Lugares donde se calma el dolor (55 page)

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Authors: Cesar Antonio Molina

Tags: #Relato, Viajes

BOOK: Lugares donde se calma el dolor
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El alemán Roebling proyectó el puente. Un barco le aplastó un pie y murió gangrenado. Su hijo, Washington, continuó la obra. Contrajo la enfermedad del buzo y quedó parcialmente paralizado. Lo ayudó desde entonces su mujer. Él dirigió las obras asomado a una ventana del número 110 de Columbia Heights. Hart Crane, a quien se le debe la mitología literaria de esta gran obra de ingeniería, vivió años después en el mismo inmueble. «Cada vez que uno mira desde el puerto la línea del cielo de Nueva York que cruza el río, es bastante diferente.» La casa no existe. Fue sustituida por un elegante edificio de apartamentos. Da al río y conserva la vista del puente en toda su grandeza. Después de vivir en este lugar durante el año 1924, tras finalizar el largo poema épico titulado
El puente
, en 1929, Crane viajó a México. Al retornar se suicidó lanzándose por la borda de
El Orizaba
a las aguas del golfo de México, en abril de 1932. Puente de la alegría y del dolor. La madre del poeta pidió ser incinerada y sus cenizas fueron arrojadas al East River desde el Puente de Brooklyn. Crane, por su parte, cuando murió, apenas contaba con treinta y tres años, la mayor parte de los cuales los vivió como un borracho crónico. Así describió en estos versos al mito moderno de la técnica y la máquina: «Arpa y altar, trenzados por la furia / ¡Cómo pudo el esfuerzo alinear tus cuerdas! / Terrorífico umbral y prenda del profeta, / oración de los parias y gemido de amante…». Puente de la alegría y del dolor. Trabajaron durante dieciséis años para levantarlo más de medio millar de obreros. Muchos de ellos perdieron la vida.
«Esta ponte de aceiro enlevado sobor de New York, / ten millas de roscas, de parafusos, de aceiros. / Erguese sobor do xiado East River esta major /ponte, din, do mundo, construido por extranxeiros / emigrantes de Europa. Algún galegos senlleiros / traballamos nél. Un traballo, dicían, ben pagado. / Centocorenta dólares. Por uns días fumos buceiros /pra ponte de Brooklyn feita sobor do río abafado…
». Así nos lo recuerda Luis Seoane en uno de los mejores poemas de Fardel de exiliado. También el poeta vanguardista Vladímir Maiakovski, le dedicó un magnífico poema, vertido por Lila Guerrero. Lo redactó durante la visita que hizo a la capital del capitalismo durante el año 1925. La grandiosidad del poema espacialmente no se puede reproducir aquí pero, leyéndolo, uno lo percibe inmediatamente: «Lanza Coolidge, / un grito de júbilo. / Para lo bueno, / no mezquinaré palabras. / Puedes ponerte rojo, / por estos elogios, / como la bandera de nuestro continente, / aunque ustedes sean tan sólo, / United States of America. / Como el creyente devoto, / entra, / a la iglesia, / como se aleja el ermitaño, / a su gruta, / severo y sencillo, / así yo, / en las sombras del crepúsculo, / entro sumiso al Puente de Brooklyn. / Como el conquistador avanza, / hacia la ciudad destruida, / en la cureña de sus cañones, / de caños con dimensión de jirafa. / Así yo, ebrio de gloria, / asciendo orgulloso, / por el Puente de Brooklyn. / Como el tonto pintor, / clava la vista, / enamorada y aguda, / en la Madona del museo, / así yo, / debajo del cielo, / sembrado de estrellas, / miro a Nueva York, / a través del Puente de Brooklyn. / Nueva York, / de noche es pesada, / y también calurosa, / olvida, / sus penas, / y su gran estatura. / Sólo los vagabundos, / ánimas desamparadas, / se reflejan, / en la transparente claridad de sus ventanas. / Aquí, / apenas llega el zumbido, / y el escalofrío de las grúas. / Y sólo por este ruido caldeado, / se comprende; / son trenes, / que trepidan y se arrastran, / como si en el buffet, / juntaran vajilla. / Cuando parece, / que debajo, / en el río, / reparten gigantescos cajones, / como terrones de azúcar, / y bajo el puente, / los mástiles pasan, / del tamaño de la cabeza de alfileres, / yo estoy orgulloso, / de estas millas de acero, / vivo en ellas, / y mis sueños se alzan. / Es la lucha, / por la construcción, / en vez del estilo. / Cálculo preciso, / tuercas, / acero. / Si llegase el día, / del fin del mundo, / y el caos, / hiciese trizas nuestro planeta, / y sólo, / quedase este puente sublevado, / sobre el polvo y las ruinas, / entonces, / como huesos, / más finos que agujas, / apilados, / en los museos, / como monstruos antiguos, / así, / tan sólo con este puente, / el arqueólogo de los siglos futuros, / podría reconstruir, / los días actuales. / Él diría: / “He aquí, / esta pata de acero, / que unía el mar y los prados”. / Desde aquí América, / se lanzaba hacia el Este, / echando al viento, / sus plumas indias. / Recordarán las máquinas, / la costilla esta. / Figuraos. / ¿Acaso alcanzarían las manos para llegar a Manhattan, / con pie de acero, / y con labios de hierro, / atraer los bordes de Brooklyn? / Por los cables, / de la red eléctrica, / yo sé, es la época, que sigue a la máquina a vapor. / Aquí, la gente, / ya gritaba por radio, / aquí, la gente, / ya volaba en el aire. / Aquí, / la vida, / para unos, / era de holganza, / y para otros, / largo quejido de hambre. / Desde aquí, / los desocupados, / se tiraban de cabeza al Hudson. / Y así, / el cuadro mío, / sin detenerse, / corre por cables y cuerdas, / hasta los pies de las mismas estrellas. / Yo veo, / aquí, / estuvo Vladimir Maiakovski, / y de pie, / silabeaba sus versos. / Miro el Puente de Brooklyn, / como mira un tren, / por primera vez un esquimal, / prendido, / como un tábano a la oreja. / ¡Oh! / El Puente de Brooklyn, / hay pocos que se igualen. / ¡Sí…! / ¡Eso, / vale!».

