Los hombres sinteticos de Marte (26 page)

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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

BOOK: Los hombres sinteticos de Marte
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—Bueno, está muerto —dijo al fin Ur Raj—. ¿Qué hacemos ahora?

—El palacio y sus terrenos están llenos de guerreros —susurró Janai—. Si descubren lo que hemos hecho nos matarán.

—Antes de eso, nosotros tres les proporcionaremos una batalla que tardarán en olvidar —dijo Bal Tab.

—Puede que encontremos un lugar donde ocultarnos hasta que caiga la noche —propuso Ur Raj—. Estoy seguro de que al amparo de la oscuridad podremos deslizarnos fuera del palacio y luego salir de la ciudad.

—¿Conoces algún lugar donde podamos escondernos hasta la noche? —pregunté a Janai.

—No —respondió—, no conozco ningún escondrijo donde no nos encontrasen fácilmente.

—¿Qué hay en el piso de arriba? —pregunté de nuevo.

—El hangar real —replicó ella—, donde están aparcadas las naves aéreas privadas del príncipe.

No pude evitar una exclamación de alegría.

—¡Que suerte! ¡Nada podía venirme mejor que una nave de Jal Had!

—Pero el hangar está bien guardado —dijo Janai—. Más de una vez he visto pasar ante mí puerta a los guerreros que iban a hacer el relevo de la guardia del hangar. Al menos debe haber una docena.

—Puede que no sean tantos —opinó Ur Raj—. Jal Had necesitaba a todos los hombres posible para guarnecer las puertas del palacio.

—Pues yo querría que fueran veinte por lo menos —dijo Bal Tab—, para que la lucha fuera mejor y más gloriosa. Espero que no sean demasiado pocos.

Entregué a Ur Raj la pistola de radium de Jal Had, y acto seguido los cuatro salimos al corredor y ascendimos por la rampa que debía conducir al hangar, situado sobre el techo de aquella ala del palacio. Envié por delante a Ur Raj porque era de menor talla que Bal Tab o que yo mismo, y por ello tendría más posibilidad de pasar inadvertido, además del hecho de ser un hombre rojo que hacía que, aunque fuera visto, su presencia despertara menos sospechas que la nuestra. Los otros tres avanzamos tras él a poca distancia y cuando alcanzó el punto desde el que podía ver el interior del hangar nos detuvimos y le esperamos. No tardó en regresar junto a nosotros.

—Tan solo hay dos hombres de guardia —dijo—. Será fácil.

—Nos lanzaremos sobre ellos a la carrera —les dije—. Si les cogemos por sorpresa puede que no tengamos necesidad de matarles.

Dije esto porque, aunque soy hombre de guerra experimentado y he tomado parte en muchos combates, sigue sin gustarme ver morir a los hombres, mucho menos por mi propia mano, si las cosas se pueden solucionar de otro modo. Pero los guerreros que guardaban el hangar real no nos dejaron alternativa, puesto que apenas nos vieron desenfundaron sus espadas y cargaron contra nosotros. Por más que les prometí no causarles daño si se nos rendían, siguieron corriendo hacia nosotros y no nos quedó más remedio que prepararnos para un combate a muerte.

Pero cuando la lucha iba justamente a empezar, parecieron cambiar de opinión. Uno de ellos se detuvo y habló rápidamente al oído de su compañero, quién dio una súbita media vuelta y corrió tan aprisa como pudo de nuevo hacia el interior del hangar. Mientras su valiente compañero se enfrentaba con nosotros pude ver como el segundo centinela desaparecía por una trampa abierta en el suelo. Evidentemente iba a buscar ayuda en tanto que el otro sacrificaba su vida para detenernos.

En el instante en que me di cuenta de ello, salté hacia adelante y rápidamente abatí al centinela, aunque debo decir que nunca di muerte a un hombre con más remordimiento. Aquel humilde guerrero era un héroe, si es que alguna vez ha habido uno, y me causó un gran dolor acabar con su vida; pero se trataba de él o de nosotros.

Sabiendo que la persecución podía iniciarse en cualquier momento, grité a los otros que me siguieran y me interné en el hangar, donde seleccioné rápidamente el volador que me pareció más veloz entre aquellos que podían transportar a nuestro grupo.

Como sabía que Ur Raj sabía pilotar la nave, le envié a la cabina de mandos y un momento después la nave se deslizaba bajo su mano con toda suavidad primeramente a través de la puerta del hangar y luego sobre el techo del palacio. Cuando salimos por fin al aire pude ver allá abajo los terrenos del palacio de donde nos llegaban los rugidos de las bestias y los gritos de los guerreros. Vi también cómo unos hombres luchaban contra otros junto a las puertas, y cómo los partidarios de Dur Ajmad empujaban a los restos de las tropas de Jal Had al interior del palacio.

Pero también pude ver cómo un patrullero aéreo que flotaba a poca distancia del edificio real giraba sobre sí mismo y ponía proa hacia nosotros. Ordené inmediatamente a Bal Tab y a Janai que se recluyeran en el camarote que había bajo cubierta y luego, tras dar las oportunas instrucciones a Ur Raj, yo mismo les seguí, a fin de que ninguno de nosotros tres pudiera ser visto por los tripulantes del patrullero.

