Read Más allá de las estrellas Online
Authors: Brian Daley
—Muy bien. Seguidme.
Y echó a andar por donde había venido, con Uul-Rha-Shan pisándole los talones. Los viajeros y su escolta les siguieron. Abandonaron el recinto del jardín y entraron en un anfiteatro, un espacio abierto rodeado por varias hileras de confortables butacas, separadas por mamparas de acero transparente.
—La lucha entre autómatas es la forma más pura de combate, ¿no creen? —comentó locuazmente Hirken—. Ninguna criatura viviente, por salvaje que sea, está absolutamente libre de la mácula del instinto de supervivencia. Pero los autómatas, ¡ah!, éstos no se preocupan en absoluto de sí mismos, la única finalidad de su existencia es obedecedor órdenes y destruir.
Mi autómata de combate es un Ajusticiador Marca-X; no hay muchos en circulación. ¿Su droide gladiador se ha enfrentado alguna vez con uno de ellos?
Los nervios de Han estaban a punto de estallar; intentó decidir a quién debía asaltar para apoderarse de un arma si, como temía, Atuarre no conseguía responder adecuadamente. Cualquier señal de vacilación o de ignorancia en aquel momento sin duda descubriría su ardid ante Hirken y sus hombres.
Pero ella improvisó con desenvoltura.
—No, Vicepresidente Ejecutivo, no con un Marca-X.
Han estaba intentando asimilar la inquietante revelación. ¿Un droide gladiador? Conque eso era lo que Hirken imaginaba que debía ser Bollux. Han tenía noticia, evidentemente, de que entre las gentes ricas y hastiadas de todo se había puesto de moda organizar combates entre droides y otros autómatas, pero no se le había ocurrido pensar que Hirken compartiera esa afición. Hizo trabajar su cerebro a hipervelocidad, buscando una salida.
Mientras seguían avanzando, una mujer se unió al grupo, procedente de lo que a todas luces debía ser un ascensor privado. Era baja y de una increíble gordura, que intentaba ocultar bajo costosos vestidos bien cortados. Han pensó que parecía una cápsula de emergencia envuelta en un paracaídas de frenado.
La mujer cogió la mano de Hirken. El Vicepresidente Ejecutivo acogió malhumoradamente aquel gesto. Luego ella agitó una mano regordeta, bellamente cuidada y gorjeó:
—Oh, cariño, ¿tenemos compañía?
Hirken le lanzó una mirada que, según cálculos de Han, habría bastado para disolver un enlace covalente. La rolliza cabeza de chorlito la ignoró. El Vicepresidente Ejecutivo hizo rechinar los dientes.
—No, querida. Estas gentes han traído un nuevo competidor para mi Marca-X. Madame Atuarre, y Compañía, les presento a mi adorable esposa, Neera.
Por cierto, Madame Atuarre, ¿cómo ha dicho que se apodaba su droide? Han decidió intervenir.
—Es un droide un poco especial, Vicepresidente Ejecutivo. Lo diseñamos nosotros mismos y lo llamamos Aniquilador.
Se volvió hacia Bollux, que miró alternativamente a Han y a Hirken y luego saludó con una reverencia.
—Aniquilador a su servicio. Destruir es servir, eminente Señor.
—Pero nuestra compañía ofrece también otros números —se apresuró a explicarle Atuarre a la esposa de Hirken—. Malabarismo, danzas, tiro acrobático y otros más.
—¡Oh, cariño! —exclamó la obesa mujer, palmeando las manos y apretándose más contra su marido—. ¡Veamos esto primero! Estoy cansada de contemplar siempre a ese viejo Marca-X destruyendo otras máquinas. Es aburrido, ¡y tan cruel y poco refinado a decir verdad! Y una actuación en vivo sería un descanso después de todas esas terribles holocintas y la espantosa música grabada. ¡Recibimos tan pocas visitas...!
La mujer emitió una serie de ruiditos entre los labios fruncidos que Han supuso pretendían simular besos dirigidos a su marido. Han se dijo que recordaban más bien el ataque de algún invertebrado.
Pero las palabras de la mujer le ofrecían una oportunidad de intentar resolver dos problemas al mismo tiempo: librar a Bollux de la pelea y echar un vistazo por su cuenta al Confín de las Estrellas.
—Perdón, honorable Vicepresidente Ejecutivo, yo también ejerzo las funciones de capataz de la compañía y debo comunicaros que nuestro droide gladiador, Aniquilador, aquí presente, sufrió algunos desperfectos en su último combate. Su circuito auxiliar de dirección necesita un repaso. Si me permitís utilizar vuestros talleres, lo resolveré en pocos minutos.
Entretanto, vos y vuestra esposa podríais contemplar el resto del espectáculo.
Hirken levantó los ojos hacia las estrellas que brillaban sobre la cápsula y suspiró, mientras su esposa reía muy satisfecha, apoyando la propuesta.
—Está bien. Pero procura que la reparación sea breve, Marksman. No soy un entusiasta de las acrobacias ni las danzas.
—Sí, entendido.
