Más allá de las estrellas (16 page)

BOOK: Más allá de las estrellas
8.76Mb size Format: txt, pdf, ePub

Las alarmas de seguridad empezaron a tintinear y silbar en los pasillos. El equipo que llenaba la habitación se encendió con una sucesión de ráfagas de luz, a medida que los correspondientes circuitos iban respondiendo a las órdenes de Max. Luego, súbitamente, la habitación quedó a oscuras, a excepción de la luz que entraba por la ventana que cubría toda una pared.

Los controles automáticos del centro habían desconectado los principales centros de suministro de energía ante la supuesta situación de emergencia. Entre tanto, las alarmas seguían sonando, accionadas por fuentes de reserva.

—Los pasillos tendrán las luces muy bajas, funcionando con corriente de reserva —les explicó Rekkon a los demás, mientras todos se agrupaban junto a la puerta—. Tal vez consigamos deslizarnos fuera sin ser vistos.

Depositó cuidadosamente a Max Azul en su antiguo emplazamiento. Bollux cerró las placas de su tórax y se unió a los demás junto a la puerta, seguido por Rekkon.

Si me permiten una sugerencia —dijo el droide—, pienso que, posiblemente, yo resultaré menos sospechoso que cualquier otro de los aquí presentes.

Podría adelantarme bastante al grupo, por si hay algún policía de seguridad por los alrededores.

—Una buena sugerencia —dijo Atuarre—. Los espos no perderán tiempo y energías disparando contra un droide. Pero, no obstante, le detendrán y ello nos servirá de advertencia para evitar cualquier posible celada.

La puerta corredera se abrió y Bollux echó a andar por el pasillo, precedido por el ruido de su rígida suspensión. Los demás siguieron a continuación: Rekkon y Han en primera fila, con Torm a la zaga. Luego se guían Atuarre y Pakka, y Chewbacca cerraba la retaguardia, con la ballesta lista para disparar. El wookiee observaba a los conspiradores, además de vigilar la retaguardia. Dada la posibilidad de que hubiera un traidor en el grupo, él y Han no confiaban en nadie, ni siquiera en Rekkon. El primer movimiento en falso de cualquiera de ellos sería interpretado por el wookiee como una señal indicándole que debía abrir fuego.

Llegaron a una esquina. Bollux la dobló primero, pero cuando los demás ya estaban próximos, escucharon una orden:

—¡Alto! ¡Tú, droide, ven aquí!

Han se asomó cautelosamente y descubrió a un contingente de espos fuertemente armados agrupados en torno a Bollux. Alcanzó a captar fragmentos de conversación, casi todo preguntas tendentes a averiguar si el droide había visto a alguien más. Bollux adoptó una pose de supina ignorancia y circuitos letárgicos. Pasado el grupo de espos, el pasillo desembocaba en la galería de los pozos, pero dada la situación ésta podría haberse encontrado perfectamente en el extremo opuesto del Sector Corporativo.

—No podemos seguir por aquí —anunció Han.

—Entonces no nos queda más remedio que tomar la ruta más desesperada —replicó Rekkon—. Seguidme.

Deshicieron el camino andando a paso ligero. Cuando doblaban la esquina para adentrarse por el siguiente pasillo, llegó hasta ellos el rumor de las pisadas del destacamento de espos. No habían avanzado demasiado cuando oyeron aproximarse otra patrulla en sentido contrario.

—La escalera más próxima —le indicó Han a Rekkon, quien les hizo avanzar otro par de metros y luego se metió por una puerta.

—Procurad avanzar lo más calladamente posible —susurró Han en la semioscuridad de la escalera iluminada sólo por las luces de emergencia—. Subiremos un piso y desde ahí nos dirigiremos a la balaustrada que da sobre la entrada de los tubos de ascenso y descenso.

Como era de esperar, Chewbacca, pese a su mole, avanzaba silenciosamente, al igual que la sinuosa Atuarre y su cachorro. Rekkon también parecía habituado a correr con furtiva celeridad. De modo que sólo Han y Torm debían vigilar sus pasos, y ambos se esforzaban por reducir al mínimo el rumor de sus movimientos.

Cuando alcanzaron el segundo piso de su planta, lo encontraron vacío. La andanada de locas alarmas desencadenadas por Max Azul había alejado a las fuerzas de seguridad de sus posibles emplazamientos. Los fugitivos cruzaron presurosos los pasillos, manteniéndose pegados a las paredes, como si estuvieran atravesando una sala llena de espejos.

Llegaron a la balaustrada que daba sobre la galería. Muy agachados, se arrastraron hasta la barandilla. Han se aventuró brevemente sobre el reborde, luego volvió a esconder la cabeza.

—Están instalando un cañón de artillería junto a las entradas de los pozos —anunció—. Hay tres espos encargados de su manejo. Chewie y yo nos encargaremos de ellos; los demás preparaos para saltar.

—¿Chewie?

El wookiee gruñó quedamente, con el dedo sobre el gatillo de la ballesta. Luego empezó a alejarse a lo largo de la barandilla, siempre agachado. Han acercó la boca al oído de Rekkon y murmuró:

—Haznos el favor de vigilar la situación por este lado; no podemos tener los ojos en dos sitios a la vez.

