Más allá de las estrellas (12 page)

BOOK: Más allá de las estrellas
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—Debería haber usado la segunda defensa de Ilthmar —sugirió alegremente Max Azul.

Han se volvió bruscamente con una mirada asesina, suyo significado quedó claro incluso para el precoz Max, el cual se apresuró a añadir: Sólo intentaba ayudarle, señor.

—Max Azul es muy nuevo y muy joven, capitán —suplicó Bollux, intentando aplacar a Han—. Le he enseñado algunas cosas sobre el juego del tablero, pero todavía no conoce demasiado bien la susceptibilidad humana.

—¿En serio? —preguntó Han, fingiendo estar fascinado—. ¿Conque tú le has estado enseñando, señor Pico y Pala?

—Así es —balbuceó Max—. Bollux ha estado en todas partes. Nos pasamos las horas sentados charlando y él me habla de los lugares que ha conocido.

Han apretó con un manotazo la tecla maestra del tablero de juego, eliminando de un plumazo todos sus holobestias derrotadas y también las piezas victoriosas de Chewbacca.

—¿En serio? Vaya, vaya, debe de ser toda una educación: Profundas zanjas he cavado - Diario de un viajero transgaláctico.

—Me activaron en los grandes astilleros espaciales de Fondor —respondió Bollux, arrastrando las palabras como era habitual en él—. Luego estuve trabajando una temporada con un equipo Alfa de prospecciones planetarias, y después con un equipo de construcción especializado en sistemas de control climatológico. Estuve empleado como peón para todo en el Zoológico ambulante de Gan Jan Rue y después fui auxiliar de mantenimiento en las Fundiciones de Trigdale. Y todavía he hecho muchas otras cosas. Pero paulatinamente, uno tras otro, todos los empleos han sido ocupados por modelos más modernos. Me sometí voluntariamente a todas las modificaciones y reprogramaciones a mi alcance, pero al fin llegó un momento en que simplemente me fue imposible competir con los nuevos droides más capacitados.

Han, que empezaba a interesarse a pesar suyo, preguntó:

—¿Cómo llegó a seleccionarte Jessa para este viaje?

—No fue ella quien me escogió, señor; yo solicité el puesto. Oí decir que pensaban seleccionar a un droide del fondo general de obreros para efectuarle una modificación no especificada. Yo me encontraba allí, después de ser adquirido en una subasta libre. Conque me presenté ante ella y le ofrecí mis servicios.

Han ahogó una risa.

—Y te extirparon parte de tus entrañas, redistribuyeron el resto y te metieron esa alcancía dentro.

—¡Vaya negocio!

—La situación tiene sus desventajas, señor. Pero me ha permitido continuar funcionando a un nivel relativamente elevado de actividad. Posiblemente habrían podido encontrar alguna ocupación secundaria para ml en otro sitio, capitán, aunque sólo fuera apaleando subproductos biológicos en un mundo no tecnificado, pero al menos he conseguido evitar la obsolescencia durante una temporada.

Han se quedó mirando al droide con los ojos muy abiertos, preguntándose si sus circuitos habrían enloquecido.

—¿Y qué, Bollux? ¿Acaso has ganado algo con eso? No eres dueño de tus propios actos. Ni siquiera puedes escoger tu nombre; tienes que reprogramarte para responder al nombre que quiera darte tu nuevo propietario, y «Bollux» es una broma. Al fin, acabará llegando un momento en que ya no servirás para nada y entonces irás a parar a la Ciudad de la Chatarra.

Chewbacca estaba escuchando muy interesado la conversación. Era mucho más viejo que cualquier humano y vela las cosas bajo un prisma distinto que un hombre... o un droide. El hablar pausado de Bollux, dio una apariencia de serenidad a su respuesta.

—Para un droide, señores —declaró—, la obsolescencia viene a representar aproximadamente lo mismo que la muerte para un humano, o un wookiee. Es el fin de todo funcionamiento, lo cual equivale a la pérdida de toda significación. En consecuencia, es algo que se debe intentar evitar a toda costa; eso opino yo por lo menos, capitán. A fin de cuentas, ¿qué valor tiene la existencia sin una finalidad?

Han se levantó bruscamente, furioso sin saber exactamente por qué, excepto que se sentía como un imbécil por mantener esa discusión con un droide destinado al montón de chatarra. Decidió decirle claramente a Bollux que tenía esa cabezota de viejo droide obrero llena de extravagantes fantasías.

—Bollux, ¿sabes lo que eres?

—Si, señor, soy un contrabandista, señor —respondió prontamente Bollux.

Han, confundido, se quedó mirando un instante al droide con la boca muy abierta, desconcertado por la respuesta. Incluso un droide obrero debería ser capaz de reconocer una pregunta retórica, se dijo.

—¿Cómo has dicho?

—He dicho «Sí, señor, soy un contrabandista, señor» —repitió Bollux—, igual como usted. Alguien que se dedica a la importación o exportación ilegal de... —su índice de metal señaló a Max Azul, cómodamente instalado en su tórax—... bienes ocultos.

