Los refugios de piedra (46 page)

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Authors: Jean M. Auel

BOOK: Los refugios de piedra
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–¿Se viste a todos los muertos con una ropa tan especial? –preguntó–. Es el espíritu el que se marcha; el cuerpo permanece aquí, ¿no?

–El cuerpo regresa al útero de la Gran Madre –contestó la Zelandoni–; el espíritu, el elán, regresa al otro mundo junto al espíritu de la Gran Madre. Pero todo posee una forma espiritual: las rocas, los árboles, los alimentos que comemos, incluso la ropa que llevamos. El elán de una persona no quiere regresar desnudo, ni con las manos vacías. Por eso hemos vestido a Shevoran con su ropa ceremonial y le hemos entregado las herramientas propias de su oficio y sus armas de caza para que se las lleve consigo. También le proporcionaremos comida.

Ayla asintió con la cabeza. Ensartó un trozo de carne bastante grande y, sujetando un extremo entre los dientes y el otro con los dedos, cortó con su cuchillo un pedazo pequeño para comérselo y dejó el resto en el omóplato que usaba como plato. Masticó por un rato con expresión pensativa y finalmente tragó el bocado de carne.

–El conjunto de Shevoran era precioso, con tantos retazos cosidos formando dibujos –comentó Ayla–. Esos animales y figuras de sus ropas parecían estar narrando una historia.

–En cierto modo así es –dijo Willamar con una sonrisa–. De este modo es como se reconoce a las personas, como se distingue a unas de otras. En el traje ceremonial de Shevoran todo significa alguna cosa. Ha de estar su propio elandon y el de su compañera, así como el abelán de los zelandonii, naturalmente.

Ayla parecía confusa.

–No entiendo esas palabras. ¿Qué es el «elandon»? ¿Y el «abelán» de los zelandonii? –preguntó.

Todos la miraron sorprendidos. Ella hablaba tan bien el zelandonii y para ellos aquéllos eran términos tan comunes que les costaba creer que no los conociera.

Jondalar adoptó cierto aire de culpabilidad.

–Supongo que esas palabras nunca salieron en la conversación –se disculpó–. Ayla, cuando me encontraste, llevaba ropa sharamudoi. Ellos no indican de la misma manera la identidad de una persona. Los mamutoi tienen algo parecido, pero no igual. El abelán de los zelandonii es… Veamos… es como esos tatuajes en las sienes de la Zelandoni y Marthona.

Ayla observó primero a Marthona y luego a la Zelandoni. Sabía que todos los zelandonia y los jefes llevaban elaborados tatuajes compuestos de cuadrados y rectángulos de distintos colores, a veces adornados mediante líneas rectas o volutas, pero ignoraba que esa clase de marca tuviera un nombre.

–Quizá yo pueda aclararte el significado de esas palabras –terció la Zelandoni.

Una expresión de alivio asomó al rostro de Jondalar.

–Supongo que lo mejor es empezar por «elán». ¿Conoces esa palabra?

–Te la he oído decir hoy –contestó Ayla–. Significa algo así como espíritu o fuerza vital, creo.

–¿Pero no la conocías de antes? –preguntó la Zelandoni, y luego miró a Jondalar con el entrecejo fruncido.

–Jondalar siempre dice «espíritu». ¿Es incorrecto?

–No, no es incorrecto. Y posiblemente tendemos a usar más «elán» cuando se ha producido una muerte o un nacimiento, porque la muerte es la ausencia o el fin del elán, y el nacimiento es su comienzo –explicó la donier–. Cuando nace un niño, cuando viene al mundo una nueva vida, rebosa elán, la fuerza de la vida. Cuando se da nombre al niño, el zelandoni crea una marca que simboliza a ese espíritu, esa nueva persona, y lo pinta o graba en algún objeto… En una roca, un hueso, un trozo de madera. Esa marca se llama «abelán». Cada abelán es distinto y se usa para designar a un individuo en particular. Puede ser un dibujo a base de líneas, figuras o puntos, o una silueta estilizada de animal… Cualquier cosa que le venga a la cabeza al zelandoni al meditar sobre ese niño.

