Los refugios de piedra (114 page)

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Authors: Jean M. Auel

BOOK: Los refugios de piedra
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–Pero tú los has conocido a los dos, y entiendes la piedra tan bien como el que más –dijo Ayla–. ¿No puedes mostrarle a Dalanar lo que aprendiste de Wymez?

–Sí, ya he empezado a hacerlo –respondió él–. Dalanar está tan interesado como lo estuve yo. Me alegro mucho de que aplazaran la ceremonia matrimonial hasta la llegada de los lanzadonii. Y me complace que Joplaya y Echozar se unieran en la misma ceremonia que nosotros. Eso crea un vínculo especial. Siempre he sentido un profundo afecto por mi prima, y esto nos une aún más. Creo que también a Joplaya le gustó.

–Estoy segura de que Joplaya se alegró mucho de compartir la ceremonia matrimonial contigo. Creo que siempre lo ha deseado –y aquello había sido lo más parecido posible a lo que de verdad deseaba, pensó Ayla. Lo sentía por Joplaya, pero debía admitir que se alegraba de la prohibición contra el emparejamiento de los primos cercanos–. Echozar parece muy feliz.

–Creo que aún no acaba de creérselo –dijo Jondalar, rodeándola con los brazos y acariciándole el cuello con los labios–. Había algunos otros que opinaban lo mismo por distintas razones.

–Echozar la ama profundamente –afirmó ella, que hacía esfuerzos para no dormirse–. Un amor así puede compensar muchas cosas.

–En realidad, no es tan feo cuando te acostumbras a verlo. Es sólo distinto. Pero es verdad que en su rostro son evidentes los rasgos del clan.

–Yo no creo que sea feo. A mí me recuerda a Rydag, y a Durc –dijo Ayla–. Yo encuentro atractivas a las personas del clan.

–Ya lo sé, y tienes razón. Son personas atractivas, a su manera. Y tú tampoco estás nada mal, mujer.

Le acarició el cuello con los labios, la besó y notó nacer su propia necesidad de ella, pero vio que estaba casi dormida. Sabía que no lo rechazaría –nunca lo había hecho–, pero ése no era buen momento. En todo caso, todo saldría mejor cuando ella estuviera descansada.

–Espero que Matagan se recupere –dijo Jondalar cuando Ayla se dio la vuelta. Él se apretó contra su espalda.

–Eso me recuerda una cosa. –Ayla se dio otra vez la vuelta para mirarlo–. La Zelandoni, el donier de la Quinta y yo hemos estado hablando con su madre. Hemos tenido que decirle que tal vez le quede alguna secuela del accidente. Quizá Matagan vuelva a andar, pero nadie puede asegurarlo.

–Sería una lástima que no pudiera andar. Es tan joven…

–Simplemente no lo sabemos, claro está, pero aunque llegue a andar, quizá quede cojo –explicó Ayla–. La Zelandoni ha preguntado a su madre si el chico había mostrado interés por algún arte u oficio. Lo único que le ha venido a la cabeza, además de la caza, era que Matagan se hacía sus propias puntas de lanza. Me ha recordado a aquellos muchachos s’armunai que Attaroa dejaba lisiados. Tú enseñaste a uno de ellos a tallar pedernal, para que pudiera valerse. Le he dicho a su madre que si él quería, te preguntaría si tú estabas dispuesto a enseñarle.

–Es de la Quinta Caverna, ¿no? –dijo Jondalar, considerando la idea.

–Sí, pero tal vez podría venir a vivir a la Novena durante un tiempo. ¿No vivió Danug en un Campamento Mamutoi distinto durante un año aproximadamente para conocer mejor el pedernal? Quizá podríamos hacer lo mismo por Matagan.