Al fin avanzo hacia Brooklyn Heights y Park Slope, históricos distritos residenciales. Casas del siglo XIX, de pocos pisos con jardines, inspiradas en la arquitectura europea, van saliendo a nuestro paso. Cafés, tiendas de todo tipo, también de antigüedades. Seguimos Tillary Street, luego Cadman Plaza West bajo la vía del tren que une Brooklyn con Queens, luego Old Fulton Street y Water Street, donde embarcaron las tropas de Washington para tomar Manhattan. Aquí nos topamos con el River Cafe, a los pies del puente y cara al East River: «… Aquí, junto al Río que es Este / aquí, cerca de la orilla, las manos sueltan recuerdos…». Manhattan, al fondo, sin las torres gemelas. Alguien se empeña en entrar en el River, pero no llevamos ni chaqueta ni corbata. Discutimos. Sólo nos permiten asomarnos. Hay numerosas fotos antiguas hechas durante la construcción del puente. Subimos por Everitt Street hacia Columbia Heihgts y Brooklyn Heights. En el número 24 hay un cartel que informa de que aquella casa es una de las más antiguas, construida en 1824. En Willow Street con Cranberry buscamos el número 70, donde Truman Capote escribió
A sangre fría
y
Desayuno en Tiffany’s
, que se inicia así: «Regresar a los lugares donde he vivido, las casas y su vecindad, me atrae siempre de forma irresistible. Por ejemplo, una casa de piedra arenisca de la calle sesenta y tantos…». En el número 155 pasó algún tiempo Arthur Miller. Casa de ladrillo rojo, de dos o tres pisos, con amplias ventanas que dan a calles estrechas y silenciosas. En Cranberry Street vivió «El hijo de Manhattan», como así le gustaba apodarse al propio Whitman, cuando trabajaba en el
Brooklyn Eagle
, y por allí cerca estuvo la imprenta en donde se tiró Hojas de hierba, entre Cranberry Fulton. En el número 142 de Columbia Heights vivió muchos años Norman Mailer.

