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Authors: Jesús Mate

Tags: #Intriga, #Terror, #Policíaco

Los números de las sensaciones (15 page)

BOOK: Los números de las sensaciones
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—La operación que realicé en Bonesporta fue muy interesante. Tuve que engañar a tres personas bastante inteligentes, prueba de ello es que has conseguido encontrarme, pero la cuestión es que os engañé. ¿Por qué razón pensaste que podrías engañarme tú a mí?

Santo esperaba una respuesta, pero no se la iba a dar. Mientras hablara, tenía tiempo de analizar la situación y encontrar posibles escapatorias. Y le estaba costando bastante encontrarlas. Es más, apostaría a que no había ninguna.

—Parece que no tienes ganas de hablar. Quizás esto te las devuelva.

Chasqueó los dedos y aparecieron por el arco, por el que él mismo entró en el salón la primera vez, Anna y Peter seguidos a punta de pistola por Joanne y Cosme. Era asombroso que Anna hubiese encontrado a Peter. El amor conseguía realizar proezas que en circunstancias distintas serían impensables. Pero la habían pillado al igual que a él, y ahora estaban metidos en un buen apuro.

—¡Fíjate! De nuevo las tres víctimas de mi venganza juntos.

Obligaron a sentarse al matrimonio Lux, junto a Julián, en otros dos butacones. Mientras Cosme se puso junto a los gorilas, Joanne se dirigió a Santo y le besó. Una repugnancia extrema le invadió. Empezó en el estómago y se fue extendiendo de la cabeza a los pies. No pudo reprimir un escalofrío. Miró hacia Anna y notó en sus ojos un coraje que no había visto antes, causado seguro por el aspecto muy debilitado y demacrado de su marido. Apenas pestañeaba, y su espalda estaba tan rígida que parecía que se iba a poner de pie en cualquier momento.

—Si se creían que iban a poder acercarse a mi negocio sin que yo me diese cuenta, estaban muy equivocados. Desde que aparcaron les he estado siguiendo con mi sistema de vigilancia, y aunque llevaran esos ridículos disfraces, sabía que eran ustedes. ¡Ilusos!

—¡Eres asqueroso Santo! —Gritó Anna.

—Gracias.

—Si crees que con tu palabrería, tus matones y tu lujoso negocio me intimidas estás muy equivocado —continuó Anna—. Me hiciste creer que Peter estaba muerto, y ahora estoy de nuevo junto a él. Así que si te creías más inteligente que nosotros estás muy equivocado. Serás tú y tú pandilla los que os vais a pudrir en la cárcel, te lo aseguro.

—¡Qué miedo! —Joanne, que tenía un aspecto diferente al que recordaba, intervino— Míranos, estamos temblando.

Las miradas que se echaron la una a la otra podían cortar hasta el acero. Santo se levantó, se sacó una pequeña pistola de alguna parte de la chaqueta y apuntó a Peter.

—O te callas, chiflada matemática, o juro que esta vez le meto una bala en la cabeza a tu marido. Y luego le pego otro tiro al señor Puma, y te dejo encerrada como he tenido a tu marido. Bueno, como a tu marido no, porque no seré tan hospitalario. Te morirás de hambre, y allí estaremos nosotros para ver ese momento.

El tono de voz que utilizó dio tanto miedo que, cuando una de las puertas de cristalera se abrió, todos los allí presentes se asustaron. Por la puerta entró el hombre canoso y delgado, que aún llevaba el puro sin encender en la mano. Era la última persona que esperaba ver aparecer por allí, pero la verdad es que en esta ocasión fue de lo más oportuno.

Todo estaba pasando muy rápido y empezaba a sentir nauseas. Había pasado de la más absoluta soledad, a estar rodeado de mucha gente. Gente, que si hacía esfuerzo de recordar, sabía que eran los responsable de su soledad. El señor Santo, con el que había tenido terribles pesadillas al principio, le apuntaba con una pistola y soltó un discurso del que, con el mareo, no entendió la mitad de él. Había tres tipos más detrás suya con más pistolas en las manos, y la mujer, Joanne si no recordaba mal, no iba a ser menos.

