Más allá de las estrellas (21 page)

BOOK: Más allá de las estrellas
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Torm lanzó un puntapié traicionero contra Atuarre. Su peso y fuerza superiores la hicieron caer rodando, cortándole el paso a Han, que avanzaba buscando un punto desde donde hacer blanco sin intromisiones. Mientras Han esquivaba a Atuarre, Torm se arrancó a Pakka de los hombros y arrojó el cachorro lejos de sí, en el momento mismo en que Bollux se interponía torpemente en el camino del piloto. Pakka rebotó contra una de las planchas acolchadas que recubrían la compuerta del compartimiento y Torm salió corriendo por el pasillo.

Huyendo a toda velocidad, Torm dejó atrás la carlinga, la escalera principal y la escotilla de la rampa, en ninguna de las cuales podía esperar encontrar ni siquiera un refugio transitorio. Entonces oyó aproximarse rápidamente las pisadas de las botas de Han a sus espaldas y se metió en el primer compartimiento que encontró en su camino, maldiciéndose por no haberse entretenido a estudiar los planos de la nave. Al cruzar el umbral pulsó el botón que cerraba la escotilla. El compartimiento estaba vacío y en él no había ninguna herramienta, nada que pudiera utilizar como arma. Había abrigado la esperanza de que fuera la cámara de la cápsula de emergencia, pero la suerte no le había acompañado. Al menos, pensó, tendría unos momentos de respiro. Tal vez podría ganar tiempo, a lo mejor incluso conseguiría arrebatarle el revólver a Solo. Estaba tan enfrascado en sus pensamientos que, por un instante, no advirtió dónde se encontraba. Pero cuando se dio cuenta, se abalanzó sobre la compuerta que acababa de atravesar y empezó a aporrear los mandos, gritando una sarta de obscenidades.

—No pierdas el tiempo —dijo la voz de Han a través del intercomunicador—. Te agradezco que hayas escogido la compuerta de emergencia, Torm. Éste habría sido tu destino de todos modos.

Han le miraba a través del ojo de buey de la escotilla interior de la compuerta. Había anulado los mandos de la compuerta para asegurarse de que Torm no pudiera volver a meterse dentro. Todos los sistemas de acceso al
Halcón
tenían anuladores interiores acoplados, a fin de complicar la existencia a cualquier persona interesada en forzar la entrada, una medida prudente en una nave de contrabandistas.

Torm intentó humedecerse los labios con una lengua muy seca.

—Solo, espera, reflexiona un momento.

—No malgastes tu aliento, Torm. Vas a necesitarlo, pues tendrás que continuar a nado. Naturalmente, en la compuerta no había ningún traje espacial. Los ojos de Torm se dilataron llenos de pavor.

—¡No, Solo, no! Jamás tuve nada contra ti; nunca habría embarcado, pero ese malnacido de Rekkon y los trianii no me quitaron los ojos de encima ni un momento. Si hubiera intentado escabullirme, me habrían matado. ¿Comprendes mi situación, verdad? Tenía que jugarme el todo por el todo, Solo!

—Y por eso mataste a Rekkon —le dijo suavemente Han, sin ningún tono de duda en la voz.

—¡Tuve que hacerlo! Si él llegaba a hacer pública la existencia del Confín de las Estrellas, ¡yo habría perdido la cabeza! Tú no conoces a esos tipos de la Autoridad, Solo; no aceptan ni un fracaso. Tenía que escoger entre Rekkon o yo.

Atuarre se asomó detrás de Han y en seguida la siguieron Pakka y Bollux. El cachorro se subió a los hombros del droide para ver mejor.

—Pero, Torm —intervino Atuarre—, Rekkon te localizó, te incorporó al grupo. Tu padre y tu hermano realmente han desaparecido.

