La abuela dice que no debería chuparme el dedo y me lee en
Struwwelpeter
el poema acerca de Conrad, que se chupaba tanto el dedo que al final vino el Gigante con Largas Piernas de Tijera y le cortó los dos pulgares. Su madre le había advertido que no volverían a crecerle. Cuando ella regresa a casa, él le enseña las manos y sólo tiene cuatro dedos en cada una.
Al abuelo le faltan dos dedos en la mano izquierda de cuando estuvo en una guerra distinta cuando era joven, pero eso no le impide tocar el piano.
Los dedos no vuelven a crecer.
El pelo vuelve a crecer, las uñas de las manos y los pies vuelven a crecer, incluso a los muertos siguen creciéndoles, el abuelo dice que el cabello y las uñas son células muertas que son expulsadas del cuerpo por células vivas, todas las partes muertas del cuerpo vuelven a crecer, pero no así las partes vivas, lo que es extraño si se piensa bien. Los ojos no vuelven a crecer pero si pierdes uno pueden sustituirlo por un ojo de cristal o también puedes llevar un parche. Los dientes vuelven a crecer pero sólo una vez: si te los sacan de un puñetazo por segunda vez te quedas con un agujero para siempre. Una vez, mi hermano Lothar se metió en una pelea a tortazos tras una reunión de las Juventudes y alguien le pegó en la boca y le aflojó un incisivo, le salió cantidad de sangre pero por suerte el diente no se le cayó y el dentista consiguió sujetárselo.
Yo he perdido siete dientes de leche hasta el momento.
Las colas de las salamandras vuelven a crecer. No sé con exactitud cuánta cola se les puede cortar, hasta qué altura puedes llegar sin alcanzar un órgano vital, debería preguntárselo al abuelo. Me encantan las salamandras: ¡son capaces de vivir en el fuego! El abuelo me enseñó cómo, cuando enciendes una vela, hace más calor justo encima de la llama que dentro de ella. Se puede pasar la mano a través de la llama sin sentir ningún dolor mientras que si mantienes la mano encima aunque sólo sea un instante, te quemas.
En el circo hay jinetes que saltan por aros de fuego. Nunca he visto un circo, pero mamá me ha hablado de acróbatas y trapecistas que llevan a cabo proezas que dejan a la gente boquiabierta. El abuelo dice que cuando te quedas boquiabierto es porque has visto algo chocante o peligroso y tu cuerpo piensa que igual te hace falta más oxígeno del habitual para enfrentarte a una emergencia, así que se llena los pulmones de aire a toda prisa.
Mi sueño para el futuro consiste en ser la Gorda del circo pero ahora mismo hay escasez de comida porque estamos perdiendo la guerra así que ni siquiera puedo empezar a cubrirme los huesos de grasa.
Todo lo que comes se transforma en tu propio cuerpo salvo los desechos que salen por el otro extremo, y no sé por qué no pueden quitarle los desechos a la comida antes de ingerirla para que no tuviéramos que estar yendo al retrete todo el rato. Si lo piensas bien, dice el abuelo, es asombroso que las vacas transformen la hierba en carne de ternera y nosotros convirtamos la carne y las zanahorias, las patatas, las golosinas y las manzanas en cuerpo humano. Hace una eternidad que no comemos carne de ternera. Cuanto más comes más creces, y cuando dejas de crecer hacia arriba creces a lo ancho, dice el abuelo, que tiene una buena barriga. En el libro
Struwwelpeter
, Augustus va adelgazando cada vez más y luego se muere porque no toma la sopa, y le ponen una cruz en la tumba.
Lothar viste de uniforme porque le ha llegado el turno de ir a la guerra a pesar de que ya hemos perdido Francia e Inglaterra, todos y cada uno de los hombres de entre dieciséis y sesenta años tienen que ir, por suerte el abuelo tiene sesenta y dos o no nos quedaría ningún hombre en casa. Lothar me besa y me lanza al aire, por un instante nada me sostiene y el corazón me da un vuelco, luego me atrapa en sus brazos y me da un abrazo tan fuerte que los botones de metal se me clavan en el pecho y me retuerzo para apartarme, el abrazo me está dejando sin aire y además el vestido se me ha levantado al lanzarme al aire y temo que la gente me vea las bragas. Por fin me suelta y dice:
—Adiós, querida Kristina.
