Dulkancellin te vuelvo a prometer por toda tu sangre... Dime hermano ¿hay mujer tan bella como tu Kuy-Kuyen? Y bebe bebe bebe... que mientras estemos bebiendo tendrás buena excusa para quedarte con nosotros.

Cucub terminó su danza por el suelo y se quedó dormido de oacal hasta el amanecer. Sin duda, algunos lo habrían trasladado desde el patio de la Casa de las Estrellas hasta su hamaca en la selva, porque allí despertó. Solamente su esposa estaba con él, y comía ciruelas. Kuy-Kuyen lo vio despertar y le ofreció un puñado. Crujió un poco la piel de la fruta cuando Cucub mordió. Se le escurrió la dulzura entre los dedos.

La Estirpe había quedado transformada en un pueblo sin ancianos. A pesar de eso se dispuso que también ellos regresaran a sus aldeas y a sus costumbres del mar. A ellos les correspondía sostener la herencia de los bóreos en la hechura de barcas y en la pericia para navegarías. La Estirpe recibió en custodia las costas del Yentru y sus mareas. Pero eran muy jóvenes. Estaban deseosos de excederse en el cumplimiento de las órdenes. "Para disputarle el mar a Misáianes hará falta algo más que navegaciones costeras". Sus ancianos se habían conformado con construir barcas que recorrían la costa comerciando entre Beleram y las aldeas de la Comarca Aislada. Ahora, ellos soñaban con llegar hasta el sitio en el que se unían el Yentru y el Lalafke. "Llegaremos navegando a Los Confines," "Llegaremos por mar a la casa de Cucub".

Nakín de los Búhos había terminado de regresar al Tiempo Mágico. Zabralkán la asistió, con medicinas y palabras, en todo lo que duró el doloroso trance de ir languideciendo por propia voluntad. Al día siguiente de la boda, algunos la sintieron atravesar los corredores como si un viento anduviera por la Casa de las Estrellas. Después, nadie supo más... Ya estaría Nakín del otro lado del tiempo, recuperando el color de sus mejillas. Y para siempre, ensimismada en su memoria.

Molitzmós, en cambio, partió de improviso. Únicamente se despidió de Zabralkán. En cuanto a Bor... Pronto volvería a verlo. Ellos habían conseguido hablar a solas en una oportunidad. Suficiente para hacerles comprender que se necesitaban y que, por el bien de ambos y de todos, debían mantenerse comunicados. Molitzmós se dio vuelta a mirar las antorchas de nuevo encendidas en la Casa de las Estrellas. Después galopó toda la noche para alcanzar a los Señores del Sol cerca de las Colinas del Límite.

También los husihuilkes abandonaban Beleram. Tenían por delante toda una lejanía y un desierto que, además de sus rigores naturales, guardaba la amenaza de los Pastores. Parecía poco probable que los Pastores del Desierto intentaran atacarlos. Sin embargo, como regresaban muy disminuidos en número, los guerreros del sur se prepararon fuertemente para el viaje.

Muchos de los que no volvían eran muertos de la guerra, sepultados en tierras de la Comarca Aislada. Pero también se quedaron en Beleram aquellos que habían sido asignados al adiestramiento de un ejército zitzahay. Éstos se reunían ahora para despedir a sus hermanos y enviar obsequios y adioses: "Dile a mi esposa que siembre estas semillas", "Estas plumas son para mi madre", "Cuéntale a mis hijos qué hermosa es la ciudad de Beleram..."

Los husihuilkes se llevaron consigo animales con cabellera que, en poco tiempo, fueron centenares. El pueblo de Los Confines los amó con facilidad, los bautizó con nombres sonoros y los mantuvo cerca de sus casas. Y al fin se transformaron en parte del cuerpo de los guerreros, que jamás volvieron a pelear sin ellos.

Kuy-Kuyen montó a la grupa de EspíritudelViento, agarrada muy fuerte a la ropa de Cucub. Thungür ya se había despedido del Brujo de la Tierra, y ahora caminaba en dirección a ellos.

—Si en la próxima fiesta del sol una mujer pregunta por mí, ofrécele estas semillas y dile que las siembre —dijo Thungür, entregando a su hermana una pequeña bolsa de cuero—. Estas plumas son para Vieja Kush. De ustedes dos es la tarea de contar a Wilkilén y a Piukemán todo lo que aquí ha ocurrido.

Thungür, igual que Dulkancellin lo hubiera hecho, igual que lo hubiera hecho cualquier husihuilke, no desperdició palabras en decir lo que todos conocían.

—Que el sol los acompañe en el camino y se quede también con nosotros, porque él puede hacerlo. Adiós.

Así fue. HohQuiú regresaba a su trono, y Kupuka a su cueva. El mercado de Beleram había recuperado sus variedades y Nakín de los Búhos sus colores. La Estirpe se empeñaba en sus barcas, cuando otros se empeñaban en una conjura. Zabralkán sentía una antigua tristeza, y los husihuilkes volvían al sur. Era otro tiempo que comenzaba...