–¡Eso mismo hacía Creb, el mog-ur! –exclamó Ayla, sorprendida–. ¡Meditaba para decidir cuál era el tótem de un recién nacido!

No era ella la única sorprendida.

–¿Te refieres al hombre del clan que era como su… zelandoni? –preguntó la donier.

–¡Sí! –respondió Ayla asintiendo con la cabeza.

–Tendré que reflexionar sobre eso –dijo la corpulenta mujer, más asombrada de lo que deseaba admitir–. Siguiendo por donde iba, el zelandoni medita y decide cuál ha de ser la marca. El objeto en el que queda constancia de la marca, el objeto símbolo, es el elandon. El zelandoni se lo entrega a la madre para que lo guarde en lugar seguro hasta que el niño sea mayor. Cuando los hijos llegan a adultos, la madre les da sus elandones como parte de la ceremonia del paso a la mayoría de edad. Pero el objeto símbolo, el elandon, no es un simple objeto material con dibujos pintados o grabados. Puede contener el elán, la fuerza vital, el espíritu, la esencia de cada miembro de la caverna, de la misma manera que una donii puede contener el espíritu de la Madre. El elandon posee más fuerza que cualquiera de los enseres personales de alguien. Tal es su poder que en malas manos puede usarse contra una persona para causarle graves desgracias y adversidades. Por tanto, una madre guarda los elandones de sus hijos en un sitio que sólo ella conoce, y quizá también su propia madre o su compañero.

De pronto Ayla tomó conciencia de que ella sería la responsable del elandon del niño que llevaba dentro.

La Zelandoni explicó a continuación que cuando el elandon se entregaba a un joven que llegaba a adulto, éste lo ocultaba igualmente en un lugar que sólo él conocía, a menudo muy lejos. Pero luego cogía un objeto cualquiera de algún sitio cercano a modo de sustituto, como, por ejemplo, una piedra, y se lo daba a un zelandoni, que acostumbraba a introducirlo en una grieta de una pared de roca de algún lugar sagrado, quizá una cueva, como ofrenda a la Gran Madre. Aunque dicho objeto pudiera parecer insignificante, su significado era mucho mayor. Se creía que, a partir del objeto sustituto, Doni era capaz de localizar el objeto símbolo, y a partir de éste llegar a la persona a quien pertenecía sin que nadie, ni siquiera un zelandoni, supiera dónde se hallaba escondido el elandon.

Con diplomacia, Willamar añadió que los zelandonia en su conjunto gozaban de un gran respeto y se los consideraba beneficiosos y dignos de confianza.

–Pero son muy poderosos –prosiguió–. Para mucha gente el respeto que imponen va acompañado de cierto miedo, y un zelandoni no es más que un ser humano. Se sabe de alguno que ha hecho un uso indebido de sus conocimientos y facultades, y hay personas que temen que uno de esos, caso de presentársele la oportunidad, pudiera sentirse tentado de utilizar un objeto tan poderoso como el elandon contra alguien que le desagradara, o de dar una lección a alguien si opinaba que había obrado de manera incorrecta. Por lo que yo sé, nunca ha ocurrido, pero a la gente le gusta adornar las historias.

