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Authors: Daniel Mares

Tags: #Histórico, Intriga, otros

Los horrores del escalpelo (122 page)

BOOK: Los horrores del escalpelo
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—No sonó... bum... explosión. Sería un... una máquina.

—Sangro mucho. Me ha cortado el cuello.

—No podría hablar.

—Sí. Puede. Tengo heridas por todo el cuerpo, y sangre... no veo, y no puedo mover las piernas, me duelen mucho. No sé... tengo mucho frío... y estaremos en mayo... o junio...

—No se preocupe... —Una mano ensangrentada aparece de golpe por el agujero. Luego silencio—. ¿Se encuentra bien? —Silencio—. No duerma.

—No puedo dormirme. El frío... y el miedo. No voy a salir de aquí.

—Claro que sí. El detective conoce la dirección, deberá encontrarnos.

—No le pagamos mucho... y fue todo... pensará que nos hemos cansado o que ya hemos dado con... tal vez nos esté llamando. Creo que las heridas se me han infectado. Me ha acribillado... la metralla. Tengo sed.

—Eso podemos arreglar. Espere.

Lento mueve con trabajo su silla de ruedas. Sus heridas no tienen buen aspecto. Se esfuerza en desplazarse hasta que llega al mostrador de recepción, donde antes dejara la concertina.

—¿Se ha ido?

—No... un instante.

—¿Qué es ese sonido? Creí que estaba soñando... antes... no paraba de escucharlo.

—La... instrumento este. —Lento pone la vieja concertina en su regazo. Luego se mueve hacia uno de los sillones, sonde está sentado, arrojado, el oso mecánico. Resoplando por el dolor, alcanza la cabeza y un suave sonido llega hasta arriba.

—¿Qué hace?

—Doy... ¿cómo dicen...? ¿Rosca... cuerda...? —Termina. Se aparta y mira al oso que ha abierto su único ojo funcional. Luego presta atención al instrumento que se queja entre sus piernas—. Llevo todo día practicando.

Como si de un virtuoso instrumentista se tratara, con toda parsimonia, pulsa una de las teclas y oprime el fuelle del instrumento. Un dulce La suena en el vestíbulo y el animal se pone en pie con torpeza.

—¿La concertina...?

El autómata lleva colgado un saco al hombro, atado con cuidado, cosido con rudeza a la propia piel falsa. Del hatillo sobresalen los cuellos de un par de viejas botellas de cristal envueltas en trapos y tapadas por corchos ennegrecidos.

—Es fácil... a cada nota... un movimiento sencillo. —Un Re, y el oso da un paso con la pata derecha—. Puede que haya modo de hacer cosas difíciles... pero así... —Mi. Otro paso con la otra pata.

La... ¿La marioneta se está moviendo?

—Sí. No baila el oso... pero...

—Me gustaría verlo.

—Con poquito suerte, verá.

Nota a nota, el oso va acercándose a los andamiajes, tropezando con sillas, cayendo al suelo, incorporándose otra vez, obedeciendo a las órdenes musicales, muchas de ellas equivocadas.

—No le entiendo...

—Voy... espere... ha caído otra vez. Voy hacer subir el oso.

—Sigo sin...

—Por el... ¿Cómo lo llamó? Andar...

—¿Andamio?

Ahora. Por fin el autómata llega hasta la base de la endeble estructura de cuerdas y maderas medio improvisada, y posa sus zarpas sobre ella.

—Eso... es una locura. No puede.

—Le digo que es fácil. El autómata puede coger cosas con garras. Son... agarran.

—Prensiles.

—Eso. Y es fuerte...

—Pero muy pesado. Eso no aguantará con su peso...

—Usted ató eso.

—No... ¿es capaz de hacerlo trepar? Eso es más que... que movimientos simples.

—Probaré. Si no puedo... tendremos un muñeco roto.

—Con tal de se aparte usted de abajo... ¿Qué es ese ruido?

