—Quédatelos tú. Las enfermeras cada vez me prohíben más cosas.
Me enseña el tubo que le sale del brazo.
—Me han dicho que esto cansa menos al organismo si me alimento solo con él. ¿Qué tal en la panadería? ¿Ha vuelto tu cruel cliente?
—Sí, viene cada día.
—No tienes que dejar que te trate así.
—Es una tienda, no debemos decir nada. Es un cliente como los demás.
—Créeme, la gente llega hasta donde les permitimos llegar.
—Mi abuela hubiera dicho algo parecido.
—¿Y con Ric?
Se lo conté todo. Confieso que me viene bien. Sé que ella no me va a juzgar. Nos divertimos mucho. Hablamos también de su huerto, de la calle, del barrio y del parque del que, me ha confesado, había sacado la mayor parte de la tierra. Se cansó más rápido que en mi anterior visita. No me gusta nada. No quiero que eso sea una señal de nada.
Los que dicen que solo se puede hacer una cosa a la vez se equivocan. Yo estaba escuchando a la señora Roudan mientras me hablaba del parque, cuando de repente, una bombilla se encendió en mi cabeza. Tuve una visión. Ya lo tengo. ¡Sé cómo sacar el coche de Xavier!
—¡Xavier, abre! ¡Soy yo, Julie!
Vuelvo a golpear la puerta de su apartamento. Oigo ruido.
—Sal de tu encierro. Necesito hablar contigo.
Ruido de cerrojo, la puerta se entreabre. Xavier con la cara descompuesta.
—Creo que tengo la solución para tu coche.
—Sí, claro, eres un genio; si es imposible.
—Escúchame, Xavier.
Lo sigo dentro de su apartamento. Está mucho menos ordenado que el de Ric. La tele está encendida, hay restos de patatas fritas en el sofá. El mono de trabajo está hecho una bola en un rincón.
—Me gustaría ir ahora a comprobar algo a tu taller.
Termina un vaso de algo y gruñe:
—Conozco a la perfección el tamaño de mi cacharro. Y el de la puerta de entrada también. No hay manera. Punto pelota.
—No, no hablo de eso. Por favor, acompáñame a tu garaje.
Termina por ceder. Abre la puerta mecánica y el monstruo aparece ante nosotros, agazapado entre las sombras como una fiera decidida a dejarse morir en su jaula. Voy hacia la pared del fondo. La estudio, me pongo de puntillas. Ladrillos.
—Xavier, ¿estás listo para hacer un poco de albañilería para liberar al XAV-1?
—¿De qué hablas?
—Tras la pared está el parque. Si rompemos la pared y desmontamos la verja que hay detrás, desembocamos directamente en el camino central del parque. Podemos sacar tu coche a través del parque.
—¿Estás loca?
—Voy a hacer como que no te he escuchado. Reflexiona.
Se acerca a la pared.
—¿Dices que por el otro lado hay una verja?
—Acabo de comprobarlo. Está fijada con postes que se pueden desmontar muy fácilmente. Desatornillamos, pasamos, atornillamos, ¡y ya está!
—¿Y qué pasa con el seto?
—El seto está ahí desde que íbamos a primaria. Hace mucho tiempo que está muerto, por suerte para nosotros. Si no me crees súbete al techo del coche y lo ves.
Sale como un diablo. No me ha dado tiempo ni de salir detrás de él y ya se ha subido al techo. Apoyado en el tabique, mira el otro lado. Se rasca la cabeza mientras suspira. Me mira desde lo alto y pega un salto hasta donde estoy.
—Eres un genio, Julie. Probablemente no saldrá, pero eres un genio.
Me abraza.
La misma tarde, me presento en casa de Ric sin avisar. Antes de abrir, lo escucho mover cosas precipitadamente. ¿Qué es lo que trama?
—¡Ah! ¡Eres tú! ¿Te pasa algo?
—Qué va. De hecho tengo la solución a un problema. Pero necesito tu ayuda.
Me invita a entrar. Le expongo mi idea con entusiasmo. Escucha con atención sin mostrar en ningún momento lo que piensa. Cuando se da cuenta de que he terminado, con voz tranquila, objeta:
—No nos darán la autorización.
—Por eso no vamos a pedir permiso. Si somos bastantes, podremos hacerlo todo muy rápido sin que nadie se dé cuenta.
—¿Eres consciente de toda la gente que hace falta? Incluso si tiramos abajo la pared de ladrillo, antes tenemos que desmontar la verja, y hay que atravesar la mitad de un parque público con el tanque de Xavier. ¿Te imaginas todo lo que hay que coordinar?
—Sí, ya he hecho una lista.
Sonríe.
—La verdad es que eres una chica sorprendente.
«Podría haberme dicho que soy una chica guapa, sensual, fascinante, pero bueno, por ahora me conformo con eso».
Dicho esto, me he sorprendido a mí misma. De pronto me he transformado en la organizadora de un plan retorcido. No sé por qué me he tomado esto como algo personal. Quizá porque quiero mucho a Xavier, o porque dos grandes injusticias en pocos días me superaban. Por Lola ya no puedo hacer nada, pero sí por XAV-1, y me voy a dejar las uñas.