–Sí, es verdad. Danug acababa de volver después de pasar un año en un campamento de mineros para conocer la piedra en su mismo origen, tal como yo aprendí en la mina de Dalanar. No podría haber tenido un maestro mejor que Wymez cuando vino a aprender a trabajar el pedernal, pero un buen tallador ha de conocer también el mineral. –Jondalar arrugó la frente mientras consideraba las posibles consecuencias–. No sé… Le enseñaría con mucho gusto, pero debería hablar antes con Joharran sobre la posibilidad de acogerlo en la Novena Caverna. Necesitaría un sitio donde vivir. Joharran tendría que negociarlo con la Quinta Caverna…, y todo eso si Matagan está interesado en aprender. Puede que se hiciera él mismo las puntas de lanza porque quería cazar, y no había nadie dispuesto a hacérselas. Ya veremos, Ayla. Es una posibilidad. Si sus lesiones son tan graves, desde luego tendrá que aprender un oficio.

Los dos se acomodaron entre las pieles, pero Ayla, pese al cansancio, no se durmió de inmediato. Sin querer, empezó a pensar en su futuro, y en el del niño que llevaba dentro. ¿Y si era un niño y decidía acosar a un rinoceronte? ¿Y si le ocurría algo? ¿Dónde estaba Lobo? Ese animal era casi como un hijo para ella, y no lo veía desde hacía días. Cuando por fin se durmió, soñó con niños, lobos y terremotos. Aborrecía los terremotos. No sólo la asustaban, sino que los veía como un mal augurio personal.

–Me cuesta creer que aún haya gente poniendo reparos al emparejamiento de Joplaya y Echozar –dijo la Zelandoni–. Ya está hecho. Están emparejados. Han pasado la prueba del aislamiento, y la unión está confirmada. Ya es un hecho. Incluso han celebrado la fiesta de emparejamiento. No hay nada más que decir.

La Primera tomaba un último vaso de infusión antes de regresar al alojamiento de la zelandonia después de pasar la noche en el campamento de la Novena Caverna. Había más personas sentadas en torno a la gran hoguera en forma de zanja acabando de desayunar antes de iniciar las febriles actividades del día.

–Están planteándose volver a casa antes de lo previsto –comentó Marthona.

–Sería una lástima después de venir desde tan lejos –dijo Jondalar.

–Ya tienen lo que venían a buscar –declaró Willamar–. Joplaya y Echozar están oficialmente emparejados, y tienen a su Zelandoni, o mejor dicho, Lanzadoni.

–Yo esperaba pasar un tiempo con ellos –se lamentó Jondalar–. Tardaremos mucho en verlos.

–Eso mismo esperaba yo –añadió Joharran–. He estado hablando con Dalanar sobre los motivos que lo impulsaron a fundar los lanzadonii como grupo aparte y, por lo que me ha explicado, sus razones van más allá del hecho de querer vivir a una considerable distancia. Tiene ideas interesantes.

–Siempre las ha tenido –dijo Marthona.

–Echozar y Joplaya han optado por dejar de ir al campamento principal porque la gente no deja de mirarlos…, y las miradas no son especialmente cordiales –dijo Folara.

–Puede que estén más susceptibles desde las objeciones presentadas durante la ceremonia matrimonial –comentó Proleva.

–He analizado esas objeciones caso por caso, y por separado no se sostienen –afirmó la Primera–. El iniciador de todo fue Brukeval, nada menos, y todo el mundo sabe cuál es su problema. Por su parte, Marona pretende crear problemas únicamente porque los lanzadonii están emparentados con Jondalar, y aún quiere vengarse de él y de todos los que lo rodean.

–Esa mujer parece estar adiestrándose en el arte de mantener el rencor –dijo Proleva–. Necesita algo en qué ocuparse. Quizá con un hijo tendría otra cosa en qué pensar.

–Yo no la querría como madre de ningún niño –comentó Salova.

–Quizá Doni esté de acuerdo contigo –dijo Ramara–. Que se sepa, nunca ha sido bendecida.

–¿No es parienta tuya, Ramara? –preguntó Folara–. Las dos tenéis el mismo pelo de color rubio claro.

–Es prima mía, pero no cercana –contestó la mujer.

