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Authors: Jesús Mate

Tags: #Intriga, #Terror, #Policíaco

Los números de las sensaciones (14 page)

BOOK: Los números de las sensaciones
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La cara le cambió por completo, como si al escuchar el nombre de Santo hubiese visto al mismo diablo.

—Eso no es posible —fue su respuesta—. No puede hablar con él.

—Pero, ¿está aquí?

—¿En la boda? Claro que no.

Aquello era muy, muy duro. Y el ruido y el humo no ayudaban a centrarse.

—Eso ya lo suponía. Quiero decir en su despacho, o donde sea.

—Sí, lo estará. Pero no creo que quiera y vaya a hablar con usted.

—Bueno, eso lo decidirá él. ¿Por dónde se va? ¿Por esta puerta?

—Por esta puerta, sí.

—Pues déjeme pasar. Necesito hablar con él.

Negó con la cabeza. No tenía pinta de que se fuese a quitar de en medio. Debía pensar algo. Justo en ese momento pasaba cerca de allí el camarero con el que habló antes, se acercó a él y dejó la copa que le había cogido, medio vacía por los empujones, y cogió otra. El joven le miró con cara rara, y en cuanto se descuidó, Julián entrelazó su pie con el del camarero consiguiendo que se tropezara. Armó tal jaleo que el jefe de cocina vino corriendo, tal como esperaba.

—¡Pero necio! ¿Qué has hecho? —Le gritaba al muchacho.

Julián aprovechó ese momento para acercarse a la puerta. Y aunque estaba cerrada con llave, no era problema que un buen juego de ganzúas no pudiese solucionar.

Había pasado la puerta, y ahora subía por una escalera de caracol. El transmisor empezó a funcionar.

—¿Julián, me oyes?

—Sí. ¿Qué ocurre?

—Acabo de ver a Cosme Rollers —respondió nerviosa—. Llevaba una bandeja tapada.

—Anna, ahora mismo no puedo ir. Síguele sin que te vea.

—Está bien. —Julián oyó como tomaba aire—. Deséame suerte.

—Sobre todo ten cuidado, Anna. Y suerte.

Julián continuó subiendo por las escaleras. Eran bastante bonitas. El suelo de mármol y unas lámparas en forma de antorcha, provocaban la sensación de estar dentro de un castillo. Llegó a lo alto, y se encontró con un pasillo lleno de obras de arte. También había un par de armaduras medievales, ánforas de diseño árabe y todo adornado con vitrinas llenas de objetos curiosos. Parecía que de un restaurante había pasado a un museo, sólo que no había guardias vigilando las obras. Y esperaba que siguiera siendo así.

Debía tomar una decisión hacia donde ir. Si iba a la izquierda se encontraría con otro pasillo cruzado, mientras que a la derecha se encontraba una puerta de madera. Pensó que Santo no podría tener su despacho tan cerca, así que decidió continuar por los pasillos.

Se asomó al nuevo pasillo y tampoco había nadie por allí. A Santo le gustaba trabajar con poca gente: lo demostró en el centro de Bonesporta, y también lo demostraba en su hotel-restaurante. El nuevo pasillo estaba menos adornado que el anterior. Contaba únicamente con dos lámparas de araña pequeñas que lo iluminaban de principio a fin. A lo largo del pasillo había tres puertas en el lado derecho y ventanales a la izquierda. Al final del pasillo un arco comunicaba con un tercer corredor. Abrió la primera puerta para comprobar qué es lo que había dentro, si despachos u otras cosas. Fue lo segundo. En aquella habitación había más objetos de coleccionista. Julián pensó que aquello debería estar en algún museo, y no en propiedad privada de nadie.

