Más allá de las estrellas (14 page)

BOOK: Más allá de las estrellas
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—Gracias... Bollux, ése es tu nombre, ¿verdad? Tu ayuda será de una importancia crítica para nosotros.

El viejo droide pareció erguirse, henchido de orgullo, al escuchar estas palabras. Han comprendió que Rekkon había sabido hallar la manera de llegar al corazón de Bollux o, más bien, a la matriz de sus circuitos de conducta.

La Autoridad no había parado en gastos al construir ese Centro, de modo que en vez de montar en un ascensor o un transportador, Rekkon les condujo hasta un tubo de succión. Entraron en el punto de confluencia y, aparentemente de pie sobre el vacío, fueron succionados hacia arriba por el campo magnético del tubo. Dos técnicos entraron en el piso siguiente y el grupo de Han interrumpió su conversación. El wookiee, los dos hombres y el droide continuaron ascendiendo durante un par de minutos más, mientras otros seres iban entrando en el campo gravitatorio o salían de él. Fueron quedando atrás las plantas destinadas a garaje y a servicios, las oficinas burocráticas de categoría inferior y, por último, las plantas donde se efectuaba el procesamiento de datos y operaciones de recuperación de uno u otro tipo. La mayoría de los pasajeros del tubo de ascenso lucían túnicas de técnicos en computadoras. De vez en cuando, alguno de ellos intercambiaba un saludo con Rekkon.

La falta de curiosidad con que era acogida su presencia y la de sus compañeros llevó a Han a la conclusión de que no era inusitado que un supervisor llevara un séquito de asistentes técnicos y droides.

Finalmente, Rekkon se inclinó para dejarse arrastrar por el flujo de desembarque. Han, Chewbacca y Bollux siguieron su ejemplo. El grupo se encontró en el centro de una amplia galería. Dos plantas habían sido combinadas en un solo espacio, la segunda de las cuales se abría sobre una balaustrada que recorría toda la sección central de la galería y desde la cual se divisaban las plataformas de los tubos de ascenso y de descenso.

Rekkon abrió la marcha a lo largo de un vestíbulo qué tenía las paredes, el techo y el piso de un color oscuro y reflectantes. Han vislumbró su imagen en el espejo coloreado de las paredes y se preguntó cómo podía haber llegado a convertirse en ese predador de ojos temerarios que ahora contaminaba los asépticos dominios interiores de la implacable Autoridad. Aunque de una cosa estaba seguro: habría preferido estar pilotando el
Halcón
entre las estrellas, sin trabas ni impedimentos.

Rekkon se detuvo junto a una puerta y cubrió el disco de la cerradura con la palma de la mano, luego cruzó el umbral de la puerta que se había abierto prestamente. Los demás le siguieron al interior de una espaciosa cámara de alto techo, con tres de sus paredes cubiertas con un complejo arsenal de terminales de computadora, monitores de sistemas, material de acceso y otro equipo afín. La cuarta pared, situada frente a la puerta, estaba formada por una única lámina de acero transparente a través de la cual se dominaba una amplia panorámica de los fértiles campos de Orron III, vistos desde cien metros de altura. Han se acercó al ventanal y calculó la posición del espaciopuerto, al fondo de las suaves ondulaciones del terreno. Chewbacca se instaló cerca de la puerta, en un banco que discurría a lo largo de toda aquella pared, y depositó el saco de herramientas entre sus largos pies peludos. Se dedicó a observar el parloteo y parpadeo del sofisticado material tecnológico con sólo un leve destello de curiosidad en el rostro.

Rekkon se volvió hacia Bollux.

—Bien, ¿ahora querrás mostrarme lo que has traído para mi?

Han rió suavemente para sus adentros, sorprendido de que nadie pudiera mostrarse tan ceremonioso con un simple droide.

La armadura del pecho de Bollux se abrió mientras el grueso droide inclinaba sus largos brazos hacia atrás para dejar el campo libre. En seguida se encendió el fotoreceptor de la computadora-analizadora.

—¡Hola! —saludó alegremente el robot—. Soy Max Azul.

—De eso no me cabe duda —respondió Rekkon con su gruesa e irónica voz de bajo—. Si tu amigo no tiene inconveniente en dejarte en libertad, quisiera echarte un vistazo, Max.

—Naturalmente, señor —dijo pausadamente Bollux.

Se escucharon unos minúsculos chasquidos en su pecho, a medida que iban desprendiéndose los conectores y sujetadores. Rekkon retiró la pequeña computadora sin problemas. Max ni siquiera alcanzaba el tamaño de un registrador de voz; su figura resultaba insignificante entre las grandes manos de Rekkon. Se oyó la sonora risa de Rekkon.

—Si llegas a ser un poquitín más pequeño, Max Azul, habría tenido que devolverte!

—¿Qué quiere decir con eso? —preguntó inseguro Max.

Rekkon se dirigió a una de las diversas mesas de trabajo.

—Nada. Sólo ha sido una broma, Max.

La mesa, una gruesa plancha apoyada sobre un único soporte vertical, estaba cubierta de terminales, conectores y complejos instrumentos. Un teclado extremadamente versátil ocupaba el borde anterior.

