Los muros de Jericó (5 page)

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Authors: Jorge Molist

BOOK: Los muros de Jericó
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Afinó su guitarra y ensayó unos acordes. Era su máquina personal del tiempo.

Y fue, poco a poco, viajando a un tiempo pasado de ilusiones, ideales de libertad y esperanzas conforme los viejos acordes venían a su mente. Tarareó un poco, tomó un sorbo de brandy y empezó a cantar suavemente para sí mismo:
The answer my friend is blowing in the wind. The answer is blowing in the wind.

Era un tiempo en que existían motivos para luchar. Continuó cantando y tomando brandy. A través de su ventana fue capaz de distinguir una estrella que ganó su propia guerra a la oscuridad de la noche y a las luces de la ciudad.

—¡Bienvenida, bonita!

Le dedicó una canción. Poco a poco se dio cuenta de que tenía un público de estrellas. Bellas, frías e inmutables. ¿Cuánta gente y en cuántos lugares verían las mismas estrellas?

Quizá las estaría viendo esa mujer. La mujer con la que él soñaba. Esa que posiblemente no existía. O quizá sí. Viajó más allá en el tiempo y cambió de lugar y de lengua.

Cuando salí de Cuba, dejé mi vida dejé mi amor.

Cantaba suavemente, sintiendo la letra.

Cuando salí de Cuba, dejé enterrado mi corazón…

Y así, en español, continuó cantando a una tierra donde había estado poco tiempo físicamente pero mucho en pensamiento. Y a unas raíces que eran suyas pero estaban muy lejanas en el tiempo y el espacio.

Una luna cuarto creciente vino a sumarse al público de las estrellas.

Luna que te quiebras sobre las tinieblas…
, le cantó como bienvenida.

De pronto se fue más lejos en el tiempo. Cuando cantaba con su padre canciones de una tierra más lejana y de un tiempo mucho más lejano. Y cambió a una lengua antigua que aprendió de su padre y que sólo con él hablaba. Cantó viejas canciones heredadas de los trovadores medievales, de las olas del Mediterráneo, del olivo y del naranjo.

A la vora de la mar hi ha una donzella… Veu venir un mariner que una nau mena.

Y así, convertido en viejo juglar, cantó canciones de caballeros y damas. De amores, guerras y nobles malvados condenados al infierno. Tierras y tiempos de leyenda donde el hombre luchaba contra el demonio y contra los dragones. Y donde los ideales y su dama eran el estandarte de los caballeros.

Mientras, poco a poco, empujada por la música, la luna iba subiendo en el oscuro cielo.

Cuando el despertador sonó el día siguiente, Jaime se sentía espeso. Junto a su guitarra se amontonaba la ropa de la noche anterior. Más allá, vio la botella de brandy vacía, una camisa que lucía un gran lamparón de café y su flamante corbata
yuppie
de cien dólares. Manchada de brandy.

VIERNES
10

Las manos tecleaban con la fuerza y seguridad de quien conoce la rutina a la perfección.

En la pantalla apareció la lista de mensajes en espera. Uno era de Samael:

«Hemos sido bendecidos con un éxito total. El primer muro ha caído. Samael.»

De inmediato escribió la respuesta:

«Felicita a los hermanos. La muralla interior y última está mucho más protegida y hay que iniciar los pasos para derribarla. Por un tiempo deberemos usar la astucia y minar los cimientos del muro. Cada cual ha de colocarse en su posición y, cuando suenen de nuevo las trompetas y caiga la muralla, Jericó será nuestra. Arkángel.»

Con la misma eficacia anterior, el mensaje fue enviado y luego se borró de la memoria del ordenador.

DOMINGO
11


Hi daddy! How are you
?
[1]
—Jenny llegaba corriendo por el cuidado césped de la casa de su madre hasta el coche.

Delores los observaba tras los visillos, y Jaime le envió un saludo con la mano. Añoraba los tiempos en los que los tres eran una familia. No hubo respuesta por parte de su ex mujer, o al menos él no la pudo ver. Ésta fue antes la casa de ambos, y contemplarla le entristecía; había invertido horas y horas de ilusión, trabajando en reparaciones y mejoras para convertirla en un hogar confortable y ahora era el hogar de otro hombre.

—Buenos días, mi amor —saludó a la niña besándola. Ella le dio un fuerte abrazo colgándose de su cuello—. Yo muy bien. ¿Y tú?, ¿cómo estás?


Great, daddy! Are we going out today with your boat? Are we going to see the grandpas
?
[2]

—Sí, cariño, pero háblame en español. Es bueno que lo aprendas y haces feliz al abuelo. ¿De acuerdo?


All right, daddy
! —repuso la niña de nuevo en inglés.

Jaime sonrió. Disfrutarían del día.

Pasaron tres horas deliciosas en el velero de Jaime. La brisa era agradable y navegaron entre las playas de Newport Beach e isla Catalina, que sobresalía en el horizonte norte sobre una ligera bruma.

Ya hambrientos, atracaron la embarcación y tomando el coche bordearon la costa por la Pacific Coast Highway hasta Laguna Beach.