Este se aproximaba rápidamente y, cuando llegó a distancia conveniente para hablar, un oficial nos preguntó quiénes éramos y a dónde íbamos. Siguiendo mis instrucciones, Ur Raj replicó que el príncipe Jal Had estaba a bordo y que había dado órdenes de mantener secreto su punto de destino. Puede que el comandante del patrullero tuviera sus dudas sobre la veracidad de dicha información, pero evidentemente no deseaba de ninguna forma despertar la animosidad del príncipe en el supuesto de que estuviera realmente en nuestra nave y hubiera dado aquellas órdenes, de modo que se separó de nosotros y nos dejó continuar libremente nuestro camino.

Pero antes de que saliéramos siquiera del recinto de la ciudad pude ver una docena de naves aéreas que despegaban en nuestra persecución. El centinela del hangar debía haber dado la alarma e incluso puede que alguien hubiera descubierto el cuerpo sin vida de Jal Had. De cualquier modo era evidente que se nos perseguía, y cuando aquellas naves llegaron a la altura del patrullero y se comunicaron con él, se unió también a la persecución, desarrollando toda su velocidad.

CAPÍTULO XXVIII

La gran flota

Nuestra nave tenía aproximadamente la misma velocidad que los cruceros ligeros que nos perseguían, pero el patrullero era bastante más rápido y resultaba evidente que más pronto o más tarde nos alcanzaría.

Un rápido examen de nuestro vehículo reveló que existían varios fusiles en su armero situado bajo cubierta y también un pequeño cañón emplazado a popa, armas dotadas con la habitual munición explosiva marciana empleada en nuestro planeta desde los más remotos tiempos. Un solo blanco directo en cualquier parte vital de un navío podía bastar para inutilizarlo, y supe que tan pronto el patrullero nos tuviera en el radio de acción de su artillería comenzaría a hacer fuego contra nosotros. Entré en la cabina de mandos y pedí a Ur Raj que aumentara la velocidad.

—Estamos al límite máximo —dijo—, pero a pesar de todo siguen ganando terreno. Sin embargo tenemos una ventaja; el casco de esta nave está muy bien blindado, probablemente más que los de nuestros perseguidores, ya que se trata de la nave que usaba personalmente Jal Had. Solamente si consiguen algún impacto directo en los controles o en el timón podrán ponemos fuera de combate. A menos, claro está, que se nos sitúen de costado a poca distancia y nos abrasen a andanadas con sus baterías laterales. Pero cuento con nuestro cañón para evitar que alcancen esa situación.

Janai y Bal Tab se habían reunido conmigo en cubierta, y los tres contemplamos cómo el patrullero ganaba inexorablemente terrenos sobre nosotros.

—¡Mira! —exclamó Janai—. ¡Han disparado!

—Tiro corto —dijo Bal Tab—. Todavía están demasiado lejos.

—Pero no tardarán en tenernos a su alcance —profeticé. Dije luego a Janai y a Bal Tab que descendieran al camarote, pues no tenía sentido que arriesgaran innecesariamente sus vidas sobre cubierta.

—Cuando estemos a tiro de fusil ya te llamaré, Bal Tab —dije, sabiendo lo hábiles que son todos los marcianos verdes con las armas de fuego—. Sube entonces a cubierta con un par de los fusiles que están abajo.

Me situé tras el cañón y apunté cuidadosamente al patrullero que se aproximaba. Un nuevo disparo de éste quedó otra vez corto, pero ahora por muy poco, y entonces disparé a mi vez.

—Buena puntería —oí detrás de mí la voz de Janai—. Has hecho un blanco perfecto con tu primer disparo.

Me volví y pude verles a ambos, Janai y Bal Tab, arrodillados detrás de mí. El escudo del cañón les protegía pero de todas formas no dejaban de estar en peligro. Efectivamente habían descendido al camarote, pero sólo para volver a subir con varios fusiles y abundante munición para los mismos. Aunque era cierto que mi disparo había dado en el blanco, no parecía haber causado daños apreciables en el patrullero, no consiguiendo tampoco amenguar su velocidad ni disminuir su potencia de fuego. Por el contrario la nave enemiga se desviaba ahora un tanto hacia la derecha con la posible intención de situarse a nuestro costado y hacer fuego por andanadas con sus baterías de estribor, tal como Ur Raj había advertido.

Nos cañoneábamos ahora mutuamente con bastante intensidad, y más de una vez sus obuses estallaron contra el costado de nuestra nave e incluso contra el escudo. Continuamos volando en línea recta ya que, si intentábamos presentar siempre nuestra popa al patrullero para proporcionarle un blanco más pequeño, deberíamos variar nuestra dirección y entrar en una curva que acabaría por ponernos al alcance de los cruceros, lo que significaría nuestra destrucción o captura inmediata.

