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Authors: Kim Stanley Robinson

Marte Azul (50 page)

BOOK: Marte Azul
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El tren bordeó las primeras estribaciones curvas de los cañones del Laberinto de la Noche, y pronto entró flotando en la vieja estación de Cairo. Nirgal bajó y observó con curiosidad la ciudad-tienda. Había sido un reducto metanac que nunca había visitado. Era interesante ver los viejos y pequeños edificios. El ejército rojo había destrozado la planta física durante la revolución y aún se veían muchas paredes convertidas en ruinas ennegrecidas. La gente lo saludó mientras se dirigía a las oficinas de la ciudad por el ancho bulevar central.

Y allí estaba ella, en el vestíbulo del ayuntamiento, junto a los ventanales que dominaban la U de Nilus Noctis. Nirgal se detuvo, sin aliento. Ella todavía no lo había visto. El rostro era más redondo, pero por lo demás seguía tan alta y esbelta como siempre; llevaba una blusa de seda verde y una falda de un verde más oscuro de un material más basto, y los cabellos negros se derramaban por su espalda en una cascada resplandeciente. No podía dejar de mirarla.

De pronto ella notó su presencia y vaciló. Tal vez las imágenes de la pantalla no habían mostrado cabalmente los estragos que había hecho en él la enfermedad terrana. Las manos de Jackie se tendieron hacia él por instinto y ella las siguió al punto, con una mirada calculadora, borrando de inmediato para las cámaras que la rodeaban constantemente la mueca que le había deformado la cara al verlo. Pero él la amaba por aquellas manos. A Nirgal se le encendió el rostro mientras intercambiaban unos besos en las mejillas, como dos diplomáticos en buenos términos. Ella seguía aparentando quince años marcianos, como si acabara de dejar atrás la inmaculada frescura de la juventud, en esa etapa que es incluso más hermosa que la juventud. Se decía que había empezado a recibir el tratamiento a los diez años.

—Entonces es cierto —dijo Jackie—. La Tierra casi acaba contigo.

—En realidad fue un virus.

Ella rió, pero sus ojos mantenían esa mirada calculadora. Lo tomó del brazo y lo acompañó hasta donde la aguardaba su séquito como quien guía a un ciego. Aunque él ya conocía a muchos, Jackie hizo las presentaciones, para subrayar los grandes cambios que se habían producido en los cuadros superiores del partido durante su ausencia. Pero naturalmente él no podía percatarse de eso, y se esforzaba por mostrarse alegre cuando fue interrumpido por un lloro. Había un bebé entre ellos.

—Ah —dijo Jackie mirándose la muñeca—. Tiene hambre. Ven a conocer a mi hija.

Se acercó a una mujer que llevaba en los brazos a un bebé de pañales. La pequeña tenía carrillos regordetes y la piel más oscura que la de Jackie; la carita estaba sonrojada de tanto berrear. Jackie la tomó en brazos y se la llevó a una habitación contigua.

Nirgal, a quien habían olvidado, vio a Tiu, Rachel y Frantz junto a la ventana y se acercó a ellos, echando una mirada en dirección a Jackie. Ellos pusieron los ojos en blanco y se encogieron de hombros. Rachel le apuntó en voz baja que Jackie no había dicho quién era el padre. No era un comportamiento insólito; muchas mujeres de Dorsa Brevia habían hecho lo mismo.

La mujer que se ocupaba de la pequeña salió y le dijo que Jackie quería hablar con él, y Nirgal la siguió.

La habitación tenía un ventanal sobre Nilus Noctis. Jackie estaba sentada en un banco amamantando a la niña y contemplando el panorama. La pequeña estaba hambrienta: tenía los ojos cerrados y chupeteaba ruidosamente. Los diminutos puños estaban apretados, un vestigio de algún comportamiento arbóreo, como aferrarse a una rama o al pelo de la madre. Aquellas manitas encerraban la cultura.

Jackie estaba dando instrucciones a sus auxiliares, los presentes y los ausentes, a través de la consola de muñeca.

—Da igual lo que digan en Berna, hemos de tener la capacidad de reducir las cuotas si es necesario. Los indios y los chinos tendrán que acostumbrarse.

Nirgal empezó a comprender algunas cosas. Jackie estaba en el consejo ejecutivo, pero el consejo no era particularmente poderoso. Además seguía siendo uno de los dirigentes de Marte Libre, y aunque la influencia del partido tal vez disminuyera a medida que el poder se desplazaba a las tiendas, podía convertirse en una fuerza determinante en las relaciones Marte-Tierra. Incluso si se limitaba a coordinar la política, ostentaría todo el poder que un coordinador puede manejar, que era considerable; el único poder que Nirgal había tenido, después de todo. En muchas situaciones esa coordinación equivaldría a escoger la política a seguir en relación con la Tierra, ya que los gobiernos locales se ocupaban de los asuntos locales y el cuerpo legislativo global estaba cada vez más dominado por la supermayoría liderada por Marte Libre. Y además era muy probable que la relación Marte-Tierra acabara por quitar importancia a todo lo demás. De modo que Jackie tal vez estaba en camino de convertirse en una poderosa figura interplanetaria.

