Más allá de las estrellas (25 page)

BOOK: Más allá de las estrellas
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—Ya es suficiente —declaró Hirken, levantando bruscamente su bien cuidada mano. Pakka se detuvo, con los ojos fijos en el Vicepresidente Ejecutivo.

—¿Todavía no ha vuelto ese incompetente Marksman?

Los demás ejecutivos, tras un breve conciliábulo, por fin consiguieron llegar a la unánime decisión de que Han todavía no había regresado. Hirken carraspeó molesto y apuntó a Atuarre con el dedo.

—Muy bien, señora, podéis bailar. Pero no os entretengáis demasiado y si vuestro capataz pistolero tarda mucho en regresar, tal vez prescindiremos totalmente de su actuación. Pakka retiró sus aparejos de la pista. Atuarre le dio la pequeña flauta
-
silbato que Han le había fabricado.

Mientras el cachorro probaba el instrumento, Atuarre se deslizó en los dedos las pequeñas castañuelas ingeniosamente adaptadas por Han y las hizo tintinear a guisa de ensayo. Los improvisados instrumentos, incluidos los cascabeles que llevaba en los tobillos, no poseían la calidad musical de las auténticas piezas trianii, decidió. Pero producirían el efecto suficiente y tal vez incluso lograrían causar una impresión de veracidad en los espectadores. Pakka empezó a tocar una melodía tradicional. Atuarre se deslizó sobre la pista, balanceándose al compás de la música con una sinuosa soltura que ningún bailarín humano habría podido imitar. Las cinturas ondulaban a sus espaldas cual multicolores abanicos centelleando sobre sus piernas y brazos, la frente y la garganta, mientras las castañuelas de sus dedos marcaban el ritmo y los cascabeles tintineaban, exactamente al compás preciso.

Las facciones de Hirken se relajaron un poco abandonando su expresión preocupada y otro tanto les ocurrió a los demás espectadores. Las danzas rituales trianni habían sido calificadas desdeñosamente muchas veces como un arte primitivo y sin inhibiciones, pero la verdad es que eran una elevada forma de expresión artística. Sus antiguas y complicadas formas exigían una total concentración de los bailarines.

Para ejecutarlas se requería un gran perfeccionismo y un profundo amor por la propia danza. Las majestuosas, revoloteantes, sincopadas evoluciones de Atuarre cautivaron imperceptiblemente la atención de Hirken, sus subordinados y su esposa. Mientras seguía danzando, la trianii se preguntaba cuánto tiempo más conseguiría mantener la atención de su público y qué sucedería si no lograba entretenerles el rato suficiente.

Han, que había descubierto una terminal de computadora en una habitación desocupada, instaló a Max junto a la conexión. Mientras Max extendía su adaptador e invadía el sistema, Han salió a echar una cautelosa mirada al pasillo y luego cerró la puerta.

Cogió una banqueta y la instaló junto a una pantalla de lectura.

—¿Ya estás dentro, muchacho?

—¡Casi, casi, capitán. Las técnicas que me enseñó Rekkon también funcionan aquí. ¡Ya está!

La pantalla se encendió, invadida por una oleada de símbolos, diagramas, modelos de computadoras y columnas de datos.

—Así me gusta, Max. Ahora localízame las jaulas, o celdas, o plantas de detención, o lo que sea.

Max Azul fue proyectando sobre la pantalla, uno tras otro, los planos de las plantas mientras su exploración avanzaba a una velocidad muy superior a través de ingentes cantidades de datos; ése era el tipo de trabajo para el que estaba diseñado. Sin embargo, por fin tuvo que darse por vencido.

—No puedo, capitán.

—¿Cómo que no puedes? Están aquí, tienen que estar. ¡Busca otra vez, holgazán!

—No hay ningún tipo de celdas —replicó indignado Max—. Si las hubiera, ya las habría descubierto. Las únicas instalaciones para seres vivos de toda la base son las viviendas de los empleados, los barracones de los espos y los apartamentos reservados a los ejecutivos, todos ellos situados en el otro extremo del centro... además de las dependencias privadas de Hirken, aquí en la torre.

—Muy bien —ordenó Han—, entonces proyéctame los planos de este edificio, piso por piso, en la pantalla, empezando por el parque de diversiones de Hirken.

Un plano de la distribución de la cúpula, completo con el jardín y el anfiteatro, se dibujó sobre la pantalla de lectura. Las dos plantas inmediatamente inferiores estaban ocupadas claramente en su totalidad por las ostentosas habitaciones personales del Vicepresidente Ejecutivo. La planta que venía a continuación dejó un poco perplejo a Han.

—¿Qué son esas subdivisiones, Max ¿Oficinas?

—No está indicado —respondió la computadora—. En los registros de propiedad figura equipo medico, material de holograbación, servo-instrumental quirúrgico, mesas de operaciones y otras cosas por el estilo.

Han tuvo de pronto una idea.

—Max, ¿cuál es el título de Hirken? Me refiero a su función oficial a nivel corporativo.

