–Así que uno de nosotros tiene que... –comenzó Holse.
–No puedo pediros a ninguno... –empezó a decir Anaplian al mismo tiempo, después tragó saliva y gritó:– ¡Ferbin!
La figura enfundada en el traje ya se estaba elevando por encima del aspa que los protegía, con la parte superior del cuerpo expuesta a las radiaciones que parpadeaban más allá, ya había tirado el arma que llevaba.
El golpe debió de ser muy fuerte. Cuando despertó fue para encontrarse en poder de algo implacable y duro como el diamante. Joder, la había destripado. El traje estaba desgarrado, arrancado, y su cuerpo con él. Lo único que le quedaba era la cabeza (con la mitad desollada y la piel quemada) y un extremo corto y deshilachado de médula espinal. Esos restos ensangrentados eran lo que el iln acunaba.
Con los párpados quemados no podía parpadear, ni siquiera le respondía la lengua o la mandíbula. Djan Seriy Anaplian se sentía más indefensa que un recién nacido.
La máquina iln que tenía encima era oscura, no demasiado grande y vagamente triangular. Tenía los ojos dañados, así que la visión era borrosa. Con lo pequeña que era y los problemas que daba, pensó, se habría reído si hubiera podido. La jaula de luz que rodeaba al xinthiano iluminaba la forma resbaladiza y bulbosa por un lado y por abajo lo hacían las chispas que centelleaban en el continente que albergaba la esfera cada vez más grande de antimateria.
~ Bestezuelas extrañas, eso sois,
dijo la gran voz dentro de su cabeza.
Qué tintineos fugaces sigue arrojando la vida, múltiples, como partículas virtuales, bioescamas, mucho tiempo después de...
Oh.
La agente había visto todo lo que necesitaba ver, había oído todo lo que necesitaba oír.
Que...
Ya estaba lo bastante cerca.
... te...
(Era todo lo que tenía y lo peor era que, con copias de seguridad o sin ellas, nunca sabría si iba a ser suficiente).
...follen,
dijo al fin Djan Seriy Anaplian.
Y entonces soltó el contenido del pequeño reactor antimateria que tenía en la cabeza.
S
enble Holse estaba encorvada sobre una tina con una tabla de lavar, frotando con furia, cuando llegó su marido. Entró por la puerta del apartamento en compañía de un caballero rubio, con rizos, atractivo y elegante y de la mano de un niño de aspecto extraño. Su mujer lo miró con la boca abierta cuando Holse la saludó con la cabeza.
–Señora Holse –dijo Holse antes de acercarse al centro de la atestada salita, ponerse las manos en las caderas (el pequeño de aspecto extraño no se despegaba de su mano ni por un instante) y mirar a su alrededor. Iba bastante bien vestido, incluso para ser criado de un príncipe, y tenía mejor aspecto que nunca: bien alimentado y lustroso. Los gemelos le habían echado un vistazo a su padre y habían soltado un gañido, los tenía escondidos tras sus faldas, se agarraban a ella de tal modo que estuvieron a punto de tirarla y miraban por detrás de sus caderas, uno de cada lado.
–Tienes muy buen aspecto, querida –dijo su marido. Entonces vio al más pequeño, escondido tras la puerta del dormitorio y lo saludó con la mano. Se oyó un pequeño grito y la puerta se cerró de un portazo. Holse se echó a reír y la volvió a mirar–. ¿El pequeño Choubris?
–¡En la escuela! –le dijo Senble.
–Bien. –Holse asintió–. Ah –dijo con una sonrisa. (Tenía los dientes raros, demasiado pálidos e iguales)–. ¿Dónde están mis modales, eh? –Señaló con la cabeza al hombre impecable que sonreía a su lado–. Senble, querida mía, te presento al señor Klatsli Quike.
El tipo asintió poco a poco.
–Es un honor, señora. –Llevaba un pequeño montón de cajas atadas con cintas.
–El señor Quike se va a quedar con nosotros –anunció Holse con tono despreocupado–. Y este de aquí –dijo al tiempo que agitaba la mano que sujetaba la del extraño y serio pequeño– es Toark. Toark Holse, como se le conocerá a partir de ahora. Lo vamos a adoptar. El señor Quike es un hombre de muchos y grandes talentos que se encuentra en estos momentos sin saber muy bien qué hacer y que siente un gran apego por nuestro querido mundo, mientras que aquí el pequeño Toark es un huérfano de guerra y muy necesitado de amor y una familia estable, pobrecito mío.
Para Senble aquello fue más que suficiente. Volvió a lanzar la colada mojada a la tina, se secó las manos con las faldas y se irguió todo lo que pudo (no sin antes despegar de sus faldas a los gemelos, que corrieron al dormitorio y desaparecieron con un chillido).
