Manolito tiene un secreto (6 page)

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Authors: Elvira Lindo

Tags: #Humor, Infantil y juvenil

BOOK: Manolito tiene un secreto
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«Vuelve, por favor, que tus hijos

te queremos bastante aunque ni te conocemos».

Pero dice Mostaza que se lo dijo un día a su madre y su madre dijo que para qué, que estaban la mar de a gusto sin ese señor. Yo le pregunté a mi madre si uno puede estar superagusto sin estar con su padre, porque yo me imagino una vida sin ver a mi padre los fines de semana cuando vuelve de hacer los portes, y sólo de imaginármelo es que se me llenan las gafas de lágrimas y al Imbécil se le llena el chupete de mocos; pero mi madre me dijo que es que nosotros habíamos tenido suerte porque el padre que nos había tocado en la vida era bastante bueno, pero que se daban casos de padres que daba asco verlos, y también dijo que los padres son una lotería: o te salen buenos o te salen malos.

El caso es que las cosas, mientras esperábamos al alcalde, estaban así:

—Primera fila: las autoridades.

—Segunda y tercera: Hogar del Jubilado.

—Cuarta fila: ma/padres.

—De pie:
sitas
controladoras.

—Escenario:

A) De pie: pastorcillos de las postrimerías y pastorcillas del espacio.

El Orejones el primero, preparado para recitar y tan nervioso que fue cuatro veces al WC.

B) Ovejas dormidas: «
Aaaggggggg
».

Todos estábamos en nuestras posiciones cuando con voz entrecortada el conserje, el señor Marín, abrió la puerta del salón de actos y dijo:

—Que ya viene.

Y se oyó un eco que fue de fila en fila, las ma/padres, los abuelos/as, las autoridades, todos los presidentes/as de Carabanchel: «Ya viene, ya viene, ya viene…». Y nosotros, los pastorcillos, también nos dijimos unos a otros: «Ya viene, ya viene, ya viene».

El Ore se puso pálido una vez más y con las dos manos en las partes de su cuerpo (traseras) salió corriendo a un lado del escenario.

—Pero ¿qué hace otra vez ese niño? —preguntó la
sita
bastante aterrorizada.

—Caca —dijo Mostaza.

—No te hagas el gracioso. Mostaza, que te mando a la calle delante del HAMPA y de tu madre y de quien se me ponga por delante.

Siempre lo mismo, lo mismo; parece mentira que la
sita
no sepa que Mostaza siempre habla en serio: al Ore (mi mejor amigo y cerdo a la vez), ese niño que siempre pasa de todo, que nunca mueve un dedo por nadie y que le da igual ocho que ochenta, tanta responsabilidad aquella mañana del Día M le había puesto la barriga del revés. ¿Influiría eso en la gran función? Nos lo preguntábamos mientras veíamos a aquel hombre grande con su capa andar hacia la primera fila.

CAPÍTULO SIETE
El hombre de la capa

Siempre que hablamos de aquella visita que nos hizo el alcalde, Paquito Medina dice que alucina con nosotros, dice que no sabe por qué el alcalde nos impresionó tanto cuando tendríamos que estar hartos de verlo en la tele. Paquito Medina no se da cuenta de que es el único niño del Parque del Ahorcado que se entera de lo que sale en los telediarios. Por algo es el niño culto de mi barrio. En mi casa, cada vez que sale algún político, mi padre y mi abuelo empiezan a contestarle como si les hubiera saltado un resorte, a insultarle o a llevarle la contraria; a no ser, claro, que salga alguien del sindicato de mi padre, entonces nos hace callar a todos y mirar a la tele para que aprendamos. Yo personalmente pongo el Manolito automático y hago como que me entero, y el Imbécil hace lo mismo, pone el Imbécil automático, pero como es mucho más pelota que yo (estamos en dura competencia), cuando acaba de hablar el señor del sindicato, el Imbécil aplaude y yo le digo por lo bajo: «Pelota, pelota y pelota», y el Imbécil unas veces llora de tal manera que se le caen los garbanzos de la boca al plato y otras me tira los que tiene en la cuchara a la cara y me deja las gafas hechas un asco. Esto sucede los fines de semana, cuando mi padre está en casa. Mi padre se nos queda mirando como si no fuera nuestro padre, como si fuéramos los hijos de otro camionero, y le dice a mi madre:

—Catalina, ¿por qué hacen estas cosas los niños?

—¿Los niños en general o éstos concretamente? —le pregunta mi madre.

—Éstos, éstos…

—Pues porque son así, lo que ocurre es que tú no sabes cómo son porque no estás nunca en casa; si estuvieras, verías que este número se repite todos los días.

—¿Estás queriendo decir que yo no conozco a mis hijos?

—Tú preguntas que por qué hacen las tonterías que hacen y yo te respondo: que no es que estén haciendo un número especial porque estés tú, es que siempre son así, las tonterías las hacen todos los días.

—¿Son tontos mis hijos, estás diciendo? —le pregunta mi padre, ya con bastante tensión ambiental.

—Yo he dicho lo que he dicho.

—Y sólo te falta añadir que han salido a mí —le dice mi padre.

—Bueno, no os enfadéis, hijos —dice mi abuelo—; si los niños son tontos, será porque han salido a mí.