El Vicepresidente Ejecutivo llamó a un supervisor técnico que estaba revisando los mecanismos del anfiteatro y le explicó lo que debía hacerse. Después le ofreció a regañadientes el brazo a su mujer y ambos se dirigieron a ocupar sus asientos en el anfiteatro, rodeados por el mayor de la Espo y sus hombres en una guardia bastante relajada. Uul-Rha-Shan, tras lanzar una última mirada amenazadora en dirección a Han, les siguió y volvió a situarse a la derecha de Hirken.
Teniendo en cuenta que las acrobacias de Pakka y las danzas de Atuarre no representaban ningún peligro para los espectadores, Hirken accionó el pulsador del módulo de control que llevaba a la cintura y las láminas de acero transparente que cerraban la arena desaparecieron deslizándose por unas ranuras abiertas en el suelo. El Vicepresidente Ejecutivo y su esposa se recostaron en sus lujosos sillones adaptables.
Pakka preparó sus aparatos.
Han se volvió hacia el supervisor técnico que el Vicepresidente Ejecutivo había puesto a su disposición.
—Espéreme junto al ascensor; voy a sacar la caja de circuitos y estaré con usted dentro de un instante.
Cuando el hombre se hubo marchado, Han se soltó la capa y la dejó caer de sus hombros. Luego se volvió hacia Bollux.
—Muy bien, abre tu tórax lo suficiente para que pueda sacar a Max.
Las planchas se entreabrieron. Han se agachó al amparo de los dos batientes y extrajo el sondeador de computadoras.
—Tú mantente callado como un muerto, Max. Se supone que eres un módulo de control de combate, conque nada de bromas. A partir de ahora, eres sordo y mudo.
El fotorreceptor de Max Azul se apagó, indicándole que había comprendido.
—Así me gusta; buen chico, Maxie.
Han se incorporó y se colgó la computadora al hombro por la correa que llevaba incorporada. Cuando Bollux hubo cerrado su tórax, Han le dio su capa y su pistolera y acarició la cabeza recién pintada del droide.
—Guárdame esto y no pierdas la calma, Bollux. En seguida vuelvo.
Cuando salió a reunirse con el supervisor técnico junto al ascensor, Pakka acababa de iniciar una maravillosa exhibición de volteretas y ejercicios gimnásticos. El cachorro era un acróbata de competición y surcó toda la superficie del anfiteatro en una sucesión de piruetas y saltos, brincando a través de un aro que él mismo sostenía y avanzando alternativamente con los pies y las manos sin soltar ni un momento la pelota que mantenía en inestable equilibrio sobre la cabeza. Luego Atuarre intervino para arrojarle una serie de objetos que Pakka atrapaba en el aire haciendo complicados juegos malabares.
La esposa de Hirken estaba encantada con la actuación y acogía cada nueva proeza del cachorro con un largo ooh. Poco a poco fueron llegando otros ejecutivos subordinados de la Autoridad y ocuparon sus asientos; un puñado de privilegiados que habían tenido el honor de ser invitados a presenciar el espectáculo. Éstos acogieron la agilidad de Pakka con murmullos de aprobación, pero en seguida los ahogaron al observar la expresión de total insatisfacción de su jefe.
Hirken pulsó su módulo de control con el pulgar. Una voz le respondió al instante.
—Preparen ahora mismo el Marca-X.
El Vicepresidente Ejecutivo hizo caso omiso de la firme respuesta del técnico de guardia, miró de reojo a Bollux que esperaba en un rincón y volvió a concentrarse en la contemplación de las acrobacias.
El Vicepresidente Hirken sabía ser muy, pero que muy paciente cuando quería, pero en aquel momento no estaba de humor para esperar.
Mientras bajaban en el ascensor, Han se concentró furiosamente en el examen de su situación.
Había arrastrado a los demás a aquella aventura convencido de que, en el peor de los casos, al menos conseguiría hacerse una idea del enemigo con que debía enfrentarse. Como máximo, pensaba, les dirían que su presencia allí no era grata. Pero las cosas acababan de dar un giro imprevisto.
Han intentó recordar que el hecho de que Bollux debiera enfrentarse con un robot asesino no debía preocuparle. A fin de cuentas, Bollux sólo era un droide. No era lo mismo que si se tratara de un ser vivo condenado a morir. Han tenía que repetirse continuamente estas reflexiones porque ni él mismo acababa de creérselas. De todos modos, no tenía ninguna intención de permitir que el Vicepresidente Ejecutivo Hirken se diera el gusto de ver desmembrar al anticuado droide.
En momentos como ése, habría preferido ser un tipo calmado y cauteloso. Pero su forma de actuar era un producto de su propia personalidad, siempre dispuesta a desafiar las consecuencias, a meterse de lleno en una situación, saltando con ambos pies, sin preocuparse de dónde podía aterrizar. Su plan, después de pasarle revista en el ascensor, era intentar explorar todo lo que pudiera. Si no había posibilidades de hacer nada más, él y los otros tendrían que escabullirse como pudieran, cancelar el espectáculo y retirarse del Confín de las Estrellas, con la excusa de que era imposible reparar a Bollux.
