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Authors: Brad Meltzer

Tags: #Intriga

Los millonarios (29 page)

BOOK: Los millonarios
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—Sin duda —dijo—. Yo les contrataría hoy mismo.

—¿De verdad? —preguntó Joey, sorprendida, aunque no demasiado—. ¿O sea que todo está limpio?

—Como una patena —contestó él—. El más joven tuvo algunos problemas por vagancia, pero nada más. Según nuestros datos, se trata de dos ángeles. ¿Por qué, qué esperabas encontrar?

Esta vez fue Joey quien se quedó en silencio unos segundos.

—No… nada —contestó. Antes de que pudiera continuar, hubo un pitido en la otra línea. La identificación de llamada reveló que era Noreen—. Escucha, tengo que cortar —añadió Joey—. Te llamaré más tarde. Gracias, Poochie.

Un momento después hablaba con su ayudante.

—¿Gallo y la madre han regresado? —preguntó Noreen.

Joey echó un vistazo al asiento del acompañante, donde una pantalla digital mostraba un pequeño triángulo azul que titilaba a través de un mapa electrónico en dirección al puente de Brooklyn.

—Están de camino —dijo—. ¿Qué me dices de ti? ¿Algo interesante?

—Sólo unos antiguos datos universitarios de la oficina de personal del banco. En términos académicos, las notas de Oliver eran buenas, pero no excelentes…

—Pez pequeño, estanque grande… nuevo nivel de competición…

—… pero según su curriculum, estaba trabajando en dos empleos diferentes, uno de ellos un negocio propio. Un semestre, vendía camisetas; el siguiente, organizaba viajes en limusina; incluso tenía su propio negocio de mudanzas al final de cada año. Ya conoces el perfil.

—El típico joven empresario. ¿Qué hay de Charlie?

—Dos años en la escuela de Bellas Artes, luego lo dejó y acabó los estudios en el City College. En ambos casos, sin embargo, fue la peor clase de estudiante que puedas imaginar. Notables en las asignaturas que le interesaban; insuficientes en el resto.

—¿Y por qué lo dejó? ¿Miedo al éxito o miedo al fracaso?

—Ni idea, pero está claro que es el comodín.

—En realidad, Oliver es el comodín —señaló Joey.

—¿Tú crees?

—Echa otro vistazo a los detalles. Charlie puede ser mejor en una situación concreta, pero cuando se trata de asumir riesgos, es Oliver quien dio un paso adelante en un mundo que no era el suyo. —Joey aguardó, pero Noreen no objetó su argumentación—. ¿Qué otra cosa has encontrado además de los currículums?

—Eso es todo —dijo Noreen—. Excepto por el apartamento de la madre, todo lo que Charlie y Oliver tienen son algunas tarjetas de crédito vencidas y una cuenta bancaria ahora vacía.

—¿Y has comprobado todo lo demás?

—¿Yo te presto atención cuando tú hablas? Permiso de conducir, Seguridad Social, pólizas de seguros, documentos corporativos, datos de propiedad y todos los demás datos de nuestras vidas privadas que el gobierno ha estado vendiendo a las agencias de crédito durante años, pero sólo ahora, cuando culpan de ello a Internet, está consiguiendo algún eco en la prensa. Aparte de eso, nada dudoso. ¿Cómo te ha ido con el FBI?

—La misma historia: ni condenas, ni citaciones, ni arrestos recientes.

—¿De modo que eso es todo? —preguntó Noreen.

—¿Estás de broma? Este es sólo el primer kilómetro. ¿Cuándo ha dicho Fudge que tendríamos los detalles del teléfono y las tarjetas de crédito?

—En cualquier momento —contestó Noreen, acelerando la voz—. Ah, y hay una cosa que podrías encontrar interesante. ¿Recuerdas esa farmacia que me pediste que comprobase? Bien, llamé, dije que era de la compañía de seguros de Oliver y les pregunté si tenían alguna receta pendiente para el señor Caruso.