—¡Tú te callas! —le dicen a coro mi padre y mi madre, y a veces nos unimos nosotros, porque es la frase que siempre se dice cuando mi abuelo interviene en una discusión.

Un día, el Imbécil añadió:

«Que nadie te ha dado vela en este entierro».

Y todos nos quedamos mirándole superestupefactos, porque el Imbécil es un niño que habla fatal («no como el de las gafas», dice mi madre, «que desde que nació era como un loro»), pero de vez en cuando, sin venir a cuento, suelta alguna frase que no sabemos ni cómo la ha aprendido ni cómo ha llegado a su cerebro. Me acuerdo de aquel día, el Imbécil comiendo garbanzos y mi madre y mi padre diciéndole angustiados:

—Repite la frase, cariño, repítela. Y el Imbécil los miraba desde su trono, primero a uno, luego al otro, y decía:

—No.

—¿Por qué, vida mía?

—Porque le regañan al nene por decir frases.

—Que no, cariño, que estaba muy bien dicha —le decía mi padre.

El Imbécil se metía otra cucharada de garbanzos en la boca y decía con la boca llena:

—No, que la diga Manolito.

No hubo manera, ya no volvió a decir aquella extraña frase, pero ha quedado grabada en nuestras mentes como un fenómeno paranormal. Yo tengo la teoría de que sabe hablar perfectamente, pero sigue con sus frases tipo telegrama por hacerse el interesante y el niño de su mamá.

El caso es que a Paquito Medina le superalucina que nos quedáramos con la boca bastante abierta cuando vimos que aquel alcalde que había venido a vernos llevaba encima una capa negra. Te diré que como el salón de actos estaba medio a oscuras y yo soy un niño muy impresionable, al ver que venía hacia nosotros ese hombre con aquella capa negra me pareció ver que le sobresalían de la boca dos puntas de colmillos. Tuve que abrir y cerrar los ojos varias veces porque yo mismo me doy cuenta de que a veces tengo visiones. No debía de ser el único que estaba pensando aquello, porque Mostaza dijo muy bajito:

—¿Y cómo tendrá los dientes?

Un escalofrío nos recorrió a todos todas las partes de nuestros cuerpos. Lo sé porque hemos hablado muchas veces de aquella mañana histórica.

Menos mal que aquel alcalde sonrió al vernos vestidos de pastorcillos y pudimos ver que por lo menos de día los dientes los tenía como cualquier persona de Carabanchel (Alto).

Nosotros es que no estamos acostumbrados a las capas. Yo no conozco ningún padre que se haya puesto jamás una capa, a no ser, claro, que vaya disfrazado de vampiro o de Superman o de torero; así que cuando vemos a un hombre de la actualidad con una capa puesta, empezamos a pensar cosas extrañas que nos hacen soñar por las noches.

Aquel alcalde de la capa negra se sentó y al sentarse él se sentaron todas las personas del público. Mostaza le preguntó a la
sita
:

—¿Nosotros nos sentamos también?

Y la
sita
dijo:

—No, hombre, no, vosotros sois los que vais a actuar.

El espectáculo iba a comenzar. Las únicas que desentonaban un poco eran las ovejas con sus ronquidos, pero era mejor que siguieran dormidas a que se pusieran a incordiar en mitad de la poesía que iba a recitar el Orejones. Esa poesía que abría el gran acto:

—Señor alcalde, los niños están tan agradecidos por su visita…

Al decir la
sita
la palabra
agradecidos
, todos los pastorcillos sonreímos porque así nos lo había ordenado nuestra
sita
y nosotros somos unos
mandaos
.

—… tan agradecidos que le han escrito esta poesía. La va a recitar el niño Ore…

La
sita
no se acordaba del nombre verdadero del Orejones. Todos nos pusimos a pensar en cuál era ese nombre de nuestro amigo, pero no lo encontrábamos por ninguna parte de nuestro cerebro. Pensábamos, pero sin quitarnos la sonrisa de la boca, y te confesaré que pensar con la sonrisa en la boca es supercomplicado.

La
sita
repitió tragando saliva:

—… el niño Ore… Ore… El niño López.

Todos respiramos y el niño López dio un paso al frente, como estaba previsto, y con la cara, que a veces estaba roja y otras blanca, empezó a recitar.

CAPÍTULO OCHO
El momento de la verdad

Los que estábamos a la derecha del Orejones asegurábamos que el Ore tenía la cara blanca, y los que estaban a la izquierda se empeñaban en que la tenía roja, así que hemos llegado con el tiempo al acuerdo de que O. López tenía la cara dividida en dos colores porque le pasaban dos cosas al mismo tiempo: estaba pálido por el miedo y por la barriga, que se le había descolocado (le había dado cagalera), y también estaba rojo de vergüenza. Ya sé que es difícil de creer que la cara de una persona se divida en dos colores, pero es que en mi colegio se dan muchos fenómenos que no tienen explicación, seguramente porque mi colegio (el Diego de Velázquez) se construyó encima de un meteorito que cayó hace millones de años y hay energías magnéticas de polos negativos y positivos. Esta teoría no es mía, es de Paquito Medina, que es el niño de las teorías. Hay gente que no se las cree. Yo personalmente me las creo todas, porque creo que Paquito Medina, además de poeta, es un sabio y me pego con cualquiera que diga lo contrario (menos con Yihad, con M.M. y con Susana Bragas-sucias, que me pueden).

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