Cuando llegaron, el abuelo les esperaba cuidando del jardín.


Grandpa
! —gritó Jenny dando a Joan un fuerte abrazo.

Joan tendría unos setenta años y demostraba el placer de ver a su nieta sonriendo generoso bajo su grueso bigote blanco.

—¿Cómo está mi princesa?


Great, grandpa. And you
?

—¡Jenny, Jaime! —El grito desde el interior de la casa impidió a Joan contestar.


Grandma
! —gritó Jenny a su vez, y fue a dar un abrazo a la abuela.

Esta ya salía de la casa secándose las manos con su delantal.


Jaume! Com estas fill
? —le dijo Joan a Jaime mientras se abrazaban.


Good
—dijo la niña oliendo el aire—.
We are having
arroz cubano.
I love it
!

—Sí, mi hijita —dijo la abuela—. ¿Cómo no iba a hacerlo si tú venías?

Era un día espléndido y comieron en el porche del jardín trasero de la casa. Los colibríes visitaban las flores y los pequeños comederos que el abuelo Joan había dispuesto en lugares estratégicos.


Grandpa
—dijo Jenny al terminar los postres—,
tell me about
tu familia
and what happened in your old country
?
[3]

—Pero si ya te he contado esa historia muchas veces —dijo Joan ocultando su satisfacción—. ¿Seguro que la quieres oír otra vez?

—¡Sí, abuelo!
Please
!

—He oído eso mil veces —dijo la abuela Carmen—. Voy a preparar café.

Los demás se acomodaron para disfrutar de la sobremesa y para escuchar, otra vez, viejas historias de otro continente.

—Nací en la primavera de 1925. Los almendros estaban en flor cuando mi madre, Rosa María, me tuvo en la gran cama de nogal de la habitación de matrimonio de nuestra casa, situada en una pequeña población cercana a Barcelona. Mi padre, Pere, llenó con las rosas del jardín la habitación y se fue a comprar puros habanos para familia, amigos y clientes. ¡Y casi se le olvidan! Bombones para las señoras.

»Crecí feliz entre la escuela, las calles del pueblo, la playa y la tienda que mis padres regentaban en la planta baja de nuestra casa. Entre un padre soñador y apasionado y una madre más preocupada por las cosas terrenas y materiales. Papá discutía frecuentemente con los representantes que venían a vender paños a la tienda o con los clientes sobre cosas tales como la República, el Estatuto y muy especialmente sobre la libertad.

»A mi madre lo que le preocupaba era cómo pagar las facturas, y en ocasiones me enviaba a casa de clientes con pedidos, o a cobrar pequeñas cuentas. "Hijo, debes ser honrado y trabajador —me decía—. Paga siempre tus deudas, y tu palabra ha de tener más valor que todo el dinero del mundo."

»En una ocasión, al regresar de uno de los recados, me encontré con mi padre saliendo de la taberna. Habría discutido con alguien y estaba más excitado que de costumbre. "Joan —me dijo poniendo sus manos en mis hombros y mirándome fijamente— acabas de cumplir once años y ya eres casi mayor. Prométeme que serás un hombre libre, que no dejarás que te pisen o te humillen, que siempre pelearás por tu libertad."

»Me quedé asombrado tanto por lo inesperado del discurso como por la forma extraña en que mi padre me hablaba. Tenía los ojos brillantes y esperaba ansioso mi respuesta. Pensé unos momentos antes de contestar: "Sí, padre. Te lo prometo." Y el denso bigote de papá se levantó cuando la sonrisa apareció en su rostro. Me abrazó, me dio un beso en plena calle, y pasando el brazo sobre mi hombro nos fuimos a casa. Mi padre me iba contando cosas importantísimas, que yo no entendía, sobre el país, la política y otros conceptos fundamentales para un hombre recién estrenado, como lo era yo a partir de aquel momento. Desde entonces empecé a interesarme por los debates políticos que mi padre sostenía con unos y otros.

»Una mañana de julio, ya en las vacaciones de verano, uno de los compañeros de
Partit
de papá entró corriendo en la tienda. "¡Pere! —gritó—. ¡Los militares se han sublevado contra la República! ¡Se lucha en las calles de Barcelona!" Mi padre se arrancó el mandil blanco que vestía en la tienda, lo echó encima del mostrador y gritó a mi madre, que lo miraba preocupada: "¡Voy a escuchar la radio de galena del farmacéutico!"

»Salí corriendo detrás de mi padre y su amigo. No sabía exactamente qué implicaba aquello, pero por lo oído últimamente intuía que el asunto tenía que ver con mi libertad.

»El golpe en Barcelona fracasó, y los militares cayeron a manos de grupos de izquierdas y de la policía. Pero triunfaron en muchos otros lugares de España.

»El año siguiente fue de noticias contradictorias, rumores, discursos inflamados y jóvenes que marchaban hacia el frente de batalla cantando himnos patrióticos. "Vale más morir de pie que vivir arrodillado", decía mi padre, junto con otras cosas de tono semejante.