Miro a Greta para ver si está celosa porque después de abrazarla él no le ha dicho «Adiós, querida Greta», y tampoco la ha lanzado al aire porque es muy grande para levantarla, pero Greta está ahí plantada, diciendo:
—¡Lothar, no te vayas! ¡No te vayas, Lothar! —Con lágrimas en los ojos y mocos colgando.
Entonces Lothar se da media vuelta y al dirigirse a la puerta la espalda de su uniforme es un perfecto rectángulo.
Greta es más guapa que yo pero no tan interesante y creo que el abuelo me aprecia más porque ella desafina al cantar. Tiene la piel blanca por completo, no tiene una marca de nacimiento en el brazo izquierdo y no le salen pecas en verano como a mí. Las pecas hacen mi cara más interesante y la protegen del sol. Greta tiene un no sé qué vacuo, su personalidad es vacua y lisa como un plácido lago mientras que yo soy un volcán, me abraso y ardo en lo más hondo y cuando canto es como si la lava se desbordase. Compartimos cuarto, tenemos las camas juntas y en los cajones de la cómoda su ropa está a la derecha y la mía a la izquierda. Ella pasa cantidad de tiempo ocupándose del pelo, que es castaño claro y ondulado, mientras que el mío es rubio y liso, y sólo me lo peino y ya está, hay cosas más importantes que hacer en la vida. Por la noche permanezco despierta cavilando un millón de ideas mientras que Greta concilia el sueño de inmediato y duerme toda la noche como un lago plácido y vacuo.
El abuelo creció en Dresde y toda nuestra porcelana procede de la fábrica que su padre tenía allí, dice que Dresde es la ciudad más hermosa del mundo gracias a sus estatuas, tiene todo un álbum lleno de postales de la ciudad y a veces, por darnos el gusto, lo baja para que lo miremos juntos. Me enseña hombres de piedra a lomos de caballos de piedra, ángeles alumbrados en las puertas de la catedral, delfines y sirenas de piedra en fuentes de parques, sabios de piedra que imparten justicia desde frontones de palacios de justicia, máscaras de piedra en las fachadas del teatro y la ópera, esclavos negros de piedra que sostienen galerías, escaleras y ventanales en el palacio Zwinger, los músculos en tensión y las caras crispadas por el esfuerzo, pero dice que en realidad no sufren porque no están vivos. También hay un fauno, que significa medio hombre medio cabra, y un centauro, que significa medio hombre medio caballo, y doce hermosas jóvenes en hornacinas que rodean un baño, todas sonrientes mientras se desprenden de la ropa y dejan a la vista el cuerpo. El abuelo dice que se llaman ninfas y que les está permitido quitarse la ropa en público porque en realidad no existen, no son sino cosas que la gente imagina en sueños. Lo mismo ocurre con las docenas de cabezas de niño en las columnas de los jardines Zwinger: sólo son imaginarias, no les cortaron la cabeza a los niños, uno puede imaginarse lo que le venga en gana. Nada de ello se mueve, pero la idea del movimiento ha quedado atrapada en la piedra, el viento levanta las crines de piedra de los caballos, y las sirenas parecen alzarse, sus senos desnudos chorreantes de agua pétrea.
La gente que pasa por nuestra ciudad está viva y es fea en comparación con las ninfas y los ángeles de Dresde, se la ve apresurada y preocupada, y sobre todo hambrienta, y no le está permitido quitarse la ropa en público. Hay cantidad de hombres a los que les falta una pierna o un brazo, a veces los dos brazos o las dos piernas; los brazos y las piernas no vuelven a crecer, claro.
Papá viene a casa de permiso y me muestro tímida porque ha pasado tanto tiempo que apenas lo reconozco. Después de besar a mamá y abrazar a Greta me coge por las axilas y me hace girar en el aire, moviendo sólo los pies para hacerme trazar círculos con su cuerpo derecho en el centro como un poste.
