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Authors: Jack Vance

Tags: #Ciencia ficción

Los ojos del sobremundo (20 page)

BOOK: Los ojos del sobremundo
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Subucule consideró que la tesis era excesivamente elaborada.

—Si el Sol fuese una célula, ¿cuál seria entonces la naturaleza de la Tierra?

—Un animálculo derivado de elementos nutrientes —respondió Bluner—. Tales dependencias son conocidas en todas partes, y no necesitan despertar sorpresa.

—Entonces, ¿quién ataca al Sol? —preguntó burlonamente Vitz—. ¿Otro animálculo similar a la Tierra?

Bluner inició una detallada exposición de su organogenia, pero antes de haber podido ir muy lejos fue interrumpido por Pralixus, un hombre alto y flaco con unos penetrantes ojos negros.

—Escúchame; lo sé todo; mi doctrina es la simplicidad misma. Son posibles un enorme número de condiciones, y todavía hay un número mayor de imposibilidades. Nuestro cosmos es una condición posible: existe. ¿Por qué? El tiempo es infinito, lo cual es como decir que cada condición posible está condenada a pasar. Puesto que residimos en esta posibilidad en particular y no conocemos otra, nos atribuimos la cualidad de la unicidad. En realidad, cualquier universo que sea posible existirá, más pronto o más tarde, no una sino muchas veces.

—Yo tiendo a una doctrina similar, aunque sea un devoto gilfigita —afirmó Casmyre el teórico—. Mi filosofía presupone una sucesión de creadores, cada cual absoluto por derecho propio. Citando al erudito Pralixus, si una deidad es posible, entonces debe existir. Tan sólo las deidades imposibles no existirán nunca. Zo Zam, el de las ocho cabezas, que extirpó su Divino Dedo, es posible, y en consecuencia existe, como queda confirmado por los Textos Gilfigitas.

Subucule parpadeó, abrió la boca para hablar, luego volvió a cerrarla. Roremaund, el escéptico, se volvió para inspeccionar las aguas del Scamander.

Garstang, sentado a un lado, sonrió pensativo.

—Y tú, Cugel el Astuto, por una vez te muestras reticente. ¿Cuál es tu creencia?

—Es un tanto rudimentaria —admitió Cugel—. He asimilado una gran variedad de puntos de vista, cada cual autorizado por derecho propio: de los sacerdotes del Templo de los Teólogos; de un pájaro encantado que extraía mensajes de una caja; de un anacoreta en pleno ayuno que se bebió de golpe una botella de elixir rosa que yo le ofrecí como una broma. Los visiones resultantes fueron contradictorias pero de una gran profundidad. Mi esquema del mundo, en consecuencia, es sincrético.

—Interesante —dijo Garstang—. Lodermulch, ¿y tú?

—¡Ja! —gruñó Lodermulch—. Observad este desgarrón en mis ropas; ¡soy incapaz de explicar su presencia! ¡Y aún me siento más desconcertado por la existencia del universo!

Otros hablaron. Voynod el mago definió el cosmos conocido como la sombra de una región gobernada por fantasmas, los cuales a su vez dependían para la existencia de las energías psíquicas de los hombres. El devoto Subucule denunció este esquema como contrario a los Protocolos de Gilfig.

La discusión prosiguió durante largo tiempo. Cugel y uno o dos de los otros, incluido Lodermulch, empezaron a aburrirse y montaron un juego de azar, utilizando dados y cartas y fichas. Las apuestas, originalmente nominales, empezaron a crecer. Al principio Lodermulch ganó fácilmente, luego empezó a perder sumas más y más grandes, mientras Cugel ganaba apuesta tras apuesta. De pronto Lodermulch soltó los dados y, agarrando a Cugel por el codo, lo sacudió, haciendo caer varios dados adicionales de la manga de su chaqueta.

—¡Bien! —barbotó Lodermulch—. ¿Qué tenemos aquí? Creí detectar algo raro, ¡y mis sospechas estaban justificadas! ¡Devuélveme ahora mismo mi dinero!