Sin apartar la mirada del ojo de buey, Han añadió:

—Claro que desaparecieron. Tu padre y tu hermano mayor, ¿verdad, Torm? Aunque, pensándolo bien, en su ausencia tú debías ser el heredero de los Pastos de los Kail, ¿no es así?

La cara del traidor estaba pálida como la cera.

—Sí, si seguía las instrucciones de la Autoridad.

—¡Solo, no te hagas el justiciero conmigo! Dijiste que eras un hombre de negocios, ¿no? ¡Puedo conseguirte todo el dinero que quieras! ¿Quieres recuperar a tu amigo? El wookiee ya debe de estar camino del Confín de las Estrellas; tu única oportunidad de volver a verle es negociar conmigo. La Autoridad no tiene nada contra ti; ¡pide el precio que quieras!

Torm había recuperado el control de sí mismo y siguió hablando más serenamente.

—Esa gente cumple su palabra, Solo. Ni siquiera saben vuestros nombres todavía, ningún nombre; mi misión era supersecreta y me reservé toda la información a fin de poder aumentar después el precio. Hagamos un trato. La Autoridad es simplemente un grupo de buenos negociantes, como tú y yo. Puedes recuperar al wookiee y quedar libre para marcharte con suficiente dinero en los bolsillos para comprarte una nave nueva.

Su oferta quedó sin respuesta. Han se había vuelto a contemplar su propio reflejo sobre la placa metálica del panel de mandos de la compuerta de emergencia. Torm aporreó con los puños la escotilla interior, en un sordo tamborileo.

—Solo, pide lo que quieras; yo te lo conseguiré, ¡te lo juro! Tú eres un tipo que sólo mira por sus propios intereses, ¿no es así? ¿No es eso lo que eres, Solo?

Han siguió mirando fijamente el enjuto reflejo de su cara. Si las facciones hubieran pertenecido a otro hombre, habría dicho que esos ojos estaban demasiado acostumbrados a ocultarlo todo excepto el cinismo Sus pensamientos eran como un eco de las palabras de Torm: ¿Es esto lo que soy? Volvió a contemplar la cara de Torm, aplastada contra el ojo de buey.

—Pregúntaselo a Rekkon —respondió Han y pulsó el botón que abría la compuerta.

La escotilla exterior se abrió de golpe. Se oyó una explosión del aire al expandirse en el vacío y Torm se perdió en la caótica seudorealidad del hiperespacio. Una vez fuera del manto de energía del
Halcón Milenario
, las unidades de materia y momentos de fuerza que constituían el ser Torm dejaron de tener ningún sentido coherente.

VIII

—Capitán Solo...

Atuarre se asomó a la carlinga, interrumpiendo sus pensamientos.

—...¿no va siendo hora de que hablemos? Llevamos casi diez unidades-patrón de tiempo aquí metidos y el curso de acción a seguir está tan poco claro como cuando llegamos. Tenemos que tomar alguna decisión, ¿no crees?

Han apartó la mirada de la distante manchita, apenas visible, de Mytus VII, que se vislumbraba al otro lado de la cubierta de la carlinga. En torno al
Halcón Milenario
se alzaban por todos lados los picos y colinas del minúsculo asteroide donde se habían ocultado.

—Atuarre, no sé cómo les sienta la espera a los trianii, pero por mi parte, es lo que más detesto. Sin embargo, no podemos hacer nada más; tenemos que ser pacientes y esperar una oportunidad.

Ella no estaba dispuesta a aceptar esa respuesta.

—Existen otros cursos de acción, capitán. Podríamos intentar comunicarnos con Jessa otra vez.

Sus ojos rasgados permanecieron clavados sobre él.

Han se volvió sobre el asiento del piloto para mirarla directamente a la cara y lo hizo con tanta rapidez que ella retrocedió en un gesto reflejo. Al ver su reacción, Han intentó controlar su malhumor.