—Vicepresidente encargado de la Seguridad Corporativa, dice aquí.

Han asintió con expresión sombría.

—Sigue buscando; vamos por el buen camino. Eso no es una clínica, sino un centro de interrogación, probablemente una sala de diversiones para la mentalidad retorcida de Hirken. ¿Qué hay en la planta inmediatamente inferior?

—Nada para humanos. La planta siguiente ocupa tres pisos, capitán, y sólo contiene maquinaria pesada. En ella hay un distribuidor de energía de capacidad industrial y una compuerta hermética. Observe, éste es el plano de la planta y aquí tiene un esquema de los circuitos de energía.

Max se los proyectó y Han se acercó a la pantalla para examinar detenidamente los miles de líneas. Un detalle, marcado en un color distinto y situado cerca de los ascensores, atrajo su atención. Preguntó a qué correspondía a la computadora.

—Es un visor de seguridad, capitán. En algunas partes de la torre hay instalaciones de vigilancia. Se las proyectaré.

La pantalla parpadeó un momento y luego se iluminó otra vez con una brillante imagen visual. Han se quedó mirando atónito. Por fin había localizado a los desaparecidos.

La habitación estaba llena de cápsulas de estasis, apiladas unas sobre otras. Cada una de ellas contenía un prisionero inmovilizado en el tiempo, detenido entre un instante y el siguiente por el campo de entropía de la cápsula. Eso explicaba la ausencia de instalaciones de detención, la falta de medidas destinadas a controlar una multitud de entes cautivos y el contingente mínimo de vigilantes de guardia. Hirken mantenía a todas sus victimas suspendidas en el tiempo; sus necesidades desde el punto de vista del alojamiento eran así muy escasas. El Vicepresidente de Seguridad se limitaba a sacar a sus prisioneros cuando deseaba interrogarlos y luego volvía a ponerlos en estasis cuando había terminado. De este modo, privaba a los prisioneros hasta de su propia vida, anulando todos los momentos de su existencia excepto los ocupados por los interrogatorios.

—Deben de ser millares —suspiró Han—. Hirken puede meterlos y sacarlos a través de esa compuerta como si fueran cajas de embalaje. El consumo de energía debe de ser terrible allí arriba. ¿Dónde tienen la planta generadora, Max?

—Estamos sentados encima mismo de ella —respondió Max, aunque el antropomorfismo realmente carecía de sentido en su caso.

El robot proyectó un diagrama básico de la torre que ocupó toda la pantalla. Han silbó por lo bajo. Debajo del Confín de las Estrellas había una planta generadora de energía con la capacidad suficiente para alimentar una fortaleza de combate o una nave de guerra de primera clase.

—Y éste es el sistema primario de defensa —añadió Max.

La torre estaba rodeada de campos de fuerza que la cubrían por todos lados, incluido el extremo superior, todos a punto de entrar instantáneamente en acción. El Confín de las Estrellas en sí, como ya había observado Han, estaba construido con planchas blindadas de enlaces reforzados. Según los diagramas, la torre también estaba dotada de un campo anticoncusiones, de modo que ninguna cantidad de explosivos de alta potencia podrían llegar a causar el menor daño a sus ocupantes.

La Autoridad no había reparado en gastos a fin de conseguir unas perfectas medidas de seguridad.

Pero todo ello sólo servía para defenderse de un enemigo situado fuera de la torre y Han se había infiltrado tan adentro como había podido.

—¿Tienen un registro de prisioneros?

—¡Aquí está! Lo tienen archivado bajo el título de Personas en tránsito.

Han maldijo entre dientes los eufemismos burocráticos.

—Muy bien, ¿ves el nombre de Chewie en la lista?

Siguió una brevísima pausa.

—No, capitán; ¡Pero he encontrado al compañero de Atuarre! ¡Y al padre de Jessa! Proyectó dos nuevas imágenes sobre la pantalla, instantáneas tomadas en el momento de la detención.

Constataron que el pelaje del compañero de Atuarre tenía una tonalidad más rojiza que el de ella y que la cara entrecana de Doc no había cambiado.

—Y aquí el sobrino de Rekkon —añadió Max.

La fotografía mostraba un juvenil rostro negro con firmes y bien dibujadas facciones que anunciaban que el muchacho se parecería a su tío.

—¡Y aquí está el gordo! —chilló Max segundos más tarde, con un entusiasmo muy impropio de una computadora.

El enorme rostro peludo de Chewbacca apareció en la pantalla de lectura. No parecía estar de muy buen humor en el momento de la fotografía; tenía el pelo desordenado, pero su gruñido era una promesa de muerte para el fotógrafo. Los ojos del wookiee parecían vidriosos y Han conjeturó que los espos debían de haberle administrado un tranquilizante nada más detenerlo.

—¿Está bien? —preguntó Han.

