Más allá de las estrellas (7 page)

BOOK: Más allá de las estrellas
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—Vamos, Chewie —le imploró Han, golpeando un manómetro con los nudillos—, vas a hacer saltar todos los instrumentos.

El wookiee terminó su canto con un cavernícola tarareo.

—Además —siguió diciendo Han—, todavía no hemos terminado de capear la tormenta.

Chewbacca perdió su expresión plácida y mugió algo en tono interrogante. Han movió negativamente la cabeza.

—No, Ploovo ya ha cobrado su dinero; por mosqueado que esté, sus avaladores ya no desembolsarán ni un centavo para perseguirnos. No, me refería al platillo de sensores de larga distancia; la reparación de emergencia que le hicimos no resistirá eternamente. Tendremos que cambiarlo, por un modelo de último diseño. Además, los Espos, y supongo que también la mayoría de los personajes aficionados a perseguir a la gente, disponen de un nuevo tipo de sensor que resulta imposible detectar con un equipo antiguo. Tendremos que agenciarnos también uno de ésos, si queremos regresar sanos y salvos con nuestra recompensa. Y un último detalle: necesitaremos uno de esos Pases si querernos operar en esta zona; tendremos que arreglárnoslas para entrar a formar parte de esa lista de algún modo. Maldita sea, la Autoridad del Sector Corporativo ha expoliado millares de sistemas solares; casi puedo oler todo ese dinero. Y no vamos a renunciar a la posibilidad de conseguir buenos botines simplemente porque a alguien no le ha caído en gracia nuestra relación masa/tracción.

Han concluyó los cálculos para el salto al hiperespacio y luego se volvió hacia su copiloto con una astuta sonrisa.

—Y, teniendo en cuenta que la Autoridad no nos debe ningún favor personal ni a ti ni a mí, ¿cuál es la única solución?

El peludo segundo oficial emitió un gruñido aislado. Han se llevó una mano al pecho y fingió escandalizarse.

—¿Fuera de la ley, dices? ¿Nosotros? —soltó una risita—. Has dado en el clavo, amigo. Le robaremos tanto dinero a la Autoridad que necesitaremos una grúa para llevárnoslo todo.

El hipermotor entró en funcionamiento.

—Pero primero tendremos que ir a saludar a unos viejos amigos. Después... ¡ya pueden agarrarse todos a su dinero con ambas manos! —concluyó Han.

Pero, naturalmente, tendrían que proceder por etapas. El salto a través del hiperespacio les trasladó a un mundo minero prácticamente desierto y ya agotado, en el que la Autoridad ni siquiera se molestaba en mantener una delegación. Allí, gracias a la información de un viejo que había conocido mejores tiempos, se pusieron en contacto con el capitán de una barcaza de minerales de larga órbita. Tras algunos regateos, en el curso de los cuales fueron comprobados sus antecedentes, con peligro de sus vidas si el resultado de la comprobación no hubiera sido el deseado, por fin quedó concertada una entrevista.

Una pequeña nave, un esquife, salió a su encuentro en las profundidades del espacio. Un grupo de hombres armados y recelosos registraron el interior del
Halcón
y, tras comprobar que no llevaba otros pasajeros aparte del piloto y el copiloto, los dos fueron conducidos hasta el segundo planeta de un sistema estelar cercano. El esquife los dejó y el
Halcón
realizó el aterrizaje seguido de cerca por las bocas levantadas de varios cañones de turbo-láser. El campo de aterrizaje era un amasijo de cúpulas-hangar montadas apresuradamente y burbujas-habitáculo. Una amplia variedad de naves y demás maquinaria aparecían aparcadas sobre el terreno, muchas de ellas desventradas y saqueadas en busca de piezas de recambio.

Mientras bajaba por la rampa de aterrizaje de su nave espacial, Han iluminó su rostro con aquella intensa sonrisa, famosa por su capacidad para inducir a los hombres a marcharse a dar una vuelta y comprobar qué habían estado haciendo sus esposas.

—Hola, Jessa. Ha sido terrible estar tanto tiempo sin verte, muñeca.

La mujer que le aguardaba al pie de la rampa le respondió con una mirada despectiva. Era alta, llevaba el cabello peinado en una masa de gruesos bucles dorados y su figura se dibujaba agradablemente bajo el mono de técnico que vestía. Su nariz respingona ostentaba una colección de pecas adquiridas bajo muy diversos soles; Jessa había visitado casi tantos planetas como Han. Aunque en aquel preciso instante sus grandes ojos castaños sólo expresaban burla hacia él.

—¿Mucho tiempo, dices Solo? ¿Sin duda habrás estado ocupado trabajando para algún retiro espiritual? ¿O tal vez al servicio de conferencias mercantiles? ¿Realizando transportes de inofensivos productos destinados al Fondo Interestelar de Ayuda a la Infancia? En fin, no me extraña no haber tenido noticias tuyas. A fin de cuentas, ¿qué significa un Año Patrón más o menos, eh?

