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Authors: Manel Loureiro

Tags: #Fantástico, Terror

Los días oscuros (15 page)

BOOK: Los días oscuros
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-Pero, pero... -No era capaz de hablar-. ¿Cómo es posible...?

-Es posible, por supuesto -añadió Alicia-. Y en Asia las cosas aún están mucho peor. Los chinos perdieron la cabeza y trataron de erradicar la enfermedad de sus principales núcleos de población a base de explosiones nucleares controladas.

-¿Explosiones... NUCLEARES? -No me lo podía creer, pese a haberlo oído con anterioridad, mientras aún había emisiones de televisión.

-El valor de la vida humana es mucho más relativo en otras culturas -me explicó pacientemente-. Lo que para un occidental es inconcebible, para un oriental es algo sumamente lógico desde su perspectiva. Lo importante para ellos es la colectividad, no el individuo. Y si para salvar a la colectividad tienes que eliminar de un plumazo a varias decenas de millones de individuos, sanos o enfermos, lo haces sin dudarlo.

-Y ésa fue su estrategia.

-Ésa fue su estrategia -respondió Alicia, cabeceando.

-¿Y les funcionó? -pregunté.

-En absoluto. La radiación no puede matar a alguien que ya está muerto. Seguramente incineraron en las explosiones a millones de No Muertos, junto con millones de inocentes, pero en un país tan superpoblado, el hecho de que sobreviva un pequeño porcentaje a la explosión implica decir que «sobrevivieron» millones de No Muertos, desperdigándose desde las ciudades arrasadas hacia los cuatro vientos. -Bebió un trago y me miró con atención-. Piénselo. El caos más absoluto reina en el mundo.

-Caos, dice -musité por lo bajo-. Yo no lo llamaría simplemente caos.

-Nosotros no somos los que estamos peor -replicó-. Asia y Oriente Próximo son zonas en las que ya no es posible la vida humana, al menos, tal como la concebimos, y en cuanto a África, pues bueno... -Se interrumpió para tragar saliva-. Los relatos que nos han llegado a través de los pocos supervivientes son estremecedores. África es el infierno sobre la tierra, literalmente. Suponemos que no debe quedar casi nadie vivo en el continente, aparte de cientos de grupos aislados en la selva tropical o alguna panda de tuaregs dando vueltas por el Sahara. Docenas de pequeños reyezuelos y señores de la guerra han ocupado el vacío de poder que han dejado los gobiernos. Las enfermedades, la guerra, el hambre y la naturaleza salvaje se llevan por delante a todo aquel que no es víctima de los No Muertos. Toda el África negra parece haber dado un salto de setecientos años hacia atrás. -Me miró, muy seria-. Como se despiste, los vivos son casi más peligrosos que los No Muertos.

-Ahora que lo comenta, estuvimos en un pequeño poblado de pescadores en la costa marroquí...

-Y tal y como pone en su declaración -me interrumpió-, lo encontraron arrasado a sangre y fuego. Lo sé. Ésa es la tónica habitual en todo el continente. Ya no es tan sólo la lucha por la supervivencia. Es también la lucha por los recursos. Y es una lucha a muerte.

-¿Recursos? -me sorprendí-. ¡Pero si África debe de ser la tierra más fértil sobre la faz de la Tierra! ¡Podría dar comida fácilmente para todo lo que queda de la humanidad!

Alicia rió sin ganas. Después me miró como alguien que está al corriente de un gran secreto y no sabe si contártelo.