Max proyectó su historial de prisión. No, Chewbacca no había sufrido heridas graves, pero tres oficiales habían perdido la vida en el curso de su captura, decían los informes. No había dado su nombre, lo cual explicaba que a Max le hubiera costado localizarle. La lista de acusaciones casi desbordaba fuera de la pantalla, con una última y fatídica anotación escrita a mano al pie de la página, consignando la hora fijada para su interrogatorio. Han consultó un reloj de pared; faltaban escasas horas para la entrada prevista de Chewbacca en el taller de torturas del Vicepresidente Ejecutivo Hirken.

—Max, la cosa se está poniendo fea. Tenemos que hacer algo ahora mismo; no les dejaré destrozar el cerebro de Chewie. ¿Podemos desactivar los sistemas defensivos?

—Lo Siento, capitán —respondió la computadora—. Todos los sistemas primarios están controlados a través del módulo que Hirken lleva en el cinturón.

—¿Y los secundarios?

Max parecía escéptico.

—Puedo manipular el sistema auxiliar, ¿pero cómo se las arreglará para desactivar el módulo del Vicepresidente Ejecutivo?

—No lo sé; ¿cómo efectúa las conexiones? Tiene que haber un equipo subalterno; esa condenada caja es demasiado reducida para ser una unidad cerrada y conseguir controlar sin embargo toda esta torre.

Max le ofreció la respuesta. Un circuito receptor recorría todo el Confín de las Estrellas, empotrado en las paredes de cada planta.

—Muéstrame el diagrama de los circuitos de la planta superior.

Han los estudió cuidadosamente, memorizando todos los puntos de referencia: puertas, ascensores y vigas maestras.

—De acuerdo, Max, ahora quiero que te infiltres en los sistemas de control secundario y redistribuyas las prioridades de flujo de energía. Quiero que cuando entren en acción los sistemas secundarios, ese paraguas protector, el deflector situado directamente encima de la torre empiece a descargar su energía devolviéndola directamente a la planta, pero quiero que introduzcas un sesgo en los dispositivos de seguridad de los sistemas, de manera que adviertan la descarga del deflector pero no el rebote de energía.

—Eso desencadenará una espiral de sobrecarga, capitán Solo. Podría hacer volar toda la torre.

—Sólo si consigo echar mano a los sistemas primarios de Hirken —dijo Han, en parte para sí mismo y en parte dirigiéndose a Max—. Adelante.

Varias plantas más arriba, el Vicepresidente Hirken había comprendido que intentaban tomarle el pelo.

Aunque las danzas de Atuarre le habían dejado fascinado, una porción fundamental, siempre recelosa de su mente había advertido que su atención se desviaba. Lo que él quería era presenciar un combate mecanizado. Aquella artística danza, aunque tenía su atractivo, no podía sustituirlo.

El Vicepresidente Ejecutivo se levantó, accionando con el dedo un pulsador de su módulo de control.

Las luces se encendieron y Pakka cesó de tocar. Atuarre miró a su alrededor como si acabara de despertarse de un sueño.

—¿Qué...?

—Ya es suficiente —sentenció Hirken.

Uul-Rha-Shan, su reptiliano pistolero, permanecía alerta a su lado, con la esperanza de recibir una orden de matar. Pero Hirken se limitó a decir:

—El espectáculo ya ha durado demasiado, trianii.

Es evidente que estáis intentando ganar tiempo. ¿Me habéis tomado por un imbécil? —Y señaló a Bollux—. Ridículos comediantes de recambio, me habéis traído este droide obsoleto con la clara finalidad de estafarme, sin la menor intención de ofrecerme el espectáculo por el que he pagado. Confiabais alegar un fallo mecánico y obligarme a reembolsaros los gastos del viaje, o tal vez incluso a recompensar vuestros esfuerzos. ¿No es así?

El sereno «No, Vicepresidente» con que le respondió Atuarre fue ignorado. Hirken no se dejó convencer.

—Preparad ese droide para el combate y traed mi Marca-X —ordenó a los técnicos y espos que lo rodeaban.

Atuarre se puso en guardia, furiosa, y preocupada por Bollux. Pero comprendió que Hirken estaba firmemente decidido y tenía que velar por su cachorro.

Además, no podía hacer gran cosa por Han y su compañero si continuaba donde estaba.

—Con vuestro permiso, Excelencia, regresaré a mi nave.

A bordo del
Halcón
, al menos, tendría más posibilidades a su alcance.

Hirken le indicó que se retirara, riendo con su siniestra risa, preocupado por su Ajusticiador.

—Vete, vete. Y si ves a ese mentiroso Marksman que has traído, llévatelo también. Y no te creas que no protestaré. Haré anular tu inscripción en el Gremio.

Atuarre lanzó una mirada a Bollux que era conducido al ruedo, sin que ella pudiera hacer nada para ayudarle.

—Excelencia, seguro que esto no es legal. Este droide es nuestro...

—Y lo habéis traído aquí con el propósito de estafarme —concluyó el Vicepresidente—; pero voy a recuperar mi inversión. Ahora, lárgate, si quieres marcharte, o quédate si lo prefieres.

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