—Podemos perder cualquier cantidad de tiempo buscando a Jessa. Lo más probable es que cuando su grupo salió huyendo, después de que nos atacaran los cazas de la Espo, Jessa seguramente cavó un hoyo para esconderse, y se metió dentro llevándose el hoyo con ella.

El
Halcón
puede superar la velocidad lumínica en un factor del orden 0.5, pero aun así podemos perder un mes buscando a los técnicos clandestinos sin conseguir encontrarlos.

Es posible que Jessa se entere de algún modo, o que sintonice una de las transmisiones de sondeo preestablecidas, pero no podemos contar con ella. La verdad es que yo no confío en nadie excepto en mí mismo; y si tengo que sacar a Chewie de allí yo solo, lo haré.

Atuarre parecía menos nerviosa.

—No estás solo, capitán Solo. Mi compañero también está en el Confín de las Estrellas. Tu lucha es la lucha de Atuarre.

Le alargó una fina mano terminada en afiladas garras.

—Pero ahora, come un poco. Mirando a Mytus VII no arreglarás nada y puede que entretanto se nos escape alguna posible solución.

Han se incorporó lentamente de su asiento, después de lanzar una última mirada hacia el distante planeta.

Mytus VII era un peñasco inútil, comparado con otros mundos, que giraba en torno a un pequeño sol sin nada de particular, en el último rincón del manojo de estrellas que constituía el Sector Corporativo. El Confín de las Estrellas, ciertamente. El riesgo de que alguien pudiera descubrir por casualidad el centro de detención de la Autoridad en ese lugar, a menos que lo estuvieran buscando específicamente, era muy remoto.

Puesto que Mytus VII estaba señalizado en los mapas como un planeta situado en el límite exterior mismo de su sistema solar, Han había entrado en el espacio normal unas diez unidades-patrón de tiempo antes de llegar, emergiendo en las profundidades del espacio interestelar, lejos del alcance de los sensores.

Había entrado por el extremo opuesto del sistema para adentrarse en un denso cinturón de asteroides situado a medio camino entre Mytus VII, su sol y una vez allí husmeó hasta encontrar lo que buscaba, ese escarpado peñasco.

Mediante la fuerza de los motores y rayos tractores de su nave espacial consiguió situar al asteroide en una nueva órbita, desde la cual podía observar a larga distancia el Confín de las Estrellas con la seguridad de que ninguno de sus habitantes advertiría el movimiento ligeramente desusado de una minúscula motita del cinturón de asteroides no cartografiado.

Luego había dedicado la mayor parte de su tiempo a escuchar las comunicaciones del planeta, a estudiarlo a través de los sensores y observar la llegada y salida de alguna que otra nave ocasional. El intercambio de comunicaciones que escuchó no le reveló nada de interés; la mayor parte del mismo se desarrollaba en códigos cifrados que los análisis de sus computadoras no consiguieron desentrañar. Los mensajes en lenguaje llano eran de carácter mundano o bien carecían de sentido y Han sospechaba que al menos algunos de ellos estaban destinados sólo a cubrir las apariencias, para hacer aparecer el Confín de las Estrellas como un centro corriente, aunque remoto, de la Autoridad.

Por fin, Han se decidió a seguir a Atuarre al compartimiento delantero. Bollux estaba sentado junto al tablero de juegos con las planchas de su tórax abiertas, mientras Pakka intentaba cazar un juguete de control remoto. El aparato, una pequeña esfera accionada por campos magnéticos y energía repulsora, giraba, bajaba en picado, volvía a ascender y zigzagueaba en imprevisibles cabriolas. El cachorro lo perseguía agitando alegremente la cola, disfrutando claramente con el juego. La pelota de control remoto se le escapaba una y otra vez, demostrando una versatilidad superior a la normal.

Mientras Han lo observaba, Pakka estuvo a punto de atrapar la esfera, pero ésta esquivó su zarpazo en el ultimo instante.

Han miró al droide.

—¿Eres tú quien maneja la pelota de control remoto, Bollux?