Luego reptó en dirección contraria a su compañero. Con Rekkon armado de vigía, Han dudaba que ningún traidor se atreviera a mostrar sus cartas por el momento.

Avanzó pegado a la barandilla, doblando su ángulo hasta tocar la pared del fondo. Cuando se asomó sobre el borde, descubrió los grandes ojos azules del wookiee levantados sobre el extremo opuesto. A mitad del camino entre uno y otro y varios metros más abajo, los artilleros estaban dando los últimos toques al cañón y al trípode que lo sostenía. Dentro de un instante estarían preparados para activar el escudo desviador del arma; entonces seria prácticamente imposible lanzarse sobre ellos y el acceso a los tubos de descenso quedaría fuera de su alcance. Su captura sería entonces sólo una cuestión de tiempo. Uno de los espos ya empezaba a agacharse para conectar el escudo desviador.

Han se incorporó, apuntó y disparó. El hombre que se disponía a activar el escudo se tambaleó, agarrándose una pierna quemada con ambas manos. Sin embargo, uno de sus compañeros, sin pararse en detalles como la disciplina de fuego, se volvió velozmente y roció el lugar con una ráfaga ininterrumpida de energía destructiva que brotaba de la boca de un rifle corto antidisturbios. Los disparos del rifle antidisturbios levantaron cascajos de las paredes y la barandilla; el espo hizo girar despreocupadamente su arma, en busca de su blanco.

Han se vio obligado a agacharse otra vez para esquivar la lluvia de energía que cercenaba el aire, chocando contra las paredes, el techo y la mayoría de los objetos contenidos entre uno y otras. La posibilidad de que algún observador inocente resultara herido no parecía entrar dentro de las previsiones del espo.

Pero entonces el espo dio un grito y cayó, aflojando el dedo que apretaba el gatillo, al mismo tiempo que se escuchaba el tañido metálico de la ballesta de Chewbacca. Han volvió a asomarse sobre la barandilla y divisó al segundo hombre caído sobre el primero, derribado por una breve ráfaga del arma del wookiee. Luego Chewbacca se incorporó, preparando su ballesta para disparar una nueva ristra de municiones. El tercer artillero apartó de un puntapié los cuerpos de sus compañeros mientras disparaba frenéticamente su pistola dando voces de auxilio. Han lo derribó en el preciso instante en que sus manos se disponían a coger las empuñaduras del cañón. Chewbacca ya había saltado por encima de la barandilla. Han, montado en su extremo de la barandilla, gritó:

—¡Adelante, Rekkon, en marcha! —y saltó.

Perdió el equilibrio y cayó de cuatro patas, pero no tardó en incorporarse para correr en ayuda de su compañero que estaba muy ocupado desembarazando el cañón de los espos amontonados a su alrededor.

Torm se dejó caer y aterrizó con suavidad pese a su peso. Luego siguió Atuarre, llena de gracia y estilo. Su cachorro se descolgó de la barandilla, con las extremidades y la cola encogidas para dar una voltereta, y aterrizó junto a la madre. Atuarre le dio una palmada, como para indicarle que aquél no era un momento adecuado para hacer exhibiciones, aunque uno fuera un acrobático trianii.

El último en saltar fue Rekkon, quien lo hizo con gran agilidad, como si se tratara de un movimiento habitual para él. Han se preguntó fugazmente cuál debía ser el secreto de aquel versátil profesor universitario que jamás parecía perder el control de los problemas que tenía entre manos. Al hacer pasar delante a todos los demás, Rekkon se había asegurado de que ningún espía en potencia quedaba rezagado y abierto a la tentación de unas espaldas desprotegidas.

Torm se detuvo en seco junto a la entrada de los tubos de descenso, afortunadamente para él.

—¡Los campos gravitatorios están desconectados! —exclamó.

Rekkon y Atuarre acudieron en el acto a su lado y empezaron a manipular el panel de emergencia situado junto a la entrada de los pozos. Los fuertes dedos de Rekkon se cerraron sobre la rejilla del panel y la arrancó, aparentemente sin esfuerzo.

En los pasillos del piso superior se oían gritos y un alboroto general. Han se agazapó junto al cañón, apoyó los pies en las clavijas del trípode y activó el escudo desviador.

—¡Levantad la cabeza! —advirtió a sus compañeros—, Ahora empieza el baile!

Una patrulla de espos, con armadura de combate y empuñando rifles y fusiles antidisturbios, invadió la balaustrada superior, distribuyéndose a lo largo de la barandilla, desde donde empezaron a disparar. Sus descargas se estrellaban en oleadas multicolores sobre el escudo del cañón. Torm, Rekkon y los demás, situados directamente detrás de Han intentando manipular los mandos de los tubos de descenso, también estaban protegidos, por el momento. Chewbacca permanecía detrás de su compañero, disparando su ballesta siempre que se le presentaba una oportunidad. Pronto hubo vaciado el cargador de su arma y extrajo otra tira de munición de su bandolera. Cargó la ballesta con dardos explosivos y empezó a disparar otra vez. La galería se llenó de humo y estruendo de sus detonaciones.

