Los muros de Jericó (6 page)

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Authors: Jorge Molist

BOOK: Los muros de Jericó
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»Rosa María se dio cuenta de que había perdido. Pero era una buena comerciante e iba a negociar hasta el final. Y al fin consiguió que aceptara ir a Cuba, donde ella tenía un hermano que había establecido un comercio de importación-exportación. Éste me aceptaría como aprendiz y, naturalmente, se me trataría como de la familia.

»La buena mujer arregló mi viaje a Marsella en un barco de pesca que iría bordeando clandestinamente la costa. En Marsella tendría pasaje para La Habana.

»Me despedí de mi familia en el pequeño puerto al atardecer. «Joan, cuídate y escribe —me dijo mamá—. Sé trabajador y honrado, paga siempre tus deudas y jamás faltes a tu palabra.»

»Me quedé mirando a la pequeña mujer de ojos verdes, llenos de lágrimas, y de cabello oscuro con demasiadas canas. Nos abrazamos mientras acariciaba aquellas canas prematuras.

»En aquel momento me pregunté a cuál de los dos admiraba más, a Pere o a Rosa María. No supe responder.

»Hay preguntas a las que uno jamás encuentra respuesta por mucho que viva.

»Y subí al pequeño barco, rumbo a la libertad.

MARTES
12

—¡Jaime! ¡Qué sorpresa! —Hermosa sonrisa, ojos de un azul profundo, media melena rubia clara—. ¿Cómo estás?

Jaime regresó de inmediato del lugar entre sus pensamientos donde se encontraba perdido; estaba cenando en Roco y, terminada la ensalada, mordía una hamburguesa. De espaldas a la caja, desde su mesa podía ver la calle y observar a los habitantes del restaurancito, pero se había perdido la entrada de la rubia. Y ahora ella estaba de pie al lado de su mesa sosteniendo una bandeja con ensalada, hamburguesa y una taza de café humeante. Menú poco original, pero el propio del lugar.

—Muy bien. —Aunque sorprendido por el conjunto de pantalón y chaqueta vaquera, reconoció de inmediato a la chica—. Gracias, Karen. ¿Cómo tú por aquí?

—Me cansé del menú de mi cocinera y, acordándome de este restaurante griego, he decidido cenar una sabrosa y auténtica hamburguesa americana.

—¿Tienes cocinera? —Jaime sonreía incrédulo.

—Claro. Se llama Karen Jansen. ¡Pero bueno! ¿Me invitas a compartir mesa o qué?

—Siéntate, por favor. —Hizo un gesto de bienvenida con la mano que no sostenía la hamburguesa.

Ella depositó la bandeja y, sentándose frente a él, lo miró sonriente. Jaime no se había perdido las curvas que los ajustados pantalones resaltaban.

—Creo que es la primera vez que te veo vestir pantalones.

Hacía tiempo que se conocían, pero él siempre la había visto vestida según un código, no escrito, que funcionaba para las mujeres con responsabilidades ejecutivas en la Corporación. Faldas no muy por encima de la rodilla y blusas con cuello cerrado o alto con botones. Las medias eran obligadas incluso en verano.

Pero ahora Karen vestía una camiseta negra con escote, que resaltaba sus pechos.

—Los pantalones son una conquista social a la que no pienso renunciar. Las mujeres hace tiempo que votamos en este país, ¿lo sabías?

Una luz de alarma se le encendió a Jaime, y por un momento sus músculos se tensaron. Conocía la reputación de agresividad de Karen y la había visto en acción más de una vez.

Pero ella lo miraba con una cálida sonrisa en los labios y una chispa de humor en los ojos. No parecía buscar, al menos por ahora, batallas reivindicativas sobre derechos femeninos.

—¿Y tu cocinera también vota? —Jaime le devolvió la sonrisa.

—No, ella no. Es inmigrante ilegal.