–Si alguien toca el objeto símbolo de una persona, podría provocarle una enfermedad o incluso la muerte –intervino Marthona–. Te contaré una Leyenda de los Ancianos. Antiguamente, según dicen, algunas familias guardaban todos sus objetos símbolo juntos en el mismo sitio. A veces incluso cavernas enteras los guardaban en un solo lugar. Había una caverna que ponía todos sus objetos símbolo juntos en una pequeña cueva situada en la ladera de un monte, cerca de su refugio. Se consideraba que aquél era un sitio tan sagrado que nadie se atrevería a tocarlos. Durante una primavera muy lluviosa, se produjo una avalancha en esa ladera, y la cueva con todo lo que había en ella quedó destruida. Los miembros de la caverna se echaron la culpa unos a otros y dejaron de trabajar en colaboración. Sin la cooperación de todos, la vida resultó muy difícil, la gente se dispersó y la caverna desapareció. Se llegó, pues, a la conclusión de que si alguien tocaba todos los elandones o incluso si eran desplazados por causas naturales como el agua, el viento o los movimientos de tierra, la familia o la caverna en cuestión tendrían graves problemas. Por eso cada persona debe esconder su propio objeto símbolo.

–No hay inconveniente en guardar juntas las piedras sustitutas –añadió la Zelandoni–. La Madre las agradece y le sirven para seguir el rastro, pero son sólo muestras, no los auténticos elandones.

Ayla escuchó con sumo placer aquella «leyenda». Había oído a la gente hablar de las Leyendas de los Ancianos, pero hasta ese momento no se había dado cuenta de que eran historias para ayudar a la gente a comprender cosas que necesitaban saber. Le recordaron las historias que contaba el viejo Dorv al Clan de Brun en invierno.

–El abelán –continuó la donier– es un símbolo o marca o dibujo al que siempre se asocia la fuerza vital. Se utiliza específicamente para identificar o caracterizar a una persona o grupo. El abelán de los zelandonii nos identifica a todos nosotros y es el más importante. Es un símbolo hecho de cuadrados o rectángulos, a menudo con variaciones y adornos. Puede ser de varios colores, estar hecho en diferentes materiales, o incluso componerse de distinto número de cuadrados, pero debe constar de las formas básicas. Una parte de esto es el abelán de los zelandonii –se señaló la marca tatuada en la sien, y Ayla advirtió que tres hileras de tres cuadrados formaban parte del dibujo–. Por los cuadrados, cualquiera que lo vea sabrá que los zelandonii son mi gente. Dado que hay nueve, la marca me identifica además como miembro de la Novena Caverna. Naturalmente, el significado de este tatuaje no acaba ahí. También indica mi pertenencia a la zelandonia y anuncia que los otros zelandonia me consideran la Primera Entre Quienes Sirven a la Gran Madre Tierra. Si bien de menor importancia, una parte es mi abelán personal. Si te fijas, notarás que el tatuaje de Marthona es distinto del mío, aunque algunas partes sean iguales.

Ayla se volvió para examinar el tatuaje de la ex jefa. Marthona ladeó la cabeza para que lo viera mejor.

–Están los nueve cuadrados –dijo Ayla–, pero la marca está en la otra sien, e incluye trazos curvos. Ahora que veo, una de las líneas parece el contorno de un caballo: el cuello, el lomo y las patas traseras.

–Sí –confirmó Marthona–. El artista que hizo este tatuaje era muy bueno y supo captar la esencia de mi abelán. Aunque aquí aparece más estilizado para armonizar con el conjunto, se asemeja mucho a la marca de mi elandon, que es un caballo perfilado.

–Nuestros tatuajes dicen algo acerca de nosotros –prosiguió la Zelandoni–. Se sabe que yo Sirvo a la Madre porque lo llevo a la izquierda. Se sabe que Marthona es o fue jefa de su caverna porque el suyo está en la sien derecha. Por los cuadrados se sabe que las dos somos zelandonii, y por el número de cuadrados, que somos de la Novena Caverna.

–Creo que el tatuaje de Manvelar tenía tres cuadrados, pero no recuerdo haber contado catorce en la sien de Brameval –dijo Ayla.

–No, seguro que no –confirmó Zelandoni–. Las cavernas no siempre se identifican mediante el número de cuadrados, pero la caverna de una persona siempre consta de un modo u otro. En el tatuaje de Brameval hay catorce puntos dispuestos de determinada manera.

