Más allá de las estrellas (17 page)

BOOK: Más allá de las estrellas
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—Me satisface sobremanera comprobar que mi plan ha surtido efecto, señores y señora; sin embargo, debo confesar que no ha sido más que una extensión de las falsas alarmas de Max —les dijo Bollux—. Él descubrió la existencia de las alarmas de peligro de radiación mientras estaba acoplado a la red. Siguiendo sus instrucciones, he arrebatado estos dos altavoces de las paredes del pasillo y los he adaptado. Los pasillos han quedado vacíos; la armadura de los espos está diseñada para el combate, no para servir de protección contra las radiaciones. Al parecer, todos se han apresurado a retirarse.

—Pon a trabajar a Max en los tubos de descenso —dijo Han, interrumpiéndole—. Si no consigue hacerlos funcionar, nuestra situación seguirá siendo desesperada.

Y mientras así hablaba cogió a Bollux del brazo arrastrándolo hacia la entrada de los tubos de descenso.

—Todos los tubos de descenso están desactivados, ¿no es así? —pió Max Azul.

—Pues actívalos de nuevo, ¿quieres? —suplicó Han.

—¡Esto es pan comido, capitán!

Las planchas del tórax de Bollux se abrieron de par en par y el droide se acercó al panel de mandos.

Pero el adaptador de entrada quedaba demasiado alto, de modo que Chewbacca, que era el más próximo, se colgó al hombro su ballesta, extrajo a Max de su emplazamiento y acercó la pequeña computadora al panel de control del tubo de descenso. El adaptador de Max se extendió y se conectó al receptor. Los botones metálicos giraron rápidamente en uno y otro sentido.

Luego el panel se iluminó.

—¡Funciona! —exclamó exultante Rekkon—. Rápido, seguidme antes de que alguien lo advierta y lo desconecte otra vez.

Le hizo un leve gesto con la mano a Han, tan rápido que ninguno de los demás lo captó, pero el piloto ya había comprendido que él debía ser el último en bajar. Rekkon continuaba dudando de la lealtad de su gente. Saltó al tubo de descenso y en seguida le siguió Atuarre. Tras ella bajó Pakka, revoloteando, dando tumbos e intentando agarrarse juguetonamente la cola mientras descendía sostenido por el campo gravitatorio del pozo. Torm saltó a continuación, empuñando su pistola.

En el pasillo se escuchaban pisadas de botas claveteadas. Con Max Azul todavía bajo su brazo, Chewbacca también se dejó caer por el tubo de descenso.

Han se entretuvo los instantes necesarios para disparar sobre el cañón desde su lado desprotegido. Se produjo una brillante erupción provocada por la sobrecarga de su cartucho de energía. Han dio media vuelta y se zambulló de cabeza en el tubo de descenso. No tardó en escuchar la explosión del cañón portátil a sus espaldas.

Fueron cayendo en diversas posturas y actitudes, siguiendo a Rekkon en desordenada formación. Todos mantenían la cabeza levantada, aguardando nerviosamente el primer cañonazo que se precipitaría por el tubo de descenso, pero no hubo ninguno. Han decidió que la explosión del cañón debía de haber entretenido a los espos. Confiaba en que tardarían un rato en descubrir que el tubo de descenso estaba activado, pero temía ver iniciarse de un momento a otro la sobrecogedora caída con la consiguiente tensión en la boca del estómago que se iniciaría en cuanto volvieran a reconectar el campo gravitatorio, precipitándoles a él y a Chewie —y a todo el grupo— hacia una muerte segura.

Siguieron descendiendo hasta las plantas destinadas a garaje. Rekkon por fin salió del tubo de descenso, indicándoles que le siguieran. Todos estaban reunidos en una gran zona de aparcamiento cuando empezaron a sonar las alarmas a lo lejos.

—Esperaba encontrar algún aparato volador de uno u otro tipo aquí —dijo amargamente Rekkon—; no hemos tenido suerte.

—No vamos a meternos otra vez en ese tubo, eso al menos es seguro —declaró Han.

—Ahí hay un buen aparato de hélice. Cojámoslo —sugirió Atuarre.

Todos se amontonaron dentro y Han se hizo cargo de los controles, con Rekkon instalado a su lado.

Chewbacca se sentó detrás, en la plataforma de carga, en compañía de los demás e introdujo un nuevo cargador en su ballesta. El wookiee todavía no había tenido tiempo de volver a depositar a Max en el tórax de Bollux, cuando Han ya había puesto el vehículo en movimiento y emprendía la marcha a toda velocidad, efectuando un ajustado viraje para enfilar por la rampa de salida, casi rozando la pared.

Han mantuvo las barras de mando del aparato apretadas a fondo, dándole al vehículo toda la aceleración que era capaz de soportar sin peligro y una buena dosis más. La rampa se deslizó bajo sus pies en una enloquecida espiral de Formex, mientras las paredes pasaban frente a la capota delantera del helicóptero a una velocidad vertiginosa. Rekkon comprendió en seguida que había obrado sabiamente al ceder los mandos al hombre más joven.