Chewbacca se agarró el estómago con ambas garras y rodó sobre el diván de aceleración riendo con histéricos gruñidos mientras agitaba las piernas en el aire. Han perdió los estribos.

—¡Cierra...! —le gritó al droide.

Sin dejarle terminar la frase, el droide, con la curiosa literalidad que lo caracterizaba, cerró obedientemente las planchas de su tórax. Chewbacca estaba a punto de ahogarse de risa; sus ojos, fuertemente cerrados, empezaron a llenarse de lágrimas. Han miró a su alrededor buscando una llave inglesa o un martillo, o algún otro instrumento tecnológico de destrucción, decidido a no permitir que ningún droide se burlara de él y sobreviviera para contarlo. Pero justo en aquel momento, el navicomputador inició un bip-bip de alerta. Han y Chewbacca corrieron en el acto hacia la carlinga, el wookiee sujetándose todavía la cintura con ambas manos, y se dispusieron a entrar otra vez en el espacio normal.

El tedioso viaje hasta Orron III había alterado sus nervios; tanto el piloto como el copiloto vieron reaparecer con agradecimiento las estrellas que indicaban que habían salido del hiperespacio, aunque en el acto se inició un fuerte balanceo del gigantesco casco de la barcaza. El casco ovoide formaba una gran protuberancia bajo sus pies, una vieja lata flotante con la fuerza motriz mínima. Los técnicos de Jessa habían efectuado su camuflaje de manera que la carlinga del
Halcón
conservara la mayor parte de su campo visual.

Han y Chewbacca se abstuvieron de tocar los controles de la nave, dejando la tarea de pilotaría en manos de la computadora, fieles a su apariencia de barcaza automatizada. Los mecanismos automáticos aceptaron sus instrucciones de aterrizaje y la nave compuesta inició su poco airoso descenso a través de la atmósfera.

Orron III era un planeta generoso para el hombre, la inclinación de su eje era despreciable; sus estaciones eran estables y permitían obtener abundantes cosechas en casi todas sus latitudes y, por añadidura, su suelo era rico y fértil. La Autoridad había reconocido las potencialidades del planeta como productor de alimentos y sin pérdida de tiempo hablan empezado a aprovechar su perpetua estación de cosecha.

Y toda vez que en el planeta había recursos más que adecuados y espacio suficiente, y que poseía una buena localización estratégica, optaron por construir también un Centro de almacenamiento de datos, lo cual les permitía simplificar las operaciones de mantenimiento y defensa de ambas actividades.

Orron III era un lugar de indiscutible belleza, surcado por franjas y collares de blancos sistemas nubosos, que resaltaban los suaves verdes y azules de una abundante vida vegetal y de los amplios océanos. Durante el descenso, Han y Chewbacca tomaron varias lecturas con los sensores, en busca de las coordenadas de las distintas instalaciones de la Autoridad.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Han, inclinándose hacia delante para examinar más detenidamente sus instrumentos.

El wookiee gruñó dubitativo.

—Por un instante me ha parecido percibir algo, un destello en una lenta órbita transpolar, pero, o bien ha desaparecido tras el horizonte del planeta, o ya estamos demasiados bajos para poder captarlo. O ambas cosas.

Le estuvo dando vueltas unos instantes, luego se obligó firmemente a no adelantarse a las dificultades; que hubiera o no una nave de vigilancia no variaría para nada la situación. El relieve del terreno empezó a concretarse en un paisaje de suaves colinas, rigurosamente dividido en las enormes parcelas de los distintos campos de cultivo. Las diversas tonalidades de estos campos reflejaban una amplia gama de cosechas en diversos estados de maduración. En un gran mundo agrícola, la siembra, el crecimiento y la cosecha debían realizarse siguiendo un sistema rotatorio, a fin de lograr una utilización óptima del material de equipo y la fuerza de trabajo.

Finalmente consiguieron vislumbrar el espaciopuerto, una amplia franja de aterrizaje de varios kilómetros de ancho adaptada a las inmensas proporciones de las grandes barcazas-robot. La zona principal del puerto, donde se hallaban las naves de la flota de la Autoridad, ocupaba sólo un pequeño rincón de las instalaciones, aun incluyendo sus edificios de comunicaciones y las unidades de vivienda. La mayor parte del terreno era un simple fondeadero para las barcazas, muelles de proporciones abismáticas donde las grúas de mantenimiento podían llegar fácilmente hasta ellas para efectuar las tareas de reparación y los pesados silos móviles podían efectuar las operaciones de carga, ayudados por la acción de la gravedad. Un constante flujo de transportadores de mercancías, cargueros de superficie adaptados a los desplazamientos sobre tierra, llegaban hasta el puerto a través de rutas de acceso especialmente diseñadas, descargaban los productos alimentarios que transportaban en los silos y se marchaban por donde habían venido, en busca de la cosecha que estuviera recogiéndose en aquel momento.

