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Authors: Drew Karpyshyn

Tags: #ciencia ficción

Mass Effect. Revelación (2 page)

BOOK: Mass Effect. Revelación
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En el plazo de un año, los dieciocho mayores estados-nación de la Tierra escribieron y ratificaron la carta de constitución de la Alianza de Sistemas. Por primera vez en la Historia, los habitantes de la Tierra comenzaron a verse a sí mismos como un único grupo colectivo: humanos frente a alienígenas.

El Ejército de la Alianza de Sistemas, un cuerpo dedicado a la protección y defensa de la Tierra y sus ciudadanos frente a amenazas no terranas se constituyó poco después, y obtuvo recursos, soldados y oficiales de prácticamente todas las organizaciones militares del planeta.

Algunos insistían en que la inesperada unificación de los diferentes gobiernos de la Tierra en una única entidad política había ocurrido de manera un tanto precipitada y convenientemente. Las redes informativas bullían con teorías que afirmaban que, en verdad, el búnker de Marte había sido descubierto mucho antes de que se anunciara públicamente: el reportaje sobre el equipo de mineros desenterrándolo no era más que una oportuna noticia de portada. Afirmaban que la creación de la Alianza era, de hecho, la fase final de una larga y complicada serie de tratados secretos internacionales y acuerdos internos clandestinos que había llevado años e incluso décadas negociar.

Por lo general, la opinión pública descartaba semejantes rumores como propios de la paranoia conspirativa. La mayoría prefería la noción idealista de que la revelación había sido el catalizador que activó a los gobiernos y ciudadanos del planeta y los condujo audazmente hacia una feliz era de cooperación y respeto mutuo.

Grissom estaba demasiado harto como para tragarse tales fantasías. En privado, no podía evitar preguntarse si los políticos sabían más de lo que admitían en público. Aún ahora se preguntaba si la nave dron de comunicaciones que traía la señal de socorro procedente de Shanxi les había pillado por sorpresa o si estaban esperando ya algo parecido antes incluso de que se creara la Alianza.

Mientras se acercaba al puente de mando, apartó de su mente todo pensamiento sobre estaciones de investigación extraterrestres y sombrías conspiraciones. Era un hombre práctico. En realidad, los detalles tras el descubrimiento del búnker y la creación de la Alianza no le importaban. Había prestado juramento a la Alianza para proteger y defender a la Humanidad a lo largo y ancho de las estrellas, y todos, incluido Grissom, tenían un papel que jugar.

El capitán Eisennhorn, oficial al mando de la
Nueva Delhi
, miró por la amplia escotilla construida en la cubierta de proa de la nave. Lo que allí vio le provocó un estremecimiento de admiración que le recorrió el espinazo.

Detrás de la ventana, la gigantesca estación espacial de Arturo crecía sin cesar a medida que la
Nueva Delhi
se aproximaba. La flota de la Alianza, unas doscientas naves desde los destructores tripulados por veinte hombres hasta los acorazados con tripulaciones de varios centenares, se extendía por ella en todas direcciones, rodeando a la estación como un océano de acero. Toda la escena estaba iluminada por el resplandor anaranjado que, lejos en la distancia, emanaba de la gigante roja de tipo K: Arturo, el sol del sistema del que la base tomaba su nombre. Las naves reflejaban el flamígero fulgor de la estrella, reluciendo como si ardieran en las llamas de la verdad y la victoria.

A pesar de que Eisennhorn había presenciado este impresionante espectáculo en decenas de ocasiones, nunca dejaba de sorprenderle: era un deslumbrante recordatorio de lo lejos que habían llegado en tan poco tiempo.

El descubrimiento de Marte había elevado a la Humanidad, uniéndola bajo un nuevo y singular propósito mientras los principales expertos de cada disciplina, en un esfuerzo por desentrañar los misterios tecnológicos guardados en el interior del búnker extraterrestre, unieron sus recursos en un magnífico proyecto.

Casi de inmediato se hizo evidente que los proteanos —el nombre que se dio a la desconocida especie alienígena— habían avanzado tecnológicamente mucho más que el género humano… y que habían desaparecido hace mucho, mucho tiempo. La mayoría de las estimaciones situaban la edad del hallazgo en casi cincuenta mil años, precediendo a la evolución del hombre moderno. Sin embargo, los proteanos habían construido la estación con materiales distintos a nada que pudiera encontrarse de manera natural en la Tierra, e incluso el transcurso de cincuenta milenios había hecho poca mella en los valiosos tesoros de su interior.

Más notables fueron los archivos de datos que los proteanos dejaron tras de sí: millones de tetrabytes dignos de conocimiento, aún útiles a pesar de estar recopilados en una lengua extraña y desconocida. Descifrar el contenido de esos archivos de datos se convirtió en el Santo Grial de prácticamente todo científico en la Tierra. Tras meses de continuo estudio, finalmente, el lenguaje de los proteanos se tradujo y las piezas comenzaron a encajar.