El animal mecánico se ha agarrado con fuerza a uno de los travesaños, haciendo crujir y tambalearse todo el armazón. Ahora, obedeciendo a un timorato Si bemol, alza una pata trasera y la posa sobre una tabla, añadiendo más crujidos al crujir de la quejosa estructura.

—No puedo equivocar... este animal puede romper todo...

—Déjelo, no conseguirá... el dolor...

—Sube con fruta, y galletas... y —el oso coloca por fin sus cuatro extremidades sobre el andamio—... una manta. Y agua.

—Tenga cuidado.

—Repetir estas cuatro notas, y el muñeco repite... —Fue decirlo y el oso manoteó en el aire. Lento aprieta rápido un Do, demasiado rápido. El autómata sacude su brazo y trozos de madera vuelan a su alrededor.

—¿Qué pasa?

—Es difícil... el andamio... —La estructura de madera no es regular, está a medio hacer, aprovechando este y aquel otro desecho. De no ser así, el autómata podía repetir en sucesión fija sus movimientos, sin problema. Siendo como es, cada acción de cada miembro del oso debe ser dirigida. Lento avanza más, se acerca lo que puede al andamio. A medida que el animal suba, le será más difícil dirigirlo, más complicado distinguir dónde debe asirse.

—¿Está ahí? Por Dios, solo oigo chirridos y ese instrumento desafinado.

—Tranquilo. Tarda algo, pero le llegará agua. —Vuelve a tocar, muy despacio y muy bajo. El autómata se mueve, toda la endeble torre se balancea—. ¿Por qué no cuenta más de la novela?

—¿Eh...? No sé qué quiere que le cuente. Usted la tiene ahí abajo. Podría leerme algún librito de esos...

—Tal vez luego.

—Me gustaría acabarla al menos, antes de...

Dijo que había algo extraño en...

—Muy extraño. La relación con nuestra historia es evidente, ya se lo conté. La casa, ese noble francés, el padre que se acuesta con su hija y...

—¿No era el hermano?

—¿Sí...? no, era del conde... como sea. Pero luego... esa extraña manía, ese deseo del hacer de su hijo un clon de él mismo... ¿cómo va?

El animal mecánico asciende muy despacio. Como dice Lento, no es complicado dirigirlo, los temores del visitante inglés van más dirigidos hacia los asideros de esas fuertes garras de metal que la torpe música que interpretaba.

Bien. Despacio... ¿pero, cómo dejó la historia? ¿Por dónde iba?

—Ya le leí cuando Jim llega al encierro de su antiguo amigo... ¿le dije que allí estaba el cadáver del viejo conde momificado? —Ajá...

—Convivía con él, enloquecido. El autor... la autora si como dice es la señorita Trent, dice que el hedor es insoportable... toda la narración se vuelve más sórdida, mucho diría... tenga mucho cuidado.

—No es nada... un resb... un traspié.

—Se habrá apartado.

—Claro... ¿Y la niña?

—¿La hija de Camille? Vive allí... no conoce otra cosa. Es una cría extraña y siniestra, que juega con los restos de su abuelo... terrible. Y lo más terrible es que Louis está esperando a que la niña menstrúe por primera vez para preñarla, a su sobrina y hermana... quiere que Jim permanezca con ellos, como una familia, el abuelo muerto, ellos dos y el fruto de múltiples incestos...

—Habla de ello con mucho interés...

—Sí, es de verdad fascinante. Mejora mucho y... no sé si se llegó a vender algo, parece que sí se ha publicado, hay referencias a la edición en cada folleto... pero desde luego no es literatura propia de la época. Entonces eran oscuros, Dickens, Victor Hugo... pero tanto...

—Ya está la mitad... el oso.

—Vaya, qué rápido. Es usted un consumado concertinista.

—Es muy grande. De dos pasos llega...