—No tenemos muchos inmigrantes ilegales rubios, con ojos azules y apellidados Jansen últimamente por el sur de California. Tengo el apartamento hecho un desastre. ¿Crees que si le hago una buena oferta tu inmigrante ilegal vendría a arreglarlo de vez en cuando?

Ella no contestó y empezó a comer su ensalada. Jaime temía haber ido demasiado lejos, animado por los ojos azules de mirada amistosa y las recién descubiertas curvas femeninas de Karen. La compañía de la chica fuera del trabajo le estaba gustando y lamentaría estropearlo. Decidió mantener el silencio y esperar la respuesta de ella. Mordió su hamburguesa.

Al cabo de unos minutos interminables ella dejó de comer, apoyó los codos en la mesa y, acercándose ligeramente, le miró a los ojos. Había dejado de sonreír y el pequeño escote se abría sugiriendo vistas prohibidas. Al fin habló.

—Jimmy, ¿te me estás insinuando?

Él intentó no atragantarse con la hamburguesa al contestar. Ponderaba la respuesta preguntándose cómo podía ser ella, tan guapa y agresiva a la vez.

—Kay —contestó usando también el diminutivo—, se trata de negocios, nada personal.

—Yo dejé los negocios hoy a las siete. ¿Continúas trabajando para la Corporación a estas horas o tienes pluriempleo con la mafia?

—Si has dejado de trabajar, eres tan agresiva en tu vida privada como en los negocios —le reprochó mirándola con seriedad.

—No, hombre. Estoy bromeando; en mi vida privada soy muy dulce. —La sonrisa regresó a sus labios.

Jaime se preguntaba qué hubiera ocurrido de haber contestado que sí, que era una insinuación intencionada, pero prefirió no insistir y esperar acontecimientos. Siguieron comiendo en silencio. De cuando en cuando sus miradas se cruzaban.

—¿Vienes mucho por aquí, Karen?

—En realidad no, esto cae lejos de mi apartamento, pero me apetecía una hamburguesa artesanal, como las de mi pueblo, y me he acordado de este lugar.

—¿De dónde eres?

—Deluh, Minnesota.

—¡Ah! Debería haberlo imaginado. Una típica rubia de Minesota, descendiente directa de nórdicos y destacada
cheer leader
de su escuela. Apuesto a que eres una ferviente seguidora del Partido Demócrata.

—Sí a lo primero, sí a lo segundo y lo tercero no te importa. Ya sabes que en este país el voto es secreto. Y tú ¿de dónde eres?

—Yo nací en Cuba, pero he pasado aquí, en el sur de California, casi toda mi vida.

—¡Ah! ¡Claro! Yo también debiera haberlo imaginado. Un
latín lover
con ritmo. Seguro que eres un activo anticastrista votante inalterable del Partido Republicano.

—Sí a lo primero, y lo segundo tampoco te importa. Ya sabes que los hombres tenemos en este país los mismos derechos que las mujeres.

Ella le miró sonriente y continuó comiendo en silencio.

—Tú y yo somos iguales —murmuró dulcemente al cabo de un rato.

Jaime no pudo evitar una carcajada.

—¡De eso hablábamos! —exclamó—. Estás cenando con un rubito, de ojos azules nacido cerca del polo Norte y con formas parecidas a las tuyas. —Con descaro premeditado le miró el escote.

—Tú y yo somos iguales —insistió ella con suavidad casi felina—. Sí, somos iguales —afirmó ahora con energía ante el silencio de él—. Somos minorías que alcanzamos responsabilidades laborales donde somos más minoría aún. ¿Cuántos hispanos están en una posición de vicepresidente en la Corporación? Ninguno. Sólo tú. ¿Cuántos hay en el siguiente escalón de mando por debajo de ti? Ninguno, y pasará mucho tiempo antes de que los haya de nuevo. —Karen hizo una pausa y lo observó. Luego continuó—: ¿Cuántas mujeres hay en tu nivel, Jim? Ninguna. ¿Y en el mío, tres niveles por debajo de la cabeza? Sólo seis.