—¿Y?

—No tenían nada para Oliver…

—Mierda…

—Pero tenían una para un Caruso llamado Charles.

Joey se irguió en el asiento.

—Por favor, dime que tú…

—Oh, lo siento, ¿he dicho Oliver? Quería decir Charles. Así es, Charlie Caruso.

—Maravilloso, maravilloso —canturreó Joey—. ¿Qué has encontrado?

—Bueno, tiene una receta de algo llamado mexiletine.

—¿Mexiletine?

—Eso fue exactamente lo que yo pregunté; luego llamé al despacho del médico que había recetado ese medicamento, quien se mostró más que dispuesto a colaborar en una investigación de una compañía de seguros…

—Estás haciendo grandes progresos en este trabajo, ¿lo sabías? —dijo Joey—. ¿Y el resultado final?

—Charlie sufre una taquicardia ventricular.

—¿Una qué?

—Una arritmia cardíaca. La padece desde los catorce años —explicó Noreen—. De ahí vienen todas las facturas del hospital. Durante todo este tiempo pensábamos que eran de su madre. No es así. Las facturas son todas de Charlie. La única razón de que estén a nombre de su madre se debe a que entonces era menor de edad. Lamentablemente para ellos, cuando Charlie sufrió el primer ataque, la operación les costó ciento diez mil dólares. Aparentemente tiene una mala conexión eléctrica en el corazón que no le permite bombear la sangre correctamente.

—¿O sea que se trata de una afección grave?

—Sólo si no toma su medicación.

—Mierda —dijo Joey, sacudiendo la cabeza—. ¿Crees que lleva la medicación con él?

—Charlie y Oliver desaparecieron directamente desde Grand Central. No creo que llevase un par de calcetines de recambio, mucho menos su dosis diaria de mexiletine.

—¿Y cuánto tiempo puede estar sin tomarla?

—Es difícil decirlo. El médico supone que tres o cuatro días en condiciones perfectas, salvo que se dedique a correr por ahí o se encuentre bajo una situación de estrés.

—¿Quieres decir como salir huyendo y luchar por tu vida?

—Exactamente —dijo Noreen—. A partir de este momento, el reloj de Charlie está en marcha. Y si no le encontramos pronto, olvídate del dinero y el asesinato, porque esos serán los problemas menos importantes de ese chico.

35

—¿Es su padre? —pregunta Charlie.

—¿O sea que está vivo? —añado.

La mujer nos mira a ambos, pero sigue concentrada en mí. —Lleva muerto seis meses —dice casi con demasiada tranquilidad—. ¿Qué es lo que querían de él?

Su voz es aguda, pero fuerte, no parece intimidada en absoluto. Avanzo un par de pasos; ella permanece inmóvil.

—¿Por qué mintió con respecto a quién era? —le pregunto. Ante nuestra sorpresa, ella sonríe divertida y frota el pie sobre la hierba. Entonces me doy cuenta de que está descalza.

—Es curioso, estaba a punto de hacerles la misma pregunta.

—Podría habernos dicho que era su hija —le acusa Charlie.

—Y ustedes podrían haber dicho por qué le buscaban.

Mordiéndome el labio inferior, reconozco una situación de tablas cuando veo una. Si queremos información, tenemos que ofrecerla.

—Walter Harvey —digo, extendiendo la mano y mi nombre falso.

—Gillian Duckworth —dice ella, estrechándola.

Al otro lado de la calle, el lechero cumple con su rutina diaria. Charlie oculta su machete detrás de la espalda y me hace señas.

—Eh… tal vez deberíamos llevar esto dentro…

—Sí… no es mala idea —digo, ocultando la pistola debajo de la camisa—. ¿Por qué no entra y toma una taza de café?

—¿Con ustedes dos? ¿Después de haber sacado una pistola y un cuchillo de pirata? ¿Tengo aspecto de querer que mi fotografía aparezca en un envase de leche?