Ahora llega la parte más difícil. Los pisos superiores de esa torre de Pisa han sido improvisados por Alto, sin desde luego pensar nunca que un plantígrado de metal de dos metros tuviera que ascender por ellos. Cuando empieza a ascender de nuevo, el vaivén del andamio es más que preocupante. Clavos y maderitas empiezan a llover.

—¿Va bien?

—Casi... miente Lento—. ¿Cómo cree que acabará historia?

—Ni idea... tampoco tengo idea de cómo acabará la de Aguirre. Lo único que sé con certeza es cómo acabaremos nosotros.

—Mantenga el... el ánimo.

—Apenas me queda... Oiga, hay mucho ruido, ¿seguro...?

—Va bien... —El andamio cede. Su lado derecho no soporta ya tanta tensión y toda la estructura se inclina hacia allá. Caen trozos del cielo angelado, un listón directo a la cabeza de Lento, quien apenas puede apartarse empujando las ruedas de su silla y lo recibe en el hombro.

Parece que todo se va a desplomar como un castillo de naipes, algo más ruidoso, cuando la parte superior de la estructura choca contra las vigas del techo, y aguanta. Todo queda así, inclinado en inestable equilibrio, con el enorme oso negro oscilando, sujeto solo por sus patas delanteras a una barra metálica entretejida de mala manera por Alto al entramado.

—¿Está bien? ¿Qué ha pasado? ¡Conteste por lo que más quiera! —Lento mantiene sus brazos sobre la cabeza, protegiéndose de lo que cae. Cuando los cascotes dejan de arreciar, lo que no tarda en ocurrir, se palpa el cráneo dolorido y el hombro. Sangra un poco. Mira arriba—. ¡Conteste! ¡No puede...!

—Soy bien. Todo bien...

—¿Qué ha pasado?

—Lo que usted dijo... no es buen albañil.

—¿Se ha desplomado todo?

—Casi... no. El oso sigue allí colgando. Está muy cerca.

—Pero ¿los andamios se han caído?

—Casi... espere. —Con mucha cautela toma el instrumento que ha protegido con su cuerpo y busca una nota. Todos esos botones negros, iguales... Desde luego no es buen instrumento para un neófito. Con mucho tiento hace cantar a la concertina. El animal se mueve, el andamio tiembla más.

—¿Qué pasa?

—Si aguanta... el oso es muy cerca de techo, ahí... vigas. Puede ir por el techo hasta...

—¿Podrá hacerlo? —Lento sigue tocando despacio. El oso se agarra con sus patas traseras a las maderas, que empiezan a ceder—. Cuidado... —Aguarda un minuto, ignorando los trozos que le pueden caer. Luego, cuando el temblor disminuye y el conjunto parece tomar de nuevo cierto equilibrio, hace que el autómata alargue la zarpa izquierda. Agarra una de las vigas que surcan el techo, luego con el otro brazo. El andamio no soporta más y cae.

Todo se desploma hacia el lado donde ya se inclinaba, evitando que nada más caiga sobre Lento, quién de todas formas se protege con los brazos como puede. El polvo se levanta por todo el vestíbulo y entra en el agujero del techo.

—¡Todo bien! —grita enseguida Lento para calmar a su camarada—. El autómata es ahí colgado. Es muy fuerte...

Usted lo sabe mejor que nadie. —Alto suspira tranquilo.

—Le va a llegar agua muy pronto.

El animal no está a más de dos metros del agujero. Lento empieza a hacer que avance, muy, muy despacio. Cualquier fallo supondría una caída del muñeco desde tres pisos, y no muy lejos de donde él mira hacia arriba.

—Oiga, no se arriesgue más... ya...

—Todo va bien... —En efecto, el primer paso del autómata, colgando boca abajo, engarfiado al techo con sus garras, es un éxito—. Una cosa... ¿qué opina de lo que sabemos?

—¿Eh...? ¿Se refiere a la historia?

—Claro.

