Groom captó la conversación entre Harris y Hall desde su propia radio cuando descendía por la arista Sureste con Yasuko Namba, poco antes de llegar al Balcón. Trató de llamar a Hall para decirle que la información era errónea y que en realidad había botellas llenas en la Antecima; sin embargo, explica él mismo: «Mi aparato funcionaba mal. Podía captar la mayor parte de las llamadas, pero mis mensajes no llegaban a casi nadie. Las dos veces que Hall recibió mi voz e intenté decirle dónde estaban las botellas llenas, Andy me interrumpió enseguida para desmentir que hubiera oxígeno en la cima Sur».
Puesto que no sabía si había o no botellas de recambio, Hall decidió que lo mejor sería quedarse con Hansen e intentar bajarlo sin oxígeno. Cuando llegaron a lo alto del escalón Hillary, sin embargo, Hall no vio de qué manera podía salvar el desnivel de doce metros con Hansen a cuestas, y se vieron obligados a detenerse. «No puedo bajar —anunció por radio, claramente sin aliento—. No tengo ni zorra idea de cómo haré para bajar a este hombre del escalón Hillary sin oxígeno».
Poco después de las 17:00, Groom consiguió por fin comunicarse con Hall y decirle que sí había oxígeno en la cima Sur. Quince minutos más tarde, Lopsang, que bajaba de la cima, se encontró allí a Harris
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A esas alturas, según explica Lopsang, éste ya debía de saber que al menos dos de las botellas del escondite estaban llenas, porque le rogó al sherpa que lo ayudara a subirlas hasta el escalón Hillary. «Andy dijo que me pagaría quinientos dólares si llevaba el oxígeno a Rob y Doug —recuerda Lopsang—, pero se suponía que yo sólo cuidaba de mi grupo. Tenía que ocuparme de Scott. Así que le dije que no y seguí bajando a toda prisa».
A las 17:30, poco después de dejar la cima Sur para reanudar su descenso, Lopsang miró hacia atrás y vio que Harris —que debía de encontrarse muy debilitado si hay que atenerse al estado en que yo lo había visto dos horas antes— subía pesadamente por la cresta para ayudar a Hall y Hansen. Fue un acto de heroísmo que le costó la vida.
Un centenar de metros más abajo, Scott Fischer, cada vez más débil, medía sus fuerzas con la arista Sureste. Al llegar a los escalones de roca situados a 8.600 metros, se vio ante una serie de rapeles, cortos pero problemáticos, que rodeaban la cresta. Demasiado cansado para emprender una tarea tan compleja, se dejó deslizar de culo por una pendiente contigua de nieve helada. Era más sencillo que seguir las cuerdas fijas, pero cuando estuvo al pie de los escalones no le quedó otro remedio que hacer una laboriosa travesía de unos cien metros cuesta arriba, con la nieve por las rodillas, para retomar la ruta.
Alrededor de las 17:20, Tim Madsen, que descendía con el grupo de Beidleman, miró casualmente desde el Balcón y vio a Fischer iniciar el camino de subida. «Parecía muy fatigado —recuerda Madsen—. Daba diez pasos, se sentaba a descansar, daba un par de pasos más y descansaba otra vez. Progresaba realmente despacio. Pero más arriba vi a Lopsang, que bajaba de la cresta, y pensé: “Bueno, si Lopsang está ahí con él, Scott no tendrá problemas”».
Lopsang afirma que alcanzó a Fischer hacia las 18:00, a la altura del Balcón. «Como Scott no llevaba oxígeno, le puse la mascarilla. Me dijo: “Estoy muy enfermo, no puedo seguir bajando. Voy a tirarme.” Lo repitió muchas veces, como si se hubiera vuelto loco, y si yo no lo hubiese atado con la cuerda, Scott habría saltado hacia Tíbet».
Sujetando a Fischer con una cuerda de veinte metros, Lopsang persuadió a su amigo de que no saltara y luego lo hizo avanzar lentamente hacia el collado Sur. «La tormenta era terrible —recuerda Lopsang—. ¡Bum! ¡Bum! Parecían escopetazos. Dos veces cayeron rayos muy cerca de nosotros. Qué ruido. Daba verdadero miedo».
