Quería responder: «Claro que no demuestra nada, claro que no cambia nada. A nadie en su sano juicio le podría importar. Pero... ¿quiénes empezaron a darle tanta importancia al parentesco? ¿Quiénes se entregaron a la causa de propagar la idea de que todo lo que merece la pena depende de los lazos familiares?».
Pero ya era demasiado tarde. Ahora no iba a ser tan hipócrita como para volverme contra los Hijos después de haber cogido su dinero y haberles seguido el juego.
Y no podía abandonar a Lena. Si mi amor por ella no iba más allá de las cosas en las que estábamos de acuerdo, entonces no era amor ni era nada.
—Debería darme tiempo a coger el vuelo a Londres de las tres en punto —dije impasible—. Te veré en la conferencia.
Era la décima edición del encuentro anual del Foro Paleogenético Mundial. El acontecimiento se desarrollaba dentro un edificio piramidal ubicado en un parque de las ciencias recubierto con césped artificial que estaba alejado del campus universitario. La multitud esgrimía pancartas que lo hacían visible desde lejos. ¡NO TOQUÉIS A EVA! ¡MUERTE A LA BASURA NAZI! ¡FUERA NEANDERTALES! (¿Cómo?) El desfase horario empezó a afectarme cuando el taxi se alejaba y casi se me doblaron las rodillas. Mi objetivo era encontrar a Lena tan rápido como fuera posible y alejarnos del peligro. Eva podía cuidarse sola.
Obviamente andaba por ahí, mirando con tranquila dignidad desde camisetas y pancartas. Pero los Hijos —y sus consultores de marketing— habían estado «ajustando» su imagen y ésta era la primera ocasion que tenía de ver los resultados de tantos grupos de discusión y tantos talleres de respuesta del cliente. La nueva Eva tenía una piel ligeramente más clara, la nariz un poco más fina, los ojos más juntos. Los cambios eran sutiles, pero iban claramente destinados a darle un aspecto más «panracial». Con rasgos de todas las poblaciones humanas modernas, se parecía más a una especie de descendiente común de un futuro lejano que un antepasado común que hubiera vivido en un sitio concreto: África.
Y a pesar de mi cinismo, este nuevo diseño me revolvía el estómago más que el resto de los trucos baratos que los Hijos se habían sacado de la manga. Era como si después de todo hubiesen decidido que en realidad no podían imaginarse un mundo en el que todos fueran a aceptar una Eva africana, pero estaban tan comprometidos con la idea que estaban dispuestos a seguir distorsionando la verdad sólo para hacerla más atractiva, hasta... ¿Dónde estaba el límite? Aparte de ponerle un nombre distinto en cada país, ¿también le iban a poner una cara distinta?
Conseguí llegar al vestíbulo. Sólo me habían escupido dos o tres piqueteros. Dentro, la cosa estaba mucho más tranquila, aunque los académicos paleogenetistas iban de un lado para otro sin parar y evitaban mirar a los ojos. Un equipo de noticias había arrinconado a una pobre mujer; cuando pasaba por delante el entrevistador le insistía acalorado:
—Pero debe admitir que violar los mitos fundacionales de los indígenas del Amazonas es un crimen contra la humanidad.
La pared exterior de la pirámide estaba tintada de azul, pero era más o menos transparente, y alcanzaba a ver otro grupo de manifestantes que se apretaba contra uno de los paneles, escudriñando el interior. Guardas de seguridad vestidos de paisano susurraban en sus relófonos, claramente preocupados por sus trajes de Masarini.
Había intentado llamar a Lena varias veces desde que salí del aeropuerto, pero debía de haber problemas de cobertura en toda la zona de Cambridge que me dejaban en espera. La única razón por la que me habían dejado pasar por la puerta principal era que Lena había movido algunos hilos y aparecíamos listados en la base de datos de asistentes. Pero eso sólo probaba que estar dentro del edificio no era ninguna garantía de imparcialidad.
De pronto, no muy lejos de donde me encontraba, escuché gritos y gruñidos seguidos de un coro de vítores y el sonido de pesadas planchas de plástico que se salían de su marco. Las noticias mencionaban tanto a grupos pro-Eva como a grupos pro-Adán... los últimos supuestamente mucho más violentos. Me asusté y salí corriendo por el pasillo más próximo. Estuve a punto de chocarme con un joven enjuto que iba en la dirección contraria. Era blanco, alto, rubio, de ojos azules, e irradiaba peligro teutónico... y una parte de mí quería gritar indignado: me había visto reducido, en contra de mi voluntad, a la más pura expresión de imbecilidad racista.
En cualquier caso, el tipo llevaba un taco de billar en la mano.
Pero cuando retrocedí con cautela, sin mangas empezó a parpadear con las palabras: ¡LA DIOSA ESTÁ LLEGANDO!
—¿Y tú qué eres? —dijo con desdén— ¿Un Hijo de Adán?