La mujer se da la vuelta para marcharse y Charlie me mira. «Ella es lo único que tenemos.»

—Por favor, no se vaya —digo, cogiéndola del brazo.

Ella se aparta de mí pero no levanta la voz en ningún momento.

—Me alegro de haberle conocido, Walter. Que tenga una buena vida.

—Gillian…

—Podemos explicarlo —grita Charlie.

Ella ni siquiera aminora el paso. El lechero desaparece en el apartamento de al lado. La última oportunidad. Consciente de que necesitamos la información, Charlie se lanza a tumba abierta.

—Pensamos que su padre pudo haber sido asesinado.

Gillian se para en seco y se vuelve, la cabeza erguida. Se aparta tres rizos negros de la cara.

—Concédanos sólo cinco minutos —le ruego—. Después podrá marcharse.

Arrancando una hoja del Manual de Negociaciones Obstinadas de Lapidus, me dirijo resueltamente hacia la puerta de nuestro apartamento y no le doy ninguna oportunidad de decir que no. Gillian está justo detrás de mí.

Cuando entro en nuestro apartamento espero que ella haga una broma o al menos algún comentario sarcástico. Las paredes desnudas… las ventanas cubiertas con páginas de calendario… tiene que decir algo. Pero no lo hace. Como un gato que explora un territorio desconocido, Gillian recorre rápidamente la habitación principal. Sus brazos delgados se balancean a los lados del cuerpo; los dedos hurgan en los deshilachados bolsillos de sus vaqueros desteñidos. Le ofrezco la silla plegable junto a mí en la cocina. Charlie le ofrece el sofá. Ella se dirige hacia mí. Pero en lugar de sentarse en la silla, se impulsa con las manos hasta quedar sentada sobre la encimera blanca de formica. Sus pies descalzos cuelgan fuera del borde. Mi mirada se entretiene demasiado y Charlie se aclara la garganta. «Venga, por favor», me dice con la mirada. «Como si nunca hubieras estado en un vestuario de chicas.» Sacudo la cabeza y vuelvo a concentrarme en Gillian.

—Nos estaba contando que su padre… —comienzo a decir.

—En realidad, no les estaba contando nada —responde ella—. Sólo quiero saber por qué piensan que fue asesinado.

Miro a Charlie. «Ten cuidado», me advierte con un leve movimiento de la cabeza. Pero incluso él se da cuenta de que debemos empezar por alguna parte.

—Hasta ayer ambos vivíamos en Nueva York, trabajábamos en un banco —comienzo a decir con voz insegura—. El viernes, estábamos revisando unas cuentas antiguas…

—… y nos topamos con una a nombre de Marty Duckworth —me interrumpe Charlie, ya en pleno vuelo. Estoy a punto de interrumpirle a mi vez, pero cambio de opinión. Ambos sabemos quién miente mejor—. Por lo que sabemos, la cuenta de su padre había conocido tiempos mejores… Se trataba de una antigua cuenta abandonada en el sistema. Pero una vez que dimos con ella, y una vez que informamos del hallazgo al jefe de Seguridad del banco, bueno… ayer éramos tres los que huíamos. Hoy sólo quedamos dos.

Incapaz de acabar la historia, Charlie desvía la mirada y se queda en silencio. Aún está afectado por todo lo que nos ha sucedido. Y cuando revive lo ocurrido, es evidente que aún oye a Shep… cayendo sobre las tablas de madera. Los ojos de mi hermano lo dicen todo. «¿Dios, por qué hicimos algo tan estúpido?» Charlie mira a Gillian, que le mira fijamente. No lo había advertido antes, pero ella raramente aparta la vista. Siempre está mirando. Sus ojos se encuentran y, sólo entonces, ella parece ceder. Sus pies ya no se balancean. Está sentada sobre las manos, absolutamente inmóvil. Lo que sea que haya visto en mi hermano, es algo que conoce demasiado bien.

