Los egipcios (8 page)

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Authors: Isaac Asimov

BOOK: Los egipcios
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Los detalles no nos son conocidos, pero Amenemhat seguramente se rebeló, y en el 1919 a. C. subió al trono como Amenemhat I, primer rey de la XII Dinastía. Retiró la capitalidad a Tebas, que se encontraba demasiado al sur como para garantizarle la posibilidad de un control efectivo sobre el turbulento norte, y fijó su capital en Lisht, a unas veinticinco millas al sur de Menfis. A pesar de todo, el impulso ascendente de la ciudad de Tebas no se frenó. Sería de nuevo capital siglos después y seguiría siendo una de las principales ciudades del mundo durante otros quince siglos.

Nubia

Un Egipto unificado comenzó de nuevo a hervir de actividad. Se continuó la construcción de pirámides, y tanto Amenemhat I como su hijo fueron enterrados en unas erigidas cerca de Lisht. Amenemhat I reafirmó el poderío egipcio en el Sinaí, continuó comerciando con el Sur y puso a los nobles bajo control. Parecía como si todos los males del siglo oscuro hubieran sido superados, pero nada se supera del todo nunca. Los monarcas del Imperio Medio no dispusieron nunca del poder total de los del Imperio Antiguo. Los nobles del Imperio Medio no fueron nunca completamente domados.

Aún así, la XII dinastía, como la IV, constituyó una «edad de oro», y si las pirámides fueron más pequeñas, el arte fue más elaborado. Algunas de las joyas de las tumbas del Imperio Medio consiguieron escapar a ladrones y sobrevivir hasta nuestros días para ser descubiertas por los hombres actuales, que pudieron admirar la delicada belleza de sus complicados detalles. En las tumbas se colocaron miniaturas, modelos en madera pintada, que representaban tridimensionalmente la vida del difunto; y en 1920 se descubrió un escondrijo intacto de este tipo en una tumba de Tebas. En muchos sentidos, el refinamiento de estas pequeñas obras de arte resulta más agradable que la magnificencia, a veces opresiva, de los grandes monumentos.

La producción literaria del Imperio Medio alcanzó también elevadas cotas. De hecho, posteriormente los egipcios consideraron la época de la XII Dinastía como el período clásico de la literatura. Por supuesto, muy poco ha llegado hasta nuestros días. Y sólo Dios sabe hasta qué punto lo que sobrevive (a través de los accidentes de la Historia) puede compararse con lo que desapareció.

Por primera vez, se escribió una literatura de tipo secular (esto es, distinta de los mitos y de la literatura religiosa). O, al menos, por primera vez obras de este tipo logran sobrevivir hasta nuestra época, proporcionándonos el ejemplo más antiguo de este género de literatura.

En ellas hay emocionantes historias de aventuras con toques de fantasía, como ocurre, por ejemplo, en el cuento del náufrago que encuentra una serpiente monstruosa. Tenemos «El cuento de los dos hermanos», que nos recuerda un relato de
Las mil y una noches
y que puede haber inspirado algunas partes del cuento bíblico de José. Y el «Cuento de Sinuhé» que nos ha llegado casi intacto y que narra la historia de un exiliado egipcio y de su vida entre las tribus nómadas de Siria. Su interés reside, sin ninguna duda, en su exótica localización y en su descripción de costumbres extrañas para los egipcios.

La ciencia también avanzó. Cuando menos, se ha descubierto un documento, llamado el Papiro Rhind, que, aparentemente, es una copia de un original escrito en la XII Dinastía. Este documento explica cómo operar con fracciones, calcular áreas y volúmenes, etc. Las matemáticas egipcias eran muy empíricas y parecen haber consistido en una simple expresión de reglas aplicadas a casos individuales (como las recetas de un libro de cocina), sin la hermosa generalización desarrollada trece siglos después por los griegos. Aunque, por supuesto, nos encontramos en desventaja para juzgarlas al conocer sólo el Papiro Rhind. No sabemos lo que pueden haber contenido los documentos perdidos para siempre.

Además acaecieron ejemplos de lo que posteriormente llegaría a ser llamada Literatura del Sentido Común que son colecciones de doctos refranes y de máximas dirigidas a orientar a los jóvenes en la vida. El ejemplo más familiar es el libro bíblico de los Proverbios. Sin embargo, hay equivalentes egipcios que son por lo menos mil años más antiguos. Una de estas series se atribuye al propio Amenemhat I y se supone que es un conjunto de exhortaciones a su hijo, enseñándole cómo ser un buen rey
[2]
. En ella Amenemhat hace algunas amargas observaciones suscitadas quizá por un atentado contra su vida por parte de algunos funcionarios de la corte
[3]
.

Es posible que Amenemhat fuese asesinado, pero si fue así, esto no significó ningún cambio en la dinastía, pues fue sucedido por su hijo Senusret I, para el que, según la leyenda, había escrito su colección de doctos refranes. El nuevo monarca, que reinó del 1971 al 1928 antes de Cristo, nos es mejor conocido por la versión griega de su nombre, Sesostris.