—Ya está bien, Dieter —le advierte mamá—, vas a hacerla vomitar. —Pero lo dice riendo, no en tono de reprimenda; no he vomitado ni una sola vez.
Vuelve a irse. Como todos los hombres alemanes hoy en día, tiene que intentar matar tantos rusos como pueda, a pesar incluso de que estamos perdiendo la guerra y Jesús dijo «No matarás», o tal vez fue Moisés. El abuelo dice que a veces no hay opción, tienes que matar o morir, no hay más vueltas que darle. Me preocupa cuando al bendecir la mesa le pide a Dios que proteja a papá y Lothar del enemigo, porque en Rusia debe de haber familias pidiendo a Dios que proteja a sus hombres del enemigo, sólo que cuando dicen enemigo se refieren a nosotros, y en misa cuando el sacerdote nos dice que recemos por Hitler pienso en cómo la gente en las iglesias rusas debe de estar rezando por su Líder, y puedo imaginarme al pobre Dios sentado allá arriba entre las nubes intentando dilucidar cómo hacer feliz a todo el mundo y dándose cuenta de que, por desgracia, no es posible.
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Los miércoles y sábados Greta y yo nos bañamos juntas. Ella me lava el pelo porque es la hermana mayor, y se supone que debería saber hacerlo sin que me entre jabón en los ojos pero a veces me entra jabón en los ojos de todas maneras y me escuece y estoy segura de que lo ha hecho a propósito pero dice que lo siente así que no puedo chivarme. Nuestro juego preferido es uno que nos inventamos llamado Heil Hitler, en el que te levantas y dices «Heil, Hitler» con una voz graciosa, como la voz de un fantasma o un loco, un payaso o una señora engreída, o si no, te confundes con el saludo y levantas el codo en vez del brazo, o te pones un pulgar en la nariz y el otro sobre el meñique y meneas todos los dedos y dices «Heil, Hitler», pero una vez me pasé de la raya y en vez de levantar el brazo levanté la pierna y justo cuando estaba diciendo «Heil, Hitler» me resbalé en la bañera y me golpeé tan fuerte la cabeza contra el borde que tuve que gritar, no pude evitarlo, y mamá entró corriendo y cuando me vio llorando y a Greta con cara de susto, le propinó a Greta un terrible cogotazo sin preguntar siquiera qué había ocurrido y pasó mucho tiempo antes de que Greta me perdonase y accediera a jugar a Heil Hitler otra vez.
Sabemos que en realidad no es cosa de risa porque el año pasado Lothar se encontró con nuestra vecina la señora Webern en el pasillo y cuando levantó el brazo y dijo «Heil, Hitler» ella no respondió, así que Lothar la denunció a la policía y vinieron y la detuvieron. A su marido ya se lo habían llevado al principio de la guerra y sus hijos tuvieron que apañárselas por sí solos, con los mayores cuidando de los pequeños. La señora Webern estuvo ausente tres semanas enteras y a su regreso empezó a decir «Heil, Hitler» otra vez como todo el mundo.
Vamos a misa todos los domingos por la mañana, limpitos tras nuestro baño del sábado por la noche y vestidos con nuestras mejores galas porque es la casa de Dios. Las mujeres tienen que llevar la cabeza cubierta y los hombres descubrirse la suya, no es como en lo de derecha e izquierda, hay una diferencia real entre chicos y chicas. Cuando entras en la iglesia tienes que mojarte la yema de los dedos en agua bendita y hacer la señal de la cruz y decir: «En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo», que no es un fantasma en plan horrendo sino una especie de espíritu invisible. No estoy segura de qué pintan los tres en la señal de la cruz, porque sólo murió en ella Jesucristo. En misa, los rezos y los sermones me aburren, así que me vengo con los himnos, pues mi voz es cristalina y firme, descuella entre todas las voces de la congregación, sube vertiginosamente y remonta el vuelo a través de la torre hasta el mismísimo Dios entre las nubes.
—¿Dónde está Dios, abuelo?