—¿Se encuentra bien? —le pregunto.

Gillian asiente, incapaz de hablar.

—Lo sabía… lo sabía…

—¿Sabía qué?

Al principio titubea, se niega a contestar. Seguimos siendo dos completos desconocidos. Pero cuanto más tiempo permanecemos sentados allí… más comprende que estamos tan desesperados como ella.

—¿Qué sabía? —insisto.

—Que algo no estaba bien, lo supe en el momento en que recibí el informe. —Al ver la confusión en nuestros rostros, se explica—. Hace seis meses, como cualquier otra mañana, me estaba sirviendo unos cereales y, de pronto, suena el teléfono. Me dicen que mi padre ha muerto en un accidente de bicicleta, que estaba dando un paseo por Rickenbacker Causeway cuando un coche se desvió de su carril… —Se mueve en su improvisado asiento al revivir el recuerdo. Después de volver a enterrarlo, nos pregunta—. ¿Han visto alguna vez el Rickenbacker?

Sacudimos la cabeza simultáneamente.

—Es un puente tan empinado como una pequeña montaña. Cuando tenía dieciséis años, era una subida muy dura. Mi padre tenía sesenta y dos años. Tenía problemas para circular por la carretera asfaltada que bordea la playa. Es imposible que estuviese pedaleando en el Rickenbacker.

Los tres nos quedamos en silencio. Charlie es el primero en reaccionar.

—¿Los policías…?

—El día después del accidente fui a su casa a recoger el traje con el que iba a ser enterrado. Cuando abrí la puerta, el lugar parecía haber sido arrasado por un huracán. Los armarios rotos… los cajones vaciados… pero que yo sepa sólo se llevaron el ordenador. Pero lo mejor de todo es que, en lugar de enviar a la policía, el robo fue investigado por…

—El servicio secreto —digo.

Gillian se vuelve con una mirada de reojo.

—¿Cómo lo sabe?

—¿Quién cree que nos persigue?

Eso es todo lo que se necesita. Igual que hizo con Charlie, Gillian clava su mirada en mí. No puedo asegurar si está buscando la verdad o sólo una conexión. En cualquier caso, la ha encontrado. Sus ojos azules me atraviesan.

Charlie tose ruidosamente.

—¿Qué cree que estaban buscando? —pregunta.

—¿Quién? ¿Los tíos del servicio secreto? —pregunto.

—Por supuesto, el Servicio.

—Nunca lo supe —explica Gillian con la voz aún suave y perdida—. Cuando llamé a su oficina en Miami, me dijeron que no tenían constancia de ninguna investigación. Les dije que había conocido a los agentes pero, sin los nombres, no había nada que pudieran hacer para ayudarme.

—¿De modo que eso es todo? ¿Usted simplemente tiró la toalla? —pregunta Charlie—. ¿No se le ocurrió pensar que todo lo ocurrido era un poco extraño?

—¡Charlie…!

—No, tiene razón —dice Gillian—. Pero tienen que entenderlo, cuando se trataba de los negocios de mi padre, los secretos formaban parte del juego. Así era él.

Charlie la mira fijamente, pero yo asiento para tranquilizarla. Cuando se trata del imbécil de nuestro padre, yo he sido capaz de perdonar. Charlie jamás olvida.

—Está bien —digo—. Sé lo que se siente.

Cuando extiendo la mano para tocarle el brazo, el tirante del sujetador cae por debajo de la camiseta sin mangas y le rodea el hombro. Vuelve a colocarlo en su sitio con un movimiento de perfecta elegancia.

—Muy bien, espere un segundo —interrumpe Charlie—. Aún no me aclaro con respecto a las fechas. Su padre murió hace seis meses, ¿verdad? ¿Eso ocurrió justo después de que se marchara de Nueva York?

—¿Nueva York? —pregunta Gillian, desconcertada—. El nunca vivió en Nueva York.

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