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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

Los vigilantes del faro (38 page)

BOOK: Los vigilantes del faro
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—No lo recuerdo bien. Puede que saliera a dar un paseo nocturno.

—Fue después de medianoche. ¿Quién sale a pasear a esas horas?

—Tú sí saliste.

Vivianne sintió el llanto escociéndole en los párpados. Anders nunca había tenido secretos para ella. Entre ellos no había secretos. Hasta aquel momento. Y eso le causaba más pavor que nada en la vida.

P
atrik hundió la cara en su pelo y se quedó así un buen rato en el recibidor.

—Ya me he enterado —dijo Erica.

Los teléfonos se pusieron a sonar en toda Fjällbacka en cuanto empezó a saberse lo ocurrido, y a aquellas alturas, todo el mundo estaba enterado. Gunnar Sverin se había pegado un tiro en el sótano de su casa.

—Cariño… —Erica notó que respiraba entrecortadamente, y cuando por fin se soltó de sus brazos, vio que estaba llorando. ¿Qué ha pasado?

Ella lo llevó de la mano a la cocina. Los niños estaban dormidos y lo único que se oía era el sonido amortiguado del televisor en la sala de estar. Lo sentó en una silla y empezó a preparar sus tostadas favoritas: galletas de pan con mantequilla, queso y caviar, para mojar en el chocolate caliente.

—No puedo comer —dijo Patrik con la voz empañada por el llanto.

—Sí, algo tienes que tomar —insistió ella con voz maternal, y continuó con los preparativos.

—Joder con Mellberg. Él ha sido el que lo ha causado todo —dijo Patrik al fin, y se enjugó las lágrimas en la manga de la camisa.

—Yo lo he oído en las noticias. ¿Ha sido Mellberg el que…?

—Sí.

—Desde luego, esta vez se ha superado a sí mismo. —Erica removió el cacao en la cacerola con la leche. Y le puso una cucharada extra de azúcar.

—En cuanto oímos el chasquido lo comprendimos. Tanto Gösta como yo. Iba al baño. Eso nos dijo. Pero no lo comprobamos. Deberíamos haber pensado… —Se le hizo un nudo en la garganta y tuvo que secarse las lágrimas otra vez.

—Toma —dijo Erica alargándole un poco de papel de cocina.

No solía ver llorar a Patrik, y le dolía. Ahora quería hacer cuanto estuviera en su mano por conseguir que volviera a estar feliz. Le preparó dos tostadas y sirvió el chocolate caliente en una taza grande.

—Aquí tienes —dijo resuelta, y se lo puso todo delante, en la mesa.

Patrik sabía cuándo no tenía el menor sentido llevarle la contraria a su mujer. Mojó a disgusto una de las tostadas hasta que el pan empezó a reblandecerse, y dio un gran mordisco.

—¿Cómo está Signe? —Erica se sentó a su lado.

—Me tenía preocupado antes de que ocurriera esto. —Patrik se esforzaba por tragar—. Y ahora… No sé. Le dieron tranquilizantes y está en observación. Pero no creo que vuelva a ser la misma. No le queda nada. —Empezó a llorar otra vez, y Erica se levantó y le dio otro trozo de papel de cocina.

—¿Qué vais a hacer ahora?

—Continuar. Gösta y yo iremos a Gotemburgo mañana para seguir una pista. Además, Pedersen nos hará llegar el resultado de la autopsia por la mañana. Tenemos que seguir trabajando como antes. O con más empeño aún.

—¿Y los periódicos?

—No podemos impedirles que escriban. Pero te prometo que nadie de la comisaría volverá a hablar con ellos en esta fase. Mellberg tampoco. Si lo hace, lo comunicaré a la autoridad policial de Gotemburgo. Podría añadir otras cosas, además.

—Pues sí, yo en tu lugar lo haría —dijo Erica—. ¿Quieres quedarte aquí un rato o prefieres que nos vayamos a la cama?

