Los hombres sinteticos de Marte (22 page)

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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

BOOK: Los hombres sinteticos de Marte
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No podía imaginar por qué John Carter había escogido una nave así en preferencia a cualquiera de los veloces nuevos modelos de la marina heliumética, pero ciertamente debía existir alguna buena razón desconocida para mí.

Cuando la nave estuvo prácticamente encima de nosotros descendió aún más, lo que me convenció de que no le habíamos pasado inadvertido, y finalmente se detuvo en el aire a pocos metros de nuestras cabezas. Una maroma de aterrizaje descendió hasta la canoa, saliendo de una portilla, y me apresuré a amarrarla al cuerpo de Janai para que pudiera ser subida hasta la nave. Mientras estaba empeñado en esta tarea otra maroma fue lanzada para mí, y poco tardamos los dos en ser izados a la nave aérea.

En el mismo instante en que nos encontramos en su interior y tuve ocasión de contemplar a los tripulantes que nos rodeaban, me di cuenta de que no se trataba de una nave de Helium, ya que los hombres ostentaban unos correajes desconocidos para mí.

Janai se dio cuenta también, puesto que volvió hacia mí la vista y me dijo temerosamente:

—Ni John Carter ni Ras Thavas están en esta nave. No pertenece a la armada de Helium, sino a la de Jal Had, príncipe de Amhor. Si descubre mi identidad creo que habría hecho mejor quedándome en Morbus.

—Pues no dejes que la conozcan —dije—. Recuerda que eres una mujer de Helium.

Ella asintió, mostrando haber comprendido.

A decir verdad los oficiales y tripulantes que nos rodeaban parecían en principio más interesados en mí que en Janai, y comentaban animadamente mi fealdad. Fuimos llevados al puente, ante el oficial que mandaba la nave, y éste me miró con visible repugnancia.

—¿Quién eres? —preguntó—. ¿De dónde vienes?

—Soy un hormad de Morbus —repliqué—, y mi compañera es una mujer de Helium, amiga y protegida de John Carter, el Señor de la Guerra de Barsoom.

Fijó su mirada en Janai durante un momento, y luego sus labios se distendieron en una desagradable sonrisa.

—¿De modo que una mujer de Helium? —dijo—. ¿Cuándo has cambiado tu nacionalidad, Janai? No pretendas negar tu identidad, porque te conozco muy bien. Hubiera reconocido tu rostro entre millones, puesto que tu retrato preside mi camarote, igual que los de todos los comandantes de las naves de Amhor. Mi recompensa será enorme cuando te lleve al príncipe Jal Had.

—Te repito que esta mujer está bajo la protección del Señor de la Guerra de Barsoom —insistí—. Sea cual sea la recompensa que Jal Had te ha ofrecido, John Carter te entregará otra mayor si la devuelves a Helium.

—¿Qué es esa cosa? —preguntó el comandante a Janai, indicándome con un movimiento de cabeza—. ¿Eras acaso su prisionera?

—No —replicó ella—. Es mi amigo. Ha arriesgado varias veces su vida para salvarme y me llevaba a Helium cuando tú nos has capturado. Por favor, no me lleves a Amhor. Mi amigo Tor-dur-bar dice la verdad, John Carter te pagará una buena recompensa si nos llevas a los dos a Helium.

—¿Para ser luego torturado hasta la muerte cuando regrese a Amhor? —preguntó el comandante—. ¡Ni pensarlo siquiera! Iremos a Amhor y creo que incluso tendré derecho a una recompensa extra por entregar ese monstruo a Jal Had. Puede representar una valiosa adición a su colección zoológica, y divertir y entretener en gran medida a los ciudadanos de Amhor. En lo que a ti respecta, Janai, creo que Jal Had te tratará bien, basta con que dejes de ser la pequeña tonta que eras antes y te avengas a razones…, y después de todo no es tan malo ser princesa de Amhor.

