Read Más allá de las estrellas Online
Authors: Brian Daley
—¿Un centro de procesamiento de datos de la Autoridad? —explotó Han—. ¿Y cómo me meto yo en un lugar como ése? Será como un Picnic Anual y Gran Convención de los Espos. Escúchame bien, pequeña, quiero que me proporciones ese material, pero también quiero vivir hasta una avanzada edad; tengo intención de pasar mis últimos días en una mecedora en el Hogar para Espacionautas Retirados y lo que me estás proponiendo excluye de manera definitiva esta posibilidad.
—No es tan terrible como crees —replicó ella sin inmutarse—. La seguridad interna no es particularmente rígida, pues sólo está autorizado el aterrizaje de dos tipos de naves en Orron III: barcazas teledirigidas para transportar las cosechas y naves de la flota de la Autoridad.
—Ya veo; pero, por si no lo habías notado, el
Halcón
no es ni lo uno ni lo otro.
—De momento no, Solo, pero ya nos encargaremos de solucionar este detalle. Tenemos el casco de una barcaza secuestrada en trayecto. No fue un trabajo difícil; son cascos robotizados y son bastante estúpidos.
Le incorporaremos al
Halcón Milenario
unos acoplamientos de control externo y lo pondremos donde suele estar situado el módulo de control y mando, y luego os enviaremos al amplio espacio. Mis gentes pueden camuflar la estructura del casco de manera capaz de despistar a los espos, los funcionarios del puerto y cualquier otra persona. Aterrizarás, te pondrás en contacto con los pasajeros en cuestión y otra vez rumbo al espacio. El tiempo medio de permanencia de una barcaza en tierra es de unas treinta horas, de modo que dispondrás de margen suficiente para cumplir tu cometido. Una vez te hayas puesto en camino, te deshaces de la envoltura de la barcaza y serás libre de viajar a tu aire otra vez.
Han meditó detenidamente esa propuesta. No le gustaba que nadie manoseara su nave.
—¿Y a qué se debe que me hayas escogido a mí para tan seductor honor? ¿Y por qué has pensado en el
Halcón
para el viaje?
—Ante todo. porque tú necesitas algo de mí y por tanto lo harás. Y en segundo lugar, porque a pesar de ser un mercenario amoral, eres el mejor piloto que conozco; has conducido cualquier cosa desde una nave compacta con un solo propulsor hasta un navío de gran eslora. En cuanto al
Halcón
, tiene exactamente las dimensiones adecuadas y sus computadoras poseen capacidad de sobras para manejar la barcaza. Es un trato justo.
Una cosa preocupaba todavía a Han.
—¿Quiénes serán mis pasajeros? Pareces estarte tomando muchísimas molestias por ellos.
—Nadie que tú conozcas. Son estrictamente aficionados y pagarán bien. Lo que se traen entre manos no es asunto de tu incumbencia, pero sólo ellos pueden decidir en última instancia si quieren revelártelo o no.
Han fijó la mirada en el techo, decorado con un dibujo de perlas refulgentes. Jessa le ofrecía todo lo que necesitaba para empezar a saquear a la Autoridad. Podría abandonar el tráfico de armas, los viajes a apartados mundos a cambio de mezquinas recompensas, toda aquella actividad de poca monta.
—Bien —insistió Jessa—, ¿les digo a mis técnicos que empiecen a trabajar? ¿O tú y el wookiee preferís demostrar ante la galaxia la locura de entregarse al crimen para terminar reventando en la miseria?
Han incorporó el respaldo de su asiento.
—Será mejor que se lo comunique personalmente a Chewie primero, o tus mecánicos arréglalo todo acabarán convertidos en un montón de piezas sueltas, buenas sólo para abastecer los bancos de órganos.
La organización de Doc —ahora de Jessa— era cuando menos meticulosa en su trabajo. Ya tenían todos los planos de fabricación del
Halcón Milenario
, además de holografías con el diseño completo de todas las piezas de material adicional acoplado a la nave.
Con la ayuda de Chewbacca y una pequeña hueste de técnicos clandestinos, Han consiguió retirar las planchas protectoras del motor del
Halcón
y dejar al descubierto sus sistemas de control en cuestión de horas.
Droides auxiliares iban y venían afanosamente mientras los cortadores de energía refulgían y técnicos de varias razas se arrastraban por encima, por debajo y por el interior del carguero. Han se ponía nervioso al ver tantas herramientas, manos, tentáculos, servoagarraderas y pinzas elevadoras en torno a su amada nave, pero apretó los dientes y se limitó a hacer lo posible por estar en todas partes al mismo tiempo... y casi lo consiguió. Chewbacca controlaba los detalles que escapaban a los ojos de su capitán, sobresaltando a cualquier técnico o droide que hubiera cometido un error con un rugido de alto nivel de decibelios.
Ninguno se permitía dudar, ni por un instante, que el wookiee actuaría sin contemplaciones con el ser viviente o mecánico que causara cualquier daño a la nave espacial.