Observó los números de las plantas que iban encendiéndose a su paso y se abstuvo de hacerle ninguna pregunta al supervisor técnico que le acompañaba. Cualquier extraño, y en particular un cómico, no habría tenido ninguna curiosidad por conocer los detalles de un centro de la Autoridad. Un excesivo interés por parte de Han despertaría instantáneas sospechas.
Un puñado de pasajeros entraron y salieron del ascensor. Sólo uno de ellos era un ejecutivo; los demás eran espos o técnicos. Han los observó intentando descubrir alguna llave, esposas o cualquier otro objeto indicador de la función de guardián en un centro de detención, pero no vio nada por el estilo. Nuevamente constató que la torre parecía estar escasamente vigilada, en contra de lo que habría sido de esperar si realmente hubiera albergado una cárcel.
Salió del ascensor siguiendo al supervisor técnico y ambos se encontraron en la sección general de mantenimiento, muy cerca de la planta baja. En el taller había sólo unos cuantos técnicos que deambulaban entre los relucientes aparatos y las grúas suspendidas.
Por todas partes podían verse droides desarmados, robotransportadores y otras piezas de equipo ligero, así como aparatos de comunicación y computadoras. Han ajustó la correa por la que llevaba colgado a Max sobre su hombro.
—¿Pueden prestarme un explorador de circuitos?
El técnico le condujo a un cuartito adyacente con varias hileras de cubículos, todos ellos vacíos. Han depositó a Max sobre el pedestal de uno de ellos y retiró la tapa de un explorador, confiando que el técnico le dejaría solo y se marcharía a cumplir sus tareas habituales. Pero el hombre no se movió de su lado y Han tuvo que enfrentarse con las laberínticas entrañas del sondeador de computadoras.
El técnico, que atisbaba por encima de su hombro, comentó:
—Eh, esto parece algo mucho más gordo que un componente auxiliar.
—Yo mismo lo diseñé, es un aparato bastante complicado —dijo Han—. Por cierto que el Vicepresidente Ejecutivo me ha dicho que cuando termine con mi trabajo aquí puedo llevarlo a la sección central de computadoras para recalibrarlo. La sección está en el piso de abajo, ¿verdad?
El supervisor empezaba a mirarle con desconfianza, mientras intentaba examinar más detenidamente las entrañas de Max Azul.
—No, las computadoras están dos pisos más arriba. Pero no le dejarán entrar a menos que Hirken ratifique la orden. No tiene permiso de acceso y nadie puede entrar en las zonas controladas a menos que vaya provisto de la correspondiente insignia.
Se agachó sobre el explorador.
—Oiga, yo diría que esto es en realidad un módulo computador.
Han fingió una sonrisa de indiferencia.
—Adelante, compruébelo con sus propios ojos.
Dio un paso a un lado y el supervisor se agachó sobre el explorador, intentando accionar los mandos del foco. Después su propia visión quedó totalmente desenfocada y a oscuras.
Han se frotó el canto de la mano, de pie junto al cuerpo inconsciente del técnico, y miró a su alrededor en busca de algún lugar donde esconderlo. Había visto un armario empotrado que servía de despensa en el fondo de la sala de exploración. Ató las manos del hombre a su espalda con su propio cinturón, lo amordazó con la funda de un explorador y metió el cuerpo inanimado en el armario. Se detuvo un momento para coger la insignia de libre acceso que lucía el técnico y luego cerró la puerta.
—Muy bien, Max, mírame —dijo cuando estuvo junto al pequeño sondeador de computadoras.
Max Azul encendió su fotorreceptor. Han se quitó la faja y se arrancó las chillonas medallas y galones improvisados que adornaban su traje. Se quitó también las charreteras y el cordoncillo y quedó vestido con una simple malla negra, una aproximación aceptable del uniforme de los técnicos. Se prendió la insignia de libre acceso del supervisor en un lugar bien visible del pecho, se colgó a Max otra vez al hombro y se puso en camino. Desde luego, si alguien se paraba a hablarle o intentaba comparar la holoinstantánea en miniatura inserta en la insignia con su propia cara, estaría en un aprieto. Pero confiaba en su habitual buena suerte, un paso convincentemente seguro y un aire decidido.
Subió los dos pisos sin ningún tropiezo. Tres espos que estaban matando el rato en la garita de vigilancia junto a los ascensores le hicieron señal de que podía pasar, al ver que lucía una insignia en el pecho.
Han tuvo que contener una sonrisa instintiva. Las guardias en el Confín de las Estrellas seguramente debían ser monótonas y sin incidentes; no era de extrañar, pues, que los guardias se hubieran vuelto negligentes, ¿qué podía suceder en un lugar como aquél?
Entretanto, en el anfiteatro, la sorprendente destreza de Pakka había conseguido incluso una mirada aprobadora del Vicepresidente Ejecutivo Hirken. El cachorro había ejecutado una sucesión de saltos mortales a través de un aro mientras hacía rodar una pelota con los pies.