–Creo que Proleva tiene razón –dijo Marthona–. Marona necesita algo que hacer, pero eso no significa que tener un hijo sea la única solución. Debería aprender algún oficio, algo a lo que dedicarse que mereciera la pena, y así no pensaría tanto en complicar la vida a los demás sólo porque su vida no es como a ella le hubiera gustado. Creo que todo el mundo debería conocer algún oficio o arte, algo con lo que disfrutar y que a la vez beneficie a los demás. Si Marona no encuentra algo así, seguirá causando problemas para llamar la atención.

–Puede que no baste con eso –observó Solaban–. Laramar tiene una ocupación, un oficio por el que es reconocido e incluso admirado. Elabora buena barma, pero no para de crear problemas. Se ha puesto del lado de Brukeval en el asunto de Joplaya y Echozar, y eso también le proporciona atención. Le he oído decir a gente de la Quinta Caverna que el hogar de Jondalar no debería estar ya entre los primeros porque se ha emparejado con una forastera, y ella tiene la posición más baja. Me parece que aún guarda resentimiento por el hecho de que Ayla no se colocara detrás de él en el funeral de Shevoran. Actúa como si no le importara, pero creo que no le gusta en absoluto ser el último.

–Si es así, debería hacer algo al respecto –declaró Proleva, airada–, como, por ejemplo, ocuparse de los hijos de su hogar.

–El hogar de Jondalar está exactamente donde debe estar –dijo Marthona con una leve sonrisa de satisfacción–. La situación que suponía su unión con Ayla era muy poco corriente, pero los zelandonia tomaron una decisión al respecto, como tenía que ser, y Laramar no es quién para juzgarla.

–Quizá sea eso lo que deberíamos hacer en relación con el caso de Joplaya y Echozar –dictaminó la Primera–. Creo que hablaré con Dalanar sobre la posibilidad de convocar una reunión de los zelandonia y los jefes de caverna para hablar del problema que ha supuesto esa unión. De esta forma daremos a las personas reacias a aceptarla una oportunidad de hacer públicas sus opiniones.

–Además, sería una buena ocasión para que Ayla y Jondalar expongan sus experiencias con los cabezas chatas…, o el clan, como ellos se llaman a sí mismos –añadió Joharran–. En todo caso, quería plantear el asunto a los demás jefes.

–Quizá podemos ir y hablar con Dalanar ahora –propuso la Zelandoni–. He de regresar cuanto antes al alojamiento. Tengo un problema. Alguien de la zelandonia está pasando información que debería mantenerse en secreto. Una parte es información muy reservada sobre ciertas personas, y otra parte son conocimientos que no deberían divulgarse. Necesito averiguar quién es, o como mínimo ponerle fin de una vez a la filtración.

Ayla había escuchado atentamente la conversación, y reflexionó sobre todo lo dicho mientras los demás se levantaban y se marchaban en distintas direcciones. Los zelandonii le recordaban a un río. Si bien en la superficie todo estaba en calma, por debajo existían corrientes y contracorrientes a distintas profundidades. Imaginó que probablemente Marthona y la Zelandoni conocían mejor que muchos lo que ocurría bajo la superficie, pero supuso que ni siquiera ellas estaban enteradas de todo, ni se conocían totalmente la una a la otra. Había percibido en ellas expresiones, posturas y tonos de voz que insinuaban qué podía haber en el trasfondo, pero tal como ocurría con el problema que tenía la Zelandoni con la persona que filtraba información, una vez lograra resolverlo, saldría a la luz algún otro conflicto latente. Las profundas corrientes y contracorrientes cambiarían, provocando unas cuantas ondas en la superficie y pequeñas olas en las orillas. Eso nunca acabaría en tanto hubiera personas interrelacionándose.

–Voy a ver a los caballos –dijo a Jondalar–. ¿Me acompañas, o tienes algo que hacer?