La falsa barcaza con el
Halcón
en sus entrañas se situó sobre el muelle que le habían asignado, entre centenares de otras barcazas iguales que ocupaban el campo de aterrizaje. No tardaron en tocar tierra y las computadoras interrumpieron su cháchara. Han Solo y Chewbacca dieron una última mirada al pupitre de mandos y salieron de la carlinga. Cuando entraron en el salón de proa, Bollux levantó los ojos hacia ellos.

—¿Desembarcamos ya, señores?

—No —respondió Han—. Jessa dijo que las gentes que debemos recoger ya se encargarían de localizarnos.

El wookiee se dirigió a la compuerta principal y la activó. La escotilla se levantó enrollándose y la rampa empezó a descender, pero no dejó entrar la luz ni el aire de la atmósfera de Orron III; el casco de la barcaza que les servía de camuflaje estaba diseñado de manera que la mayor parte de la superestructura del
Halcón
quedaba cubierta y habían instalado una segunda escotilla provisional exterior justo al final de la rampa.

Acababan de bajar la rampa cuando se escuchó un golpe metálico sobre el casco exterior. El wookiee gruñó preocupado y la mano de Han se hundió en su cinto para reaparecer empuñando su revólver. Cuando comprobó que su compañero estaba preparado, Chewbacca apretó el botón que abrirla la compuerta exterior.

De pie al otro lado apareció un hombre de incongruente apariencia. Vestía el vulgar mono verde de los trabajadores portuarios y llevaba un cinturón de herramientas en torno a las caderas. Sin embargo, toda su persona irradiaba un aura distinta, sin ninguna relación con la apariencia de un técnico contratado. Era evidente que era oriundo de un mundo donde el sol brillaba abundantemente, pues tenía la piel tan oscura que su color negro resultaba casi azulado.

Era media cabeza más alto que Han, sus anchas espaldas amenazaban con reventar las costuras de su mono de serie y su cuerpo traslucía una abundante energía que sólo aguardaba el momento propicio. Sin embargo, pese a la enorme y abrumadora dignidad que se desprendía de él, sus ojos negros centelleaban con una viva chispa de humor.

—Me llamo Rekkon —anunció de inmediato.

Sus ojos miraban con franqueza y, aunque habló en tono moderado, su voz resonó en el aire, densa y bien modulada. Se enfundó otra vez en el cinto la pesada llave inglesa con que había golpeado la escotilla.

—¿Alguno de ustedes es el capitán Solo?

Chewbacca señaló a su compañero, que acababa de descender un par de pasos por la rampa. El wookiee ululó algo en su propia lengua. Rekkon rió y —con gran sorpresa de todos— rugió una amable respuesta en wookiee. Poquísimos humanos eran ni siquiera capaces de comprender la lengua de los gigantes humanoides; menos aún poseían el timbre y la potencia de voz necesarios para hablarla. Chewbacca dio rienda suelta a su satisfacción con un ensordecedor aullido y palmeó el hombro de Rekkon, ofreciéndole una gran sonrisa.

—Bien, si habéis concluido el canto comunitario —les interrumpió Han, quitándose los guantes—, voy a presentarme. Soy Han Solo. ¿Cuándo partimos?

Rekkon le observó abiertamente, sin abandonar el aura de jovialidad que rodeaba su cara.

—Yo también quisiera zarpar lo más pronto posible, capitán Solo. Pero antes debemos efectuar una breve visita al Centro, para seleccionar los datos que necesito y recoger a los restantes miembros de mi grupo.

Han se volvió hacia el extremo superior de la rampa, donde BolIux había permanecido a la espera y le indicó que se acercara.

—En marcha, viejo. Ahora empieza tu trabajo.

Bollux, con las planchas del tórax nuevamente cerradas, descendió por la rampa con un claqueteo metálico, tan rígido como de costumbre. Durante el viaje, les había explicado que su extraño modo de andar se debía a un sistema de suspensión ultrarresistente que le habían incorporado en algún momento de su larga carrera.

Rekkon les alargó dos tarjetas de identidad, una para Han y otra para Chewbacca, unos brillantes rectángulos rojos con los códigos de identificación estampados en blanco sobre ellos.

—Tarjetas de identidad temporales —les explicó—. Si alguien os hace preguntas, responded que tenéis un contrato de corta duración como ayudantes técnicos de quinta clase.

—¿Nosotros? —farfulló Han—. Nosotros no iremos a ninguna parte, amigo. Llévate al droide, reúne a tu grupo y lo que sea que quieras llevarte y vuelve aquí. Nosotros mantendremos calientes los motores.

La sonrisa de Rekkon seguía siendo deslumbrante.

—¿Y qué haréis cuando se presente el equipo de descontaminación? Irradiarán toda la barcaza, incluida vuestra nave, para asegurarse de que ningún parásito pueda alimentarse a costa del cargamento. Evidentemente, podríais conectar los escudos desviadores, pero sin duda los sensores del puerto no dejarían de notarlo.

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