—¿Te gustaría hacer un trabajito para mí, Max? —preguntó Rekkon—. Voy a suministrarte datos de programación y antecedentes generales, información sobre la intrusión de sistemas. Luego te acoplaré a la red principal.

—¿Podrías dármelos en Básico Forb? —pió Max con su aguda vocecita infantil, cual un chiquillo ansioso de hacer frente a un nuevo desafío.

—No será ningún problema; veo que posees un enchufe de cinco clavijas.

Rekkon tomó de su mesa un cable y conectó su clavijero pentapolar en el costado de Max. A continuación extrajo una placa codificada de sus ropas y la introdujo en una ranura de la mesa, pulsando luego la secuencia adecuada sobre el teclado. El fotoreceptor de Max se apagó y la pequeña computadora concentró toda su atención en los datos que estaba recibiendo. Varias pantallas se encendieron en diversos puntos de la sala, ofreciendo esquemas a alta velocidad de la información que iba ingiriendo Max.

Rekkon fue a reunirse con Han Solo junto a la pared
-
ventanal y le entregó otra placa que acababa de coger de su mesa de trabajo.

—Aquí tienes la nueva identificación para el Pase de tu nave. Bastará que modifiques el resto de tu documentación de acuerdo con estos datos y no volverás a tener problemas con las normas obligadas de potencia vigentes dentro del Sector Corporativo.

Han hizo saltar un par de veces la placa sobre la palma de su mano, mientras visualizaba la imagen de cantidades suficientes de dinero para tener que vadearías con las perneras de los pantalones enrolladas, luego se la guardó.

—El resto de la operación no debería llevarnos demasiado rato —explicó Rekkon—. Los demás integrantes de mi grupo comparecerán de un momento a Otro y no creo que un robot con la capacidad cerebral de Max tenga excesivas dificultades para resolver esta tarea. Sin embargo, mucho me temo no poder ofrecerte ningún refrigerio... ha sido un descuido imperdonable.

Han se encogió de hombros.

—Rekkon, no estoy aquí para comer, ni beber, ni participar en ningún tipo de pintoresca ceremonia local. Si de verdad quieres llenarme de satisfacción, acaba pronto y vayámonos de aquí lo antes posible.

Paseó la mirada por la sala, con sus desconcertantes luces y veloz sucesión de ecuaciones.

—¿De verdad eres un experto en computadoras? ¿O conseguiste el empleo como un favor personal?

Rekkon, con las manos en las solapas, no apartó los ojos del ventanal.

—Soy un estudioso de profesión y por vocación, capitán. He estudiado un buen número de escuelas del pensamiento y disciplinas del cuerpo, así como toda una serie de tecnologías. He perdido la cuenta de los títulos y credenciales que poseo, pero en cualquier caso estoy más que suficientemente cualificado para dirigir todo este Centro, suponiendo que este detalle pueda tener alguna importancia. En cierto momento de mi carrera me especialicé en interacción orgánica-inorgánica de pensamientos. No obstante, me introduje aquí con unas credenciales falsificadas, fingiendo ser un supervisor, pues no deseaba llamar la atención.

Únicamente deseo localizar a mi sobrino, y a todos los demás.

—¿Por qué supones que pueden estar aquí?

—No están aquí. Pero pienso que aquí puede conseguirse información sobre su paradero. Y cuando Max me haya ayudado a obtenerla, después de seleccionar la información general aquí almacenada, sabré dónde debo dirigirme.

—Es la primera vez que mencionas a tu propio desaparecido —le hizo notar Han, mientras se decía que ya estaba empezando a hablar como Rekkon; ese hombre era contagioso.

Rekkon atravesó la sala y se detuvo cerca de Chewbacca. Han le siguió, observando al hombre perdido en sus pensamientos. Rekkon se sentó y Han hizo otro tanto.

—Crié al muchacho como si fuera mi propio hijo; era bastante pequeño cuando murieron sus padres. No hace mucho, me contrataron para el puesto de instructor en una universidad de la Autoridad, en Kalla.

Es un centro de educación superior, destinado principalmente a los hijos de altos cargos de la Autoridad, una escuela centrada en la educación técnica, el comercio y la administración con un interés mínimo por las humanidades. Pero todavía quedaban algunas plazas vacantes para un puñado de viejos locos como yo y la remuneración era más que adecuada. En su condición de sobrino de un profesor de la universidad, el muchacho tenía derecho a seguir estudios superiores y ahí empezaron los problemas. El chico advirtió el carácter terriblemente opresor de la Autoridad, su empeño por ahogar cualquier cosa que pueda, aunque sea remotamente, poner en peligro los beneficios. Mi sobrino empezó a exponer públicamente sus ideas y a estimular a otros a seguir su ejemplo.

Rekkon acarició su densa barba, rememorando los hechos.