–No todo el mundo tiene tatuaje –observó Ayla–. Willamar lleva uno pequeño en medio de la frente, pero Jondalar no tiene ninguno.

–Sólo las personas con rango de jefe llevan tatuajes en la frente –aclaró Jondalar–. La Zelandoni es una jefa espiritual. Mi madre fue jefa de la caverna. Willamar es el maestro de comercio; ocupa, pues, un puesto importante y a menudo se le pide consejo, así que también se le considera un jefe.

–Aunque la mayoría de la gente prefiere dar a conocer su identidad mediante la ropa, como en el caso de Shevoran –explicó Marthona–, algunas personas tienen tatuajes en otras partes del cuerpo, normalmente a la vista, como las mejillas, el mentón o incluso las manos. Nunca bajo la ropa, porque no tiene mucho sentido poner una marca de identificación donde no puede verse. Los otros tatuajes a menudo revelan alguna característica por la que una persona desea ser reconocida, pero por lo general se trata de una hazaña personal, no de una relación primaria.

–Entre los mamutoi, los mamuti, que son como los zelandonia, llevan tatuajes en las mejillas, pero sin cuadrados. Ellos usan galones –dijo Ayla–. Empiezan con la forma de un diamante, que es como un cuadrado apoyado en uno de sus ángulos, o como la mitad de esa figura, un triángulo. Les gustan especialmente los triángulos invertidos. Luego repiten la sección en ángulo, como un ángulo dentro de otro. A veces los unen y los disponen en zigzag. Todos esos símbolos también tienen significado. Mamut había empezado a enseñármelos poco antes de marcharme.

La Zelandoni y Marthona cruzaron una mirada y ambas asintieron con la cabeza de manera casi imperceptible. La donier había hablado con la ex jefa sobre las aptitudes de Ayla y sugerido que quizá la joven debía considerar la posibilidad de vincularse a la zelandonia de algún modo. Ambas estuvieron de acuerdo en que sería lo mejor para ella y para todos.

–Así pues, la túnica de Shevoran tiene su marca, su abelán y el abelán de los zelandonii –declaró Ayla como si recitara una lección de memoria.

–Sí. Todos lo reconocerán, incluida Doni. La Gran Madre Tierra sabrá que es uno de los hijos que vivía en la región suroeste de este territorio –dijo la Zelandoni–. Pero eso es sólo una parte del dibujo de la túnica ceremonial de Shevoran. En su traje, todo tiene algún significado, incluidos los collares. Además del abelán de los zelandonii, aparecen los nueve cuadrados que indican la caverna y otras figuras que establecen su linaje. Hay símbolos referentes a la mujer con quien se unió y están asimismo los abelanes de los hijos nacidos en su hogar. Su oficio, hacedor de lanzas, se halla también representado, al igual, naturalmente, que su propio símbolo. Su abelán es el elemento más personal y poderoso de todos. Su ropa ceremonial, que ahora es su traje funerario, equivale, podríamos decir, a una representación visual de sus títulos y lazos de parentesco.

–El traje ceremonial de Shevoran es especialmente hermoso –comentó Marthona–. Lo creó el antiguo confeccionador de patrones, ya desaparecido. Era muy bueno en su oficio.

Desde el primer momento, Ayla había considerado la vestimenta de los zelandonii muy interesante –y, en algunos casos, preciosa, sobre todo ciertas prendas de Marthona–, pero desconocía la complejidad de los significados asociados a la ropa. Para su gusto, algunos cosas eran un poco recargadas. Había aprendido a valorar las formas puras y la utilidad de las cosas que ella misma hacía, tal como su madre en el clan. De vez en cuando variaba el dibujo de una cesta que estaba tejiendo o realzaba la veta de la madera del cuenco o vaso que tallaba y pulía, pero nunca había añadido decoración.

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