El martes era la vuelta al colegio. En la panadería, lo hemos notado mucho. Cohortes de chiquillos con sus madres. Estaban por todas partes, en la calle y en la tienda. Entre todos, deben de haberse zampado dos toneladas de bizcochos y palmeras de chocolate, brioches y demás bollería. Da un poco de miedo, cuando se piensa bien.
Bueno, chicos, coged vuestras carteras y gomas nuevas. Se acabaron los helados y los juegos en la calle. Llega el momento de trabajar y de hacer nuevos amigos, con los que, veinte años más tarde, podréis organizar una evacuación clandestina de un coche demasiado grande para pasar por la puerta.
La señora Bergerot y yo ya hemos encontrado nuestro particular método de trabajo. De vez en cuando me ocupo de la caja registradora. Me da la sensación de que los clientes se han adaptado. Incluso el señor Calant, que viene siempre a la misma hora a montar su número, ya no me enerva. Ese tío terminará por cosechar lo que ha sembrado. Y no creo que sea obra de una justicia divina o de un dios vengador que venga a cobrarle su maldad. Simplemente pienso que cada acción siempre tiene su reacción y aquel memo recibirá su justo castigo.
Golla, el vendedor del edificio contiguo, el dependiente de muebles de cocina que se volvió un humanitario, ha vuelto de su estancia en África. Está muy moreno, su cadena de oro y su pulsera son aún más evidentes. Se ha comprado un cochecito rojo que se confunde con uno de Fórmula 1. Me sorprende sobremanera que un tipo tan chulo y engreído se haya puesto al servicio de los demás y debo decir que tengo mejor opinión de él y ganas de ser amable. Sin embargo, nunca he visto a nadie tan orgulloso de sí mismo. Parece convencido de que sus apariciones en público iluminan nuestra monótona existencia y que es una especie de Grial para ellas y un modelo a seguir para ellos. Como buen chulo, se las ha apañado para que todo el mundo sepa las buenas acciones que ha llevado a cabo en los pueblos más recónditos. ¿Qué imagen se habrán llevado los africanos de nosotros si tuvieron a este tipo como ejemplo? Coge su pan y su ensalada de queso y picatostes, me guiña un ojo y se va.
Me gusta mucho la vida que en este momento llevo. Veo a Ric a menudo, el plan de Xavier está a punto y me sorprende que todo el mundo me siga en esta iniciativa.
Sophie ha aceptado vigilar desde la esquina. Sonia le ha pedido a su novio ninja que nos ayude, se lo ha planteado como una misión de honor sagrado. He convencido a Xavier para que reclute a sus amigos para desmontar la pared de ladrillo. Él ha conseguido también un par de
walkie-talkies
del trabajo. Ric supervisará el desmontaje de las vallas. Dos amigas más vigilarán el edificio de Xavier y el lado sur del parque. Justo ahora acabo de recibir la confirmación de dos amigos de mis padres que tienen un terreno cerca donde poder albergar el XAV-1.
Catorce veces he cronometrado cada etapa y realmente creo que puede funcionar. El sábado por la noche pasaremos a la acción. Como es el primer fin de semana tras la vuelta al cole, habrá menos gente en la calle. Los trabajadores municipales cierran el parque a las once y media de la noche. Le he pedido a Xavier que se asegure de que tiene gasolina.
El viernes por la tarde, a falta de un día, paso a ver a los chicos que ya están rompiendo la pared de ladrillo. Cruzo el patio silbando casualmente para no levantar sospechas. Experimento un delicioso escalofrío de complot. Las puertas del taller están cerradas. Al acercarme, escucho algunos golpes sordos, pero nada que pueda levantar sospechas. Golpeo la puerta según el código convenido. Xavier ha querido que tengamos un código. Se toma muy en serio toda la operación. Al fin y al cabo, es su coche y nosotros su comando. Todo lo que siempre ha soñado.
Me abre Ric. Lleva camiseta de tirantes y en la mano un cincel. Cierra tan rápido la puerta detrás de mí que casi me pilla. Casi espero que me pregunte si me ha seguido alguien. A veces los hombres se comportan como niños grandes.
El garaje parece una obra. Xavier ha protegido el coche con la lona. En el suelo, un papel de burbujas evita que la caída de los ladrillos haga ruido. El chico de Sonia, Jean-Michel, maneja el mazo, mientras Xavier y un colega suyo colocan los ladrillos en un rincón.
Ric comenta:
—No está siendo tan fácil.
Jean-Michel lleva un traje negro como el de las películas de kung-fu. Espira antes de golpear y tengo la impresión de que saluda a los ladrillos que caen. Aun así, es muy majo.
Les pregunto:
—¿Os va a dar tiempo?
Xavier mira el reloj.
—Terminaremos en unas cuatro horas. Es un poco más lento porque quiero recuperar los ladrillos para poder reconstruir la pared después. Ric, te toca el relevo.