—Mejor nos acostamos. Quiero abrazarte muy fuerte. ¿Puede ser? —Le rodeó la cintura con el brazo.

—Por supuesto que puede ser.

Fjällbacka, 1871

E
l examen del doctor fue de lo más extraño. Ella nunca había estado enferma y no estaba acostumbrada a la sensación de las manos de un hombre desconocido recorriéndole el cuerpo. Pero la presencia de Dagmar la tranquilizó y, una vez terminado el reconocimiento, el doctor les aseguró que todo parecía en orden y que lo más probable era que Emelie tuviera un hijo sano.

Cuando salieron de la consulta, sintió que la invadía la dicha.

—¿Tú crees que será niña, o niño? —preguntó Dagmar. Se detuvieron un instante para recobrar el aliento y, con mucho cariño, le puso la mano en el vientre.

—Creo que será un niño —dijo Emelie. Estaba totalmente segura. No era capaz de explicar por qué tenía la certeza de que quien daba aquellas pataditas enérgicas era un niño, pero lo sabía.

—Un niño. Sí, a mí también me parece que es una barriga de niño.

—Solo espero que no… —Emelie no terminó la frase.

—Esperas que no se parezca a su padre.

—Sí —susurró Emelie, y sintió que se esfumaba toda la alegría. La sola idea de volver al barco con Karl y Julian y de regresar a la isla le infundía deseos de huir.

—Karl no lo ha tenido fácil en la vida. Su padre no lo trató bien.

Emelie quería preguntar a qué se refería, pero no se atrevió. Sin poder evitarlo, empezó a llorar y, avergonzada, trató de secarse las lágrimas con la manga. Dagmar la miró muy seria.

—Según el médico, la cosa no está nada bien —dijo.

Emelie la miró desconcertada.

—Pero…, si ha dicho que todo estaba en orden.

—No, todo lo contrario. Hasta el punto de que tienes que guardar cama el resto del embarazo, y además, cerca del médico, por si necesitas ayuda urgente. Así que lo del viaje en barco es imposible.

—Sí, no… —Emelie empezaba a comprender lo que quería decir, pero no se atrevía a creerlo del todo—. No, claro, no estoy nada bien. Pero ¿dónde voy a…?

—Yo tengo una habitación vacía. Al médico le ha parecido una buena idea que te quedaras conmigo, así tienes quien te cuide.

—Sí —dijo Emelie, y empezó a llorar otra vez—. Pero ¿no será mucha molestia? No tenemos posibilidad de pagarle.

—No es necesario. Soy una anciana y vivo sola en una casa enorme, así que me alegro de tener compañía. Y me alegro de ayudar a que una criatura venga al mundo. Sería una gran satisfacción para mí.

—O sea que el médico ha dicho que no estoy bien —repitió Emelie atemorizada cuando ya se acercaban a la plaza.

—No, no estás nada bien. Derecha a la cama, eso es lo que ha dicho. De lo contrario, todo saldrá mal.

—Sí, eso ha dicho —dijo Emelie, pero al ver a Karl a lo lejos, empezó a acelerársele el corazón.

Cuando las vio venir, se les acercó impaciente.

—Pues sí que ha llevado tiempo. Tenemos montones de cosas que hacer y tenemos que volver pronto a casa.

Normalmente no tenéis tanta prisa en volver, pensó Emelie. Cuando podían pasarse por el Abelas no les importaba volver tarde a la isla. De repente apareció Julian detrás de él y, por un instante, la invadió un pánico tal que creyó que se caería muerta allí mismo. Luego notó el apoyo de un brazo que se le agarraba.

—Ni hablar —dijo Dagmar con voz serena y firme—. El médico le ha mandado reposo, tiene que guardar cama. E iba muy en serio.

Karl se quedó pasmado. Miraba a Emelie, que casi podía ver el torbellino de ideas que le rondaban la cabeza como ratas. Sabía que no estaba preocupado por ella, sino que trataba de valorar las consecuencias de lo que su tía acababa de decir. Emelie callaba. Se balanceaba levemente adelante y atrás, porque le dolían los pies y la espalda después del paseo.