Esto no hizo más que avivar el fuego de los teóricos de la conspiración, que sostenían que para que algo útil saliera del búnker deberían de haber transcurrido años. La mayoría pasó por alto su pesimismo que, a raíz de los espectaculares avances científicos, quedó olvidado.

Fue como si hubiera reventado una presa y desencadenado una cascada de conocimientos y revelaciones que inundaran la psique humana. Investigaciones que antes tardaban décadas en obtener resultados parecían requerir ahora escasos meses.

Mediante la adaptación de la tecnología proteánica, el ser humano fue capaz de desarrollar campos de efecto de masa, que le permitían viajar más rápido que la luz. Las naves dejaron de estar atadas a los rigurosos e inclementes límites del continuo espacio-tiempo. En otros ámbitos se dieron saltos similares: nuevas energías limpias y eficientes, avances ecológicos y medioambientales, terraformación.

En el plazo de un año, los habitantes de la Tierra comenzaron a extenderse rápidamente por todo el Sistema Solar. El fácil acceso a los recursos de los demás planetas, lunas y asteroides permitió establecer colonias en estaciones espaciales en órbita. Gigantescos proyectos de terraformación comenzaron a transformar la superficie inerte de la Luna en un entorno habitable. Y Eisennhorn, como la mayoría, no se molestó en escuchar a aquellos que afirmaban tercamente que la nueva época dorada de la Humanidad era una farsa cuidadosamente orquestada que había comenzado en realidad décadas antes.

—¡Oficial en cubierta! —gritó uno de los tripulantes.

El capitán Eisennhorn supo de quién se trataba, incluso antes de darse la vuelta, por el sonido de todo el personal del puente de mando puesto en pie para saludar al recién llegado. El contralmirante John Grissom era un hombre que infundía respeto. Grave y severo, su mera presencia impregnaba el lugar de seriedad y de una innegable trascendencia.

—Me sorprende que estés aquí —dijo Eisennhorn en voz baja, volviéndose para observar una vez más la vista por la ventana mientras Grissom cruzaba el puente de mando y se situaba junto a él. Se conocían desde hacía casi veinte años, cuando coincidieron como reclutas rasos durante el adiestramiento básico en el Cuerpo de Marines de los EE.UU., antes incluso de que existiera la Alianza—. ¿Acaso no andas siempre diciendo que las portillas son una debilidad táctica de las naves de la Alianza? —añadió Eisennhorn.

—Debo cumplir con mi rol para mantener la moral de la tripulación —susurró Grissom—. Supuse que, si me acercaba hasta aquí para amedrentar a la flota, todos tristes y lloricas como tú, podría contribuir a reforzar el esplendor de la Alianza.


«Tener tacto es el arte de hacer una observación sin ganarse un enemigo»
—le amonestó Eisennhorn—. Sir Isaac Newton.

—Carezco de enemigos —masculló Grissom—. Soy un maldito héroe, ¿recuerdas?

Eisennhorn consideraba a Grissom un amigo pero eso no quitaba el hecho de que fuera un hombre con el que era difícil congeniar. Profesionalmente, el contralmirante proyectaba la imagen perfecta de un oficial de la Alianza: despierto, duro y exigente. Estando de servicio, se conducía con un aire de feroz determinación, confianza inquebrantable y control absoluto que inspiraban lealtad y entrega entre sus tropas. Sin embargo, en el plano personal, podía ser temperamental y arisco. Las cosas no habían hecho más que empeorar desde que lo empujaran de manera tan visible al ojo público como un icono que representaba a toda la Alianza. Al parecer, tantos años siendo el blanco de las miradas habían transformado su áspero pragmatismo en un pesimismo cínico.

Eisennhorn esperaba que fuera a comportarse agriamente durante el viaje —el contralmirante nunca se había mostrado partidario de esta clase de representaciones públicas—. Pero el humor de Grissom estaba siendo especialmente sombrío, incluso para él, y el capitán comenzó a preguntarse si no estaría ocurriendo algo más.

—¿No has venido hasta aquí sólo para pronunciar un discurso ante la clase de graduación, verdad? —preguntó Eisennhorn, manteniendo la voz baja.

—Sólo necesitas conocer lo esencial —respondió Grisson, en tono brusco, suficientemente alto como para que el capitán pudiera oírlo—. No necesitas saber más. —Y unos segundos después añadió—: No quieras saber más.

Los dos oficiales compartieron un minuto de silencio, simplemente observando la estación que se aproximaba por la portilla.

—Admítelo —dijo Eisennhorn, confiando en disipar así el desolado humor del otro—. Ver Arturo rodeado por toda la flota de la Alianza es un espectáculo impresionante.

—La flota no parecerá tan impresionante una vez esté dispersa a lo largo de unas cuantas docenas de sistemas solares —replicó Grissom—. Somos muy pocos y la galaxia es condenadamente grande.