—Antes preferiría ser concubina de Ay-mad en Morbus —dijo firmemente la muchacha—. Y antes que cualquiera de esas dos cosas, preferiría morir.

El comandante se encogió de hombros.

—Bueno, eso es asunto tuyo —dijo—. Tendrás tiempo de pensar en ello con tranquilidad antes de que lleguemos a Amhor, y muy bien puede ser que cambies de idea.

A continuación dio instrucciones para que se nos proporcionara alojamiento y fuéramos cuidadosamente vigilados, aunque no confinados a menos de que nos mostráramos intratables.

Mientras nos conducían hacia una escalera que llevaba a los niveles inferiores de la nave vi cómo un hombre echaba a correr de pronto hacia la barandilla de la cubierta y, saltando por encima de ella, se arrojaba al vacío. La cosa fue tan rápida que nadie tuvo tiempo de interceptarle y pienso que el comandante no debió dar excesiva importancia al caso pues, aunque se dio al instante la alarma, la nave continuó tranquilamente su ruta. Pregunté al oficial que nos acompañaba quién era aquel hombre y por qué había saltado fuera de la nave.

—Se trata de un prisionero que evidentemente ha preferido la muerte a ser esclavizado en Amhor —me respondió.

Estábamos todavía a muy baja altura sobre la superficie del lago, y uno de los tripulantes que se había asomado a la barandilla tras que el fugitivo saltara, anunció que aquel sujeto estaba nadando hacia nuestra abandonada canoa.

—Solo y desarmado como está, no creo que dure mucho en las Grandes Marismas Toonolianas —comentó el oficial, en tanto que descendíamos hacia nuestros nuevos alojamientos.

A Janai le proporcionaron la mejor cabina de la nave; puede que los oficiales pensaran que pronto iba a ser la princesa de Amhor y no quisieran que guardara mal recuerdo de ellos. Tuve así el leve consuelo de pensar que, al menos hasta que llegáramos a nuestro destino, sería tratada con la mayor cortesía y consideración.

A mí me tocó un pequeño camarote doble, en el que ya había acomodado otro hombre. Cuando entré se hallaba éste de espalda a la puerta, mirando por un estrecho ventanillo que daba al exterior. El oficial que me guiaba se despidió de mí con un gesto y cerró luego la puerta, dejándome a solas con mi nuevo compañero.

El golpe de la puerta al cerrarse hizo que éste se volviera hacia mí, tras de lo cual ambos a la vez lanzamos una exclamación de sorpresa. Mi compañero de camarote no era otro que Tun Gan, quien me dirigió una mirada de preocupación al reconocerme. Sin duda pensaba en cómo me había abandonado a mi suerte en la isla de las Marismas.

—¿De modo que eres tú? —pregunté.

—Sí, y supongo que ahora querrás matarme —replicó—. Sin embargo debes ser comprensivo. Gad Had y yo discutimos largamente el asunto antes de marcharnos. No deseábamos abandonarte, pero consideramos que todos moriríamos si volvíamos a Morbus, mientras que si nos marchábamos en la canoa, al menos nosotros dos tendríamos una probabilidad de sobrevivir.

—No os lo reprocho —le aseguré—. Quizás, en idénticas circunstancias, yo hubiera hecho lo mismo. Y después de todo fue mejor para mí que me abandonarais, pues a causa de ello fui capaz de llegar a Morbus en sólo unas horas y rescatar a Janai cuando llegó con la partida que la había capturado. Pero…, ¿cómo es que estás a bordo de esta nave?

—Gan Had y yo fuimos capturados hace alrededor de una semana, y quizás fuera ello un bien para nosotros, puesto que estábamos siendo perseguidos por una multitud de nativos cuando la nave descendió de los cielos, dispersando a los salvajes. De no ser así probablemente nos habrían capturado, de modo que no puedo decir que lamentara nuestra captura. En cambio Gan Had no pensaba lo mismo, le era insoportable la idea de ser esclavizado en Amhor. Todos sus deseos estriban en regresar a su hogar en Toonol.