—Eso no puede ser —dijo Karl al fin, y Emelie vio que las ratas seguían dándole vueltas y más vueltas en la cabeza—. ¿Quién se hará cargo de las tareas de la casa?

—Ah, eso, bueno, vosotros os arregláis bien solos, estoy segura —dijo Dagmar—. Seguro que sabéis cocer unas patatas y freír un poco de pescado. No creo que vayáis a moriros de hambre.

—Pero ¿dónde va a vivir Emelie, tía? Nosotros tenemos que cuidar del faro, así que yo no puedo venirme aquí. Y no podemos permitirnos alquilar una habitación para ella en el pueblo, ¿de dónde íbamos a sacar el dinero? —Empezaba a ponerse rojo de ira y Julian lo miraba con encono.

—Emelie puede vivir conmigo. Por mí, encantada de tener compañía, y desde luego, no quiero que me pagues nada. Estoy segura de que a tu padre le parecerá perfecto, pero si quieres puedo hablar con él.

Karl la miró unos segundos. Luego, apartó la vista.

—No, está bien —murmuró—. Gracias, muy amable.

—Para mí es un placer. Y vosotros os arregláis solos en la isla, ya veréis.

Emelie no se atrevía ni a mirar a su marido de reojo. No podía esconder la sonrisa que se le había dibujado en los labios. Gracias, gracias, Dios mío. No tenía que volver a la isla.

-¿T
ú también te has pasado la noche despierto? —Gösta vio las ojeras de Patrik. Eran tan pronunciadas como las suyas.

—Sí —dijo Patrik.

—Pronto te sabrás el camino de memoria. —Miró hacia Torp cuando se dirigían a Gotemburgo.

—Pues sí.

Gösta comprendió el mensaje y puso la radio. Llegaron al cabo de algo más de una hora oyendo música pop.

—¿Parecía dispuesto a colaborar cuando llamaste? —preguntó Gösta. Sabía por experiencia que la colaboración entre los distritos policiales dependía esencialmente de con quién trataras. Si dabas con un cascarrabias podía resultar casi imposible obtener información.

—Parecía amable. —Patrik se adelantó y se dirigió a recepción—. Patrik Hedström y Gösta Flygare. Estamos citados con Ulf Karlgren.

—Soy yo. —Oyeron a su espalda una voz estentórea y vieron a un hombre robusto con cazadora de cuero negro y botas de vaquero—. He pensado que podríamos hablar en la cafetería. Mi despacho es muy pequeño. Y el café aquí es mejor.

—Claro —dijo Patrik, mirando de arriba abajo la pinta extraordinaria de aquel hombre. Lo del atuendo reglamentario era algo que Ulf Karlgren no sabía ni deletrear, según comprendió cuando Karlgren se quitó la cazadora y dejó al descubierto una camiseta desgastada con la leyenda AC/DC.

—Por aquí.

Ulf se encaminó a grandes zancadas a la cafetería, y Patrik y Gösta lo siguieron como pudieron. Al verlo por detrás constataron que compensaba la escasez de pelo de las entradas con una larga cola de caballo. Y, naturalmente, en el bolsillo trasero se adivinaba una caja de rapé.

—¡Hola, chicas! ¡Vaya día más bonito! —Ulf les hizo un guiño a las mujeres de detrás del mostrador, que soltaron una risita—. ¿Tenéis algo rico que ofrecer hoy? Este tipo hay que mantenerlo. —Ulf se dio una palmada en la enorme barriga que se perfilaba debajo de la camiseta y, sin saber por qué, Patrik pensó en Mellberg. Aunque no había otras similitudes. Ulf irradiaba mucha más simpatía—. Un pastel de mazapán para cada uno —dijo Ulf señalando unas creaciones gigantescas de color verde.

Patrik empezó a protestar, pero Ulf no le hizo el menor caso.

—A ti te hacen falta algunos kilos —insistió poniendo los pasteles en la bandeja.