—Es casi toda una vida, chiquilla —replicó sagazmente Han—. Te he echado mucho de menos.

Bajó hasta la muchacha y le tendió la mano.

Jessa esquivó su saludo y un grupo de hombres, con los fusiles preparados para disparar, entró en escena. Los hombres vestían monos de trabajo, máscaras de soldador de fusión, cinturones de herramientas y llevaban grasientos turbantes en la cabeza, pero parecían perfectamente familiarizados con las armas que esgrimían.

Han meneó tristemente la cabeza.

—Jess, de verdad que me has interpretado mal, ya tendrás ocasión de comprobarlo.

Sin embargo, había comprendido que acababa de recibir una explícita advertencia y decidió que más le valdría ir directamente al asunto que le ocupaba en aquel momento.

—¿Dónde está Doc? —preguntó.

Jess abandonó su expresión desdeñosa, pero fingió ignorar su pregunta.

—Sígueme, Solo —le ordenó.

Han dejó a Chewbacca al cuidado del
Halcón
y la acompañó al otro extremo de la base provisional. El campo de aterrizaje era una llana extensión de suelo formado por el procedimiento de fusión (prácticamente cualquier tipo de material sólido proporcionaba una materia prima adecuada para ese procedimiento, según sabía Han; minerales, materia de origen vegetal o antiguos enemigos que ya no ofrecieran ningún interés). Técnicos masculinos y femeninos, humanos y no humanos, se afanaban en torno a los vehículos y artefactos de todas las categorías posibles, auxiliados por una desconcertante variedad de droides y otros autómatas en sus tareas de reparación, recuperación y modificación.

Han admiró la magnitud del taller mientras continuaba avanzando. Encontrar un técnico dispuesto a realizar un trabajo ilegal no era cosa difícil, pero Doc, el padre de Jessa, poseía un taller famoso entre los infractores de la ley de todos los confines. Quienquiera que deseara reparar su nave sin tener que responder a embarazosas preguntas sobre los motivos que le habían llevado a un enfrentamiento a tiros, que quisiera modificar las señas de identidad y la apariencia de su vehículo por razones que prefería no mencionar o que estuviera interesado en comprar o vender una pieza de maquinaria pesada de inconfesable procedencia... sabía que Doc era la persona más adecuada para resolver su problema, suponiendo que consiguiera superar su riguroso control de antecedentes. Cualquier cosa que pudiera hacerse con una pieza de maquinaria, sabían hacerla Doc y sus técnicos.

Varias de las modificaciones efectuadas en el
Halcón Milenario
habían sido realizadas gracias a los buenos oficios del técnico clandestino; él y Han habían tenido tratos en múltiples ocasiones. Han admiraba al astuto viejecito que había logrado escapar durante años a la persecución de la Autoridad y otras fuerzas oficiales. Doc había sabido guardarse bien las espaldas y mantenía contactos con más burócratas corruptos y fuentes secretas de información que cualquier otra persona conocida por Han. Más de una unidad de asalto había realizado una batida contra los técnicos clandestinos para acabar capturando únicamente un campo de tiro vacío en el que sólo quedaban algunos edificios abandonados y un montón de chatarra inservible. Doc solía comentar bromeando que él era el único delincuente de la galaxia que tendría que crear un seguro de vejez para lo empleados.

Jessa condujo a Han a través del hangar más amplio de la base, avanzando entre cascos desmontados y ruidosos diques de reparación. En un extremo, varias planchas de Permex acopladas formaban un sencillo cubículo que hacía las veces de oficina. Pero cuando la puerta deslizante se abrió obedeciendo a una orden de la muchacha, Han pudo observar que el gusto de Doc no había perdido nada de su refinamiento. La oficina estaba decorada con alfombras wrodianas tejidas a mano, relucientes de vivos colores, cada uno de los cuales representaba el trabajo de varias generaciones. Había estanterías llenas de libros raros, suntuosos tapices y numerosas pinturas y esculturas, algunas de ellas con la firma de los grandes artistas de la historia y otras obra de desconocidos que simplemente habían llamado la atención a Doc. Había un monolítico escritorio de madera olorosa tallada a mano, con un único objeto encima, un holocubo de Jessa. La muchacha aparecía en él luciendo una elegante túnica de noche, con una sonrisa en los labios y, en conjunto, mucho más dentro de la imagen de una bonita jovencita el día de su puesta de largo, que no de un genio de primera línea en el campo de la ingeniería clandestina.

—¿Dónde está el viejo? —preguntó Han, al constatar que la habitación estaba desocupada.

Jessa se instaló en el sillón adaptable, detrás del escritorio, y cerró las manos sobre los gruesos y mullidos brazos hasta que sus dedos dejaron una profunda huella en la superficie tapizada.

—No está aquí, Solo. Doc se ha ido.

—Muy explícita; jamás lo habría adivinado al ver que su despacho está vacío. Mira, Jess, no puedo perder el tiempo con estos jueguecitos, por mucho que a ti te diviertan. Quiero...

—¡Ya sé lo que quieres!