La aparición de Jessa, que había acudido a inspeccionar el progreso del trabajo, obligó a Han a interrumpir su tarea. La muchacha venía acompañada de un droide de extraña apariencia, construido a semejanza de los humanos. El artefacto era bastante grueso, más bajo que la mujer y estaba cubierto de indentaciones, rayaduras, manchas y puntos de soldadura.
La región torácica era desusadamente ancha y los brazos, que colgaban casi hasta sus rodillas, le conferían un aspecto algo simiesco. Estaba recubierto de una lisa capa de esmalte marrón, que empezaba a descascararse en algunos puntos, y se movía con gestos rígidos y espasmódicos. Los imperturbables fotorreceptores rojos del droide escudriñaron la figura de Han.
—Te presento a tu pasajero —anunció Jessa.
La cara de Han se ensombreció.
—No me habías dicho que tendría que transportar a un droide —protestó. Examinó el estado del ser mecánico.
—¿Con qué funciona, con carbón?
—No. Y va te advertí que habría algunos detalles. Bollux es uno de ellos.
Jessa se volvió hacia el droide.
—Muy bien, Bollux, abre tu tenderete.
—Si, señora —respondió Bollux arrastrando lánguidamente las palabras.
Se escuchó el zumbido de un servomotor y la coraza que recubría el tórax del droide se abrió por el centro. Las dos mitades pivotaron sobre sí mismas, separándose.
Entre los mecanismos que constituían las entrañas del droide habla un emplazamiento especial y dentro del emplazamiento habían instalado otro ser mecánico autónomo de extraño diseño, aproximadamente cúbico y con varias protuberancias y apéndices plegables. Encima llevaba montado un fotorreceptor, provisto de una lente monocular. La unidad mecánica estaba pintada con varias capas protectoras de color azul oscuro. La lente monocular se encendió con una luz roja.
—Saluda al capitán Solo, Max —le ordenó Jessa.
La máquina-dentro-de-la-máquina examinó a Han de arriba abajo, haciendo girar su fotorreceptor para enfocarlo desde todos los ángulos.
—¿Por qué? —preguntó.
Su mecanismo vocal tenía un agudo timbre infantil.
—Porque si no lo haces, Max —le respondió Jessa con sinceridad—, este simpático caballero podría azotar tu precioso trasero metálico cuando estéis volando por el espacio... ésta es la razón.
—¡Hola! —dijo Max, con un entusiasmo que Han sospechó debía de ser forzado—. ¡Encantado de conocerle, capitán!
—Los pasajeros que debes recoger tienen que reunir unos datos del sistema de computadoras de Orron III para llevárselos consigo —explicó Jessa. Y, naturalmente, no pueden solicitar a la delegación de la Autoridad en el planeta el equipo necesario, sin levantar inmediatamente sus sospechas. Y tampoco sería demasiado seguro que tú te presentaras allí con Max bajo el brazo. En cambio, nadie prestará mayor atención a un viejo droide obrero. Le pusimos Bollux por los muchos quebraderos de cabeza que tuvimos para reestructurar su vientre. Nos fue imposible restituirle la velocidad normal de vocalización. En fin —prosiguió Jessa—, este simpático tripulante que Bollux lleva escondido en el pecho es Max Azul. Max porque lo atiborramos con la máxima capacidad computadora que nos fue posible acoplarle y azul por razones que incluso tú, Solo, deberías ser capaz de adivinar. El montaje de Max Azul fue toda una tarea, incluso para nosotros. Es pequeño, pero ha costado lo suyo, a pesar de ser inmóvil y de carecer de muchos accesorios habituales, de los que nos vimos obligados a prescindir. Pero posee todo lo necesario para extraer la información que ellos buscan.
Han se había quedado examinando las dos máquinas, con la esperanza de que Jessa acabaría reconociendo que se trataba de una broma.
Había visto artefactos más raros en su tiempo, pero nunca formando parte de una lista de pasajeros. No le gustaban demasiado los droides, sin embargo decidió que podría tolerar la compañía de aquellos dos.
Se agachó para observar más detenidamente a Max Azul.
—¿Permaneces ahí dentro todo el rato?
—Puedo funcionar autónomamente o acoplado —pió Max.
—Fabuloso —dijo secamente Han.
Luego golpeó suavemente la cabeza de Bollux.
—Abróchate la camisa —le ordenó.
Mientras los segmentos castaños de la coraza giraban sobre sus goznes dejando encerrado a Max, Han se volvió a llamar a Chewbacca:
—¡Eh, amigo, busca un rincón para almacenar a este molusco, por favor. Vendrá con nosotros.
Luego añadió, dirigiéndose a Jessa:
—¿Algún detalle más? ¿Una banda de música, por ejemplo?