Unos cien metros por debajo del Balcón, la suave hondonada que con tanta cautela habían descendido daba paso a unos afloramientos de roca, y Fischer, dado el estado en que se encontraba, fue incapaz de salvar el difícil terreno. «Scott ya no podía andar, me daba muchos problemas —dice Lopsang—. Intenté cargar con él, pero yo también estaba muy cansado. Scott era muy grande, yo soy más pequeño; no pude con él. Entonces me dijo: “Lopsang, baja tú, baja tú”, y yo respondí: “No, me quedo aquí contigo”».
Hacia las ocho de la tarde, Lopsang estaba acurrucado con Fischer en un saliente nevado, cuando Makalu Gau y sus dos sherpas aparecieron en medio de la ventisca. Gau estaba casi tan agotado como Fischer y, al igual que éste, tampoco se decidió a sortear las placas calcáreas, de modo que sus sherpas lo hicieron sentar junto a Lopsang y Fischer y siguieron bajando solos.
«Estuve con Scott y Makalu una hora, quizá más —recuerda Lopsang—. Tenía mucho frío, estaba muy cansado. “Baja tú y envía a Anatoli”, me dijo Scott. “De acuerdo”, repuse. “Bajaré y te enviaré a un sherpa con Anatoli.” Y después de preparar un buen refugio para Scott, me puse en camino».
Lopsang dejó a Fischer y Gau en una cornisa, trescientos cincuenta metros más arriba del collado Sur, y descendió en plena tormenta. Privado de visibilidad, fue desviándose de la ruta, terminó más abajo del collado antes de comprender su error, y tuvo que remontar la margen septentrional de la cara del Lhotse para localizar el campamento IV
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. No obstante, a eso de la medianoche consiguió llegar a las tiendas. «Busqué a Anatoli —asegura Lopsang— y le dije: “Sube, por favor, Scott está muy enfermo, no puede andar.” Luego fui a mi tienda, y caí rendido de sueño, como un muerto».
El 10 de mayo, Guy Cotter, que era amigo de Hall y de Fischer, se encontraba casualmente a varios kilómetros del campamento base del Everest. Estaba guiando una expedición al Pumori y había captado las transmisiones radiofónicas de Hall a lo largo de todo el día. A las 14:15 habló con Hall, que estaba en la cima, y todo parecía ir bien. Sin embargo, a las 16:30 Hall llamó para decir que Doug no tenía oxígeno ni fuerzas para andar.
«¡Necesito una botella de oxígeno! —exclamó desesperado, aunque nadie en la montaña podía oírlo—. ¡Que alguien me ayude, por favor!»
Cotter se alarmó. A las 16:53 trató de convencer a Hall de que descendiera cuanto antes a la cima Sur. «La llamada fue más que nada para instarlo a bajar en busca de las botellas —explica Cotter—, porque sabíamos que sin oxígeno no podría ayudar a Doug. Rob dijo que él se veía capaz de bajar sin problemas, pero con Doug no».
Cuarenta minutos después, Hall aún estaba con Hansen en lo alto del escalón Hillary, sin ir a ninguna parte. En conversaciones radiofónicas con Hall a las 17:36 y luego a las 17:57, Cotter imploró a su amigo que dejara a Hansen y bajara solo. «Sé que pareceré un hijo de puta por decirle a Rob que abandonara al cliente —confiesa Cotter—, pero estaba muy claro que no tenía alternativa». Hall, sin embargo, no quiso saber nada de bajar sin Hansen.
No hubo más noticias de Hall hasta la noche. A las 2:46, Cotter dormía en su tienda al pie del Pumori cuando de pronto captó una larga transmisión, llena de interrupciones: prendido de la correa de la mochila, Hall llevaba un micrófono por control remoto que de vez en cuando se abría solo. En este caso, dice Cotter, «no creo que Rob se diera cuenta de que estaba transmitiendo. Oí que alguien chillaba; pudo haber sido Rob, pero no estaba seguro porque había mucho ruido de fondo a causa del viento. Pero le oí gritar algo así como “¡Muévete! ¡No te pares!”. Supongo que se lo decía a Doug».
