Read Más allá de las estrellas Online
Authors: Brian Daley
—Todo lo cual me dice claramente que no existe ninguna probabilidad de librar una buena batalla —objetó él, pero la mirada que le lanzó Jessa casi le hizo fundirse.
Estuvo a punto de añadir algo más, pero se mordió la lengua, incapaz de desentrañar su propio conflicto interno.
—Entonces, corre a esconderte —respondió ella, en voz tan baja que Han a duras penas consiguió oírla—, pero ya puedes despedirte de tu precioso
Halcón Milenario
, Solo, pues no existe energía en el universo capaz de ponerlo en el espacio antes de que esos cazas caigan sobre nosotros y nos inmovilicen. Y en cuanto lleguen los refuerzos, ¡destruirán esta base y todo lo que hay en ella hasta dejarlo reducido a un informe montón de átomos!
—La nave, naturalmente; esto es lo que rondaba en el fondo de mis pensamientos, se dijo Han. Tenía que ser eso.
El cañón de turboláser jamás conseguiría cortar el paso a esos rápidos y esquivos bombarderos y los atacantes conseguirían destruir la base sin problemas.
Posiblemente él y Chewbacca conseguirían salvar el pellejo, pero una vez desaparecida su nave se convertirían en dos vagabundos interestelares, dos anónimos despojos sin hogar conocido.
En medio de la confusión que llenaba el puesto de mando, con el incesante intercambio de frenéticos mensajes, Jessa todavía alcanzó a distinguir su voz entre todas las demás.
—¿Jess?
La muchacha observó, confusa, su torcida sonrisa.
—¿Tienes un casco de piloto para mí?
Han fingió no haber notado la repentina dulcificación de las facciones de la muchacha.
—Un diseño deportivo, de mi talla, Jess, con un agujero que se adapte a la forma de mi cabeza.
Han siguió a Jessa en otra rápida carrera a través de la base. Entraron en la cúpula de uno de los hangares más pequeños, el aire del cual se estremecía con el gemido de los motores de alto rendimiento. Seis cazas estaban aparcados en el hangar, atendidos por sus respectivos equipos de mantenimiento en tierra, que comprobaban los niveles de energía, armamento, desviadores y sistemas de control.
Los cazas estaban destinados sobre todo a misiones de intercepción, o más bien, rectificó mentalmente Han, ésa había sido su función una generación atrás. Eran bombarderos de antigua producción; Headhunters Z-95; bimotores compactos con alas móviles. Sus fuselajes, alas y colas bifurcadas estaban salpicados de manchas, chorretes y rastros de spray de las distintas capas de camuflaje general que les habían aplicado a lo largo del tiempo. Los salientes externos, donde antaño solían llevar montados los proyectiles y soportes de las bombas, aparecían desnudos.
—¿Asaltaste un museo para conseguirlos? —le preguntó Han a Jessa, señalándole los bombarderos.
—Los encontramos en un puesto de la policía planetaria; los utilizaban en operaciones de prevención del contrabando, a decir verdad. Los transformamos para revenderlos, pero finalmente decidimos quedárnoslos, pues son las únicas naves de combate con que contamos en estos momentos. Y no te hagas el relamido, Solo; has pasado una parte importante de tu vida pilotando naves como éstas.
Eso desde luego era cierto. Han se acercó rápidamente a uno de los Headhunters, que un empleado de tierra acababa de cargar de combustible. Dio un gran salto y se apoyó en el reborde de la carlinga para dar un vistazo al interior. La mayor parte de los paneles de control habían desaparecido en el curso de las reparaciones sufridas a lo largo de los años, dejando los cables y conexiones al descubierto. La carlinga era tan estrecha como él la recordaba.
Pero aun así, el Headhunter Z-95 seguía siendo una buena nave de combate, legendaria por su increíble capacidad de resistencia. El asiento del piloto —la «tumbona», en la jerga del ramo— tenía el respaldo reclinado en un ángulo de treinta grados que contribuía a compensar las fuerzas gravitatorias y llevaba la barra de control incorporada a los brazos. Han se dejó caer otra vez hasta el suelo.
Varios pilotos se habían reunido ya en el hangar y otro, un humanoide, hacía su entrada en aquel momento. La escasa preocupación que reflejaban sus rostros llevó a Han a la conclusión de que no poseían ninguna experiencia de combate. Jessa se situó a su lado y le puso un viejo y ajado casco de combate abombado entre las manos.
—¿Alguno de vosotros ha volado antes en estas fieras? —preguntó Han mientras se probaba el casco.
No era de su tamaño, le quedaba demasiado apretado. Han empezó a tirar de las lengüetas de ajuste de la trama insertas en el forro manchado de sudor.
—Todos hemos realizado vuelos de práctica —respondió un piloto—, para ejercitamos en las tácticas fundamentales.
—Oh, estupendo —musitó Han, probándose otra vez el casco—. Los haremos trizas sin problemas.