–Ni una palabra, ni una sola palabra en un año entero y ahora entras aquí tan campante, con todo tu descaro, sin una sola disculpa y diciéndome que se va a quedar con nosotros un caballero y encima me traes otra boca que alimentar cuando aquí ya no tenemos espacio y eso que no estabas, que conste, y sin dinero que emplear aunque tuviéramos espacio, que no tenemos...
–Bueno, bueno, querida –dijo Holse, que había cogido al jovencito y se lo había sentado en el regazo tras acomodarse en su viejo sillón, junto a la ventana. El niño enterró la carita en el hombro de Holse–. Esta noche tendremos habitaciones más grandes y mucho mejores, según me ha informado el señor Quike, ¿no es cierto, señor Quike?
–Así es, señor –dijo Quike con un destello de una dentadura deslumbrante. El caballero dejó el montón de cajas atadas con cintas en la mesa de la cocina y se sacó de la chaqueta una carta de aspecto oficial–. Su nuevo contrato de arrendamiento, señora –dijo al tiempo que se lo enseñaba–. Por un año.
–Pagado por adelantado –dijo Holse con un asentimiento de cabeza.
–¿Y pagado con qué? –preguntó Senble en voz muy alta–. Ahora ni siquiera vas a cobrar tu pensión de sirviente, no con esta nueva panda, ciudadano. Debo... Debes medio año de alquiler. ¡Pero si cuando entraste tan tranquilo creí que erais los alguaciles, que lo sepas!
–Ya verás que a partir de ahora el dinero no va a ser problema, querida mía. –Holse señaló con la cabeza la tina de lavar–. Y tendrás criados para hacer todas esas cosas y proteger tus delicadas manos. –Holse miraba a su alrededor como si buscara algo–. ¿Has visto mi pipa, cielo?
–¡Está donde la dejaste! –le dijo Senble. No sabía si abrazar al muy pícaro o darle en la cara con el trapo mojado–. ¿Y qué es todo eso, si se puede saber? –preguntó mientras señalaba con la cabeza el montón de cajas de la mesa.
–Regalos para los niños –le explicó Holse–. Por los cumpleaños que me he perdido. Y esto –dijo metiéndose la mano en la chaqueta y sacando una caja muy fina, también atada con cintas– es para ti, querida. –Se la dio.
La señora Holse la miró con suspicacia.
–¿Qué es? –preguntó.
–Es un regalo, querida mía. Una pulsera.
Senble dijo algo así como «¡bah!» y se metió la caja en el bolsillo del delantal sin abrirla. Holse la miró, herido.
–¿Y de dónde sale todo ese dinero? –preguntó Senble. Después miró furiosa al tal Quike, que le devolvió una sonrisa digna y elegante–. ¡No me digas que al fin has ganado algo en las apuestas!
–En cierto sentido, querida –le dijo Holse–. El dinero saldrá de un fondo que reservaban para circunstancias especiales unos nuevos amigos que he hecho. –Agitó una mano con aire despreocupado–. El señor Quike se ocupará de manejar el lado financiero de las cosas.
–¿Y qué te propones hacer tú? –quiso saber Senble–. Si lo has ganado en las apuestas, sabes de sobra que te lo vas a volver a jugar la semana que viene y tendremos que volver a escondernos de la guardia y a empeñar la cubertería, que ya está empeñada, permíteme que te diga.
–Oh, yo voy a entrar en política, querida –dijo Holse sin darle importancia. Seguía sosteniendo al tímido chiquillo y dándole golpecitos en la espalda para tranquilizarlo.
Senble echó atrás la cabeza y lanzó una carcajada.
–¿En política? ¿Tú?
–En política, yo, desde luego –dijo Holse con una gran sonrisa. Su mujer seguía distraída por aquellos dientes–. Seré un hombre del pueblo pero también un hombre que ha estado en muchos sitios, visto cosas y hecho amigos, amigos que nunca creerías, querida. Tengo mejores contactos, por arriba y por abajo, alabado sea el Dios del Mundo, de lo que jamás te imaginarías. Y también, además de mi encanto campechano, mi astucia natural y otros talentos naturales, tendré un suministro inagotable de dinero –(Quike sonrió, como si quisiera confirmar tan escandalosa afirmación)–, que, según tengo entendido, es un atributo de no poca utilidad en la esfera política de la vida, y tendré además un conocimiento bastante mejor de los gustos y manías de mis compañeros políticos del que ellos tendrán de los míos. Seguramente seré un magnífico parlamentario y un primer ministro todavía mejor.
–¿Qué? –dijo Senble con tono incrédulo.
–Entretanto, aquí el señor Quike se asegurará de que siga siendo un hombre honesto y que no me convierta en un... ¿cuál era la palabra, señor Quike?
–Demagogo, señor –dijo Quike.