Jean-Michel le tiende a Ric el mazo. Es más delgado que su compañero ninja, pero lo hace de todo corazón. Sus golpes son precisos. Lo encuentro muy guapo con el esfuerzo. Por un momento, olvido la misión de la agente J. T.
Me encanta el ambiente, las lámparas portátiles que proyectan esa luz peculiar, los golpes que suenan como un metrónomo, Xavier que remata el trabajo del mazo para soltar los ladrillos. Parece una película bélica en la que los héroes tienen que escaparse de una fortaleza enemiga cavando un túnel.
Diez minutos más tarde es el turno del amigo de Xavier. Ric recupera el aliento. Tiene el pelo lleno de polvo de cemento. Se me acerca. Le brillan los hombros, sus brazos parecen aún más fuertes. Vais a pensar que siempre me parece guapo, y es cierto. Os prometo que si un día le encuentro feo, os lo diré.
Sábado por la tarde. Hora H-1. Llegados a este punto, estoy convencida de que es lo más loco y estúpido que he hecho en mi vida. El equipo come algo en casa de Xavier justo antes de pasar a la acción. Aunque esto no salga en las películas bélicas, he traído pasteles. Curiosa atmósfera. Muchos de los miembros del comando XAV-1 no se conocían.
Xavier le enseña a Sophie cómo utilizar el
walkie-talkie
. Ric le repite una vez más las fases a un amigo mientras Jean-Michel se concentra, en equilibrio sobre una silla en una postura imposible. Se ha puesto su cinta de combate. Sonia lo devora con los ojos.
Xavier termina la explicación a Sophie, ella se me acerca:
—Todavía me cuesta imaginar que has sido tú quien ha inventado todo este plan retorcido.
—¿Cómo me tomo tu frase?
—Te advierto que si nos cogen diré que me drogaste.
—Yo que tú se lo diría cantando. Así tendrás más probabilidades de que te crean.
—Eso es muy cruel.
—¿Estás lista?
—¿Te das cuenta de lo que está a punto de hacer?
—No, he preparado la toma de conciencia para dentro de dos horas.
Me levanto:
—Chicos, ha llegado la hora.
«Madre mía, vaya frasecita. He visto demasiadas películas».
Casi se ha hecho de noche. Todo está tranquilo.
—Equipo Radar, ¿estáis todos en vuestro puesto?
—Vigilancia edificio: listo. Sin problemas.
—Vigilancia parque: listo. Sin problemas a la vista.
—Vigilancia calle: z… sin… lema.
—Sophie, si quieres que te comprendamos tienes que mantener presionado el botón.
—¡Me hago un lío!
—Así, perfecto. Todo el mundo te ha escuchado. Equipo Perno, ¿listo?
—Sí.
Xavier inspira y espira para intentar relajarse. Parece que se va a jugar la vida. Estoy con él en el garaje. Somos nosotros los que debemos dar la señal de salida. La pared está completamente derribada, vemos la verja. En cuanto haya vía libre, se pondrá al volante del XAV-1 y arrancará.
Me coge el
walkie
.
—Atención, comenzamos con la operación.
—¡Negativo, negativo! —interviene Sophie—. Se aproximan paseantes. ¿Pero qué mierdas hacen a estas horas?
—Avísanos cuando se hayan marchado —dice Xavier cada vez más estresado.
Los segundos son interminables. Si atrapan a cualquiera de nosotros lo torturarán hasta que diga el nombre de sus cómplices. Yo jamás denunciaría a Ric. Podrán presionarme con Jade, pero no diré nada. Antes la muerte.
El
walkie
crepita. La voz de Sophie:
—Se han marchado. Vía libre.
—Si está despejado para todo el mundo, ahí vamos.
Todos confirman.
—Preparados, listos, ya.
Al momento, escuchamos los destornilladores de Jean-Michel y Ric que entran en acción. En menos de tres minutos, han quitado el primer tramo de la verja. Al tercero, el coche pasa. Atravieso el parque para ayudar a Nathan a cargar con las verjas quitadas. Mientras el ninja desatornilla, Ric hace lo mismo con los postes. Ordena:
—Xavier, ponte al volante y estate listo para arrancar.
Un gato sale de la maleza y nos mira. Le amenazo:
—Si se lo dices a alguien te juro que te descuartizo.
—¿Qué estás haciendo, Julie? Ayúdame a quitar el segundo tramo de la verja.
Jean-Michel parece tener problemas con el último tornillo. Insiste.
—No lo fuerces —le susurra Ric—, te vas a cargar la cabeza del tornillo.
Ruido de destornillador en la noche. Demasiado tarde.
—Mierda, ¡me la he cargado!
Jean-Michel nos mira y dice:
—No podemos pararnos ahora, a dos tornillos del último tramo. ¡Que los espíritus de los ninjas nos guíen!
«Estamos muertos. No sé por qué les he metido en esto. Somos una banda de enfermos».
Xavier se inquieta. Ric lo envía de vuelta a su bólido. De pronto, Jean-Michel lanza un gritito ridículo y da una patada al último poste. Cae como un flan mal desmoldado. La verja ha ganado el primer
round
.