El casco seguía apretándole. Jessa se lo cogió de las manos con un impaciente chasquido de la lengua y se dispuso a ajustarlo ella misma.
Han se dispuso a dar instrucciones a sus temporarios subordinados.
—Las naves de la Autoridad son más modernas; ellos pueden comprar todo lo que se les antoje. Esa cuadrilla de cazas que se acerca probablemente está integrada por destructores de alcance intermedio IRD, recién salidos de los suministros del gobierno, tal vez prototipos, tal vez modelos de producción. Y los muchachos que pilotan esos destructores se han entrenado en una academia. ¿Supongo que sería demasiado esperar que alguno de vosotros también haya pasado por un entrenamiento parecido?
Así era. Han prosiguió su perorata, levantando la voz para hacerse oír por encima del creciente rugido de los motores.
—Los destructores de alcance intermedio nos aventajan en velocidad, pero estos viejos Headhunters pueden efectuar virajes más ajustados y son capaces de resistir una auténtica paliza. Ésta es la razón de que todavía no hayan desaparecido de la circulación. Los destructores de alcance medio son poco aerodinámicos, es una cuestión de diseño. Sus pilotos detestan bajar a enfrentarse en combate directo cara a cara en una atmósfera planetaria; a esta operación la llaman goo. De todos modos, esos chicos tendrán que bajar si quieren bombardear la base, pero no podemos esperar a tenerlos aquí abajo para lanzarnos sobre ellos, pues correríamos el riesgo de que se nos cuele alguno.
—Tenemos seis naves, esto es, tres elementos de dos naves. Si tenéis algo merecedor de protección bajo esos cascos, procurad recordar una cosa: no os separéis de vuestro piloto de flanco. Sin él, podéis daros por muertos. Dos naves unidas son cinco veces más eficaces que una nave aislada, y diez veces más seguras.
Los Z-95 estaban listos para despegar y ya faltaba poco para que llegaran los destructores de la Autoridad. Han habría querido dar miles de instrucciones a aquellos pilotos bisoños, ¿pero cómo resumir todo un curso de entrenamiento en unos pocos minutos? Sabía que era imposible.
—Procuraré ser breve. Mantened los ojos bien abiertos y aseguraos de tener siempre los cañones, y no la cola, de cara al enemigo. Puesto que nuestro objetivo es proteger una instalación de tierra, tendremos que perseguir a nuestras presas. En otras palabras, si no sabéis con certeza si habéis derribado al contrario o si éste está fingiendo, no os despeguéis de su cola hasta tener la certeza de que ha caído al suelo y no se moverá de allí. No imaginéis que porque ha empezado a caer en picado y va dejando una estela de humo tras sí, eso significa que está fuera de combate.
Es un viejo truco. Si conseguís provocar una explosión en su nave, estupendo. Si empieza a soltar llamaradas, podéis dejarlo; está acabado. Pero de lo contrario, debéis perseguir a vuestra presa hasta el último escondrijo. Hay demasiado en juego aquí abajo.
Han hizo este último comentario pensando en el
Halcón
, procurando olvidar los factores humanos, mientras se repetía que su nave era el único motivo por el cual estaba a punto de salir a jugarse el pellejo en el aire. Todo era una cuestión estrictamente comercial.
Jessa acababa de devolverle el casco. Se lo probó de nuevo y esta vez le ajustó perfectamente. Cuando se volvió a darle las gracias, observó por primera vez que la muchacha también llevaba un casco de piloto.
—Jess, no. Absolutamente no.
Ella soltó un bufido.
—Éstas son mis naves, para empezar. Doc me lo enseñó todo; empecé a pilotar a los cinco años y no he dejado de practicar. ¿Quién crees que les ha enseñado los principios básicos a estos otros? Además, soy con mucho el piloto más cualificado que hay en la base.
—¡Los ejercicios de entrenamiento son algo completamente distinto!
Han prefería cualquier cosa antes que tener que estarse preocupando por ella allí arriba.
—Tengo a Chewie; él tiene alguna experiencia...
—¡Oh, brillante ocurrencia, Solo! Construiremos un altillo sobre la burbuja de la carlinga y ese felpudo hipertiroideo podrá pilotar la nave con las rodillas!
Han tuvo que ceder a la evidencia de que ella era la opción lógica para pilotar una de las naves. Jessa se dirigió a los restantes pilotos.
—Solo tiene razón; la batalla será dura. No nos interesa enfrentarnos con ellos fuera, en el espacio abierto, pues tienen todas las ventajas a su favor. Pero tampoco podemos permitir que se acerquen demasiado a la superficie. Nuestras defensas antiaéreas no podrían hacer frente a un despliegue de caza-bombarderos. De modo que deberemos trazar una barrera en algún punto intermedio que decidiremos sobre la marcha, según cómo se desarrolle su ataque. Si conseguimos ganar un poco de tiempo, el personal de tierra tendrá oportunidad de completar la evacuación.
Luego se volvió hacia Han.