Lentamente negué con la cabeza. «¿Qué soy? Soy un
Homo sapiens
, imbécil. ¿No eres capaz de reconocer a tu propia especie?»
—Trabajo como investigador para los Hijos de Eva —dije. En los cócteles del profesorado siempre era «un investigador físico paleogenetista independiente», pero no me pareció el momento de ponerse puntilloso.
Hizo una mueca que al principio me pareció de incredulidad y se acercó amenazante.
—¿Con que eres uno de los putos patriarcas materialistas hijos de perra que intentan cosificar el arquetipo de la Madre Tierra y controlar su ilimitado poder espiritual?
Me quedé tan pasmado que no vi lo que se me venía encima. Me pegó duro con el taco en el plexo solar. Caí al suelo de rodillas, jadeando de dolor. En el vestíbulo se oía el ruido de botas y de eslóganes entonados con voz ronca.
El adorador de la diosa me cogió del hombro y me levantó de un tirón, sonriente.
—Sin rencor, eh. Aquí dentro estamos en el mismo bando, ¿no? ¡Vamos a patear a unos cuantos nazis!
Intenté soltarme, pero ya era demasiado tarde. Los Hijos de Adán nos habían encontrado.
Lena vino a verme al hospital.
—Sabía que tenías que haberte quedado en Sydney.
Tenía la mandíbula llena alambres. No podía contestarle.
—Tienes que cuidarte, ahora tu trabajo es más importante que nunca. Habrá más grupos que van a encontrar sus propios Adanes. El mensaje unificador de Eva se hundirá bajo el tribalismo inherente a la idea de antepasados recientes masculinos. No podemos dejar que un puñado de cromañones promiscuos lo estropeen todo.
—Gmm mmm mmmn.
—Nosotros tenemos la secuenciación mitocondrial... ellos tienen la secuenciación del cromosoma Y... pero necesitamos una ventaja espectacular, algo que todos puedan entender. Tasas de mutación, mitotipos: todo es demasiado abstracto para la persona de la calle. Si pudiéramos construir árboles genealógicos perfectos con la EPR, empezando con los familiares conocidos de la gente, pero extendiendo esa misma sensación de afinidad precisa a 10.000 generaciones, hasta llegar a Eva, eso nos daría una inmediatez, una credibilidad, que acabaría de un plumazo con los Hijos de Adán.
Me acarició la frente con dulzura.
—Puedes ganar las Guerras de los Ancestros por nosotros, Paul, sé que puedes hacerlo.
—Mmm nnn —admití.
Estaba dispuesto a denunciar a ambas partes, a renunciar al proyecto EPR... e incluso, si fuera necesario, a alejarme de Lena.
Puede que fuera más por una cuestión de orgullo que de amor, más por debilidad que por compromiso, más por inercia que por lealtad. Pero por la razón que fuera no pude hacerlo. No podía abandonarla.
Si quería seguir adelante tenía que intentar acabar lo que había empezado. Darle a los Hijos su prueba irrefutable y absoluta.
Ríos de sangre corrían por mi equipo mientras los cultos rivales formaban piquetes y se ponían bombas mutuamente. Los Hijos me habían suministrado muestras de dos litros de al menos 50.000 miembros de todo el mundo. Mi laboratorio habría dejado en pañales a la película de terror de la Hammer más estridente.
Se analizaron billones de plásmidos. En un orbital híbrido de baja energía —una superposición cuántica de dos distribuciones de carga con formas distintas, potencialmente estable durante miles de años— se inducían electrones mediante pulsos láser ajustados con suma precisión para que se colapsaran en un estado concreto. Y aunque todos los colapsos eran aleatorios, el orbital que había escogido estaba ligeramente correlacionado con fragmentos emparejados de ADN. Se acumularon y compararon billones de mediciones. Con un número de plásmidos suficiente por persona, la débil firma dejada por cualquier ascendencia común podía emerger por encima del ruido estadístico.
Las mutaciones que subyacían al Gran Árbol de los Hijos ya no tenían importancia. De hecho, lo que contemplaba eran fragmentos de plásmido que con toda probabilidad habían permanecido impolutos desde los tiempos de Eva, puesto que lo único que hacía posible la correlación era el íntimo contacto químico de una replicación de ADN perfecta. Y a medida que los fallos del proceso se iban corrigiendo y los datos se iban acumulando, finalmente se empezaron a ver los resultados.
Entre los donantes de sangre había muchos grupos familiares cercanos. Primero analizaba los datos a ciegas y luego le pasaba los resultados a uno de mis ayudantes para que los contrastara con los parentescos de los que teníamos constancia. A principios de junio de 2013 registré un 100% de detección de hermanos en un millar de muestras; unas semanas después, conseguí los mismos resultados con primos y primos segundos.
Al poco llegamos a los límites de la genealogía documentada. Para conseguir otra forma de cruzar los datos empecé a analizar también los genes nucleares. Era probable que incluso primos lejanos compartieran al menos algunos genes de un antepasado común, y la EPR podía datar ese antepasado con precisión.