—¿Cómo puedes decir esto? —preguntó Cugel—. ¿Dónde has demostrado trampas? Llevo dados, sí…, ¿y qué? ¿Se me ha pedido que arroje todas mis propiedades al Scamander antes de iniciar ningún juego? ¡Estás ofendiendo mi reputación!

—Me importa un pimiento tu reputación —gruñó Lodermulch—. Simplemente quiero que me devuelvas mi dinero.

—Imposible —dijo Cugel—. Pese a todas tus alharacas, no has probado que yo haya hecho trampas.

—¿Probar? —rugió Lodermulch—. ¿Se necesitan más pruebas? Observa esos dados: todos trucados, algunos con idénticos puntos en tres lados, otros que sólo ruedan con un gran esfuerzo, tan pesados son de una de las caras.

—Sólo curiosos —explicó Cugel. Señaló a Voynod el mago, que había estado observando—. He aquí a un hombre de ojo atento y cerebro ágil; pregúntale si ha detectado alguna transacción ilícita.

—No he detectado nada —afirmó Voynod—. En mi estimación, Lodermulch ha hecho una acusación excesivamente apresurada.

Garstang se acercó y escuchó la controversia. Habló con voz a la vez juiciosa y conciliadora:

—La confianza es algo esencial en un grupo como el nuestro, camaradas y devotos gilfigitas todos. No puede haber cuestión de malicia o engaño. Seguro, Lodermulch, que has juzgado mal a nuestro amigo Cugel.

Lodermulch rió secamente.

—Si ésta es la conducta característica del devoto, ¡entonces soy afortunado de no haber caído entre gente ordinaria! —con esta observación, se dirigió a una esquina de la balsa, donde se sentó y miró a Cugel con ojos de odio y amenaza.

Garstang agitó preocupado la cabeza.

—Me temo que Lodermulch se haya ofendido. Quizá, Cugel, en un espíritu de amistad, convendría que le devolvieras su oro…

Cugel expresó su firme negativa.

—Es un asunto de principios. Lodermulch ha atacado mi posesión más valiosa, es decir, mi honor.

—Tus palabras son comprensibles —dijo Garstang—, y reconozco que Lodermulch ha actuado sin el menor tacto. Sin embargo, en bien de la buena camaradería… ¿No? Bien, no puedo discutir este punto. En fin. Siempre pequeños problemas para inquietarnos. —Agitó la cabeza y se alejó.

Cugel reunió sus ganancias, junto con los dados que Lodermulch había desprendido de su manga.

—Un triste incidente —le dijo a Voynod—. Y un aguafiestas, ese Lodermulch. Ha ofendido a todo el mundo: todos han abandonado el juego.

—Quizá se deba a que todo el dinero se halla ya en tu posesión —sugirió Voynod.

Cugel examinó sus ganancias con aire de sorpresa.

—¡Nunca sospeché que fueran tan sustanciales! ¿Tal vez querrás aceptar esta suma para ahorrarme el esfuerzo de acarrearla?

Voynod aceptó, y una parte de las ganancias cambiaron de mano.

No mucho más tarde, mientras la balsa flotaba plácidamente a lo largo del río, el sol lanzó una alarmante pulsación. Una fina capa purpúrea se formó en su superficie, como empañándola, luego se disolvió. Algunos de los peregrinos corrieron de un lado para otro, alarmados, exclamando:

—¡El sol se vuelve oscuro! ¡Preparaos para el helor!

Garstang, sin embargo, alzó tranquilizadoramente las manos.

—¡Calma a todos! ¡El estremecimiento ha pasado, el sol sigue como antes!

—¡Pensad! —remachó Subucule con gran vehemencia—. ¿Permitiría Gilfig este cataclismo, mientras viajamos para adorar al Obelisco Negro?

El grupo se tranquilizó, aunque cada cual tenía su interpretación personal del suceso. Vitz, el discursor, vio una analogía con el empañamiento de la visión, que puede ser curado parpadeando intensamente. Voynod declaró:

—¡Si todo va bien en Erze Damath, tengo intención de dedicar los próximos cuatro años de mi vida a planear una forma de devolverle el vigor al sol!