-No se trata tan sólo de alimentos, por mucho que éstos sean fundamentales -me explicó pacientemente-. Además se necesitan medicamentos, combustible, ropa, munición, vehículos en buen estado, todas esas cosas que normalmente consideramos imprescindibles y que cada vez escasean más. ¡Piénselo! ¡Cada caja de medicamentos que se consume en uno de nuestros hospitales significa que queda una caja de medicamentos menos en el mundo! ¡Cada litro de combustible que queman nuestros helicópteros significa que nos queda un poco menos de transporte aéreo! ¡Cada bala que gastamos contra esos bastardos nos acerca un poco más a tener que volver a usar arcos y flechas para defender nuestro pellejo! No hay industria, no hay mercado internacional, no hay tecnología, no hay un petrolero llegando a puerto cargado de combustible cada día. ¿Le parece que en estos momentos el mundo es una ruina? -preguntó, retadora-. Espere tan sólo un par de años y añorará esta época como los viejos buenos tiempos. Galopamos descontroladamente hacia una nueva Edad Media, y mucho me temo que mientras esos seres sigan ahí fuera nadie puede hacer nada para impedirlo.

-Pero, pero... -balbuceé- algo podremos hacer, digo yo.

-Si tiene alguna idea brillante que no se le haya ocurrido a ninguno de los nuestros le reto a que la ponga sobre la mesa ahora mismo -respondió, entre burlona y seria-. Le garantizo que eso le convertiría en el personaje más popular de las islas.

-¡Pero yo suponía que en las islas la civilización seguía funcionando! ¡Se suponía que esto era el auténtico Punto Seguro, donde todos podríamos continuar nuestras vidas! -protesté, empezando a entender, sin embargo, la verdadera naturaleza de la situación.

Alicia me miró durante unos instantes. A continuación, se levantó y me invitó a seguirla.

-Venga conmigo -dijo-, quiero mostrarle algo.

15

Salimos de nuevo a cubierta. Un crepúsculo luminoso teñía de rojo el horizonte, mientras un cálido viento cargado de arena soplaba sobre el puerto, haciendo que la atmósfera resultase caliente como un caldo espeso. Nada más abandonar el refrescante aire acondicionado del interior del Galicia comenzamos a sudar a chorros. Cada bocanada que respirábamos era como una palada de aire hirviente a los pulmones. Pronto empecé a añorar la Cocacola que acababa de beber.

Alicia se acercó a la borda y distraídamente me ofreció otro cigarrillo. Negué con la cabeza. Tenía la boca reseca como el desierto y me sentía un poco mareado. Después de un mes dentro de la celda, sentía una especie de vértigo al caminar por la enorme pista de aterrizaje del Galicia. Por un instante guardamos silencio, mientras contemplábamos la ciudad recostada en el fondo de la bahía, en la que empezaban a brillar algunas luces, a medida que oscurecía. Tras un instante decidí abrir la boca y preguntarle por la suerte de los míos, pero antes de que pudiese pronunciar ni una sola palabra, Alicia levantó el brazo y apuntó hacia el puerto.

-¿Ve aquello? -señaló-. Allí al fondo, frente a aquellos edificios altos, el más grande de todos -me indicó la pelirroja.

Seguí la dirección que marcaba su mano. Un compacto y gigantesco buque de brillante color azul, mucho mayor que cualquier otro buque fondeado en el puerto, se balanceaba indolentemente mecido por las olas de mar de fondo que entraban en la bahía. Su línea de flotación estaba alta, muy alta, dejando ver una amplia faja de su obra muerta, que normalmente tendría que estar bajo el agua, pintada de rojo. Aquello sólo podía significar que el buque estaba en lastre, sin una gota de carga en sus bodegas.

-Esa mole que ve allí flotando es el Keiten Maru, un superpetrolero japonés perteneciente a uno de los mayores conglomerados empresariales que existían antes del Apocalipsis en aquel país. Ese monstruo puede embarcar 115.000 toneladas de crudo, y de hecho, cuando se desencadenó el infierno, volvía del Mar del Norte cargado hasta los topes de petróleo noruego, rumbo a Japón. Antes de llegar a la altura de Canarias, tres miembros de la tripulación ya habían caído por culpa del TSJ, uno de ellos el primer oficial. -Noté que clavaba en mí sus ojos pálidos-. A medida que iban cayendo infectados, se apañaron para ir encerrando en una bodega a los No Muertos, pero el pánico había estallado a bordo, así que decidieron hacer escala aquí, en Tenerife. Después, el mundo se derrumbó y el barco quedó aquí para siempre. Paradójicamente, su desgracia fue nuestra salvación. Sin el Keiten Maru no hubiésemos tenido la menor posibilidad de sobrevivir.