—Le advertí que no era prudente obrar así, aun cuando sabía que sus ideas eran justas, pero el muchacho poseía el convencimiento de la juventud y yo había adquirido la timidez propia de la edad. Muchos de los alumnos que escuchaban a mi sobrino eran, lógicamente, leales a las directrices de la Autoridad; sus palabras no podían pasar desapercibidas. Fueron tiempos dolorosos, pues aunque no podía pedirle al muchacho que ignorara su conciencia, no obstante temía por él. En un compromiso innoble, decidí renunciar a mi cargo. Pero antes de que pudiera hacerlo, mi sobrino desapareció, lisa y llanamente. Acudí a la Policía de Seguridad, como es lógico. Fingieron preocuparse, pero saltaba a la vista que no tenían intención de esforzarse demasiado por localizarlo. Empecé a investigar por mi cuenta y tuve noticia de otras desapariciones de personas que habían importunado a la Autoridad. Tengo la costumbre de buscar pautas de conducta y no tardé en descubrir una. Seleccionando a las personas con cuidado ¡con mucho cuidado, puedo asegurártelo, capitán! reuní un pequeño grupo de gentes que habían perdido algún ser querido e iniciamos una cautelosa infiltración en este centro. Yo había tenido noticia de la desaparición del padre de Jessa, Doc, como le llaman. Me puse en contacto con ella, y accedió a ayudarnos.

—Todo lo cual tiene como resultado que nos encontremos aquí sentados —le interrumpió Han, pero ¿por qué precisamente aquí?

Rekkon había advertido la interrupción de la carrera de caracteres y cifras sobre las pantallas iluminadas. Levantándose para volver junto a Max, respondió:

—Las desapariciones están relacionadas. La Autoridad está intentando eliminar a los individuos que se oponen más abiertamente a ella; ha decidido interpretar cualquier manifestación de natural individualismo sensible como una amenaza organizada. Creo que la Autoridad ha reunido a sus oponentes en algún lugar centralizado que...

—A ver si he comprendido bien —intervino Han—; ¿piensas que la Autoridad ha iniciado una operación de secuestro en gran escala? Rekkon, te has pasado demasiadas horas mirando estas luces e indicadores.

El hombre no pareció ofenderse.

—Dudo que se trate de un hecho del dominio general, ni siquiera entre los altos mandos de la Autoridad. ¿Quién sabe cómo empezó todo? Un oscuro funcionario formula una propuesta fortuita; un superior perezoso se la toma en serio. Un estudio de motivaciones pasa tal vez por la mesa de despacho adecuada, o un análisis de costes
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beneficios se convierte en el proyecto predilecto de un ejecutivo con un alto cargo. En cualquier caso, el germen del asunto ya existía dentro de la Autoridad desde un buen principio; me refiero al poder y la paranoia. A falta de una oposición real, la suspicacia forjó una.

Mientras decía estas palabras, regresó junto a la mesa de trabajo y desconectó a Max.

—Ha sido una experiencia realmente interesante —barboteó la pequeña computadora.

—Modera tu entusiasmo, por favor —le suplicó Rekkon, levantando al robot de la mesa—. Haces que me sienta como si estuviera contribuyendo a la perversión de un menor.

El fotoreceptor de la computadora se fijó en su cara mientras él seguía diciendo:

—¿Has comprendido todo lo que te he mostrado?

—¡Ya lo creo! Dame una oportunidad y te lo demostraré.

—Así lo haré. Se acerca el gran momento.

Rekkon trasladó a Max hasta una de las terminales y lo instaló junto a ella.

—¿Tienes un adaptador de acceso normalizado?

Una pequeña placa se abrió rápidamente en un costado de la computadora en respuesta a esta pregunta, y Max extendió un corto apéndice metálico.

—Bien, muy bien.

Rekkon acercó el robot un poco más a la terminal.

Max introdujo su adaptador en el receptor circular de ésta. El receptor y el dial calibrado que lo rodeaba giraron en uno y otro sentido, mientras Max se habituaba a las sutilezas de la conexión.

—Puedes empezar cuando quieras, por favor —le invitó Rekkon y volvió a tomar asiento entre Han y Chewbacca.

—Tendrá que examinar una enorme cantidad de datos —les explicó a los dos amigos—, aunque puede utilizar la ayuda del mismo sistema para su tarea. Existen numerosas barreras de seguridad e incluso Max Azul necesitará un rato para localizar las ventanillas correctas.

El wookiee gruñó. Ambos humanos comprendieron la expresión de duda de Chewbacca, que no estaba demasiado convencido de que la información que buscaba Rekkon pudiera encontrarse realmente en la red.

—La localización en sí no figurará, Chewbacca —le respondió Rekkon—. Max tendrá que hallarla de manera indirecta, igual como a veces es preciso desviar la mirada para localizar una estrella poco luminosa, vislumbrándola con el rabillo del ojo. Max analizará los registros logísticos, las rutas de las naves de Suministros y las patrulleras, las pautas de los flujos de comunicaciones y los libros de bitácora, y muchísimas cosas más. Sabremos qué puertos han tocado las naves de la Autoridad y conoceremos los puntos donde el tráfico cifrado ha sido más intenso, y cuántos empleados a sueldo poseen las diversas instalaciones y cuál es su categoría de empleo. A su debido tiempo, acabaremos averiguando dónde tiene retenidos la Autoridad a los miembros de lo que ha llegado a creer que constituye un extenso complot contra ella.

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