Más allá de las estrellas (5 page)

BOOK: Más allá de las estrellas
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Han había conocido más rincones de la galaxia de los que podía aspirar a visitar razonablemente un hombre, y, aun así, era incapaz de identificar a la mitad de los personajes no-humanos que llenaban la sala de baile.

Lo cual no era de extrañar. Las estrellas eran tan numerosas que nadie habría podido llegar a catalogar todas las razas sensibles que las poblaban. Han ya había perdido la cuenta de las innumerables ocasiones en que había entrado en una sala como aquella, llena de un caleidoscopio de extrañas figuras, sonidos y olores. Sin mayor esfuerzo, consiguió localizar una docena de tipos distintos de respiradores y aparatos de supervivencia, utilizados por seres cuya biología resultaba incompatible con la atmósfera humana normal.

Han prestó particular atención a las criaturas de tipo femenino, humanas y casi-humanas, que se movían por la sala vestidas con sedas transparentes, envolturas cromáticas y luminiscencias. Una de ellas se acercó hasta él, abandonando el mostrador de máquinas de juego que ofrecía entretenimientos tales como el Rompecerebros, SensSwitch, Carreras de Reflejos y Batallas Interestelares. Era una muchacha alta y delgada con la piel de un tono rojo oscuro y una cabellera que parecía de plata trenzada; vestía una túnica que parecía hecha de blanca bruma.

—Bienvenido a tierra firme, astronauta —le saludó sonriente, rodeándole con un brazo—. ¿Damos una vueltecita por la cúpula de baile?

Han cambió el paquete de brazo bajo la mirada desaprobadora de Chewbacca; varias de sus aventuras menos prometedoras habían comenzado precisamente de aquella forma.

—¡Con mucho gusto! —respondió animadamente Han.

—¡Bailaremos y nos arrullaremos y nos acoplaremos!

Han apartó suavemente a la muchacha.

—Más tarde.

Ella le ofreció una sonrisa verdaderamente deslumbrante —para darle a entender que no estaba resentida— y se fue a dar la bienvenida a otro cliente, sin darle tiempo a alejarse lo suficiente para no escuchar las palabras con que acogió su relevo.

La Cúpula de Vuelo en el Vacío era un local de primera categoría, equipado con un campo gravitatorio de calidad superior, cuya tablero de mandos podía entreverse detrás de las botellas, espitas y grifos de presión de la barra. Accionando el campo gravitatorio, la dirección del local podía modificar la gravedad en cualquier punto del local, gracias a lo cual la pista de baile y la cúpula que la recubría habían quedado transformadas en un campo de acrobacias de baja gravedad, lleno de individuos aislados, parejas y grupos más amplios que saltaban, flotaban y revoloteaban grácilmente sin mayor esfuerzo. Han también descubrió algunos compartimientos y mesas aisladas ocupadas por especies originarías de mundos de baja gravedad, cómodamente instaladas después de hacerse reducir la gravedad específica de la zona en cuestión.

Han y Chewbacca continuaron adentrándose en las penumbras del local, entre el tintineo de recipientes de muy diversos tipos y la mezcla de un gran número de lenguas que luchaban por hacerse oír por encima del estruendo de la música ambiental. Aspiraron los aromas de diversos inhalantes y aerosoles; una profusión de humos y vapores con muy distintos grados de intensidad se deslizaban formando estratos multicolores, arrastrados por las corrientes térmicas, a pesar de los esfuerzos del sistema de ventilación que intentaba mantener limpio el ambiente.

Han localizó en seguida a Ploovo Dos-por-Uno; el gran truhán había ocupado una mesa grande en una esquina, la más adecuada para vigilar la entrada de su deudor. Han y Chewbacca se dirigieron a su encuentro Ploovo contorsionó su rostro de facciones bien reconstituidas en una forzada y poco convincente sonrisa.

—Solo, viejo amigo. Siéntate aquí.

—Puedes ahorrarte las ceremonias, Dos-por-Uno.

Han se sentó al lado de Ploovo, mientras Chewbacca se colgaba la ballesta al hombro y se instalaba al otro lado de la mesa, de manera que él y Han pudieran guardarse mutuamente las espaldas. Han depositó sobre la mesa la cajita que llevaba en la mano.

Ploovo la acarició con una codiciosa mirada.

—Puedes babear sin cumplidos —le invitó Han.

—Vamos, Solo —dijo afablemente Ploovo, dispuesto a ignorar cualquier insulto ante la seductora presencia del dinero—, ésta no es forma de hablarle a tu viejo benefactor.

A través de sus contactos en el planeta, Ploovo ya sabia que los dos vagabundos espaciales acababan de cambiar una cantidad importante de valores negociables por dinero en efectivo. Alargó la mano hacia la caja. Pero Han se le adelantó.

El piloto desafió al usurero arqueando una ceja.

—Aquí tienes tu dinero. Con intereses. Ahora estaremos en paz, Ploovo.