Él la escuchaba con atención, pero no dijo nada.

—Los grandes ideales de los setenta y los ochenta están muriendo en este país. Están matando la Acción Afirmativa
[4]
. La están desmantelando. Si tú y yo empezáramos ahora, posiblemente jamás llegaríamos donde estamos.

—Bien, tienes algo de razón, pero exageras —admitió Jaime continuando con su hamburguesa—. En corporaciones semejantes a la nuestra hay muchas más mujeres y en los niveles más altos.

—Muy pocas, y en varios casos han llegado gracias a relaciones familiares. No exagero, Jaime. Lo cierto es que, a pesar de la tendencia involucionista actual, a nosotros nos mantienen ahí porque les hemos demostrado que somos muy buenos pero, de empezar ahora, no encontraríamos las oportunidades de entonces. Por eso tú y yo somos iguales —concluyó—. Miembros de especies en peligro en las grandes corporaciones.

—¿Quién podía imaginar que la atractiva rubia que se ha sentado a mi mesa es la presidenta de la sociedad protectora de minorías ejecutivas? —Jaime sonreía cínico.

Ella le devolvió una sonrisa forzada.

—Gracias por el título y el cumplido, pero estás evitando la cuestión —continuó, inclinándose en la mesa hacia él. La sonrisa había desaparecido—. Dime, Jaime, ¿te es indiferente el asunto? ¿Te parece bien que los jóvenes pertenecientes a minorías no tengan hoy la oportunidad que tú tuviste de probar tu valía?

Jaime estaba incómodo y su alarma interna le avisaba de nuevo. Instintivamente se apoyó contra el respaldo de su silla, y le pareció irónico retroceder ante una mujer tan atractiva. Justo lo contrario de lo que su instinto debería indicarle. ¿O sería que su instinto de supervivencia le ganaba la partida al instinto sexual? Sin duda, Karen podía ser peligrosa.

—Quizá tengas algo de razón —contestó con seriedad—, pero creo que estás siendo emocional.

—¡Qué diablos, Jim! —repuso ella elevando la voz—. No estoy trabajando, éste es mi tiempo libre, y por lo tanto puedo darme el lujo de ser emocional. —Sus ojos brillaban tanto que Jaime temió que lo deslumbrara—. Dime, ¿el asunto te es indiferente?

—No, Karen —contestó con recelo—, aunque últimamente he perdido sensibilidad en temas reivindicativos.

Volvía a sentirse incómodo. No le gustaba el rumbo que tomaba la conversación y sentía su intimidad violada al tener que descubrir sus más ocultos pensamientos a alguien que jamás había tratado socialmente.

—¿O sea, que te preocupa? —preguntó ahora Karen con voz dulce; Jaime sintió alivio—. Cuéntame. —Ella adoptó la actitud de quien va a escuchar una revelación de suma importancia.

—Lo que tú describes es sólo el síntoma, el reflejo del hundimiento de las grandes ideologías. —Jaime decidió abrirse—. A mí me preocupa lo que hay detrás. Creo que hoy la gente actúa como si alguien hubiera gritado «sálvese quien pueda» y todo el mundo corriera a los botes pisando a los que encuentran en su camino.

—Así es la filosofía
yuppie
, y que me perdonen los filósofos.

—Yo lo llamaría simplemente estética
yuppie
. Pero lo cierto es que encuentro a faltar la poesía, el espíritu de aventura, la búsqueda de libertad, el tener unos ideales, el creer en algo con pasión; aunque luego resulte equivocado. —Estaba hablando más de lo que quería—. Bueno, creo que te aburro. Estoy en los treinta y muchos y debo de empezar a sufrir la famosa crisis.

—No; no me aburres, todo lo contrario. Yo estoy en los treinta y muy pocos y pienso como tú.

Él la miró sorprendido.