–Iré contigo, pero espérame un momento. Quiero ir a buscar el lanzavenablos y las lanzas que he preparado para Lanidar. Ya casi he terminado, y me gustaría probarlos. Pero como yo soy demasiado grande, esperaba que lo hicieras tú. Ya sé que también para ti serán pequeños, pero sabrás valorar mejor si pueden servirle a él.

–Estoy segura de que has hecho un magnífico trabajo, pero los probaré –dijo Ayla–. No obstante, el más indicado para decirlo será el propio Lanidar, y no lo sabrá hasta que desarrolle un mínimo de habilidad. Tengo la sensación de que vas a hacer muy feliz a ese niño.

El sol llegaba a su cenit cuando empezaron a recoger sus cosas. Habían cepillado a los caballos, y Ayla los examinó detenidamente. En la parte más calurosa del año, a menudo los insectos voladores intentaban poner huevos en las comisuras húmedas y calientes de diversos rumiantes, en particular los ciervos y los caballos. Iza le había enseñado los usos del claro fluido que se extraía de una planta blanca azulada que parecía muerta y se encontraba en sitios umbríos del bosque. Se alimentaba de la vegetación descompuesta porque carecía de la vital clorofila verde de otras plantas, y su amarillenta superficie se volvía negra al tocarla, pero no había mejor tratamiento para el escozor y la inflamación de ojos que el líquido que rezumaba el tallo.

Había probado el pequeño lanzavenablos y llegado a la conclusión de que le iría bien a Lanidar. Jondalar había acabado las lanzas en las que estaba trabajando, pero decidió hacer unas cuantas más al ver cerca de allí un bosquecillo de alisos jóvenes de troncos delgados, justo del diámetro apropiado para lanzas pequeñas. Taló varios. Ayla no estaba segura de qué la impulsó a adentrarse en el bosque que se extendía a la orilla del riachuelo, al otro lado del cercado de los caballos.

–¿Adónde vas? –le preguntó Jondalar–. Deberíamos volver ya. Esta tarde he de ir al campamento principal.

–No tardaré.

Jondalar la vio atravesar la cortina de árboles y se preguntó si habría visto moverse algo más allá, quizá algo peligroso para los caballos. Tal vez debía ir con ella, pensaba cuando la oyó gritar.

–¡No! ¡Oh, no!

Jondalar corrió tan deprisa como pudo, pisando la maleza y chocando contra los árboles. Cuando llegó donde ella estaba, cayó de rodillas lanzando un grito desesperado.

Capítulo 35

En el barro, a la orilla del arroyo, Jondalar se agachó junto a Ayla. Ella estaba prácticamente tendida al lado del enorme lobo, sosteniendo entre las manos la cabeza del animal, que yacía de costado. La sangre procedente de la oreja medio desgarrada le manchaba el dorso de la mano. Lobo trató de lamerle la cara.

–¡Es Lobo! ¡Está herido! –exclamó. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas dejando un rastro blanco en la piel cubierta de barro.

–¿Qué puede haberle pasado? –preguntó Jondalar.

–No lo sé, pero hay que ayudarle –dijo ella, incorporándose–. Tenemos que improvisar una parihuela para llevarlo al campamento.

Lobo intentó levantarse cuando ella se irguió, pero volvió a desplomarse.

–Quédate con él, Ayla. Yo haré una parihuela con aquellos troncos que acabo de cortar –propuso Jondalar.

Cuando llegaron con el animal herido al campamento, varias personas se acercaron apresuradamente para ofrecer ayuda. Ayla comprendió entonces que mucha gente sentía afecto por el lobo.

–Le prepararé un sitio en el alojamiento –dijo Marthona adelantándose a ellos.

–¿Puedo hacer algo? –preguntó Joharran. Acababa de regresar al campamento.

–Podrías comprobar si a la Zelandoni le queda algo de la consuelda que utilizó para las heridas de Matagan, y pétalos de caléndula –respondió Ayla–. Creo que Lobo se ha peleado con otros lobos, y las heridas de mordeduras pueden ser graves. Hay que limpiarlas bien y tratarlas con una medicina potente.

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