Si sucedió así, significaría que en las primeras horas del día Hall y Hansen —tal vez acompañados de Harris seguían bajando por el escalón Hillary en medio del vendaval camino de la cima Sur. Y también que tardaron más de diez horas en cubrir un tramo que suele bajarse en menos de media hora.
Naturalmente, todo esto es pura especulación. Lo que es seguro es que Hall llamó por radio a las 17:57. En ese momento, él y Hansen seguían en el escalón; y luego, a las 4:43 de la mañana del día 11, cuando contactó de nuevo con el campamento base, había descendido hasta la Antecima. Para entonces, ni Hansen ni Harris estaban con él.
En una serie de transmisiones efectuadas en las dos horas siguientes, Rob dio muestras de estar confuso y falto de lógica. A las 4:43 le dijo a Caroline Mackenzie, la doctora del campamento base, que las piernas ya no le obedecían y que estaba «demasiado torpe» para moverse. Con voz ronca y apenas audible, agregó: «Harold estuvo conmigo anoche, pero ahora no lo veo por ninguna parte. Parecía muy débil». Acto seguido, obviamente desconcertado, preguntó: «¿Estaba conmigo o no? ¿Me lo puede decir alguien?
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Para entonces Hall disponía de dos botellas de oxígeno llenas, pero las válvulas de su mascarilla estaban tan atascadas a causa del hielo que el gas no le llegaba. Afirmó, no obstante, que estaba intentando descongelar el aparato, lo cual, en palabras de Cotter, «hizo que todos nos sintiéramos un poco mejor. Era la primera cosa positiva que le oíamos decir».
A las 5:00, el campamento base pasó una llamada vía satélite a Jan Arnold, la mujer de Hall, que se encontraba en Christchurch, Nueva Zelanda. Arnold había coronado el Everest con Hall en 1993 y no se hacía ilusiones sobre la situación por la que su marido estaba pasando en el pico. «El corazón me dio un vuelco cuando oí su voz —recuerda Arnold—. Noté que arrastraba mucho las palabras; parecía como si estuviera flotando. Yo había estado en la cima y sabía lo duro que debía ser con mal tiempo. Rob y yo habíamos comentado la imposibilidad de rescatar a alguien de la cresta final. Como él mismo decía: “Es como estar en la Luna”».
A las 5:31, Hall se tomó 4 miligramos de dexametasona oral y señaló que seguía intentando limpiar la mascarilla de oxígeno. Hablando con el campamento base, no dejó de interesarse por el estado de Makalu Gau, Fischer, Beck Weathers, Yasuko Namba y sus otros clientes. Parecía especialmente preocupado por Andy Harris y preguntaba una y otra vez por su paradero.
Cotter dice que intentaron desviar la cuestión «porque no queríamos darle más motivos para que se quedara allá arriba. En un momento dado, Ed Viesturs entró en las ondas desde el campamento II y dijo, mintiendo: “No te apures por Andy; está con nosotros aquí abajo”».
Algo más tarde, Mackenzie preguntó a Hall cómo se encontraba Hansen. «Doug ha muerto», contestó Hall sin más. Fue la última mención que hizo de él.
El 23 de mayo, cuando David Breashears y Ed Viesturs alcanzaron la cumbre, no encontraron señales del cuerpo de Hansen, pero sí, en cambio, un piolet clavado unos quince metros más arriba de la cima Sur, en un tramo muy peligroso del picacho donde no había cuerda fija. Es muy posible que Hall y/o Harris consiguieran bajar a Hansen por las cuerdas y que luego este último perdiera pie y cayera más de dos mil metros en picado por la cara Suroeste, dejando el piolet allí donde se había producido el resbalón. Una vez más, no obstante, sólo son simples conjeturas.