La mirada de rencor de Jessa le cogió desprevenido.

—Nadie llega hasta nosotros sin que sepamos qué desea pedirnos. Pero mi padre no está aquí. Ha desaparecido y hasta ahora, pese a todas mis tentativas, he sido incapaz de conseguir una pista de su paradero. Créeme, Solo, lo he intentado todo.

Han se acomodó en un sillón al otro lado del escritorio.

—Doc se marchó para realizar uno de sus viajes de adquisición de material... ya sabes, para comprar piezas con alguna salida en el mercado o para satisfacer la petición especial de algún cliente. Hizo tres escalas y nunca llegó a la cuarta. Así, sin más. El, tres tripulantes y un yate de primera clase simplemente desaparecieron del mapa.

Han recordó por un momento al viejo con sus manos encallecidas por el trabajo, su fácil y brusca sonrisa y su aureola de blancos cabellos desordenados.

Han le apreciaba, pero si Doc había desaparecido, no le quedaba más remedio que aceptar ese hecho. Pocas personas desaparecidas en circunstancias similares volvían a comparecer jamás. Todo era cuestión de suerte. Han siempre había viajado con poco equipaje y las rémoras emocionales eran una de las primeras cosas de las que había decidido desprenderse. El dolor era una carga demasiado pesada para arrastrarla en un viaje a través de las estrellas.

De modo que sólo se detuvo a pensar, Adiós, Doc, y se dispuso a negociar con Jessa, el único familiar con vida que dejaba el viejo. Pero cuando salió de su breve distracción, Han advirtió que la muchacha había seguido todos sus pensamientos en el espejo de su rostro.

—Ha sido una elegía bastante rápida, ¿no crees, Solo? —comentó dulcemente Jessa—. Nadie consigue penetrar demasiado hondo bajo tu preciosa piel, ¿verdad?

Aquel comentario zahirió a Han.

—¿Crees que Doc se habría echado a llorar si el desaparecido hubiera sido yo, Jess? Y tú, ¿me habrías llorado acaso? Lo siento, pero la vida continúa su curso y si no lo tienes muy presente, cariño, te estas jugando tu propia desaparición.

Ella abrió la boca para responderle; pero luego lo pensó mejor y cambió de táctica. Cuando habló lo hizo con voz tan cortante como la hoja de una vibroespada.

—Muy bien. Hablemos de negocios. Sé lo que quieres, el juego de sensores, el platillo, el Pase. Puedo conseguírtelo todo. Tenemos un equipo de sensores poderoso y compacto, un artefacto militar diseñado para expediciones de rastreo a larga distancia. Llegó a nuestras manos procedente de un arsenal militar; una afortunada coincidencia organizada por mí hizo que el envío se extraviara. Y también puedo arreglar lo del Pase. Con lo cual sólo queda pendiente... —Jessa le miró fríamente— la cuestión del precio.

Su manera de decirlo no entusiasmó a Han.

—Tienes que hacerme un buen precio. Sólo tengo...

Ella volvió a interrumpirle.

—¿Quién habla de dinero? Sé exactamente cuánto tienes, y cómo lo conseguiste, y cuánto le diste a Ploovo. ¿No habías caldo en la cuenta de que siempre nos enteramos dé todo más pronto o más tarde? ¿Crees que imagino que un imbécil que ha estado haciendo contrabando de armas andaría sobrado?

Jessa se recostó en el sillón, entrelazando los dedos.

Han estaba confundido. Había pensado conseguir que Doc le hiciera unas buenas condiciones de pago, pero dudaba que Jessa estuviera dispuesta a concederle el mismo trato. Y si la muchacha sabía que no podía pagar un precio decente, ¿por qué perdía el tiempo hablando con él?

—¿Vas a explicarme de qué se trata, Jess, o tendré que efectuar mi famoso acto de lectura del pensamiento?

—Dales un reposo a tus mandíbulas, Solo, y presta atención. Voy a ofrecerte un trato, una bicoca.

Han reaccionó con suspicacia, sabedor de que no podía esperar ninguna generosidad de ella. Pero, ¿qué alternativa le quedaba? Tenía que hacer reparar su nave y también necesitaba todo lo demás, o de lo contrario más le valdría encontrarse en algún apartado punto de la frontera galáctica con un contrato para recoger basuras.

—Estoy pendiente de cada una de tus preciosas palabras —dijo con rebuscado almibaramiento—. Aunque prefiero no decirte qué me tiene así.

—Se trata de un transporte, Solo, una recogida.

Hay algunos detalles, pero fundamentalmente se trata de esto; tendrás que ponerte en contacto con ciertas personas y trasladarlas donde te digan, dentro de unos límites razonables. No pretenderán que las deposites en ningún lugar arriesgado. Incluso tus embotadas capacidades de atención deberían bastar para este cometido.

—¿Dónde debo recoger a los pasajeros?

—En Orron III. Es un mundo primordialmente agrícola, aunque la Autoridad tiene instalado allí un centro de procesamiento de datos. Y tus pasajeros se encuentran en ese centro.

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