Los fotoreceptores rojos se posaron en su cara.

—No, capitán. Max le está transmitiendo pulsaciones informativas. Es mucho más experto que yo en la anticipación y determinación de factores de probabilidad, señor. Los factores de probabilidad son conceptos sumamente complejos.

Han contempló al cachorro que en un último y largo brinco por fin consiguió atrapar la pelota en el aire, derribándola sobre la cubierta donde se echó a rodar con ella absolutamente encantado. Después el piloto se sentó junto al tablero de juegos, que muchas veces les servía también de mesa, y aceptó el tazón de caldo concentrado que le ofrecía Atuarre. Los alimentos frescos se les habían agotado varias unidades de tiempo antes y tenían que sobrevivir a base de las abundantes, aunque poco apetitosas, raciones de emergencia del
Halcón
.

—¿Nada nuevo, capitán? —preguntó Bollux.

Han dio por sentado que el droide ya conocía la respuesta y sólo se lo había preguntado impulsado por una especie de cortesía coloquial programada. Bollux se había revelado como un agradable compañero de viaje, capaz de entretenerles durante horas con sus relatos y descripciones de sus largos años de trabajo y de los numerosos mundos que había conocido. Un antiguo propietario le había programado también todo un repertorio de chistes, que contaba con una seriedad inigualable.

—Cero, Bollux. Absolutamente nada.

—¿Puedo sugeriros que reunáis toda la información disponible y la condenséis para hacer una recapitulación, señor? Según he podido observar, los seres vivos pensantes a veces consiguen hacer nacer nuevas ideas de esta forma.

—Ya, ya. Según parece, casi todos los droides obreros decrépitos acaban convertidos en filósofos de sillón.

Han depositó el tazón sobre el tablero y se acarició pensativamente la barbilla.

—De todos modos, no hay demasiadas posibilidades a tener en cuenta. Estamos abandonados a nuestros solos recursos...

—¿Seguro que no existe otra salida? —pió Max.

—No empieces otra vez con tu cantinela, pequeñajo —le amonestó Han—. ¿Qué estaba diciendo? Sí, hemos encontrado el lugar que buscábamos, Mytus VII, y...

—¿De qué magnitud es el orden de probabilidad? quiso saber Max.

—Al cuerno el orden de probabilidad —masculló Han—. Si Rekkon dijo que es aquí, es aquí. El centro posee una planta de energía bastante grande, casi del tipo utilizado para las fortalezas. Y deja de interrumpirme o te daré unos toquecitos con el taladro.

—A ver, a ver. Bien, tampoco podemos quedarnos aquí eternamente; empezamos a andar escasos de alimentos. ¿Qué más?

Se rascó la frente en el punto donde el parche de piel sintética ya se había desprendido, dejando una nueva capa de piel intacta.

—Éste es un sistema solar de acceso rigurosamente prohibido —añadió Atuarre.

—Ah, sí, y si nos cogen aquí sin una coartada francamente buena, nosotros también iremos a parar a la cárcel, o a donde sea.

Miró a Bollux y Max Azul con una sonrisa.

—Excepto vosotros dos, muchachos. A vosotros seguramente os reciclarán y os transformarán en borra para filtros y escupideras.

Había empezado a arañar el suelo con la punta de la bota.

—Y no puedo añadir gran cosa más; aparte de que no pienso marcharme de esta zona del espacio sin llevarme a Chewie conmigo.

De todo lo que había dicho, eso era lo que creía más firmemente. Había pasado muchas largas jornadas de guardia en la carlinga del
Halcón
, atormentado por el pensamiento de lo que debía estar pasando su copiloto wookiee. Un centenar de veces desde que habían iniciado ese compás de espera, había estado a punto de poner en marcha los motores de la nave para lanzarse en picado hacia el Confín de las Estrellas y liberar a su amigo o dejarse achicharrar en el intento.

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