-¿Por qué? -No entendía la relación que podía existir entre un simple barco y la lucha contra los No Muertos.

-Por su inmensa carga de crudo: 115.000 toneladas de buen, fantástico y excelente petróleo que pudimos transformar en combustible en la refinería del puerto -dijo, mientras señalaba las altas torres de craqueado que despuntaban en el horizonte.

La refinería de Cepsa. Pues claro. ¿Cómo podía haber estado tan ciego?

-Cuando el sistema se derrumbó y las islas quedaron aisladas del resto del mundo, teníamos combustible suficiente para dos semanas, nada más. La llegada del Keiten Maru nos aseguró un suministro suficiente de combustible desde entonces, pero pese a estar severamente racionado, estamos agotando nuestras últimas reservas desde hace un mes. De continuar con el ritmo de consumo actual, acabaremos con los últimos litros en cuestión de cuatro o cinco semanas.

-Eso es malo, ¿verdad? -pregunté de una manera un tanto absurda y precipitada.

-Eso es peor que malo. Es catastrófico. Sin combustible perdemos toda nuestra ventaja tecnológica. Nada de aviones, helicópteros, barcos o automóviles. Tendríamos que volver a la vela y al caballo. Y en estas circunstancias, sería nuestra condena a muerte por inanición de forma casi segura.

-¿Y por qué, simplemente, no van a por más? -respondí-. Tan sólo se trata de navegar hasta Nigeria o Venezuela, conectar una línea de bombeo y cargar el combustible.

-No es tan sencillo -me dijo apesadumbrada-. Cuando el caos empezó a cundir, muchos países productores sellaron temporalmente sus pozos de petróleo, ante la evidencia de que sin personal para mantenerlos eran una bomba de relojería. Así, todos los pozos venezolanos y mexicanos fueron clausurados por sus respectivas compañías gestoras. En Nigeria, sin embargo, nadie tomó esas precauciones, y los reconocimientos aéreos muestran que muchos pozos han reventado, creando vertidos y mareas negras, mientras que las conducciones, tras un año sin mantenimiento, son un enorme montón de chatarra.

Tragó un poco de humo de su cigarrillo y continuó hablando, mientras me miraba de nuevo.

-Pero aun suponiendo que los pozos estuviesen en buen estado, y fluyendo normalmente como antes del Apocalipsis, sería imposible bombear nada de esos puertos, sin desplegar un enorme equipo de seguridad en tierra, para que se aventurasen por un terreno desconocido, enfrentándose a una horda de No Muertos -añadió-. Mientras protegen a un grupo de técnicos especialistas, que no tenemos, que tendrían que reparar unas instalaciones petrolíferas con materiales que tampoco tenemos, para garantizar un bombeo a través de un sistema de conducciones que no ha tenido una revisión en más de un año, hacia un buque de noventa mil toneladas que no sabemos si podría llegar hasta allí sin la ayuda de un práctico que conozca esas aguas y sin un ejército de imprescindibles remolcadores que le ayuden a posicionarse en la estación de bombeo, que tampoco sabemos si sigue existiendo. Así que, como ve, no es tan fácil.

-¿Y en el golfo Pérsico? Queda más lejos, pero con este enorme buque se podría llegar fácilmente. Además, allí la carga de los buques se hace en alta mar, a través de mangas que...

-En el golfo Pérsico no queda nada en pie. ¿Sabe quiénes son los wahabíes? -me preguntó.

Negué con la cabeza, perplejo. Aquello era cada vez más sombrío.