Sesostris I dirigió hacia el exterior las energías del Imperio Medio y se convirtió en el primer rey egipcio que realizó importantes conquistas en el extranjero.

Un lugar lógico de expansión fue el sur, las tierras centradas alrededor del curso del río Nilo, aguas arriba a partir de la Primera Catarata. Los reyes egipcios habían tenido relaciones comerciales con estas tierras desde los tiempos de Sneferu, siete siglos antes, pero indiscutiblemente este comercio había sufrido interferencias periódicas por parte de las tribus hostiles. Sneferu había efectuado incursiones hacia el sur para proteger el comercio y lo mismo había hecho Pepi II, de la Sexta Dinastía.

Sesostris creyó que con una conquista a gran escala del territorio y colocándolo bajo un completo control egipcio, el comercio podría facilitarse y con ello aumentar el bienestar y la prosperidad de Egipto.

La decisión de Sesostris hizo que las regiones al sur de Egipto conociesen el momento histórico más brillante de que habían gozado hasta ese momento (aunque, probablemente, ésta es una pobre compensación por haber tenido que sufrir una invasión). Los egipcios y los escritores bíblicos conocían estas tierras del sur con el nombre de Kush. Sin embargo, para los griegos llegarían a ser conocidas como Etiopía, término derivado posiblemente de una expresión que significaba «cara quemada», que hacía referencia a la coloración negroide de sus gentes (por otra parte, el nombre puede provenir de la distorsión de la misma palabra que dio lugar a «Egipto»).

Pero «Etiopía», aunque utilizada comúnmente por los modernos historiadores de Egipto para referirse a la región, es un nombre especialmente engañoso, pues en los tiempos modernos se ha aplicado a un país muy al sudeste de la antigua Etiopía de los griegos. El país que en tiempos modernos ocupa la sección del Nilo al sur de la Primera Catarata es Sudán (palabra árabe que significa «negro», por lo que el origen de ese nombre es el mismo que el de Etiopía). Con todo, el Sudán moderno se extiende por grandes zonas más allá de las antiguas regiones sobre las que estamos discurriendo.

Así pues, el nombre más apropiado y el único que se utilizará será Nubia. Este nombre se aplica directamente a la región en cuestión y no a ninguna otra y no puede ser confundido con cualquier otro término aplicado en la actualidad a ningún país contemporáneo. La palabra deriva de un término nativo que significa «esclavo», lo cual quizá describe la suerte a la que se vio sometida la población por parte de primitivos invasores de la región.

Si Sesostris I tenía intención de comenzar una carrera de conquistas, necesitaba un ejército, pero no tenía gran cosa. Egipto gracias a su seguridad, no contaba con una tradición militar. El ejército del Imperio Antiguo era pequeño y estaba precariamente armado, apenas mejor que uno de la guardia real o el equivalente de una policía local. Era suficiente para mantener el control sobre las mal organizadas y primitivas tribus que ocupaban el Sinaí. Incluso en el Imperio Medio, los ejércitos —que habían aumentado en número y mejorado su equipo como resultado de las luchas civiles durante el siglo de anarquía—, no habrían podido enfrentarse con los ejércitos de las potencias asiáticas del Este, más allá de los horizontes egipcios. Sin embargo, Nubia estaba habitada por pueblos primitivos, que ni tan siquiera se encontraban en situación de rechazar ejércitos tan poco impresionantes como los egipcios.

Por ello, Sesostris I pudo superar con sus fuerzas la Primera Catarata, construir fuertes a lo largo del Nilo, dejar contingentes de ocupación a lo largo del trayecto hasta la Segunda Catarata, doscientas millas río arriba de la Primera. Los reyes posteriores de la dinastía penetraron aún más profundamente hacia el Sur, y con el tiempo establecieron puestos comerciales en la Tercera Catarata, que se encontraba a otras doscientas millas más allá.

Indudablemente, los egipcios se enorgullecían de esta exhibición de poder a costa de un pueblo vecino mal armado e incapaz de rechazarlos. (A nivel nacional, parece que siempre se concede un gran valor al hecho de derrotar a alguien más débil). Quince siglos después, cuando Heródoto visitó Egipto, los egipcios estaban dolidos de su propia debilidad y los sacerdotes sólo podían refugiarse en un pasado mítico. Exageraban las hazañas de los monarcas conquistadores del pasado y pretendían que éstos habían conquistado la totalidad del mundo conocido. ¿Y cuál era el nombre que daban a este mítico conquistador egipcio? Sesostris.

El laberinto

Bajo Amenemhat III, hijo y sucesor de Sesostris I, floreció el comercio con un país llamado Punt. No sabemos mucho sobre Punt, excepto que estaba bañado por el mar Rojo y que probablemente era un país costero de la mitad meridional de ese mar. Se trataba quizá de la región que hoy llamamos Yemen, en el sur de Arabia, o bien de Somalia, en la costa africana opuesta. En cualquier caso, en dicha región se obtenía oro, oro que podía utilizarse para el comercio con las ciudades cananeas, a lo largo de las costas de Siria. El poderío egipcio, que se basaba en parte en sus mercaderes y en parte en su ejército, penetró por primera vez en Siria por la fuerza. Y no sería la última.