—Usted sabrá... según me ha contado... no sé. Semejante... batalla... debiera haber noticias de eso, ¿no cree? Ignorando lo absurdo de todo, suponiendo que sea tal y como nos lo cuenta... es demasiado embrollado. Esos dos bandos enfrentados, la conspiración... Ya me dijo que está harto de esas cosas. El caso es que... bueno, supongo que para usted será frustrante. Recibimos mucha información, ya sea verdadera o falsa, pero no tenemos idea de quién es Jack el Destripador... a excepción de esa cosa que hay en el sótano. Eso es lo único que a usted le interesa en el fondo...

—Ya sé quién es...

—¿Sí...? No... no me había dicho nada.

—No soy al ciento por ciento seguro...

—Dígame...

—No.

—¡Por Dios! —Se echa a reír—. Cuánta crueldad con un enfermo. Conoce usted el secreto más buscado del último siglo y medio y...

—No seguro... quiero confirmar...

—¿Confirmar? Pues confírmelo a mí. Vamos, estoy a punto de morir. No será capaz de dejarme... —Un golpe a su lado, un topetazo fuerte, un desgarro de piedra o metal, un olor a polvo viejo, aún mayor que el que notó cuando se desplomó el andamio—. Señor... ¿qué es?

—El oso ha llegado.

—¿De... de verdad?

Lento respira hondo, deja la concertina, con cuidado de que no suene, y mira orgulloso el enorme culo del animal de metal asomando por una trampilla en el techo, rodeado de angelotes pintados entre las de vigas.

—Sí. ¿No lo ve?

—No. Le digo que no veo nada.

—Es cierto... eso complica todo. Un momento... lo tiene ahí... al lado. Tire el brazo izquierdo...

—¿Qué lo tire?

—Sí... como es... que... alargue...

—Que extienda el brazo.

—Ajá... hacia el agujero.

Alto hace lo que le indica, y enseguida su brazo topa con un bulto lanudo y espeso, notando la dureza de su armazón interior. Palpa la espalda, el macuto cosido con firmeza en ella, la enorme cabeza, las temibles mandíbulas.

—¡Mierda! —se sobresalta—. Está respirando.

—Sí... tiene un... imita respiración cuando está dada la cuerda.

—No le debe de quedar mucho... cómo quiero a este bicho. —Mientras habla trata de sacar la carga del animal.

—No le hace falta. Cuando recoja las provisiones puede caer. Pensé utilizarlo para abrir una puerta. Estando usted ciego no puede indicar...

—No puedo sacarlas. Está atorado.

—Sí, ya veo... tendré que hacerlo entrar antes de que pare. Tiene el agujero a su izquierda, ¿sí?

—¿Yo...? Sí...

—Voy. Si le aplasta, grite. —Vuelve a la concertina. Despacio, hace que el animal atraviese el agujero, rasgándose la piel falsa con los bordes, y dirigido hacia el frente según él mira—. ¿Bien?

—Sí... le juro que es terrible notar a esa cosa moviéndose. Ahora lo tengo a mis pies... haga que me rodee.

—Si encuentra un obstáculo... no lo vemos. Bien. Hago que gire a su derecha y...

¡AAAAAH! —Siente una presión fuerte en su pierna izquierda. Y la aparta a tiempo—. No... ha sido el susto, pero...

¿Qué?

—He movido las piernas, están... doloridas, pero puedo moverlas algo.

—Buena noticia.

—Sí... ahora... hágalo avanzar, dos pasos.

—Si el sonido llega dentro... —Parece que así es, Alto nota cómo el enorme autómata avanza a sus pies—. Bien. Ahora gírelo a la derecha noventa grados... ¿no está de pie, no?

—No debier... va a cuatro...

—Perfecto. Avance... eso es, eso es... ya. Puede tumbarlo. —El animal queda a su lado derecho tumbado boca abajo—. Perfecto. Estira la mano y con dificultad va sacando las dos botellas de agua y las galletas. Abre una de las botellas y bebe con ansia—. Maravilloso... le debo la vida... le debo más...

BOOK: Los horrores del escalpelo
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