—Y tres cafés.

—Pero no tienes que… —comenzó Patrik al ver que Ulf sacaba la tarjeta de una cartera negra desgastada.

—Bah, os invito. Venga, vamos a sentarnos.

Lo siguieron hasta una mesa y se sentaron. La expresión de Ulf, hasta entonces alegre, se volvió seria de pronto.

—Queríais información sobre alguna de las bandas de moteros, ¿no es eso?

Patrik asintió. Le explicó brevemente lo ocurrido hasta el momento y lo que habían averiguado: que un testigo había visto cómo un grupo de moteros que llevaban un águila en la espalda de la cazadora agredían a Mats Sverin.

—Sí, parece verosímil. Podrían ser IE.

—¿IE? —Gösta ya se había comido el pastel. Patrik no comprendía dónde echaba todo lo que engullía. Estaba flaco como un galgo.

—Los «Illegal Eagles». —Ulf puso cuatro azucarillos en la taza y empezó a remover despacio—. Son los número uno de las bandas de la zona. Los más crueles, los más feos y los más implacables de todos.

—Joder.

—Si son ellos, yo iría con mucho cuidado. Aquí hemos tenido con ellos varios enfrentamientos algo desastrosos.

—¿A qué se dedican? —preguntó Patrik.

—A casi todo. Drogas, prostitución, protección de delincuentes, extorsión. Es más sencillo enumerar a qué no se dedican.

—¿Cocaína?

—Sí, desde luego. Pero también heroína, anfetaminas y anabolizantes.

—¿Has tenido tiempo de comprobar si Mats Sverin figuraba en vuestras investigaciones? —preguntó Patrik.

—El nombre nos es desconocido. —Ulf meneó la cabeza—. No tiene por qué significar que no esté involucrado de alguna manera, pero no ha tenido nada que ver con nosotros.

—En realidad, no encaja en el perfil. Quiero decir, en el de motero. —Gösta se acomodó en la silla, satisfecho después del pastel.

—Bueno, los moteros son el núcleo, pero a su alrededor hay de todo, en particular, en lo relativo a las drogas. Algunas de las investigaciones nos han llevado a las esferas más altas de la sociedad.

—¿Es posible ponerse en contacto con ellos? —Patrik apuró el último trago de café.

Ulf se levantó enseguida para servirle otro.

—La segunda taza va incluida —dijo cuando volvió—. Como te decía, no os recomiendo el contacto directo con esos señores. Tenemos unas experiencias muy desagradables, así que si podéis empezar por otro sitio, quizá hablar con personas del entorno de Sverin, os aconsejaría que lo hicierais.

—Comprendo —dijo Patrik—. ¿Quién es el cabecilla de los IE?

—Stefan Ljungberg. Un antiguo nazi que puso en marcha el grupo IE hace diez años. Ha pasado varias temporadas en la cárcel, desde que cumplió los dieciocho, y antes, el reformatorio. Bueno, ya conocéis el tipo.

Patrik asintió, pero debía reconocer que no era aquel la clase de delincuente al que estaba acostumbrado. En Fjällbacka los cacos parecían inofensivos en comparación con aquello.

—¿Qué podría impulsarlos a ir a Fjällbacka a meterle una bala en la cabeza a alguien? —Gösta miraba a Ulf con atención.

—Hay montones de posibilidades. La principal razón de que te llenen la cabeza de plomo es que quieras dejar la banda. Aunque no parece que ese sea el caso, así que podría ser cualquier cosa. Que los hayan engañado en algún negocio de droga, que teman que alguien se vaya de la lengua. De ser así, la agresión puede interpretarse como un aviso. Pero es imposible adivinarlo. Puedo hablar con los colegas, por si han oído algo. Por lo demás, os recomiendo que indaguéis en el entorno de Sverin. Generalmente, saben más de lo que creen.

Patrik dudaba. Precisamente, ese había sido el gran problema de la investigación, que nadie parecía saber mucho sobre Mats Sverin.

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