Nirgal volvió a centrar su atención en el bebé que mamaba. La princesa de Marte.

—Siéntate —dijo Jackie, indicándole el banco contiguo con un movimiento de cabeza—. Pareces cansado.

—Estoy bien —dijo Nirgal, pero se sentó. Jackie miró a su asistenta y señaló la puerta con un gesto, y muy pronto estuvieron a solas con la pequeña.

—Los chinos y los indios creen que ésta es la nueva tierra prometida —dijo Jackie—. Se trasluce en todo lo que dicen. Siempre tan condenadamente amistosos.

—Quizá nos aprecian —dijo Nirgal. Jackie sonrió, pero él continuó—: Los ayudamos a quitarse de encima a las metanacs. Pero no pueden seguir pensando en trasladar el excedente de población aquí. Por otra parte son demasiados para que la emigración se note.

—Tal vez, pero pueden soñar. Y gracias a los ascensores espaciales pueden mantener un flujo de emigración regular. Las cifras crecen más deprisa de lo que piensas.

Nirgal meneó la cabeza.

—Nunca será suficiente.

—¿Cómo lo sabes? No has estado en ninguno de los dos sitios.

—Mil millones es una cifra muy alta, Jackie, demasiado alta para que podamos imaginarla. Y la Tierra tiene diecisiete mil millones. No pueden enviar una fracción significativa de ese número aquí, no hay transbordadores suficientes.

—Pueden intentarlo de todas maneras. Los chinos inundaron el Tíbet de chinos han, y aunque no sirvió para aliviar sus problemas de población, siguen haciéndolo.

Nirgal se encogió de hombros.

—El Tíbet está allí mismo. Nosotros mantendremos las distancias.

—Sí —dijo Jackie con impaciencia—, pero eso no será fácil si no existe un
nosotros
. Si van a Margaritifer y llegan a un acuerdo con las caravanas árabes, ¿quién va a impedirlo?

—¿Los tribunales medioambientales?

Jackie resopló y la pequeña se soltó y gimoteó. La madre la acercó al otro pecho, un hemisferio oliváceo surcado de venas azules.

—Antar no cree que los tribunales medioambientales vayan a durar mucho. Tuvimos una disputa con ellos mientras estabas ausente y sólo cedimos para darle una oportunidad al proceso, pero no tienen razón de ser ni tampoco dientes. Todo lo que se hace tiene un impacto medioambiental, así que en teoría tendrían que juzgarlo todo. En las zonas bajas se están retirando las tiendas y no hay uno entre cien que tenga intención de pedirles permiso una vez que su ciudad se integre en el exterior. ¿Por qué habrían de hacerlo? Todo el mundo es un ecopoeta ahora. No, los tribunales no durarán mucho.

—No puedes estar segura —dijo Nirgal—. ¿Así que el padre es Antar? Jackie se encogió de hombros.

Cualquiera podía ser el padre, Antar, Dao, él mismo; demonios, hasta John Boone si aún quedaba una muestra de su esperma. Eso habría sido muy propio de Jackie, sólo que lo habría anunciado a los cuatro vientos. Jackie desplazó la cabeza de la pequeña.

—¿Crees que está bien criar a un hijo sin padre?

—Así te criaron a ti, ¿no? Y yo no tuve madre. Todos fuimos hijos monoparentales.

—¿Y eso ha sido bueno?

—No lo sé.

Jackie tenía una expresión en el rostro que Nirgal no podía descifrar: la boca ligeramente tirante, de resentimiento o desafío, una expresión indefinible. Ella sabía quiénes eran sus padres, pero sólo uno se había quedado con ella, aunque lo cierto era que tampoco Kasei había pasado mucho tiempo a su lado. Y había muerto en Sheffield en parte a causa de la brutal respuesta al ataque rojo que Jackie había apoyado.

—Tú no supiste nada de Coyote hasta que tenías seis o siete años, ¿correcto? —dijo ella.

—Cierto pero no correcto.

—¿Qué...?

—Que no fue correcto —dijo Nirgal, y la miró a los ojos.

Pero ella desvió la mirada hacia el bebé.

—Mejor que ver a tus padres destrozándose delante de ti.

—¿Es eso lo que harías con el padre?

—Quién sabe.

—Es más seguro así.

—Tal vez lo sea. Desde luego, hay muchas mujeres que lo prefieren —En Dorsa Brevia.

—En todas partes. La familia biológica en realidad no es una institución marciana.

—No estoy seguro. —Nirgal meditó un instante.— Vi muchas familias en los cañones. En ese sentido procedemos de un grupo bastante inusual.

—En muchos sentidos.

La pequeña soltó el pecho y Jackie se lo metió en el sujetador y se bajó la camisa.

—¡Marie! —llamó, y la asistenta entró—. Creo que hay que cambiarle el pañal. —Y le tendió la niña a la mujer, que salió sin una palabra.