—¿Y dónde está ahora Gan Had? —pregunté.

—Acaba de lanzarse al lago, le estaba viendo nadar cuando tú has llegado. Ya ha quedado muy atrás, pero creo que ha logrado alcanzar una canoa, presumo que aquella en la que tú venías. Ahora debe de estar remando alegremente hacia Toonol.

—Espero que logre llegar —deseé.

—Pues yo temo que no —profetizó Tun Gan—. No creo que ningún hombre solo pueda pasar a través de los horrores de esos pantanos infernales.

—Y sin embargo habéis hecho un largo camino por ellos —le recordé.

—Sí, pero ¿quién puede saber lo que hay en el resto de la ruta?

—¿Y no sientes temor de lo que te pueda esperar en Amhor?

—¿Por qué habría de sentirlo? —preguntó a su vez—. Ellos piensan que yo soy Gantun Gur, el Asesino de Amhor, y por ello me tratan con un gran respeto.

—¡Extraordinario! —exclamé—. Por un momento había olvidado que ocupas el cuerpo de Gantun Gur. ¿Y piensas que podrás seguir engañándoles?

—Creo que sí —replicó—. Mi cerebro es mucho más inteligente que el de la generalidad de los hormads. Les he dicho que recibí una herida grave en la cabeza, haciéndome olvidar buena parte de mi vida anterior, y no pienso que hayan dudado de mi palabra.

—No pueden hacerlo —dije—, porque nunca podrán concebir que el cerebro de otra criatura haya sido injertado en el cráneo de Gantun Gur.

—Entonces nunca conocerán la verdad, a menos que tú no se la digas —indiqué—. Y te ruego que no lo hagas. Simplemente acuérdate de llamarme siempre por mi nuevo nombre en presencia de extraños… ¿Por qué estás sonriendo?

—Porque la situación no deja de ser divertida. Ninguno de nosotros es lo que aparenta. Yo tengo tu cuerpo y tú tienes el cuerpo de otra persona.

—¿Y puedo saber quién eres tú, que habitas en mi cuerpo? —me preguntó de pronto—. Confieso que a menudo me lo he preguntado.

—Pues puedes seguir preguntándotelo —respondí—, porque nunca llegarás a saberlo.

Me miró fijamente por un momento y súbitamente su rostro se iluminó.

—¡Ahora lo sé! —exclamó— ¡Qué estúpido he sido al no pensar en ello antes!

—¡No sabes nada! —grité—. Y si yo fuera tú no me metería en esa clase de conjeturas.

Asintió.

—Muy bien, Tor-dur-bar, si es eso lo que deseas. Para cambiar de conversación le comenté:

—Me ha extrañado que esta nave de Amhor esté volando solitaria sobre las Grandes Marismas Toonolianas. ¿Qué es lo que busca por estas soledades?

—Jal Had, príncipe de Amhor, tiene la afición de coleccionar bestias salvajes. Se dice que posee ya gran número de ellas, pero aún desea tener más. Esta nave está buscando nuevos especímenes en las Grandes Marismas.

—¿Así que no estaba buscando a Janai?

—No ¿Estaba Janai contigo cuando te capturaron? Solo pude ver dos figuras confusas cuando la nave pasó por encima de vosotros.

—Pues sí, Janai está a bordo, y mi problema es ahora sacarla de la nave y huir con ella antes de que lleguemos a Amhor.

—Bueno, quizás no te resulte demasiado difícil —dijo—. De cuando en cuando hacen descender la nave para cazar nuevos especímenes de la fauna local, y entonces la vigilancia es mas bien floja. No nos vigilan demasiado estrechamente, y ya has visto de que forma tan fácil ha conseguido Gan Had escapar de la nave.

Pero, en contra del optimismo de dichas palabras, no pude hallar ninguna oportunidad para escapar. La nave había enfilado directamente hacia Amhor nada más tener su comandante a Janai a bordo. Ni aterrizó en ninguna parte ni siquiera voló cerca del suelo.