Han, que había levantado la boca del cañón hasta el ángulo de máxima elevación, empezó a hacerlo girar siguiendo la barandilla. Una sucesión de descargas centelleó y crepitó velozmente; parte de la barandilla y del borde de la balaustrada explosionaron, se fundieron o ardieron en grandes llamaradas. Varios espos cayeron heridos, desplomándose sobre el piso inferior, y el resto retrocedió presurosamente alejándose de la línea de fuego, para asomarse de vez en cuando y disparar una ráfaga cuando se les presentaba la oportunidad, en un constante, inflexible intercambio de fuego. La batalla de detonaciones con sus ecos, calor y humo llenaba toda la galería.

Han obligaba a los espos a mantener la cabeza agachada descargando largas ráfagas del cañón sobre ellos, ametrallando el suelo de la balaustrada y perforando las paredes. La galería se calentó como un horno por efecto de las energías desencadenadas. Rojos rayos aniquiladores flameaban en todas direcciones y Han comprendió que el escudo desviador del cañón no resistiría eternamente bajo el fuego continuado de los rifles y fusiles anti disturbios.

Una patrulla de figuras cubiertas de armaduras apareció en el pasillo inferior, el que desembocaba directamente en la galería. Han bajó la boca del cañón e inundó el vestíbulo inferior de oleadas de furiosa destrucción. Ese grupo de espos también retrocedió, pero, al igual que los anteriores, se limitaron a permanecer fuera de su campo de tiro para aventurarse a disparar desde allí siempre que tenían una oportunidad. Atuarre, Pakka y Torm empuñaron sus pistolas y sus disparos se unieron a los de Han y Chewbacca mientras Rekkon seguía intentando hacer funcionar el tubo de descenso.

—Si no consigues hacer funcionar ese campo gravitatorio, Rekkon, estamos listos —bramó Han por encima del hombro.

Un hombre de las fuerzas de seguridad se asomó sobre la balaustrada superior y consiguió lanzar un disparo. La descarga rebotó contra el escudo desviador, pero el calor residual que consiguió filtrarse le indicó a Han que el desviador empezaba a fallar.

—Es imposible —decidió Rekkon mientras sus fuertes dedos sensibles seguían palpando los mecanismos—. Tendremos que buscar otra salida.

—Ésta es una calle de sentido único! —gritó Han sin volverse.

Los airados rugidos de frustración de Chewbacca resonaron por encima del estrépito general.

—¡Entonces salta tú primero, de cabeza! —respondió Torm también gritando.

La réplica de Han se perdió en medio de un zumbido electrónico que inundó los oídos de todos los presentes e hizo palpitar sus corazones. Era una señal de alarma de uso corriente en la mayor parte de la Galaxia.

—¡Importante escape de radiaciones! —exclamó Rekkon—. Ésta no es una de las falsas alarmas de Max.

Y no sólo eso, se dijo Han, sino que además acababa de empezar a sonar y estaba sonando justo en el pasillo que partía de la galería. Si se veían expuestos a una dosis de fuertes radiaciones, sus posibilidades de sobrevivir serían escasas, y ya estarían absorbiendo una dosis mortal mientras escuchaban la alarma. Han se maldijo por haber tenido la mala idea de abandonar una actividad tan agradable y segura como el contrabando de armas volando de costado por estrechos desfiladeros. Se incorporó de un salto.

—Todos preparados. Tendremos que abrirnos paso entre ellos a fuerza de disparos si no queremos quedar desahuciados.

Por encima del rugido de las sirenas, se escuchó chillar a Atuarre:

—¡Un momento... mirad!

Han volvió a empuñar su pistola, listo para hacer blanco sobre lo que suponía sería otro espo. Pero la figura que avanzaba por el pasillo inferior en dirección a ellos se movía con gestos rígidos y llevaba los brazos extendidos horizontalmente, sosteniendo algún bulto.

—¡Bollux! —exclamó Torm, y no se equivocó.

El droide emergió sobre sus rígidas piernas centrándose en el espacio mejor iluminado de la galería con un altavoz globular del sistema de altoparlantes en cada mano. Los cables de los altavoces desaparecían en su tórax abierto, junto al emplazamiento de Max Azul. La estrepitosa alarma de peligro de radiaciones atronaba por los altavoces.

Todos se agolparon en torno a Bollux, gritando en lengua estándar, wookiee, trianii y una o dos lenguas más, pero ninguno conseguía escuchar las palabras de los demás a causa del ruido de las alarmas. A Han empezaba a dolerle la cabeza, aunque decidió olvidarlo en vistas del enorme regocijo que le causaba pensar que todavía seguía con vida.

Después las alarmas callaron. Bollux depositó cuidadosamente los altavoces en el suelo y desconectó pacientemente los cables de su cuerpo mientras los demás clamaban pidiendo una explicación.

Other books

Scorched by Mari Mancusi
Spellbreakers by Katherine Wyvern
One Knight's Bargain by O'Hurley, Alexandra
The Guinea Pig Diaries by A. J. Jacobs
Across the Endless River by Thad Carhart
Temptation Town by Mike Dennis