Va anocheciendo. Hay dos sorpresas muy de mi gusto. Ponemos rumbo a la calle Remsen con Henry y en su búsqueda nos perdemos por otras que aún conservan pequeñas edificaciones con terrazas de madera. Alguien nos devuelve la orientación y, finalmente, damos con el pequeño cruce de cuatro calles. Veo un edificio de piedra. Tiene una gran torre semejante a las románicas. Es sin duda un templo. «Es una iglesia cristiana maronita», me soplan al oído. Yo intento traspasar las verjas. Las de la puerta principal están cerradas. Damos entonces la vuelta y forzamos la de la entrada lateral. Cede y se abre, aunque los grandes portalones nos impiden avanzar. Definitivamente me resigno a no ver el interior del templo, donde pensaba que se encontraba la resolución de este primer enigma. Una voz rompe el silencio y me aclara que no está dentro sino fuera, y ante mi vista. La pequeña iglesia, que sobresale por su torre campanario, tiene dos entradas. Tanto la principal como la lateral tienen anchas y altas hojas de metal ilustradas con relieves. En ambas están representados los cedros del Líbano, así como también otras diferentes imágenes. Entre ellas, la de un gran barco y una basílica. A esta iglesia maronita, con rango de catedral, se la conoce por Nuestra Señora del Líbano. Lo excepcional de ella es que las puertas fueron hechas con el casco de acero de uno de los más grandes transatlánticos que cruzaron el océano Atlántico: el
Normandie
. Ése era el barco del relieve y la catedral seguramente la de Rouen. En medio de Brooklyn Heights me encontraba así, inesperadamente, con los despojos de una leyenda laica e industrial reconvertida en la antesala de un templo. El transatlántico
Normandie
tuvo una corta existencia. Se botó en el año 1935 y quedó fuera de navegación en 1942 debido a la segunda guerra mundial. El gigantesco monstruo, una especie de rascacielos náutico, tenía una longitud de 313,75 metros por 36,4 de ancho, y pertenecía a la Compagnie Générale Transatlantique. La empresa naviera hizo de él el más grande y lujoso transatlántico de su flota. El gran escritor austriaco Stefan Zweig y su segunda esposa Lotte, en el año 1938, embarcaron en el
Normandie
para ir a Estados Unidos a pesar de que él, después de su tumultuosa experiencia neoyorquina, había prometido no regresar jamás a Norteamérica. En este exclusivo barco llevaron a cabo su luna de miel. Era el más grande navío del mundo hasta que se puso en funcionamiento el
Queen Elizabeth
, en el año 1940. Cubría la línea Le

Havre-Nueva York en muy pocos días. En octubre de 1939, el
Normandie
salió, una vez más, del puerto francés, rumbo a Nueva York. La guerra había comenzado y se temía que semejante buque pudiera ser utilizado por los alemanes. Requisado por el gobierno norteamericano fue rebautizado con el nombre de
Lafayette
. Luego se pensó transformarlo en un portaviones. Al abandonarse esta idea, se le destinó a transporte de tropas. Durante la transformación, llevada a cabo en los astilleros de Nueva York, el
Normandie
sufrió un incendio fortuito. Tratando de apagar el fuego, los bomberos, en tierra y desde el río, lo anegaron de tal manera que perdió el equilibrio y se hundió en la noche del nueve al diez de febrero del año 1942. En este indigno y lamentable estado permaneció durante un año hasta que fue remolcado a los diques de un chatarrero de Brooklyn. Allí se desguazó.