Volvió al pasillo y lo abandonó pasando por el arco, y encontrándose con un pasaje parecido al anterior, sólo que mucho más largo. Eso sí, sin nadie a la vista. Intentó abrir otra puerta pero estaba cerrada con llave. Probó suerte con otra, pues no quería perder el tiempo usando sus ganzúas, y en esta ocasión no le dio problemas la apertura. En aquella nueva habitación predominaban los animales disecados. De cuerpo entero, o sólo las cabezas. Era un espectáculo horrible. Allí había especies, que según recordaba Julián, estaban protegidas. Cerró asqueado la puerta y continuó por el pasillo hasta llegar a unas nuevas escaleras, que en esta ocasión bajaban.

Tras bajar varios peldaños escuchó unas voces al final. Eso era buena señal. Se acercaba a lo que fuese. Bajó lo que restaban de escaleras con el mayor sigilo posible, mientras las voces aumentaban de volumen. Se agachó y se asomó para comprobar si estaban cerca. Lo estaban y le vieron.

Empezó a llorar sin saber por qué. Peter estaba tumbado en su cama y no pudo evitar ponerse a llorar. Quizás fuese por el muelle que se le clavaba en la espalda, o quizás era por el dolor de cabeza que le atormentaba. La cuestión es que le escocían los ojos de llorar, y no podía parar.

Oyó unos pasos. Se acercaba su amigo de las comidas. El grifo de las lágrimas se le cerró, y casi de un salto se plantó al lado de la puerta. Se tumbó al lado de la rejilla a la vez que ésta se abría e introducían la bandeja con la comida.

—Hola amigo, gracias por venir. Te echaba de menos, ¿sabes?

La rejilla se cerró y Peter apartó la bandeja para estar más cerca de la puerta. La tocaba como si estuviese tocando a la persona que le traía la comida.

—Hasta que has llegado no he podido dejar de llorar. Un día tenemos que dar una vuelta juntos. Ir al cine o algo. No vamos a quedarnos siempre aquí...

Le interrumpió un fuerte golpe que se escuchó al otro lado de la puerta. Fue como alguien cayendo al suelo. Lo primero que pensó es que le había pasado algo malo a su amigo.

—¿Qué pasa? —Preguntó asustado—. ¿Te ha pasado algo?

La rejilla se abrió dejando entrar esta vez una suave luz, que, aunque débil, cegó a Peter. Retrocedió un poco por puro instinto.

—¿Peter? —Preguntó una voz que le resultaba familiar. Pero claro, era su amigo. ¿Cómo no le iba a resultar familiar?

—¿Amigo, te ha pasado algo? He oído un porrazo y me he asustado...

Volvió a acercarse a la puerta y a tocarla.

—Peter..., estás aquí. —La voz empezó a sollozar—. Peter.

Una mano que no vio, se coló por la apertura de la rejilla y le tocó el brazo. Para Peter fue una sensación increíble. El contacto con otra persona le pareció como si se hubiese tomado unas cápsulas de vitaminas. O como si hubiese comido jalea real. Se sentía más fuerte, más animado.

—¿Por qué lloras, amigo? No tengas miedo.

La mano volvió a salir por la rejilla. El ánimo que había sentido se desvaneció, pero se empezaron a escuchar ruidos de cerradura. Su amigo le había escuchado, y quizás le llevara al cine. Echaba de menos ir al cine. Aunque se estuviese también a oscuras en él, había una gran pantalla donde podía ver imágenes. Ni qué decir que también echaba de menos ver.

Ya se estaba acostumbrando a la débil luz que entraba por la rejilla. Se giró y pudo ver los perfiles del mobiliario que le había rodeado todo aquel tiempo. Allí estaban los contornos de la cama en la que había estado tumbado un rato antes.

Se volvió a girar y vio que la puerta se había abierto sin que se hubiese dado cuenta. Justo en la entrada había alguien de rodillas con las manos en la cabeza. Era su amigo.

Se puso en pie enseguida y empezó a subir las escaleras de nuevo.

—¡Eh, usted! ¿Qué estaba haciendo aquí? —Preguntó una voz grave.