—¿Estos temas le preocupan a nuestra más agresiva abogado? ¿Bromeas?

—¿La poesía y la aventura le preocupan a nuestro aburrido auditor? ¿Bromeas? —Luego ella continuó con su voz felina—. Te dije que éramos iguales, ¿cierto?

—La noche oscura me reservaba una bonita sorpresa. He encontrado a mi gemela. —Él sonrió irónico.

—Quizá sí. —Ella lo miraba con seriedad.

—¿Tú crees?

—Quizá —repuso pensativa—. Bien, la hamburguesa estaba tan buena como la recordaba. Ahora tengo que irme, el camino a casa es largo. —Se levantó.

—Ha sido realmente un placer, Karen —dijo él levantándose también.

Ella calzaba botas, y su altura continuaba siendo la misma que la que tenía en la oficina con tacones. Él le tendió la mano para estrechársela, pero ella le dio un beso en la mejilla.

—Yo también lo he pasado bien. La hamburguesa es realmente como las de mi pueblo —y añadió sonriendo—: Si me entero de que vuelves por aquí y no me invitas, sabrás realmente lo que es una abogado agresiva. No me gusta comer hamburguesas sola. Adiós, Jim.

—Adiós, Kay.

La vio salir hacia su descapotable con el bolso colgado al hombro y un balanceo de caderas que jamás hubiera imaginado en ella. Mientras la veía alejarse, Jaime se sintió bien consigo mismo. Tan bien como hacía mucho, mucho tiempo no se sentía.

MIÉRCOLES
13

—Voy a ver a Douglas. —Jaime se sentía inquieto y necesitaba salir del despacho.

—De acuerdo —contestó Laura sonriendo con malicia—. Espero que regreses de buen humor.

Jaime no apreciaba a Daniel Douglas, su colega en la vicepresidencia de Auditoría, pero al estar en la misma posición jerárquica podían abordar temas y sentimientos que raramente tratarían con el jefe, y menos con subordinados.

Afortunadamente sus áreas de responsabilidad estaban completamente separadas. Jaime revisaba las actividades de distribución tales como cine, vídeo, televisión, periódicos, música y libros. El área de Douglas se centraba en los estudios Eagle y, por lo tanto, en la producción de películas y telefilmes. Discrepaban con frecuencia sobre cómo clasificar algunas cuentas o qué debiera provisionarse y de qué forma; incluso sobre los propios procedimientos de auditoría.

Esas diferencias y sus temperamentos les llevaban a discutir mas y a mayor volumen de voz de lo correcto, requiriendo en ocasiones la intervención de Charles White, su jefe, para resolver algún punto irreconciliable.

Pero ahora no importaba la falta de sintonía, Jaime deseaba hablar y compartir sus inquietudes sobre el asesinato de Kurth.

—Buenos días, Jaime. —La secretaria de Douglas le recibió con una sonrisa demasiado risueña.

—Buenos días, Sharon. —Le devolvió la sonrisa.

—¿Quieres ver a Daniel?

—Sí.

—Me temo que no podrá ser ahora. Está en una reunión y no se le puede interrumpir. —A través de la puerta se oían los murmullos de una conversación en tono excesivamente alto—. ¿Le digo que le quieres ver?

—Sí, por favor, si eres tan amable. —Y giró para salir.

Justo en aquel momento se abría la puerta, apareciendo una hermosa mujer con las cejas fruncidas y los labios apretados. Era Linda Americo, jefe de equipo de auditoría del grupo de Douglas. Cerró la puerta con furia.

—Buenos días, Jaime —saludó forzando una tensa sonrisa al verlo y, sin esperar respuesta, enfiló el corredor con paso rápido.

—Creo que ya está libre. —Sharon continuaba con su sonrisa divertida—. ¿Aún le quieres ver?

—Precisamente estaba pensando en ti. —Douglas le recibió con un tono animado, que sonaba falso.

—¿Y eso?

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