En el muelle del lado oeste de Manhattan atracaban el
Normandie
, el
Liberté
, el
Queen Mary
, el
United States
o el
Andrea Doria
. El lujo de los majestuosos transatlánticos era transportado mansamente a los espigones que se abalanzaban sobre el río Hudson. Actualmente están obsoletos. Un ignominioso final para tan bello gigante que surcó tantos mares. En compensación, a la Compagnie Générale Transatlantique se le entregó, una vez finalizada la guerra, el transatlántico alemán
Europa
, puesto en servicio en el año 195o bajo el nombre de
Liberté
. En el año 1912 el
Titanic
era el barco de pasajeros mayor del mundo, con 260 m de eslora y tres hélices que le permitían alcanzar los veintidós nudos de velocidad. El transatlántico británico se hundió en su primera y única travesía desde Europa a Nueva York. Durante los años comprendidos entre las dos guerras mundiales se produjo una etapa de gran competencia entre las compañías navieras transoceánicas. En este periodo, que acabó con la aparición de las líneas aéreas, el lujo y la velocidad eran los elementos de mayor importancia en la construcción de cruceros. El
Normandie
alcanzaba los 31,24 nudos y acomodaba en once cubiertas a 2.160 pasajeros, separados en tres clases. El
Queen Mary
, botado en Escocia en 1934, estaba dotado de doce cubiertas y acomodaba unos pocos menos pasajeros que el
Normandie
. Actualmente es un hotel flotante. Su gemelo sigue navegando.

Me quedo parado mirando de nuevo los portalones de la catedral maronita. No puedo tocar las hojas de la puerta principal debido a la verja que las protege, pero sí las de la otra entrada lateral. Acaricio los relieves y con los nudillos de mi mano derecha compruebo la densidad de aquel acero. Un golpe sordo, sin sonido, responde a mi insistencia. Luego sigo con las yemas de mis índices y corazones el relieve de las torres picudas de la catedral de Rouen que tantas veces pintó Monet. Pongo mi oído como si de una caracola se tratase, y aún percibo el choque de su popa contra los témpanos. El tenue ladrido de un caniche me despierta del sueño de polizón. Su dueña entra para sacarlo de entre mis piernas. Se disculpa y me disculpo. Es una señora de unos cincuenta años que me invita a la misa de mañana por la mañana. Yo la acepto a sabiendas de que a esa hora ya estaré lejos. «… Los hombres y mujeres que abarrotan veloces las calles, si no son destellos y motas, ¿entonces qué son?, / las calles mismas y las fachadas de las casas, y los productos de los escaparates, / vehículos, caballos de tiro, los tablones de los muelles, los inmensos embarcaderos de los transbordadores…», me recuerda el viejo Whitman con su barba llena de mariposas, como así lo imaginó Lorca. La iglesia maronita es una comunidad cristiana árabe, asentada en el Líbano y en comunión con el papa de Roma. Son cristianos seguidores de la tradición de san Marón, eremita del siglo V. Los maronitas originariamente nacieron de una herejía del siglo VII. Monoteístas, admitían en Cristo las dos naturalezas, divina y humana, pero una sola voluntad divina. Así, en ese mismo siglo, crearon su propio episcopado. De su posterior asociación con los cruzados surgió el vínculo con Roma a partir del siglo XIII. El misionero jesuita Juan Elian tuvo una gran relación con el proceso de acercamiento al catolicismo. A partir de mediados del siglo XVIII los maronitas aceptaron comulgar bajo una sola especie y se integraron en la tradición católica romana. Los maronitas constituyen la principal iglesia del Líbano y poseen cierta influencia en las naciones cercanas. La emigración de muchos fieles a Norteamérica y Sudamérica les hizo formar comunidades importantes como la de Brooklyn. Muchos maronitas siguieron a los cruzados en su retirada de Palestina, estableciéndose en Chipre y Rodas, donde aún siguen habitando sus descendientes. Los maronitas conservaron el derecho a tener su propio patriarca. El papa de Roma únicamente lo confirma, pero en la diáspora aceptan la jurisdicción del obispo de rito latino que les corresponda. En el Líbano tienen su propia jerarquía. Algunos sacerdotes están casados, aunque la mayor parte permanecen célibes. El monte Líbano es su sede eclesiástica central.

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