Julián se giró y puso cara de desconcierto. Los dos hombres estaban abajo, mirándole. Eran dos auténticos gorilas que parecían cortados con el mismo patrón: mismo peinado militar, mismas facciones perfiladas, idénticas posturas. Julián se dio cuenta que ambos habían metido la mano derecha dentro de sus chaquetas.

—¿No está por aquí el baño?

—¿El baño? —Preguntó uno de ellos.

—Sí. ¿No es por aquí? Vaya, me he equivocado de puerta.

Se dio de nuevo la vuelta y reemprendió la subida.

—¡Un momento! Baje aquí, por favor.

No tuvo más remedio que pararse y empezar a bajar. Mientras lo hacía, pudo ver que los gorilas se habían relajado, así que cuando estuvo a unos cinco peldaños de ellos aprovechó la altura y saltó sobre ellos. En el aire, le pareció una locura lo que le había dado por hacer, pero sin saber cómo, consiguió que se chocaran contra la pared de atrás y quedaran inconscientes. Se levantó un poco dolorido, y salió corriendo pasillo abajo.

Llegó a un nuevo cruce de pasillos. Miró hacia atrás y comprobó que todavía estuviesen tirados en el suelo los dos individuos. Como así era, entró en el nuevo corredor, que se extendía hacia delante y hacia detrás. Avanzando un poco vio que el pasillo daba a una gran sala, así que se dirigió allí sin pensárselo dos veces. Lo que sí pensó es que se estaba perdiendo. Es más, se estaba metiendo en la boca del lobo.

No sabía muy bien en qué lugar se encontraba, si en el restaurante o ya había pasado al hotel. A lo mejor no estaba en ninguno de los dos sitios, pero eso no debía importarle en ese momento.

Entró en la sala, que tenía pinta de salón de palacio. Una enorme lámpara iluminaba la habitación, y grandes tapices decoraban las paredes. Repartidos, pudo ver sillones de época que, desgraciadamente, no iba a poder sentir lo cómodos que serían. Había una serie de mamparas de cristal a un lado y, justo en el otro lado, una puerta en la que colgaba un cartel que indicaba: “Sólo personal autorizado”. Sin dejar de correr se acercó a una de las mamparas de cristal y la abrió un poco. Al otro lado se encontraba la entrada al hotel, con la recepción al fondo y algunas personas recorriéndola.

Se dio media vuelta y se dirigió a la puerta que prohibía el paso a cualquier persona no autorizada. Él entraba en ese grupo de personas, pero no le iba a echar cuenta a un cartelito. La abrió con cuidado, a pesar de que no había nadie en el pasillo al que se accedía desde ella. Entró y lo cruzó rápidamente hasta llegar a la siguiente esquina. Al doblar por ella se tuvo que parar en seco. Delante suya estaban los dos gorilas a los que había dejado antes inconscientes.

—Espero que se lo esté pasando bien —dijo una voz detrás de los dos hombres. Entonces se echaron a un lado dejando pasar al propietario de la voz. Era Santo.

Su amigo se levantó y se le acercó. Hasta le abrazó. Era un abrazo muy cálido. Sin saber muy bien por qué, ese abrazo le trajo buenos recuerdos. No le hubiera importado estar en aquella posición horas y horas. Su amigo llorando en su hombro y haciéndole cosquillas en la cara con su pelo, y él sintiendo la poca luz que llegaba a su celda. No le hubiera importado si no fuese porque otra persona, que se agarraba un costado, estaba entrando en la habitación.

—¿Tú quién eres? —Le preguntó Peter.

Su amigo se giró de inmediato, y, cogiéndole de la mano, tiró de él hacia fuera. No entendía qué era lo que estaba pasando, pero cuando aquella otra persona cogió del cuello a su amigo no supo qué ocurrió en su interior. Sacando fuerzas de lo más profundo de su ser, le propinó un puñetazo en la cara, y al soltar a su amigo le empujó hasta que perdió el equilibrio y cayó. Su amigo le volvió a coger de la mano y a tirar de él.