Han tenía la esperanza de que a nadie se le habría ocurrido sellar aún el edificio que contenía los sistemas de computadoras y, efectivamente, no lo habían clausurado. La red de seguridad estaba inundada de todo tipo de alarmas, desde comunicados de insurrecciones hasta llamadas denunciando altercados entre borrachos en el club de los ejecutivos, en todo el Centro y todos los rincones de Orron III. El helicóptero emergió del garaje como un cohete de un tubo de despegue. Con las prisas, Han había salido por una puerta con un rótulo que indicaba claramente que se trataba de una ENTRADA. Una unidad de control de tráfico tomó debida nota del número de matrícula del vehículo para multarlo y remitirle una orden conminándole a comparecer ante los tribunales.

El helicóptero cruzó la ciudad a toda velocidad, guiándose en parte por las instrucciones de Rekkon y en parte por el instinto de Han. Solo dejó a sus espaldas los límites de la ciudad, la cual no tardó en convertirse en una mancha borrosa, y empezó a perforar el aire sobre la carretera construida por fusión, mientras los demás vehículos intentaban esquivarle zigzagueando histéricamente. Se felicitó de haberse entretenido un rato buscando la localización del espaciopuerto desde el despacho de Rekkon. Puesto que el vehículo estaba descapotado, el viento azotaba con fuerza a todos sus ocupantes, agitando los cabellos, pelambre y vestimentas por un igual e impidiendo toda conversación entre los pasajeros que se agarraban cómo y dónde podían.

Sin embargo, al doblar una curva en el último tramo, cerca ya del espaciopuerto, Han descubrió que algún miembro de algún sector de la burocracia curiosamente se había parado a pensar un poco. El vehículo de hélice estuvo a punto de precipitarse de morro contra una barrera, un camión hovercraft de transporte de tropas de la Espo atravesado en la carretera, con un par de ametralladoras husmeando cualquier posible blanco.

Han accionó violentamente los controles, hundiendo el pie en los pedales auxiliares, e hizo volar su pequeño vehículo fuera de la vertical de la carretera. El motor vibró con el esfuerzo; la baja carrocería del aparato empezó a azotar la superficie ondulante de un campo de cereales y emprendió una errática carrera entre las espigas. Los tallos de las plantas, un híbrido multimodular de Arcon, eran tan altos que el vehículo de hélice no tardó en desaparecer entre ellos, al abrigo de las sorprendidas miradas de los espos. Sin embargo, Han avanzó en zigzag de todos modos, por si acaso, y obró cuerdamente, pues los espos dispararon a pesar de no poder localizar exactamente su blanco, sobre todo, seguramente, para dar rienda suelta a su frustración. El camión hovercraft de transporte de tropas era un vehículo de tierra, que no podía sobrevolar el campo cultivado, como bien sabía Han. Lo cual significaba que si sus perseguidores deseaban darle caza, tendrían que tragarse unas cuantas espigas primero.

Han tuvo que ponerse de pie, con la cabeza asomada por encima del parabrisas mientras seguía pilotando, en un intento, por lo general infructuoso, por vislumbrar el rumbo que llevaban. El aparato se fue abriendo paso entre densas hileras de grano híbrido, proyectando un chorro de plantas aplastadas y paja por encima del chasis y a su alrededor. Han frunció los ojos e intentó distinguir algo entre el huracán de restos vegetales, en la medida de sus posibilidades, que no eran muchas. Había momentos en que toda la carrocería del helicóptero estaba cubierta de tallos que se habían incrustado en ella y el aparato parecía una extraña balsa agrícola.

Chewbacca, de pie y dando voces, se inclinó por encima del hombro de su compañero y le indicó una dirección con el dedo. Han cambió de rumbo sin hacer preguntas. Tuvo que accionar con fuerza los mandos para esquivar el obstáculo, una montaña de metal amarillo, una de las enormes máquinas de cultivo automatizadas que labraban lenta y pacientemente aquella parte de los ilimitados campos de Orron III.

Han se encontró de pronto en terreno descubierto, segado por la cosechadora. Hizo virar el aparato describiendo un amplio círculo, calculó la posición del espaciopuerto y de las hileras de monumentales barcazas varadas y emprendió la carrera en aquella dirección.

En aquel momento, el camión hovercraft de los espos también emergió del sembrado, pero en un punto más lejano, en dirección contraria al espaciopuerto. Han no podía perder tiempo observando sus movimientos; prefirió avanzar describiendo suficientes eses y curvas para evitar los puntos de mira de las armas de los espos. Fuertes salvas de ametralladora estallaron junto al aparato, desencadenando pequeños fuegos incandescentes en los rastrojos.

Han hizo girar bruscamente su aparato, en un intento de escapar de la línea de fuego, pero las ametralladoras gemelas del camión hovercraft cada vez disparaban más cerca por el lado de estribor, creando una cadena de erupciones sobre el campo. Han apretó a fondo la barra de control para virar nuevamente a babor. Pero el artillero de la Espo, en un intento de horquillar su blanco, se había adelantado a sus movimientos. Una explosión perforó el suelo junto al vientre del vehículo de hélice.