La noticia del proyecto se extendió y me escribían montones de maniacos. Llegué a recibir amenazas de muerte. El laboratorio se fortificó. Los Hijos contrataron a guardaespaldas para todos los que trabajábamos en el proyecto y sus familias.
El volumen de información siguió creciendo, pero los Hijos, aterrados ante la idea de que los Adanes les aventajaran con su propia tecnología, seguían votando para concederme cada vez más dinero. Actualicé nuestros superordenadores, dos veces. Y aunque me bastaba con las mitocondrias para llegar hasta Eva, con el pretexto de la contabilidad me vi trazando los genes nucleares de cientos de miles de antepasados, masculinos y femeninos.
En la primavera de 2016 la base de datos alcanzó una especie de masa crítica. Sólo habíamos muestreado una diminuta fracción de la población mundial, pero una vez que era posible llegar unas cuantas generaciones atrás, todos los linajes en apariencia distintos empezaban a converger. Los genes nucleares autosomales zigzagueaban entre el árbol puramente materno de las Evas y el árbol puramente paterno de los Adanes, rellenando los huecos, hasta que acabé con los perfiles genéticos de prácticamente todo el mundo que había vivido en el planeta a principios del siglo IX (y había dejado descendencia hasta llegar al presente). No sabía los nombres de ninguna de esas personas, ni tan siquiera las ubicaciones geográficas concretas, pero sabía exactamente el lugar que cada una de ellas ocupaba en mi propio Gran Árbol.
Tenía una instantánea de la diversidad genética de toda la especie humana. A partir de aquí no se podía parar la cascada y retrocedí con las correlaciones a través de milenios.
Para 2017, las peores previsiones de Lena se habían hecho realidad. Se habían proclamado decenas de Adanes distintos en todo el mundo y la tendencia era buscar el linaje paterno común de poblaciones cada vez más pequeñas que convergían en antepasados cada vez más recientes. Ahora muchos de ellos eran supuestamente figuras históricas. Grupos rivales griegos y macedonios se daban tortas por resolver la cuestión de quién tenía derecho a llamarse los Hijos de Alejandro Magno. En tres repúblicas de la Europa del este, la clasificación étnica mediante el cromosoma Y se había convertido en política del gobierno y, supuestamente, en política corporativa de algunas multinacionales
Cuanto más pequeña era la población analizada, obviamente —a no ser que la endogamia fuera descomunal— menos probable era que los analizados fueran a compartir realmente un único Adán. Por ello el primer antepasado masculino que se identificaba pasaba a ser «el padre de su pueblo»... y todos los demás pasaban a ser una especie de violadores bárbaros mancillagenes, cuya repulsiva huella aún se podía detectar. Y eliminar.
Me pasaba las noches en vela hasta el amanecer, tratando de explicarme cómo podía haber acabado en medio de tanto conflicto sobre un asunto tan estúpido. Seguía sin ser capaz de confesarle a Lena lo que pensaba realmente y así, iba de un lado para otro de la casa con las luces apagadas, me encerraba en mi estudio con las contraventanas a prueba de balas cerradas y le echaba un vistazo a la última tanda de cartas amenazantes —de papel y electrónicas— y buscaba la prueba de que algo de lo que pudiera descubrir sobre Eva tendría el menor efecto positivo en alguien que no fuera ya un partidario fanático de los Hijos. Buscaba algún indicio de que podía esperar algo más que predicar a los conversos.
No encontré el estímulo que buscaba, pero leí una postal que me animó un poco. La remitía el Sumo Sacerdote de la Iglesia del Sagrado OVNI, desde Kansas City.
Querido terrícola:
¡Haga el favor de usar el CEREBRO! ¡Como todo el mundo SABE en esta era CIENTÍFICA, en los tiempos que corren el origen de las especies NO ESCONDE NINGÚN SECRETO! Los africanos llegaron aquí después del DILUVIO provenientes de Mercurio, los asiáticos de Venus, los caucásicos de Marte y los pueblos de las islas del Pacífico de asteroides varios. ¡Si no tiene las FACULTADES OCULTISTAS NECESARIAS para proyectar rayos desde los continentes hacia el PLANO ASTRAL y comprobarlo, un simple análisis del TEMPERAMENTO y del ASPECTO debería dejárselo claro incluso a alguien como USTED!
Pero por favor, ¡no ponga PALABRAS en mi BOCA! Que todos vengamos de PLANETAS distintos no significa que no podamos ser AMIGOS.
Lena estaba muy preocupada.
—¿Pero cómo vas a dar una conferencia de prensa mañana, si Primo William ni siquiera ha visto los resultados finales todavía?
Era el sábado 28 de enero de 2018. Le habíamos dado las buenas noches a los guardaespaldas y nos habíamos ido a la cama. Vivíamos en un búnker de hormigón reforzado que los Hijos habían instalado para nosotros después de un desagradable incidente en uno de los países bálticos.