Ella ya no pudo responderle. En ese preciso instante se inició un concierto de bocinas, las sirenas se pusieron a trinar a un nivel ensordecedor y los altavoces empezaron a solicitar la presencia de Jessa en el puesto de mando de la base. En todos los rincones del hangar, los técnicos clandestinos arrojaron sus herramientas en tintineante avalancha y emprendieron una frenética retirada hacia los centro de reunión de emergencia. Jessa salió corriendo al instante. Han echó a correr tras a ella, gritándole a Chewbacca por encima del hombro que permaneciera junto a la nave.
La pareja atravesó las instalaciones. Humanos, no-humanos y máquinas huían en todas direcciones, obligando a todo el mundo a una zigzagueante carrera de obstáculos. El puesto de mando era un sencillo bunker, pero cuando llegaron al pie de la escalera de acceso, Jessa y Han entraron en una sala de operaciones bien equipada y con un contingente completo de técnicos a su servicio. Una gigantesca holoesfera dominaba la habitación con su luz fantasmagórica, una réplica del sistema solar que les rodeaba. El sol, los planetas y demás cuerpos astronómicos de importancia estaban representados en colores codificados.
—Los sensores han señalado una nave no identificada, Jessa —explicó uno de los oficiales de guardia, señalando una manchita amarilla en el borde exterior del sistema—. Estamos esperando que se compruebe su identificación.
Jessa se mordió los labios mientras permanecía con los ojos fijos en la esfera, como todos los presentes en el búnker. Han se acercó y se situó a su lado.
La manchita iba avanzando hacia el centro de la holoesfera, donde estaba situado, como bien sabía Han, el planeta en el cual se hallaban en aquel momento, representado por un abalorio de luz blanca. El objeto desconocido disminuyó su velocidad y los sensores marcaron con sus destellos otros objetos, más pequeños, que se desprendieron del primero. Luego el primer objeto aceleró más y más, y segundos más tarde desaparecía de la esfera.
—Era una nave de la flota de la Autoridad, una corbeta —anunció el oficial—. Ha descargado una flotilla de naves de combate, cuatro en total, y luego ha vuelto a zambullirse en el hiperespacio. Debe de haber detectado nuestra presencia y habrá ido a buscar ayuda, dejando que sus pilotos de combate nos hostiguen y nos mantengan ocupados hasta que los otros puedan regresar con refuerzos. No comprendo cómo puede habérseles ocurrido registrar este sistema.
Han advirtió que el oficial le estaba mirando directamente. De hecho, todos los presentes en el puesto de mando habían hecho otro tanto y todas las manos se habían posado sobre las armas que llevaban colgadas al cinto.
—Vamos, Jessa —protestó Han clavando la mirada en los ojos de la muchacha—, ¿me has visto darle alguna vez el soplo a la Espo?
Una expresión de duda cruzó brevemente el rostro de Jessa, pero sólo duró un instante.
—Supongo que si les hubieras pasado la información, no habrías esperado hasta que aparecieran —reconoció—. Además, si hubieran sabido con seguridad que estábamos aquí se habrían presentado en masa, listos para un ataque en regla. Sin embargo, debes reconocer, Solo, que es mucha coincidencia.
Han cambió de tema.
—No comprendo por qué la corbeta no se ha limitado a mandar un mensaje por transmisión hiperespacial. Seguro que tienen una base lo suficientemente próxima a la cual podrían pedir refuerzos.
—Esta zona está plagada de anomalías estelares —respondió ella en tono ausente, concentrándose otra vez en los amenazadores destellos—. Distorsionan las comunicaciones hiperespaciales; por eso escogimos este lugar, entre otras razones.
—¿Cuál es la hora estimada de llegada de las naves de combate? —preguntó luego al oficial.
—Hora estimada de llegada en menos de veinte minutos —fue la respuesta. Jessa exhaló profundamente el aliento.
—Y no disponemos de ninguna nave de combate excepto unos cuantos cazas. No tenemos escapatoria; debemos prepararnos para hacerles frente. Dé orden de que se inicien las operaciones de evacuación entretanto.
Se volvió a mirar a Han.
—Probablemente deben ser destructores de alcance intermedio IRD; acabarán con todas las naves que podría mandar a su encuentro en estos momentos. exceptuando un par de viejos bombarderos que debo tener por ahí. Tenemos que ganar tiempo y casi no dispongo de ningún piloto con experiencia de combate. ¿Querrás ayudarnos?
Han observó todas las graves miradas enfocadas sobre él. Se llevó a Jessa hacia un rincón y le acarició la mejilla, hablándole en voz baja.
—Mi preciosa Jess, esto ciertamente no formaba parte de nuestro trato. Pretendo acabar mis días en el Hogar para Espacionautas Retirados, ¿recuerdas? Y no tengo la más mínima intención de volver a apoyar jamás las posaderas en uno de esos trineos suicidas.
Ella le respondió en tono elocuente:
—Están en juego muchas vidas! No podremos evacuar a tiempo, aunque lo abandonemos todo. Mandaré pilotos inexpertos al encuentro de esos cazas, si no me queda más remedio, pero los pilotos de la Espo se los merendarán en un instante. ¡Tú posees más experiencia que todos los otros juntos!