Lodermulch se limitó a hacer una declaración ofensiva referente a que por lo que a él se refería el sol podía volverse oscuro, y que los peregrinos podían seguir a tientas su camino a los Ritos Lustrales.

Pero el sol siguió brillando como antes. La balsa siguió flotando en el gran Scamander, cuyas orillas eran ahora tan bajas y desprovistas de vegetación que parecían dos distantes líneas oscuras. Pasó el día y el sol pareció ocultarse en el mismo río, proyectando un gran resplandor amarronado que iba apagándose y oscureciéndose por momentos a medida que el sol se ocultaba tras el horizonte.

En el crepúsculo, encendieron un fuego y todos los peregrinos se reunieron en torno a él para cenar. Hubo discusiones sobre el alarmante parpadeo del sol, y muchas especulaciones a lo largo de líneas escatológicas. Subucule cargaba sobre Gilfig toda responsabilidad sobre la vida, la muerte, el futuro y el pasado. Haxt, sin embargo, declaró que se sentiría mucho más tranquilo si Gilfig hubiera demostrado un control más experto sobre los asuntos del mundo. Durante un cierto tiempo la charla se hizo intensa. Subucule acusó a Haxt de superficialidad, mientras que Haxt utilizó palabras como «credulidad» y «ciega humillación». Garstang intervino para señalar que aún no eran conocidos todos los hechos, y que los Ritos Lustrales y el Obelisco Negro podían aclarar la situación.

A la mañana siguiente fue observada una gran represa al frente: una línea de recios pilones obstruía la navegación por el río. Solamente una parte hacia posible el paso, y esa abertura estaba cerrada por una gruesa cadena de hierro. Los peregrinos dejaron que la balsa flotara acercándose a esa abertura, luego soltaron la piedra que les servía de anda. De una choza cercana apareció un vigilante, de pelo largo y delgados miembros, vestido con ajadas ropas y agitando un palo de hierro. Saltó sobre el obstáculo para mirar amenazadoramente a los ocupantes de la balsa.

—¡Atrás, atrás! —gritó—. El paso por el río está bajo mi control; ¡no permito que nadie cruce por aquí!

Garstang avanzó un paso.

—¡Suplico tu indulgencia! Somos un grupo de peregrinos que nos dirigimos a los Ritos Lustrales en Erze Damath. Si es necesario pagaremos un peaje para cruzar el obstáculo, aunque confiamos en tu generosidad para que nos dispenses de ello.

El vigilante lanzó una seca carcajada y agitó su palo de hierro.

—¡Mi peaje no puede ser eludido! Exijo la vida del más malvado de tu grupo…, ¡a menos que uno de vosotros pueda demostrar su virtud a satisfacción mía! —Y, con las piernas abiertas y sus negras ropas ondulando al viento tras él, miró la balsa con ojos llameantes.

Entre los peregrinos hubo una incómoda agitación, y todos se miraron furtivamente entre sí. Hubo un murmullo, que al cabo de poco de convirtió en una confusión de afirmaciones y acusaciones. Finalmente los estridentes tonos de Casmyre dominaron a los demás.

—¡Yo no puedo ser el más malvado! Mi vida ha sido clemente y austera, y durante el juego ignoré una innoble ventaja.

—¡Yo todavía soy más virtuoso —exclamó otro—, puesto que solamente como legumbres secas, por miedo a suprimir vidas!

Y otro:

—Mi rectitud es aún más grande, ya que subsisto solamente de las vainas desechadas de esas mismas legumbres, y de la corteza caída de los árboles, por miedo a destruir incluso la vitalidad vegetativa.

Y otro:

—Mi estómago rechaza la materia vegetal, pero me adhiero a los mismos nobles ideales, y solamente permito que la carroña pase por mis labios.