»Pasé aquel año yendo a la escuela, a la sede del
Partit
y jugando con mis amigos a grandes combates en frentes de batalla imaginarios con nuestras escopetas de madera. Pero mi hermano y yo tuvimos que ayudar más a mamá en la tienda, porque Pere se ausentaba con frecuencia.

»Un día, desde el comedor del primer piso de la casa oímos una discusión desacostumbrada, casi a gritos, procedente del dormitorio de mis padres. Cuando Rosa María bajó, tenía los ojos enrojecidos. Yo ya no iría a la escuela el próximo septiembre y tendría que ayudar más en la tienda, porque papá iría a combatir al frente. "Joan, me voy a luchar por nuestra patria y por nuestra libertad —me dijo Pere al despedirse—. Cuida de tu hermano, obedece a tu madre y reza por mí."

»Rosa María lo abrazó con fuerza. Luego le dio una espiga de trigo para que la guardara como símbolo de nuestro hogar. Cogí la mano de mi hermano, que lloraba en silencio, y sentí cómo se me nublaban los ojos. "Buena suerte, papá", grité cuando el camión de cabina descubierta, con mi padre y un grupo de compañeros del
Partit
, de pie en la parte de atrás, arrancó hacia Barcelona.

»Retuve la imagen de papá sonriendo con el fusil al hombro. Una bandera amarilla con cuatro barras rojas, que en realidad eran la sangre de un antiguo héroe, estaba sujeta a la cabina del camión y ondeaba al viento por encima de las cabezas de los voluntarios. Unos del camión se pusieron a cantar un himno, y mi padre se unió a ellos mientras saludaba con la mano. Los que les despedíamos también cantábamos y vi cómo mi madre corría inútilmente tras el camión cuando éste se alejaba.

»Durante un tiempo recibimos cantidad de cartas de papá y, por lo que contaba, aquello, más que una guerra, parecía una aventura. Decía que quería pagar la espiga de Rosa María con poesías. Por eso escribía mucho.

»Murió en la orilla del río Ebro, en la frontera de su país. Fue un asalto a bayoneta.

Los compañeros del
Partit
nos dijeron que Pere fue un hombre afortunado.

»"Murió libre, luchando por patria y libertad. —Explicaban—. Jamás supo que perdió la guerra y el dolor de sus heridas duró poco. No tuvo que sufrir la humillación de la derrota o la prohibición de hablar su lengua materna. Tampoco sufrió hambre, enfermedad o campo de concentración."

»"Ni vio a los suyos vencidos y humillados."

»"El cuerpo de Pere quedó al lado del río Ebro y jamás volvió. Pero el padre río recogió la sangre de Pere y la fue llevando a través de los campos de nuestro país. Al final la entregó a la madre mar que la mezcló con la sangre de los héroes que durante miles de años han luchado por patria y libertad a orillas del Mediterráneo.

»"Y la mar mediterránea la llevó hasta la playa de nuestro pequeño pueblo."

»Por eso, a partir de entonces, cuando yo rezaba por mi padre, siempre iba a la playa.

»Rosa María lloró cuando le contaron la historia por primera vez. La segunda vez les dijo a los del
Partit
que no se acercaran más por la tienda ni hablaran nunca más conmigo. Además, ¿cómo diablos sabían ellos si el padre río no había concedido el mismo honor a la sangre del enemigo al que su marido mató?

»Les dijo que hubiera preferido ser la esposa de un cobarde que la viuda de un héroe. Y seguro que la mujer del hombre al que su marido habría matado pensaba lo mismo que ella.

Pero yo sabía que en algún lugar cerca del río Ebro los granos dorados del hogar de mis padres fructificarían, haciendo crecer espigas de trigo. Y cuando el viento de poniente soplara, las espigas recitarían bajito las poesías que Pere no pudo terminar de escribir. Y las poesías llegarían a Rosa María. Y así Pere podría pagar al fin su deuda con ella.

»En el año 39 la derrota se hizo evidente. Grupos de soldados cansados, sin moral, cruzaban el pueblo hacia el norte. Hacia Francia.

Ya no cantaban. Decían que volverían en poco tiempo y liberarían el país.

»Los supervivientes del
Partit
, igual que los de otros grupos y partidos, recogieron las banderas y se encaminaron al destierro.

»Yo ya tenía catorce años y le dije a mi madre que me iba con ellos. Rosa María respondió que estaba loco y que ella no lo consentiría, pero yo repliqué que le había prometido a mi padre que lucharía por mi libertad y que no aceptaría humillaciones. Aun sintiéndolo, debía irme.

»La pobre mujer se decía que la locura debía de ser la única herencia que el padre dejaba al hijo, y me hizo hablar con el cura, con el maestro y con algunos familiares para que razonara. Pero no cambié mi decisión. «Joan, eres demasiado joven. Esperar unos años no hará que faltes a la promesa hecha a tu padre», argumentaba Rosa María para ganar tiempo. «Mamá, tú me enseñaste que mi palabra debe tener más valor que todo el dinero del mundo —repuse mirando con calma a sus profundos ojos—. ¿Quieres que te traicione también a ti?»

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