Eisennhorn tuvo que admitir que probablemente nadie fuera más consciente de ello que Grissom.

La tecnología de los proteanos hizo que la sociedad humana avanzara cientos de años, lo que le permitió conquistar el Sistema Solar. Pero hizo falta un descubrimiento aún más sorprendente para abrirse a la inmensidad del espacio más allá del Sol.

En el 2149, un equipo de investigación que exploraba los márgenes más alejados de la expansión humana cayó en la cuenta de que Caronte, un pequeño satélite en la órbita de Plutón, no era en realidad una luna. Era, de hecho, una inmensa pieza de tecnología proteana inactiva. Un
relé de masa
.

Flotando durante decenas de miles de años en las frías profundidades del espacio, había acabado recubierta de un caparazón de hielo y restos helados con un grosor de varios cientos de kilómetros.

Esta revelación en particular no cogió completamente por sorpresa a los expertos de la Tierra; los archivos de datos recuperados en el búnker de Marte mencionaban la existencia y el propósito de los repetidores de masa. En otras palabras, los repetidores de masa eran una red de puertas interconectadas que podían transportar una nave de un repetidor al siguiente recorriendo en un instante miles de años luz. La teoría científica subyacente a la creación de los relés de masa quedaba aún fuera del alcance de los principales expertos de la Humanidad. Pero a pesar de no ser capaces de construir uno ellos mismos, los científicos lograron reactivar el repetidor durmiente que habían encontrado.

El relé de masa era una puerta que podía hacer accesible toda la galaxia… o conducir directamente al corazón de una estrella abrasadora o de un agujero negro. No sorprendió a nadie que se perdiera el contacto con las sondas de exploración que se enviaron a través de él, teniendo en cuenta la idea de que eran transportadas instantáneamente a miles de años luz de distancia. Al final, el único modo de conocer realmente qué había en el otro lado era enviar a alguien; alguien dispuesto a desafiar a lo desconocido y enfrentarse a los peligros y retos que aguardaban ahí, cualesquiera que fueran.

La Alianza escogió cuidadosamente a una tripulación de hombres y mujeres valientes: soldados dispuestos a arriesgar sus propias vidas, individuos preparados para afrontar el último sacrificio en nombre del descubrimiento y el progreso. Y para dirigir a este equipo eligió a un hombre de reputación excepcional y entereza incuestionable, alguien de quien sabían que no vacilaría frente a la incalculable adversidad: un hombre llamado John Grissom.

A su afortunado regreso a través del relé de masa, todos los miembros de la tripulación fueron saludados como héroes, pero los medios de comunicación eligieron a Grissom —el imponente y solemne comandante de la misión— para convertirlo en el abanderado de la Alianza mientras la Humanidad avanzaba con rapidez hacia una nueva era de descubrimientos y expansión sin precedentes.

—Independientemente de lo que haya ocurrido —dijo Eisennhorn, esperando todavía poder arrancar a Grissom de su sombrío estado de ánimo—, debes creer que podemos lidiar con ello. ¡Ninguno de los dos hubiera podido imaginar jamás que fuéramos a conseguir todo esto en tan poco tiempo!

Grissom resopló con sorna.

—De no ser por los proteanos no habríamos hecho una mierda.

Eisennhorn meneó la cabeza. Aunque el descubrimiento y la adaptación de la tecnología proteana habían hecho accesibles todas estas grandes posibilidades, fueron las acciones de gente como Grissom las que transformaron la posibilidad en realidad.

—Si he logrado ver más lejos, ha sido porque he subido a hombros de gigantes —replicó Eisennhorn—. Sir Isaac Newton también dijo eso.

—¿A qué viene esa obsesión con Newton? ¿Acaso es un pariente tuyo, o qué?

—De hecho, mi abuelo rastreó la genealogía de nuestra familia y…

—En realidad no quería saberlo —refunfuñó Grissom, cortándole.

Casi habían llegado a su destino. La estación espacial de Arturo dominaba ahora toda la ventana, tapando el resto. La plataforma de acoplamiento se oscureció ante ellos, un enorme boquete en el reluciente casco del exterior de la estación.

—Debería marcharme —dijo Grissom, con un suspiro de cansancio—. Querrán verme bajar por la pasarela tan pronto como aterricemos.

—Ten paciencia con esos reclutas —sugirió Eisennhorn medio en broma—. Recuerda que apenas son unos chavales.

—No he venido hasta aquí para encontrarme con una pandilla de chavales —respondió Grissom—. He venido a buscar soldados.

Lo primero que hizo Grissom al llegar fue exigir una habitación privada. Tenía previsto dirigirse a la clase de graduación a las 14:00. Durante las cuatro horas que restaban hasta entonces, había planeado realizar entrevistas personales a un puñado de reclutas.

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