El aparato dio una violenta sacudida, hundiendo el morro en el fértil terreno, zarandeando y comprimiendo la cubierta del motor. Una columna de humo brotó del compartimiento del motor y el pequeño vehículo se precipitó al suelo, abriendo largos surcos entre los rastrojos.

Han intentó recuperar el control con todo su empeño, pero la barra de control se le escapó de la mano en el último momento, su cabeza fue a estrellarse contra el parabrisas y salió disparado del vehículo, que en aquel momento se detenía, y finalmente quedó tendido de espaldas en el suelo. Han contempló el cielo de Orron III, que parecía dar vueltas sobre su cabeza, mientras se preguntaba si todo su esqueleto había quedado hecho picadillo. Ésa era al menos la sensación que él tenía.

¾
Todo el mundo a tierra —anunció algo aturdido
¾
; distribución de equipajes a la izquierda.

Los demás bajaron tambaleándose del helicóptero destrozado. Han notó que alguien le levantaba como si fuera un niño; las oscuras manos de Rekkon le izaban por la chaqueta. Le alegró comprobar que seguía mas o menos de una pieza.

—¡Corred hacia la verja del espaciopuerto! —ordenó Rekkon a los otros.

El zumbido del camión hovercraft de los espos iba creciendo a lo lejos.

Han se recuperó rápidamente de la caída. El camión se iba acercando rápidamente. Rekkon le obligó a agacharse y lo empujó al abrigo de la punta del helicóptero, mientras accionaba los adaptadores de su pistola desintegradora. Han empuñó su revólver.

—Llévatelos de aquí, Chewie —ordenó.

El vociferante wookiee, todavía con Max Azul bajo un brazo, empezó a empujar y a dar voces a los otros invitándoles a ponerse en marcha. Atuarre y Pakka salieron a la carretera; la hembra trianii medio arrastraba, medio llevaba en brazos a su cachorro, seguida a escasa distancia por Torm. Incluso Bollux avanzaba a máxima velocidad, con largos y ruidosos saltos, posibles gracias a su sistema de suspensión especialmente diseñado para trabajos pesados, sin prestar atención al daño que ello podía causar a sus amortiguadores. Chewbacca iba en último lugar, mirando con frecuencia por encima del hombro. Frente a ellos se extendía otra franja de cereales, que otra máquina gigante estaba segando en aquellos momentos, y más allá se alzaba la reja de seguridad del espaciopuerto.

Han notó una cálida sensación líquida sobre la frente y cuando se la frotó, sus dedos quedaron manchados de sangre, cortesía del parabrisas del vehículo de hélice. Rekkon, que había terminado de ajustar su desintegrador, aguardaba que el camión hovercraft se le pusiera a tiro, lo cual éste se disponía a hacer a aterradora velocidad.

El chofer del camión, entretenido observando las figuras que corrían hacia la reja, no se fijó en los dos hombres que permanecían ocultos detrás del vehículo averiado. Cuando los espos estuvieron a una distancia lo suficientemente corta, Rekkon apoyó los antebrazos en la carrocería del vehículo de hélice y disparó.

Había puesto el desintegrador al máximo y la potente pistola se vació en una breve ráfaga de devastadora energía. Han tuvo que protegerse la cara con la mano, mientras pensaba que Rekkon estaba corriendo un gran riesgo; el desintegrador podía haberle estallado fácilmente entre las manos, matándolos a los dos.

Pero, el chorro de fuego desintegrador atravesó la cubierta del motor y el parabrisas del camión hovercraft. El vehículo de la espo se deslizó de costado, dio una vuelta sobre si mismo y planeó rozando el suelo, levantando un montículo de tierra frente a él.

Han se descubrió la cara y observó que el cañón de la pistola de Rekkon estaba al rojo blanco; el profesor tenía el rostro sudoroso y chamuscado. Rekkon descartó la pistola ya inservible.

—Debe de haber dado clases en escuelas muy tumultuosas —se limitó a comentar Han mientras se incorporaba de un salto, dispuesto a emprender otra vez la carrera.

Rekkon, con los ojos fijos en el camión volcado, no oyó sus palabras. Varios espos, cubiertos de armaduras, ya empezaban a descender tambaleantes del vehículo a fin de continuar la persecución a pie. El par de ametralladoras yacían retorcidas bajo el camión, inutilizadas. Rekkon retrocedió un par de pasos y anunció:

—¡Ha llegado el momento de partir, capitán Solo!

Han lanzó un par de tiros afortunados sobre los espos. La distancia era larga, pero aun así les hizo morder el polvo. Después agachó la cabeza y echó a correr detrás de Rekkon, preguntándose si los espos conseguirían acercarse lo suficiente para dispararles antes de que pudieran llegar a la reja y saltarla, atravesarla o deslizarse por debajo de un modo u otro. Pensándolo bien, debía reconocer que la manera fácil de ganar dinero parecía ser ponerse del lado de los espos.

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