Por lo demás, las artes propias de tiempos de paz tampoco se descuidaron, y los reyes de la XII Dinastía se interesaron por la mejora del lago Moeris. Su superficie había disminuido sobremanera desde la época en que, veinticinco siglos antes, los poblados neolíticos florecieron en sus orillas, y había dejado de estar conectado con el Nilo. Amenemhat I había ordenado que el canal del Nilo fuera ensanchado, ahondado y liberado del cieno. Así pues, el agua fluyó de nuevo, el lago recuperó su extensión primitiva y se restauró la fertilidad de la región.

Los faraones del Imperio Medio tuvieron también idea de utilizar el canal de lago Moeris como medio para formar un depósito natural para las crecidas del Nilo. Bloqueando o desbloqueando el canal, el lago podía utilizarse para regular la corriente de agua, drenando el Nilo cuando ésta se elevaba demasiado, y conservando el agua cuando la crecida era muy baja.

Considerando los trabajos egipcios en este campo no es sorprendente que Heródoto, inspeccionando el lugar unos catorce siglos después, pensase que también el lago era obra del hombre.

La XII Dinastía alcanzó el cenit de su poder y prosperidad bajo Amenemhat III, que gobernó cerca de medio siglo, de 1842 a 1797 a. C. Durante su reinado, el poderío egipcio se extendió de la Tercera Catarata al interior de Siria, es decir, a lo largo de novecientas millas. La población, según las opiniones de los estudiosos, rondaría, por esta época, alrededor del millón y medio de habitantes. Nunca, sin embargo, el poder personal del más grande de los reyes del Imperio Medio alcanzó al de los constructores de pirámides del Imperio Antiguo.

(Quizá fue bajo el reinado de Amenemhat III, o de uno de sus inmediatos predecesores, cuando el legendario patriarca Abraham habitó en Palestina. Si aceptamos las historias de la Biblia, parece ser que Abraham viajó libremente a través de Canaán y Egipto, lo cual parece indicar que ambas regiones se hallaban bajo el mismo gobierno en esta época).

Amenemhat III expresó el poderío de su reino, arquitectónicamente, edificando dos pirámides de unos 240 pies de alto. Además, construyó estatuas colosales que le representaban, junto a un complicado grupo de palacios, todo ello rodeado por un solo muro, a lo largo de las orillas del lago Moeris. Estas construcciones sirvieron, en parte, como tumbas. Las demostraciones de fuerza y poderío no habían bastado para preservar las momias de los constructores de pirámides, por lo que Amenemhat III trató de usar la astucia para confundir a los potenciales ladrones de tumbas por lo intrincado de la construcción en vez de mantenerlos alejados por la masa.

Heródoto quedó estupefacto ante este complicado palacio, al que consideró una maravilla superior a las pirámides. Nos habla de sus tres mil quinientas habitaciones, la mitad de las cuales se encontraban por encima y la otra mitad por debajo del nivel del suelo (no se le permitió entrar en las habitaciones subterráneas que, naturalmente, eran cámaras funerarias). Heródoto también describe sus múltiples e intrincados pasadizos.

Los egipcios denominaron esta estructura con una palabra que significaba «el templo a la entrada del lago». Los griegos convirtieron esta expresión egipcia en
labyrinthos,
en español «laberinto». La palabra se utiliza actualmente para denominar cualquier intrincado conjunto de pasadizos.

El tamaño del laberinto egipcio, su cuidada ejecución, sus blancos mármoles, su rica ornamentación, todo ello hace tanto más lamentable el hecho de que no haya sobrevivido intacto para admiración de nuestra época. Con todo, debemos admitir que no siempre el ingenio de los arquitectos del Imperio Medio cumplió su finalidad. Con el tiempo, todas las tumbas que contenía fueron saqueadas gracias al obstinado ingenio de los ladrones de tumbas.

Sin duda, muy pocas personas habrán oído hablar de este laberinto egipcio del Imperio Medio, pero muchos habrán oído hablar acerca del laberinto de los mitos griegos. Este laberinto mítico está situado en Knossos, la capital de la isla de Creta (a unas cuatrocientas millas al noreste del delta del Nilo). En él, según el mito, vivía el minotauro, un hombre con cabeza de toro, que fue muerto por el héroe ateniense Teseo.

A principios del siglo XX se comprobó que los mitos griegos referentes a Creta tenían una base real. En esta isla existió una antigua civilización, casi tan vieja como la egipcia, y a lo largo de todo el período del Imperio Antiguo hubo relaciones comerciales entre ambas naciones. (Los egipcios no fueron grandes navegantes, pero los isleños de Creta sí. De hecho, Creta instauró el primer imperio naval de la historia).

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