-Los wahabíes son una rama ultrarreligiosa del Islam, mayoritaria en el Golfo, que propugna una interpretación literal del Corán y la aplicación de la sharia. Oriente Próximo fue una de las primeras zonas golpeadas por el TSJ, por su posición geográfica. Durante las últimas semanas antes del caos definitivo, los wahabíes pregonaban que el TSJ era un castigo de Dios a los hombres por su codicia e impiedad y que la única manera de escapar de la muerte y al horrible destino del TSJ era cometiendo actos de purificación. El dinero había corrompido el alma del hombre y si el hombre quería salvarse debía volver, según sus teorías, al estado de pureza primitiva. El petróleo había inundado de dinero a los países de Oriente Próximo, es decir, los había inundado, según ellos, de corrupción y falta de fe. Así que en su camino hacia la purificación y la salvación, turbas fanáticas comenzaron a asaltar y destruir todas y cada una de las instalaciones petrolíferas de los países del Golfo, buscando con ello que Alá los librase de ser infectados.

-Pero eso significa... -tartamudeé.

-Significa que hay cientos de pozos en el Golfo que continúan ardiendo, más de un año después. Significa que si quiere petróleo, Oriente Próximo ya no es la respuesta. Significa que, como no encontremos una pronta solución, pasaremos de estar jodidos a estar real y definitivamente jodidos. Significa, finalmente, que una nueva Edad Media está a la vuelta de la esquina, como no hagamos algo.

Negué con la cabeza, abrumado. El supuesto paraíso que en mi mente eran las Canarias, el sueño dorado que me había permitido sobrevivir a lo largo de tantos oscuros meses, se estaba revelando poco a poco como un lugar pobre y desesperado, un lugar asediado donde la subsistencia no era nada fácil. Me pregunté qué iba a ser de mí y de los míos, cuando una pregunta evidente, que hasta entonces no había hecho, brilló en mi mente como un fogonazo.

-Agradezco mucho su paciencia, y en serio, le estoy muy agradecido por su acogida, por ponerme al día y por gestionarme todo el papeleo ahí abajo, pero hay una pregunta que no deja de darme vueltas. ¿Por qué a mí? ¿Por qué diablos me está contando todo esto?

-Porque, como seguramente ya ha comprendido, tenemos un serio problema -respondió con una extraña sonrisa-. Y creemos que usted y el señor Pritchenko pueden ayudarnos a resolverlo.

16

Por un instante pensé que la había oído mal. Estaba pasmado con aquella última frase.

-¿Viktor y yo? -pregunté-. ¿Para qué demonios necesitan nuestra ayuda?

-Es más que evidente -replicó Pons-. El señor Pritchenko es piloto de helicópteros, con varios miles de horas de vuelo en su haber, muchas de ellas en combate real, por no hablar de la proeza que supone el ser capaz de traer un helicóptero desde la península hasta Canarias. Eso le convierte no sólo en un elemento valioso de la comunidad, sino que en estos tiempos me atrevo a decir que es imprescindible, un regalo caído, literalmente, del cielo.

-¿Y yo, qué pinto en esto? -pregunté-. Al fin y al cabo, soy abogado, o al menos lo era antes de que se derrumbase la civilización. -Hice una pausa y apunté con cierta sorna-: No creo que mis conocimientos y experiencia ayuden mucho a conseguir un pozo de petróleo, y si estaban pensando en demandar a los No Muertos, se lo desaconsejo vivamente. No creo que sean solventes, y si me apura, puede que ni comparezcan al juicio.

-Deje de decir tonterías -me cortó Alicia Pons, tajante-. Si le digo que les necesitamos no es por su capacidad para hacer gracias, sino por sus aptitudes personales. Han sobrevivido en territorio infectado más tiempo que cualquiera de nuestros grupos de incursión, ya sea por azar o por habilidad y, además, el señor Pritchenko es posiblemente uno de los profesionales más valiosos que existen en la actualidad. Les necesitamos urgentemente, a los dos -concluyó tajante.

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