Ploovo asintió, extrañamente impertérrito, agitando su moñito al compás de la risita que sacudía sus mandíbulas. Han se disponía a aclarar el motivo de la burla cuando un rugido de advertencia de Chewbacca le hizo interrumpirse. Un destacamento de la Policía de Seguridad acababa de entrar en la Cúpula de Vuelo en el Vacío. Algunos se habían apostado junto a las puertas, mientras los demás registraban la sala.

Han soltó la tira que sujetaba su pistola a la funda. El sonido atrajo la atención de Ploovo.

—Solo, verás, hum, te juro que yo no he tenido nada que ver con esto. Como tú mismo acabas de señalar, estamos en paz. Ni siquiera yo sería capaz de convertirme en un chivato, poniendo en peligro mis propios medios de subsistencia.

Apoyó una gruesa mano codiciosa sobre la caja.

—Tengo la impresión de que estos caballeros vestidos de pardo institucional buscan a un hombre que responde a tu descripción. Y aunque ya no tengo ningún interés personal por tu suerte, te sugiero que tú y tu peludo compañero os larguéis de aquí sin pérdida de tiempo.

Han no perdió el tiempo preguntándose cómo se las habría arreglado la Autoridad para dar con su pista después de haber cambiado la matrícula del
Halcón
y su carnet de identidad y el de Chewbacca por otros falsos. Se inclinó hacia Ploovo, con la mano derecha todavía sobre su pistola.

—¿Por qué no seguimos charlando un ratito más, colega? Y mientras estamos en ello —continuó, dirigiéndose a los compinches del usurero—, todos tenéis mi permiso para poner las manos encima de la mesa, de manera que Chewie y yo podamos verlas. ¡Rápido!

El labio superior de Ploovo estaba perlado de sudor. Si alguien intentaba alguna jugarreta en aquel momento, él sería sin duda el primero en caer. Tartajeó una orden y sus hombres obedecieron la sugerencia de Han.

—Serénate, Solo —imploró Ploovo, aunque Han estaba perfectamente tranquilo y era él mismo quien se había quedado con la cara blanca como el papel—. No te dejes arrastrar por ese... famoso mal genio. Tú y el wookiee sois capaces de portaros de una forma tan irracional en ciertos momentos. Fíjate por ejemplo en lo que ocurrió cuando el Gran Bunji cometió la imprudencia de olvidarse de pagarte y los dos bombardeasteis su cúpula de presión. Él y sus empleados, consiguieron enfundarse por pelos los trajes de supervivencia. ¡Esas cosas dan mala fama, Solo! —Ploovo se había puesto a temblar y ya casi no se acordaba de su dinero.

Entretanto, la Policía de Seguridad había ido avanzando a través de la sala. Dos agentes y un sargento se detuvieron junto a la mesa. Su aparición no podía haberse producido en un momento más inoportuno para Ploovo.

Todo el mundo en esta mesa, exhiban sus carnets de identidad.

Chewbacca había adoptado su expresión más inocente, con sus grandes y dulces ojos azules levantados hacia los soldados.

Él y Han exhibieron sus carnets falsificados. La mano del piloto permanecía junto a la empuñadura de su pistola, a pesar de que un tiroteo en aquel momento, desde el lugar donde se encontraban, con semejante relación de fuerzas y con la puerta firmemente guardada por tropas de refuerzo, ofrecía escasas posibilidades de salir con vida.

El sargento de la Espo ignoró las credenciales de Ploovo y su pandilla. Después de examinar brevemente el carnet de Han, preguntó:

—¿Estos datos son correctos? ¿Usted es el propietario y capitán de ese carguero que hoy ha hecho su entrada en el planeta?

Han no vio posibilidad de negarlo. Y si la Autoridad ya había relacionado su nueva personalidad con los acontecimientos referentes al aterrizaje ilegal en Duroon, tanto le valdría estar muerto. Sin embargo, se las arregló para manifestar una cierta curiosidad y sorpresa ante semejante interrogatorio.

—¿El
Sunfighter Franchise
?
Sí, naturalmente, oficial ¿Hay algún problema? Y miró a los policías con la inocencia de un recién nacido.

—El supervisor de las bahías de amarre nos ha transmitido su descripción —explicó el sargento de la Policía de Seguridad—. Su nave está requisada.

Arrojó los carnets de identidad encima de la mesa.

—Por incumplimiento de las normas de seguridad de la Autoridad.

Han modificó el rumbo de su procesos mentales.

—Tiene todas las licencias —protestó, diciéndose que no podía ser de otro modo, puesto que él mismo las había falsificado.

El espo rechazó su objeción con un ademán despectivo.

—Están caducadas. Su nave no se adapta a las nuevas normas que acaban de promulgarse. La Autoridad ha redefinido las categorías de clasificación de las naves según su potencia y, según tengo entendido, amigo, la suya infringe las normas aplicables a ella en al menos diez aspectos distintos y no figura en la lista de permisos especiales. Una simple inspección externa ha permitido comprobar que su relación masa/elevación y su armamento son muy superiores a los aceptados para aparatos no-militares. Al parecer, se eliminó un gran número de planchas antirradiaciones al cortar y recanalizar el tubo de escape de los propulsores. Y también lleva todo ese equipo de aterrizaje irregular, escudos defensivos reforzados, grandes compensadores de aceleración y todo un arsenal de material de detección de largo alcance. Un verdadero castillo de fuegos artificiales.