Salieron de la celda sorteando el cuerpo que estaba tendido, y corrieron en penumbras durante unos cinco metros, hasta toparse con una puerta. Su amigo la abrió con la mano que tenía libre, y una vez abierta, un nuevo tirón le hizo ponerse en movimiento. Ahora la luz era mucho más intensa. Tanto que no podía dejar los ojos abiertos más de un segundo.

Su amigo se paró y cogiéndole de los hombros le echó hacia abajo.

—Aquí te puedes sentar —le dijo.

Su voz estaba tan llena de amor que tuvo la necesidad de abrir los ojos. Creía saber a quien pertenecía la voz, pero no se quería hacer ninguna ilusión. Pestañeando al mismo ritmo que latía su corazón, fue subiendo los párpados poco a poco. Tras rascarse los ojos y que su amigo le impidiera que repitiese el acto, y tras resbalar por las mejillas un par de lágrimas involuntarias, pudo ver a una mujer. Menos mal que no se hizo ilusiones. Pero a pesar de todo, aquella mujer se parecía a Anna, aunque era mucho más vieja. Como si hubiese envejecido muy rápido.

—¿Quién eres? —Preguntó.

La mujer se sorprendió, y enseguida hizo un gesto de entender lo que pasaba. Se agarró del pelo con una mano y tiró de él.

—¿Qué haces?

Su cabellera se desprendió dejando ver una melena que sí reconocía, aunque no las facciones de su cara

—Soy Anna, mi amor. Me he tenido que disfrazar para que no me reconocieran.

Anna. Su mujer estaba allí. Con él. Ella le acariciaba las mejillas y el cuello, mientras le miraba a los ojos. Le miraba con tanta dulzura que dolía profundamente. Ella lloraba, y él también.

—Anna —es lo que único que pudo decir.

—Sí.

Sin remediarlo, Peter tuvo que apretar su cara contra el pecho de ella para llorar. Lloró como no había llorado en toda su vida. Ni siquiera lloró tanto cuando le encerraron en aquella celda. Anna estaba allí. Le había encontrado, y estaba allí. Junto a él. Anna le acariciaba el pelo y la espalda. Le decía cosas bonitas para que se calmara, pero no podía dejar de llorar. Había pasado tanto miedo en aquella celda, pero todo había acabado. Se apartó para ver que era Anna de verdad, que no estaba soñando ni nada por el estilo.

Como si estuviese escrito en un guión de cine, ambos acercaron sus labios y se besaron. Se besaron hasta quedarse sin respiración, y al separar sus labios se miraron a los ojos con la misma pasión que si se besaran. Estaban de nuevo juntos.

Unas palmas rompieron el momento. Peter y Anna giraron asustados sus cabezas y pudieron ver a Joanne. Estaba aplaudiendo, pero lo dejó de hacer para apuntarlos con una pistola.

—¡Qué emotivo! Yo también voy a llorar.

De pronto, unas manos agarraron los brazos del matrimonio. Cosme Rollers les sujetaba, mientras que un hilo de sangre le salía de la nariz.

—¿Os creéis muy listos, verdad? —Dijo con su voz repugnante.

La libertad había durado muy poco.

Desenlace

L
e llevaron de vuelta al salón de los tapices para sentarle en uno de los butacones. ¿Quién lo iba a decir? Al final sí se pudo sentar en ellos. La verdad es que eran cómodos, pero hubiera preferido antes una silla de piedra llena de clavos oxidados que aquella butaca custodiada por los dos gorilas. Éstos se pusieron detrás suya con sus armas desenfundadas, y Santo se sentó en otra butaca situada justo delante. Uno de los gorilas le quitó la peluca, y metiéndole la mano en la boca, le sacó los rellenos. Se volvían a ver las caras seis meses después.

—Hola Julián.

Julián no le devolvió el saludo. Se limitó a estar en silencio, a la espera de cualquier acontecimiento. Debía tener el máximo cuidado posible para no estropear todos los planes por una mala contestación. Quiso contactar con Anna, pero prefirió no hacerlo por su seguridad.

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