Entonces, un señor mayor entró en la habitación y, cuando vio la escena, se quedó petrificado. Si desde su punto de vista todo era inverosímil, desde el de aquel señor debía ser auténticamente alucinante. Aprovechando la distracción, Julián le arrebató a Santo su pistola, y poniéndose detrás de él apuntó el arma a la cabeza de su anterior dueño.

—Que nadie se mueva —avisó Julián.

La tensión aumentó en cincuenta puntos. Anna le cogió de la mano, y Joanne, Cosme y los dos guardianes dudaban entre apuntar o quedarse quietos por temor a que le pasara algo a Santo. El señor mayor había desaparecido hacía rato.

—No le echéis cuenta. Éste no va a dispararme. No tiene lo que hay que tener.

—¿Eso crees?

Pero hasta Peter notó que no iba a ser capaz de disparar a bocajarro. Así que Cosme y los dos tipos grandes se dirigieron hasta Julián, y éste retrocedió unos pasos. En el momento en que toda la atención estaba centrada en Santo y Julián, Anna se soltó de Peter y se sacó un extraño aparato de su blusa. Apretando tres veces un botón del cacharro salieron disparados hacia los tres hombres una especie de ganchos afilados. Tan rápido como impactaron contra ellos, cayeron al suelo y empezaron a gritar de dolor. Peter no podía creer que eso lo hubiese provocado su mujer.

—¡Tú!

La que gritó fue Joanne. Ahora era ella la que apuntaba a su mujer, y su mirada sí que indicaba que no le iba a importar disparar. Ni un segundo después, un disparo rasgó el ambiente. Por instinto Peter miró a su mujer, pero a ella no le pasaba nada. El disparo había provenido de Julián, que había conseguido alcanzar a tiempo el hombro de Joanne. Ésta se tiró de rodillas, dejando caer su pistola al suelo y agarrándose el hombro del que empezaba a manar sangre. Sin pensárselo dos veces, Peter fue a por la pistola. Si el hombre mayor hubiese entrado otra vez por la puerta hubiera sufrido un infarto como mínimo.

—Está bien, me rindo —soltó Santo—. Me habéis vencido.

Epílogo

P
or la mañana se había celebrado el juicio contra Crisanto Emina y todos los que habían participado en sus injustificados proyectos. Se descubrió que el matrimonio Lux no habían sido los únicos en sufrir la venganza de éste. Y no sólo habían caído Santo y su séquito, sino también altos cargos de la política, de la policía y de varias empresas multinacionales. Todo un escándalo. La prensa del país se frotaba las manos con cada nuevo imputado.

Ahora Julián estaba sentado junto a Peter y Anna en la terraza de un bar. Se habían pedido cada uno distintas bebidas, demostrando sus distintas personalidades. Quisieran ellos o no, lo sucedido les había cambiado la vida. Anna tenía una nueva actitud, distinta a la que se encontró Julián en la visita a su piso: más segura de sí misma, más valiente. Aunque Peter había recuperado su anterior aspecto, el secuestro le había producido marcas visibles. Parecía estar en continua alerta y temeroso de todo en cuanto lo rodeaba. Seguro que Anna le ayudaría a superarlo.

Y él..., bueno, él estaba feliz. Tras haber pillado a Santo, le ofrecieron recuperar su puesto de inspector de policía, pero lo rechazó de inmediato. El desengaño que se había llevado no lo podía olvidar. También contaba que, desde entonces, su agencia de detectives había conseguido cierta popularidad y le habían ofrecido nuevos importantes casos. Sentía que nada le iba a ser imposible a partir de ahora.

Todo había acabado, y eso se notaba en ellos. Sentados en aquella terraza disfrutaban de la nueva amistad que había nacido. Recordando tanto los malos como los buenos momentos que habían pasado. Peter les contaba cómo había abierto la pared del fondo del cuarto de escobas, y Julián y Anna le explicaban cómo le habían encontrado.

Había pasado ya más de un año desde el día en que se conocieron, y aún quedarían muchos años más de los que disfrutar de la amistad, la libertad y el amor.

JESÚS MATE, autor y editor de
Los números de las sensaciones
, ha puesto su ilusión en esta plataforma para dar a conocer su trabajo como escritor.

Es autor de
Historia de mi inseparable
que también puedes encontrar en epubgratis.

En la actualidad está escribiendo
Ciudad piloto
, que espera sea finalizada en breve.

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