—Dios está en todas partes, pequeña.
—Pero si está en todas partes, ¿para qué necesita una casa?
El abuelo ríe a carcajadas, le repite mi pregunta a la abuela y luego a mamá, pero no la responde.
—¿Jesucristo es mago, abuelo?
—¿Mago? ¿Por qué?
—Porque convirtió el agua en vino en las bodas de Caná.
—No, eso no fue un truco, fue un milagro.
—¿Qué diferencia hay?
—La magia tiene que ver con la ilusión, Kristina. Un mago podría haber hecho que el agua se volviera de color rojo, pero habría seguido teniendo sabor a agua. Un milagro es genuino. En las bodas de Caná el agua se convirtió de verdad en vino que sabía a vino.
—Pero ¿y cuando comulgas?
—¿Sí…?
—La eucaristía es un milagro, ¿verdad?
—¿Sí…?
—¿O sea que el vino se convierte de verdad en sangre que sabe a sangre?
—¿Dios lo creó todo, abuelo?
—Sí, Kristina, creó todo lo que hay sobre la faz de la tierra.
—Entonces, ¿creó la guerra?
—No; creó a los hombres… y los hombres crearon la guerra… y a Él le gustaría que no fuera así. Lo decepcionan.
—Pero si puede hacer todo lo que quiera, ¿por qué no creó a los hombres tal como quería que fueran?
Muchas de mis preguntas quedan sin respuesta. Cuando crezca, además de ser la Gorda del circo y una cantante famosa, leeré todos los libros del mundo y conjugaré todos esos conocimientos en mi cabeza para que cuando mis hijos y mis nietos me hagan preguntas siempre pueda contestarlas.
No se nos permite usar la luz eléctrica por la noche porque podría convertirnos en objetivo de los aviones enemigos que intentan bombardearnos, no los mismos enemigos contra los que luchan papá y Lothar, me contó el abuelo: no los rusos, sino los británicos y americanos.
—El mundo entero se ha unido contra Alemania —me dijo—, ¿tú crees que es justo? Imagina, mi pequeña Kristina, si fueras al patio de recreo y todos los demás niños se unieran contra ti y te dieran una paliza, ¿te parecería justo?
Ahora casi todas las noches resuena una sirena y todos los que viven en el edificio tienen que bajar la escalera a toda prisa y esperar en el sótano de las patatas, rogando que lo aviones enemigos no nos avisten y nos tiren una bomba. Por suerte nuestra ciudad es bastante pequeña y no es un objetivo importante para las bombas. A veces el cielo nocturno se vuelve rojo debido a otras ciudades cercanas que arden.
Me invento una canción en la que uso la voz para imitar todo lo que resuena.
Los domingos las campanas de la iglesia
—din, dan
— hora de rezar.
Los días de labor la campana del colegio —rin, rin— hora de aprender.
Por la noche las sirenas —uuu, uuuu
— hora de morir.
Helga, la criada, me oye cantarla y me dice que no tiene gracia.
Termina el verano y por fin empiezo a ir al colegio. Mamá me da un cucurucho de papel satinado con manzanas y golosinas y un estuche dentro para endulzarme el primer día de clase, y me dan mis propios cuadernos y una pizarra, tiza y reglas y una cartera de cuero. Puesto que todos los profesores se han ido a matar rusos, los han sustituido jóvenes solteras o viudas listas, o ancianos que aún recuerdan las cosas de la escuela. Nuestra maestra es una mujer, es estricta y eficiente y no tarda mucho en darse cuenta de que soy muy inteligente; el primer mes de escuela me da una estrella dorada en ortografía, otra en aritmética y otra en ganchillo. Hay tres niveles en la clase y cuando acabo con el primero escucho lo que están haciendo en el segundo y el tercero y eso también lo aprendo. Adelantaré a toda velocidad a Greta tal como la liebre adelanta a la tortuga; levantará la vista con una mueca de pasmo y no verá más que polvo. Ojalá pudiera aprenderlo todo de golpe en vez de poco a poco. Como engullir todo lo que hay en la mesa y convertirme en la Gorda del circo.