Lo que pudo sucederle a Harris es aún más difícil de aclarar. Entre el testimonio de Lopsang, las llamadas por radio de Hall y otro piolet encontrado en la cima Sur que resultó pertenecer sin ningún género de duda a Andy, podría asegurarse que estuvo en la cima Sur con Hall la noche del 10 de mayo. Aparte de eso, no se sabe prácticamente nada acerca de cómo encontró la muerte.
A las 6:00, Cotter le preguntó a Hall si el sol ya había salido. «Casi», respondió Hall, lo que era una buena noticia, porque un momento antes había dicho que el frío le hacía tiritar de forma incontrolada. Eso, sumado a su anterior afirmación de que no podía mover las piernas, había sido un duro golpe para quienes escuchaban la conversación desde abajo. No obstante, era de por sí increíble que Hall aún estuviera con vida tras pasar la noche al raso y sin oxígeno a 8.750 metros, con vientos huracanados y a 70 grados bajo cero.
En esta misma conexión, Hall preguntó por Harris una vez más: «¿Alguien vio a Harold anoche, aparte de mí?» Tres horas después Hall seguía obsesionado con el paradero de Andy. A las 8:43 murmuró por radio: «Una parte de sus cosas está aquí. Yo pensaba que había empezado a bajar ayer por la noche. ¿Alguien sabe algo de él?» Wilton intentó eludir la pregunta, pero Rob perseveró en su razonamiento:
—A ver, repito: tengo aquí su piolet, su chaqueta y unas cuantas cosas más.
—Rob —respondió Viesturs desde el campamento II—, si puedes ponerte la chaqueta, hazlo. Sigue bajando y preocúpate sólo de ti mismo. A los demás ya están atendiéndolos. Tú procura bajar.
Después de casi cuatro horas intentando desatascar su mascarilla, Hall consiguió por fin que funcionara, y sobre las nueve de la mañana estaba respirando oxígeno adicional por primera vez; llevaba más de dieciséis horas sin hacerlo por encima de los 8.700 metros de altitud.
Mucho más abajo, sus amigos trataban de sumar esfuerzos para hacerlo bajar. «Rob, aquí Helen desde el campamento base —intervino Wilton, que parecía al borde de las lágrimas—. Piensa en tu hijo. Dentro de pocos meses vas a poder ver su carita, así que haz el favor de moverte».
En varias ocasiones Hall anunció que se disponía a bajar, e incluso una vez dimos por hecho que había abandonado la cima Sur. En el campamento IV Lhakpa Chhiri y yo tiritábamos de frío fuera de las tiendas, mirando un puntito que avanzaba muy despacio por la parte superior de la arista Sureste. Convencidos de que se trataba de Rob, que se había decidido a bajar, nos palmeamos la espalda de alegría y lo animamos a gritos. Pero el optimismo se esfumó una hora después, cuando advertí que el puntito seguía en el mismo sitio; de hecho era sólo una roca, una simple alucinación provocada por la altitud. En realidad, Rob ni siquiera había abandonado la cima Sur.
Hacia las 9:30, Ang Dorje y Lhakpa Chhiri dejaron el campamento IV e iniciaron la ascensión a la Antecima con un termo de té caliente y dos botellas extra de oxígeno, con la intención de rescatar a Hall. Se enfrentaban a una tarea formidable. Si bien el rescate de Pittman y Fox a cargo de Anatoli Boukreev la noche anterior había sido realmente portentoso, palidecía en comparación con lo que los sherpas se proponían hacer: Pittman y Fox estaban a veinte minutos a pie de las tiendas y en terreno relativamente llano; Hall, por contra, estaba casi mil metros más arriba del campamento IV lo que suponía una fatigosa escalada de ocho o nueve horas en el mejor de los casos.
Y aquél, sin duda, no era el mejor de los casos. El viento soplaba a más de 40 nudos; tanto Ang Dorje como Lhakpa estaban agotados de ir y volver de la cima el día anterior. Por ende, si conseguían llegar hasta Hall, sería por la tarde, lo que sólo les dejaría un par de horas de sol para iniciar algo aún más difícil: bajar. Pero su lealtad hacia Hall era tal que ambos sherpas hicieron caso omiso de los obstáculos y partieron hacia la cima Sur a un paso tan vivo como les fue posible.