Y otro:

—Una vez nadé en un lago de fuego para notificar a una vieja mujer que la calamidad que temía era muy improbable que ocurriera.

Cugel declaró:

—Mi vida es de una incesante humildad, y la he dedicado enteramente a la justicia y a la equidad, pese a no ser nunca recompensado por mis penalidades.

Voynod no fue menos categórico:

—Soy un mago, cierto, pero dedico mis habilidades solamente a reparar los infortunios de la gente.

Luego le llegó el turno a Garstang:

—Mi virtud es quintaesencial, y ha sido destilada de la erudición de las eras. ¿Cómo puedo ser otra cosa que virtuoso? Siento un profundo desapasionamiento hacia los motivos ordinarios que mueven a la humanidad.

Finalmente todos hubieron hablado excepto Lodermulch, que permanecía de pie a un lado, con una hosca sonrisa en su rostro. Voynod lo señaló con un dedo.

—¡Habla, Lodermulch! ¡Prueba tu virtud, o si no acepta ser juzgado como el más malvado de todos nosotros, con las consecuencias correspondientes sobre tu vida!

Lodermulch se echó a reír. Se volvió y dio un gran salto que lo llevó a uno de los últimos pilones de la represa. De allí trepó al parapeto, extrajo su espada y amenazó con ella al vigilante.

—Todos somos malvados, tú tanto como nosotros, por forzar esta absurda condición. Suelta la cadena, o prepárate a enfrentarte con mi espada.

El vigilante agitó los brazos.

—Mi condición ha sido cumplida; tú, Lodermulch, has demostrado tu virtud. La balsa puede seguir adelante. Además, puesto que empleas tu espada en defensa del honor, te obsequio con este ungüento que, aplicado sobre su hoja, le permitirá cortar el acero o la roca con tanta facilidad como si fuese mantequilla. Adelante pues, ¡y que todos podáis sacar provecho de vuestras devociones lustrales!

Lodermulch aceptó el ungüento y regresó a la balsa. La cadena fue soltada, y la balsa se deslizó sin problemas más allá de la represa.

Garstang se acercó a Lodermulch para expresarle su comedida aprobación por su acto. Añadió una advertencia:

—En este caso un acto impulsivo, de hecho casi insubordinado, ha redundado en beneficio general. Si en el futuro se presentan circunstancias similares, sería juicioso recabar antes el consejo de otros de demostrada sagacidad: yo mismo, Casmyre, Voynod o Subucule.

Lodermulch gruñó indiferente.

—Como quieras, siempre que el retraso no me cause perjuicios a mí. —Y Garstang tuvo que contentarse con aquello.

Los demás peregrinos miraron a Lodermulch con insatisfacción y se mantuvieron apartados, de modo que Lodermulch se sentó solo en la parte delantera de la balsa.

Llegó el atardecer, el ocaso y la noche; cuando despuntó la mañana siguiente se vio que Lodermulch había desaparecido.

Hubo un desconcierto general, Garstang hizo algunas preguntas, pero nadie supo arrojar ninguna luz sobre el misterio, y no hubo acuerdo general respecto a lo que de hecho había ocasionado la desaparición.

Sorprendentemente, sin embargo, la marcha del impopular Lodermulch no consiguió restaurar la alegría y la camaradería originales del grupo. A partir de entonces cada uno de los peregrinos permaneció hoscamente sentado en silencio, mirando a derecha e izquierda; no hubo más juego, ni discusiones filosóficas, y el anuncio de Garstang de que Erze Damath estaba solamente a un día de viaje no despertó gran entusiasmo.

3: Erze Damath

La última noche a bordo de la balsa vio la vuelta de algo parecido a la antigua camaradería. Vitz el discursor realizó un acto de ejercicios vocales y Cugel hizo una exhibición de una danza típica de los pescadores de langostas de Kauchique, donde había pasado su juventud, y que requería alzar mucho las rodillas y dar grandes saltos y cabriolas. Voynod realizó a su vez algunas metamorfosis sencillas, y luego mostró un pequeño anillo de plata. Señaló a Haxt.

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