—Incluido el
Halcón
. He dado orden de que terminen las reparaciones y lo pongan en lugar seguro cuanto antes. He tenido que prescindir de algunos hombres en otras tareas para hacerlo, pero un trato es un trato. Y le he mandado un mensaje a Chewie explicándole todo lo ocurrido.
Jessa se puso el casco.
—Han es el jefe de formación. Yo asignaré a los pilotos de flanco. En marcha.
Los seis Headhunters Z-95 se elevaron con intensos chirridos, como otras tantas variopintas puntas de flecha. Han se bajó la visera coloreada y la ajustó. Volvió a pasar revista a sus armas, tres cañones de bombardeo en cada ala. Satisfecho, maniobró la nave de manera que su piloto de flanco quedara a sus espaldas y ligeramente más arriba que él, con respecto al plano de ascensión. Sentado en su tumbona reclinada, bastante elevada dentro de la burbuja de la carlinga, su campo visual alcanzaba casi los 360 grados, una de las características que más apreciaba de aquellos viejos Z-95.
Su piloto de flanco era un joven delgaducho de hablar suave. Han pensó que ojalá al tipo no se le olvidara mantenerse pegado a él una vez iniciado El Espectáculo.
El Espectáculo, pensó, como lo llaman en la lengua de los pilotos de combate. Jamás había imaginado que algún día volvería a utilizar esa jerga, sintiendo bullir su sangre en las venas mientras procuraba no perder de vista un millón de detalles, incluidos sus aliados, sus enemigos y su propia nave. Y siempre con el riesgo de que cualquier fallo lo eliminara para siempre de El Espectáculo.
Además, El Espectáculo era un campo reservado a la juventud. Un caza-bombardero podía llevar sólo una cantidad limitada de equipo de compensación gravitatoria, lo suficiente para aminorar la simple tracción lineal y alcanzar un blanco o salir huyendo a toda prisa, pero no lo bastante para compensar el castigo que suponían las ajustadas maniobras y las aceleraciones repentinas. El combate cara a cara seguía siendo el terreno de prueba idóneo para los reflejos, la capacidad de resistencia y la coordinación de la juventud.
En otro tiempo, Han había vivido, comido y dormido en un ambiente de vuelo a gran velocidad. Se había entrenado bajo el mando de hombres que prácticamente no pensaban en otra cosa. Incluso sus momentos de permiso giraban en torno a la coordinación de las manos y la vista, el control, el equilibrio. Era capaz de ponerse cabeza abajo borracho y jugar al tiro al aro, y los otros solían arrojarle al aire sobre una manta con un puñado de dardos en una mano y él daba una voltereta en el aire y acertaba en el centro de la diana una y otra vez. Había pilotado naves como aquélla y otras bastante más veloces, y había efectuado todas las maniobras concebibles con ellas.
En otro tiempo. Han no era viejo ni mucho menos, pero llevaba una larga temporada sin participar en aquel tipo concreto de enfrentamientos. La flotilla de Headhunters empezaba a alinearse en una formación de elementos de dos naves y Han comprobó que su pulso había recuperado su firmeza.
Plegaron las alas de sus naves hacia atrás a fin de minimizar la resistencia —la curvatura del ala se ajustaba automáticamente— y se elevaron con fuerte empuje. Se enfrentarían con sus contrincantes al borde del espacio.
—Jefe de Headhunters a escuadrilla —anunció Han a través de la red de comunicaciones—. Comprobación de comunicaciones.
—Headhunter Dos a Jefe, en contacto —respondió la voz del piloto de flanco de Han.
—Headhunter Tres, comprobado —canturreó la clara voz de contralto de Jessa.
—Headhunter Cuatro, todo en orden.
El que acababa de hablar era el piloto de flanco de Jessa, el humanoide de piel cenicienta oriundo de Lafra que, según había podido observar Han, presentaba vestigios de membranas voladoras, indicio de que poseía instintos de vuelo superiores y un aguzado sentido de las relaciones espaciales. El lafrario, según había sabido luego, tenía más de cuatro minutos de experiencia de combate en su haber, lo cual constituía una buena señal. Muchos pilotos de combate quedaban eliminados en el primer minuto o poco más.
Los Headhunters Cinco y Seis se sumaron al coro, los pilotaban dos engrasadores de Jessa, unos hermanos muy unidos. Había sido inevitable dejarles formar pareja; tenían tendencia a no separarse nunca y silos hubieran aparejado con otro piloto, se habrían distraído de todos modos.
Finalmente llegó la voz del control de tierra.
—Flotilla de Headhunters, su contrincante entrará en su campo visual en el espacio de dos minutos.
Han ordenó a la escuadrilla que ajustaran su desastrada formación.
—Volad siempre en parejas. Si los bandidos ofrecen un ataque frontal, aceptad el desafío; podéis arremeter con tanta fuerza como ellos.
Prefirió callarse que, sin embargo, el otro bando poesía mayor alcance de tiro.