Han extendió las manos en un gesto de modestia; no tenía ningún interés en alardear de las capacidades de su querida nave en un momento como aquél.

—El caso es que cuando alguien se pasea en un artefacto como el suyo, con una masa reducida y una musculatura desmesurada —siguió explicando el sargento—, la Autoridad del Sector Corporativo empieza a sospechar que tal vez el propietario tenga intención de utilizarla para alguna actividad ilegal. Tendrá que readaptaría a las características que le corresponden y deberá comparecer en seguida para iniciar los trámites necesarios.

Han rió despreocupadamente.

—Seguro que debe haber algún error.

Sabía que podía considerarse afortunado de que no hubieran forzado las cerraduras para registrar el interior de la nave. Si hubieran descubierto el equipo antisensor, los aparatos de bloqueo y contrainformación, el equipo de navegación de amplio espectro, en aquel momento habría una orden de detención contra él. ¿Y qué habría sucedido si hubieran encontrado los compartimientos secretos donde escondía el contrabando?

—Iré a ver al capitán del puerto en cuanto haya resuelto unos asuntos —prometió Han.

Ahora comprendía el motivo de la alegría que había manifestado Ploovo Dos-por-Uno. El usurero ni siquiera había tenido necesidad de infringir la ética criminal, ni de poner en peligro su maloliente pellejo en un enfrentamiento directo con Han y Chewbacca.

Ploovo sabía que el
Halcón Milenario
, bajo cualquier denominación, tendría dificultades con las nuevas regulaciones de la Autoridad.

—Imposible —replicó el sargento de la Espo—. Tengo orden de acompañarle hasta allí en cuanto le localice. El capitán del puerto desea aclarar este asunto ahora mismo. De pronto los espos se pusieron más en guardia.

La sonrisa de Han adoptó un aire patético y comprensivo. Su rostro era todo simpatía. Entretanto, se dedicó a examinar desapasionadamente su dilema. La Autoridad le pediría un informe completo sobre los papeles de la nave, el cuaderno de bitácora y su título de patrón.

Cuando detectaran discrepancias en los mismos, efectuarían un análisis de identidad completa: trazado de los poros, índices retinales y corticales, la rutina. Más pronto o más tarde, acabarían descubriendo la auténtica personalidad de Han y su segundo oficial y entonces empezarían las verdaderas dificultades.

Uno de los axiomas de la filosofía de Han Solo era no aproximarse jamás un paso más de lo necesario a la cárcel. Pero allí, sentado junto a la mesa, no tenía ninguna posibilidad decente de ofrecer resistencia. Miró de reojo a Chewbacca, que se entretenía mostrándoles los dientes a los preocupados policías en una aterradora sonrisa. El wookiee captó la mirada de Han y bajó ligeramente la cabeza.

Entonces el piloto se levantó.

—En ese caso, lo mejor será resolver cuanto antes este enojoso asunto, para continuar después con nuestras respectivas actividades, ¿no le parece, sargento?

Chewie apartó su silla y se incorporó, con los ojos fijos en Han y una garra sobre la cuerda de su ballesta. Han se agachó para decirle unas últimas palabras a Ploovo.

—Gracias por la compañía, viejo amigo. Volveremos a visitarte tan pronto como nos sea posible, te lo prometo. Y... antes de que se me olvide, aquí está tu dinero.

Han abrió la parte anterior de la caja y dio un paso atrás.

Ploovo metió la mano en la caja, esperando hundir su impaciente palma en un maravilloso y sensual montón de dinero. En vez de eso, una hilera de pequeños y aguzados dientes se clavaron en la parte carnosa de su pulgar. Ploovo aulló de dolor mientras el enfurecido dinko salía hecho una tromba de la caja y hundía sus garras, afiladas como agujas, en el fofo vientre del usurero. El animalito llevaba clavado un cheque de la Autoridad sobre la aleta dorsal, el delicado sistema ideado por Han para saldar sus deudas, tanto financieras como personales, con intereses.

La atención de los espos se desvió hacia la mesa cuando escucharon el aullido del jefe de la banda. Uno de los secuaces de Ploovo intentó arrancar al dinko del vientre de su patrón, mientras los demás miraban boquiabiertos. El dinko no estaba dispuesto a dejarse tocar; golpeó las manos que intentaban agarrarlo con los espolones aserrados de sus patas traseras y después roció a todos los que rodeaban la mesa con repugnantes chorros del liquido de su bolsa odorífera.

Pocas cosas hay más repugnantes en la naturaleza que la secreción defensiva de un dinko. Hombres y humanoides retrocedieron, tosiendo entre arcadas, sin acordarse para nada de su jefe.

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