—¿Ahora tienes sirvientes? —preguntó Nirgal.

La boca de Jackie volvió a tensarse; se puso de pie.

—¡Mem! —llamó.

Entró otra mujer y Jackie dijo:

—Mem, tenemos que reunimos con los del tribunal medioambiental para presentar la solicitud de los chinos. Podríamos aprovechar la ocasión y presionar para que reconsideren la asignación de agua de Cairo.

Mem asintió y salió de la habitación.

—¿Tomas las decisiones y sanseacabó...? —preguntó Nirgal. Jackie hizo un ademán de despedida.

—Me alegro de que estés de vuelta, Nirgal, pero intenta ponerte al día, ¿eh?

Ponerse al día. Marte Libre era ahora un partido político, el mas importante de Marte. No siempre había sido así; había empezado como una red de amigos o la parte de la resistencia que vivía en el demimonde, sobre todo ex alumnos de la universidad de Sabishii y más adelante eran los miembros de una amplia asociación de comunidades de los cañones cubiertos y de clubs clandestinos en las ciudades, y así por el estilo. Era un nombre colectivo que abarcaba a quienes simpatizaban con la resistencia pero no seguían ningún movimiento político o filosofía específicos. De hecho, sólo era algo que decían: Marte libre, liberad a Marte.

En muchos aspectos había sido una creación de Nirgal. A muchos nativos les interesaba el tema de la autonomía y los diferentes partidos de los issei, fundados sobre el ideario de los primeros colonos, no los atraían; querían algo nuevo. Y por eso Nirgal había viajado por todo el planeta y colaborado con gente que organizaba reuniones y mítines, y eso se había prolongado durante tanto tiempo que al fin habían querido un nombre. La gente quiere nombres para todo.

De ahí Marte Libre. Y durante la revolución se había convertido en punto de referencia de los nativos, un fenómeno emergente del que muchas más personas de las imaginadas se declaraban partícipes. Millones. Nativos en su mayoría. La definición misma de la revolución, la razón principal de su éxito. Marte Libre como máxima, como imperativo; y lo habían conseguido.

Pero Nirgal había viajado a la Tierra, determinado a defender la posición marciana allí. Y mientras estaba ausente, durante el congreso constitucional, Marte Libre había pasado de ser un movimiento a ser una organización. Eso estaba bien, era el curso normal de los acontecimientos, parte necesaria de la institucionalización de la independencia. Nadie podía quejarse o suspirar por los viejos tiempos sin revelar nostalgia de una edad heroica que en verdad poco había tenido de heroica... o que, en todo caso, además de heroica había sido reprimida, limitada, inconveniente y peligrosa. No, Nirgal no deseaba demorarse en la nostalgia, el sentido de la vida residía en el presente, no en el pasado, en la expresión, no en la resistencia. No deseaba que las cosas volvieran a ser como antes. Se sentía feliz porque gobernaban (al menos en parte) su propio destino. Ése no era el problema, ni tampoco le molestaba el abrumador aumento del número de seguidores del partido, que parecía estar a punto de convertirse en una supermayoría, de cuyos miembros tres formaban parte del consejo ejecutivo y muchos ocupaban cargos relevantes en otros órganos de gobierno global. Y un elevado porcentaje de los nuevos y los viejos emigrantes se estaban uniendo al partido, además de nativos que habían apoyado a partidos menores antes de la revolución y, por último, pero no por eso menos importantes, muchos de quienes habían dado su apoyo al régimen de la UNTA y que ahora se arrimaban al sol que más calentaba. En conjunto, mucha gente. Y durante los primeros años del nuevo orden socioeconómico esta polarización, de opinión y creencia, proporcionaba ciertas ventajas, sin duda. Podrían hacer mucho.

Pero Nirgal no estaba seguro de querer participar en ello.

Un día, mientras recorría el muro de la ciudad contemplando el paisaje a través de la tienda, vio a un grupo de personas en una pista de lanzamiento en el borde de un acantilado, al oeste de la ciudad. Había muchos monoplazas, planeadores y ultraligeros que salían disparados de algo semejante a una catapulta y se elevaban en las capas térmicas que se formaban por las mañanas, y aviones aún más escuetos, conectados a la parte baja de pequeños dirigibles, apenas mayores que las personas que trepaban a la catapulta o se sentaban bajo las alas de los planeadores. Estaban fabricados con materiales ultraligeros; algunos eran transparentes y casi invisibles, de manera que una vez en vuelo la gente que los pilotaba parecía flotar en el aire, boca abajo o sentada, y otros tenian brillantes colores y eran visibles a kilómetros de distancia, como pinceladas de verde o azul en el cielo. Las reducidas alas llevaban pequeños reactores que permitían al piloto controlar la dirección o la altitud; en ese aspecto eran como aviones, pero con el añadido del dirigible, que los hacía más seguros y versátiles. Quienes los pilotaban podían aterrizar casi en cualquier sitio y parecía imposible que pudieran precipitarse a tierra.

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