En lenguas humanas

Lo último que diré sobre estos hechos es que aquellos husihuilkes llegaron con bien a su tierra. Los Pastores del Desierto no dejaron ver ni sus siluetas en el horizonte. El viaje no les ocasionó más penurias que las previsibles en tan largo camino. Y tal vez, gracias a los animales que llamaron con cabellera, unas cuantas menos.

Apenas atravesado el Pantanoso, la columna que venía desde Beleram comenzó a mermar porque muchos fueron tomando desvíos hacia sus aldeas. El primer grupo tomó un atajo al oeste para llegar a Hierbas Dulces. Después se apartaron los habitantes de las aldeas altas. Un poco más al sur, se despidieron los que debían atravesar Paso Olvidado: gente de la otra ladera de las Maduinas, y de linajes rivales.

Por eso, cuando el Halcón Ahijador pasó volando sobre ellos, Piukemán vio menos de la mitad de los que habían regresado.

—¡Vieja Kush, ven aquí! ¡Apúrate! —la llamaba como si también ella pudiera verlos llegar.

—¿Qué pasa, hijo mío? —preguntó una revieja, con arrugas nuevas y los ojos de siempre.

Piukemán hacía fuerza con su cuerpo, intentando que el Ahijador volviera sobre su vuelo.

—¡Vuelve,vuelve! —el Ahijador estaba volando en círculos—. ¡Baja! ¡Baja que no alcanzo a distinguirlos!

—¿De qué hablas, Piukemán? —preguntó Kush.

—¿Qué está viendo con los ojos del pájaro, abuela? —Wilkilén no quería que su hermano empezara con esos gritos que le daban miedo. Pero Piukemán estaba sonriendo.

—Han vuelto —dijo.

Kupuka vio pasar por el cielo al Halcón Ahijador:

—¡Baja! —le pidió—. Baja para que el muchacho pueda vernos.

Pero el Halcón Ahijador estaba sonriendo.

—Muy bien. Si tú no quieres bajar, tendré que seguirte —se lamentó el Brujo —. Tengo una deuda con Piukemán.

Se fue Kupuka tras el Halcón:

—Ustedes sigan adelante. Yo los alcanzaré.

Era día de sol en Los Confines.

—Corre, Wilkilén —dijo Vieja Kush—. Avisa a los vecinos que nuestros guerreros están de regreso, y diles que desparramen la noticia. Mientras tú lo haces, amasaré pan nuevo. Espero que algunos lleguen pronto a comer.

Era noche de estrellas en Los Confines. Y la casa de Kush olía a pan de maíz.

—Alguien se acerca al nido del Halcón —susurró Piukemán despacito, para no sobresaltar al ave.

Vieja Kush y Wilkilén se le acercaron, con miedo de saber quién era y quién no. Juntos, Piukemán y el Ahijador miraron el rostro del anciano.

—Es Kupuka —susurraron.

Era el amanecer en Los Confines, y el pan estaba dispuesto. Kush, Piukemán y Wilkilén esperaban junto al nogal que marcaba la mitad del camino entre la casa y el bosque. Piukemán sintió temblar el alma revieja:

—Abuela, dime quiénes son los que llegan.

—Ni tu padre, ni tus hermanos varones.

—Es Kuy-Kuyen y el hombre pequeñito —dijo Wilkilén—. Es el Brujo. Y traen animales que tienen como mi pelo cuando Vieja Kush me desarma las trenzas.

Vieja Kush tomó del brazo a Piukemán y avanzó por el

camino que Wilkilén ya estaba corriendo.

—Bienvenida Shampalwe —dijo.

Kuy-Kuyen miró al Brujo de la Tierra pidiendo ayuda. La anciana debió enloquecer de la pena de no ver regresar a todos los que amaba.

—Porque espero que ése será su nombre —continuó diciendo Vieja Kush, con las manos en la cintura de su nieta.

Había mucho que preguntar y responder.

—Me marcho —Kupuka se negó a entrar a la casa—. Si entrara a aquel nido, comería pan hasta hartarme y luego me echaría a dormir por siete soles...

—¿Y qué te impide hacerlo? —preguntó Kush.

El Brujo de la Tierra respondió con su risa de cabra.

—Un día regresaré. Y espero que para entonces haya aquí muchos niños, además de esta Shampalwe que Kuy-Kuyen ha traído consigo. Espero, también, que todos ellos me teman lo suficiente —Kupuka tomó a Piukemán por los hombros: El día que regrese, tú ya no tendrás miedo de volar.

El Brujo de la Tierra se marchó. Alguien detrás de él, lo hubiese visto llegar a su cueva en cuatro patas.

Después, Vieja Kush repartió el pan.

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