La violenta persecución continuó hasta que la ciudad de Amhor quedó a gran distancia tras nosotros. Volábamos sobre las vastas extensiones donde antaño se extendían los poderosos océanos de Marte, en la actualidad llanuras desiertas tan sólo habitadas por las salvajes hordas de los hombres verdes. El patrullero había ganado mucho terreno, e incluso la flotilla de cruceros ligeros se hallaba algo más cercana, indicando con ello que su velocidad era un poco superior a la nuestra.

El patrullero había ido deslizándose hacia un lado y ya estaba a tiro de fusil, por lo que Bal Tab e incluso Janai, hacían fuego con las armas individuales, siendo respondidos de igual modo. Hubo un momento en el que la nave enemiga dejó de disparar e hizo señal de que nos rindiéramos a ella, pero por toda respuesta redoblamos el fuego. Lanzó entonces el patrullero una terrible andanada con sus cañones de costado, secundada por una nutrida descarga de fusilería. Una verdadera granizada de explosivos cayó sobre nosotros.

Conseguí arrastrar a Janai tras el escudo del cañón, pero Bal Tab no fue tan afortunado. Alcanzado por un proyectil, le vi erguirse en toda su estatura y desplomarse luego sobre la barandilla para caer a tierra por un costado de la nave.

Sentí mucho la muerte de aquel hombre verde, no solo por que reducía en gran medida nuestro potencial defensivo, sino porque se había mostrado como un leal camarada y un bravo luchador. Pero sin embargo las cosas habían tenido que ocurrir así, y era inútil perder el tiempo en lamentaciones. Bal Tab había muerto como desean hacerlo los de su raza, luchando; y su cuerpo yacía ahora en donde él hubiera también deseado, sobre el musgo ocre del fondo de un mar muerto.

Los proyectiles estallaban ahora continuamente contra el blindaje de nuestro costado y el escudo del cañón que nos protegía a Janai y a mí. Ur Raj estaba menos expuesto, ya que la cabina del piloto era el lugar mejor blindado de toda la nave. Sin embargo era sólo cuestión de tiempo que la granizada incesante de explosivos lograsen destruir el blindaje y alcanzar algún punto vital, y ello significaría nuestro fin.

Grité para atraer la atención de Ur Raj y le dije que procurara tomar altura, puesto que si lográbamos colocarnos por encima del patrullero y dispararle desde arriba, quizás pudiéramos inutilizarlo. Pero en aquel momento Ur Raj me llamó y señaló hacia adelante.

Una simple mirada en aquella dirección hizo que mis ojos se desorbitaran y estuvo a punto de cortarme el aliento, puesto que pude ver una flota de grandes acorazados aéreos que venían hacia nosotros en formación de combate. Si hasta el momento no había observado aquella poderosa armada, ello se debía tan sólo a estar enfrascado en la lucha contra nuestros perseguidores.

Por la talla y el número de aquellas naves de guerra era cierto que no podían pertenecer a Amhor, pero desde nuestra posición, ligeramente por debajo de su nivel, no me era posible discernir las insignias que campeaban en su casco ni los colores de los gallardetes que ondeaban en sus superestructuras. Sin embargo, no importa a qué nación pertenecieran, no estaríamos peor en sus manos que en las de los amhrianos, de modo que di instrucciones a Ur Raj para que continuara nuestra ruta hacia aquella flota y buscar interponer alguna de sus naves entre nosotros y el patrullero, esperando que este último retuviera su fuego antes que arriesgarse a tocar alguna de aquellos acorazados cuyos grandes cañones podrían destruirle en un instante. Y no me equivoqué en mis conjeturas, puesto que el patrullero cesó casi al momento de disparar, aunque de momento continuó la persecución.

Nos aproximábamos rápidamente al buque insignia de la flota. Podía ver ya las curiosas cabezas de muchos tripulantes asomados desde las cubiertas, y súbitamente la gigantesca nave se detuvo en el aire, quedando flotando muy cerca de nosotros.

En el momento en que nuestros cascos quedaron más próximos, Ur Raj gritó súbitamente con exaltación:

—¡Es una flota de Helium!

Entonces yo también pude ver la insignia del casco de la nave, y mi corazón brincó de alegría al comprender que Janai estaba finalmente a salvo.

Ahora nos estaban llamando desde el acorazado, preguntándonos nuestra identidad.

—Ur Raj de Hator —respondí—, un pawdar de la Armada de Helium, y dos amigos suyos, fugitivos todos de las prisiones de la ciudad de Amhor.

Nos ordenaron entonces poner nuestra nave a bordo de la suya, y Ur Raj pilotó hábilmente nuestro aparato, aparcándolo con suavidad sobre la ancha cubierta superior del acorazado.

Oficiales y tripulantes me contemplaron con estupor cuando salté sobre la cubierta, ayudando después a Janai a descender. Ur Raj se unió luego a nosotros.

Entretanto el patrullero amhoriano había descubierto evidentemente la identidad de la flota, puesto que giró rápidamente sobre sí mismo y partió a toda velocidad al encuentro de los cruceros ligeros, uniéndose luego toda la flotilla en una retirada veloz hacia Amhor. Sabían sin duda que Ur Raj era nativo de Helium y temían las represalias de la flota por haberle mantenido en cautividad.

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