Amhor se encuentra a unos mil kilómetros al norte del punto en que fuimos capturados, y la nave puesta a toda máquina podía recorrer dicha distancia en alrededor de siete horas y media. Durante todo este tiempo permaneció en su cabina y ni siquiera tuve ocasión de verla.

Llegamos sobre Amhor en mitad de la noche, y permanecimos flotando sobre la ciudad hasta las primeras luces del alba, rodeados de patrulleros aéreos como protección y salvaguardia de la preciosa carga que la nave transportaba. Jal Had estaba durmiendo cuando llegamos y nadie se atrevió a despertarle. Por las conversaciones que oí a mi alrededor comprendí que el príncipe tenía una reputación siniestra, y que todo el mundo tenía miedo de él.

Aproximadamente al segundo zode hizo su aparición una embarcación aérea con las insignias reales de Amhor, la cual tomó a bordo a Janai sin que yo pudiera hacer nada por impedirlo. Previendo sin duda alguna violencia por mi parte, los tripulantes de la nave me habían sacado del camarote de Gantun Gur nada más llegar sobre la ciudad, recluyéndome en otro situado en la bodega de la nave. Estaba yo al borde de la desesperación, puesto que empezaba a comprender que no solamente no podría ya nunca recuperar mi cuerpo, sino que probablemente no volvería a ver más a Janai. Me despreocupé de todo cuanto pudiera ocurrirme en el futuro; ahora tan sólo deseaba que la muerte me llegara pronto.

CAPÍTULO XXIV

En la jaula

Después de que Janai dejara la nave, ésta se puso en movimiento para posarse en una torre de aterrizaje. Unos minutos más tarde la puerta de mi prisión se abrió y me encontré ante un destacamento de guerreros mandado por un oficial. Llevaban pesadas cadenas y con ellas sujetaron mis manos sin que yo tuviera ánimo para oponer la menor resistencia.

Me sacaron de la nave y me llevaron a la estación de aterrizaje y de allí, por el ascensor, al suelo. Los guerreros de la escolta eran hombres que no me habían visto antes y se mostraban muy interesados por mi persona, aunque un poco asustados. Una vez en la calle atraje un momento la atención de los viandantes hasta que me introdujeron en una nave de superficie que se puso en marcha inmediatamente a lo largo de la avenida que llevaba a los terrenos del palacio.

Estas naves de superficie son un medio común de transporte en muchas ciudades marcianas. Pueden volar a una altura máxima de treinta metros y a una velocidad máxima de noventa kilómetros por hora. En Amhor todo el tráfico de Norte a Sur se mueve al nivel del suelo y en las intersecciones el tráfico perpendicular de Este a Oeste cruza por encima de él, siendo obligado a ello por medio de unas rampas que se alzan suavemente hasta cortarse en seco justo por encima de la intersección propiamente dicha. Todas las avenidas son de dirección única, variando de sentido alternativamente, de manera que la mitad de dichas avenidas llevan el tráfico en un sentido y la otra mitad en el otro. Para pasar de la dirección Este—Oeste a la Norte—Sur y viceversa el vehículo debe tomar altura y elevarse sobre los dos ramales de dirección. De tal forma se mantiene una velocidad constante en el tráfico de unos setenta y cinco kilómetros por hora. Existen abundantes lugares de aparcamiento, algunos de ellos junto a los edificios, a niveles de hasta treinta metros de altura. En cuanto a los peatones, circulan a ambos lados de las avenidas y pueden cruzarlas por pasos subterráneos sin estorbar el tráfico.

He hecho esta descripción del control de tráfico en una ciudad marciana de forma detallada e incluso puede que tediosa porque John Carter me ha explicado hasta qué punto es confuso y congestionado el tráfico en las ciudades de la Tierra y tengo la esperanza de que algunos de los científicos de vuestro planeta sean incitados con ello a inventar una nave de superficie similar al que se usa constantemente en las grandes poblaciones de Barsoom.

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