–Se asegurará de que no me convierta en un demagogo –continuó Holse–. Así que, ya ves, entro en política, querida. Un final ignominioso para un hombre de mis antiguas ambiciones, lo comprendo, y no el final que hubiera deseado, desde luego. Pero alguien tiene que hacerlo y bien podría ser yo, y creo que puedo decir con todo convencimiento que voy a traer una perspectiva nueva, fresca y más amplia a nuestra insignificante esfera política, una perspectiva que será provechosa para los sarlos, provechosa para Sursamen y muy provechosa desde luego para ti y para mí, querida. No me cabe duda de que las próximas generaciones me recordarán con el mayor afecto y seguramente darán mi nombre a varias calles, aunque me gustaría aspirar a una plaza o dos y quizá incluso a una estación. Por cierto, ¿dónde has dicho que estaba mi pipa, querida mía?
Senble se acercó a la repisa de la chimenea, cogió la pipa de su pequeño soporte y se la tiró.
–¡Toma! –gritó–. ¡Estás loco!
Holse se estremeció. La pipa lo golpeó en el hombro y cayó al suelo de madera, pero no se rompió. El antiguo criado la recogió con la mano libre.
–Gracias, cariño. Muy amable. –Se metió la pipa en la boca y se acomodó en su sillón con un suspiro de satisfacción y las piernas estiradas. El pequeño Toark ya no tenía la cabeza enterrada en su hombro sino que miraba la ciudad en aquel día soleado y fresco, un día precioso, sin duda.
Holse le sonrió a Senble, que seguía mirándolo atónita, y después levantó la cabeza para mirar a Quike.
–Ah, la vida en familia, ¿eh?
C
: La Cultura.
IAN
: Involucrados de alto nivel (también INM:nivel medio; INB:nivel bajo).
N1S
: Nivel Uno de Sursamen (N2S:Nivel Dos de Suramen; etcétera).
S
: Sursamen.
Aclyn
: Lady Blisk, madre de Elime y Oramen; desterrada.
Aiaik
: Administrador de la torre D'neng-oal, Sursamen.
Alveyal Girgetioni
: Zamerín craterino en funciones, Sursamen.
Archipontino
: Dirigente de la misión Hyeng-zhar.
Baerth
: Caballero de Charvin, Sarl (Bower o Broker para Ferbin).
Bleye
: Uno de los tenientes de Tyl Loesp.
Broft
: Capataz, excavaciones de la Ciudad Sin Nombre, Noveno, Sursamen.
Chasque
: Eminente, sumo sacerdote de Sarl.
Chire
: Conductor de tren, las Cataratas.
Choubris Holse
: Sirviente de Ferbin.
Chilgitheri
: Oficial de enlace (morthanveld) en el
Fasilyce, al despertar
.
Dilucherre
: Antiguo maestro de la pintura, Sarl.
Djan Seriy
: Anaplian; princesa, agente de CE de la C.
Droffo
: Conde, de Shilda; se convierte en caballerizo de Oramen.
Dubrile
: Ex soldado en las Cataratas; se convierte en el jefe de seguridad de Oramen.
Elime
: Esk Blisk-Hausk'r; hijo mayor ya fallecido de Hausk.
Fanthile
: Secretario del palacio real, Pourl.
Ferbin
: Otz Aelsh-Hausk'r (Feri, de niño).
Foise
: General, ejército sarlo, destinado al contingente de las Cataratas.
Geltry Skiltz
: Persona de la C, a bordo del VSM
No lo intenten en casa
.
Gillews
: (Doctor) Médico real de Hausk.
Girgetioni
: Familia nariscena, Sursamen.
Harne
: Lady Aelsh; madre de Ferbin.
Hausk
: Nerieth («el Conquistador»); rey guerrero, Sarl.
Hippinse
: Pone; avatoide del
Problema candente
.
Humli
: Ghasartravhara; oficial de enlace del VSM
No lo intenten en casa
.
Honge
: Bravucón de los antros de Pourl.
Illis
: Armero, palacio real, Pourl.
Jerle Batra
: Control/mentor de CE de Djan Seriy; aciculado.
Jerfin Poatas
: A cargo de la excavación de las Cataratas.
Jish
: Prostituta, Pourl.
Kebli
: Niño en la corte al mismo tiempo que Djan Seriy.
Kiu
: (En-Pourl) embajador oct en Pourl.
Klatsli Quike
: Avatoide del
Problema candente
.
Koust
: Empleado de una torre oct, Sursamen.
Leeb Scoperin
: Otro agente de Circunstancias Especiales en Prasadal.
Leratiy
: Técnico superior, excavación del sarcófago, en las Cataratas.
Luzehl
: Prostituta, hermana de Paiteng.
Machasa
: Señora; niñera y tutora de la pequeña Djan Seriy.
Mallarh
: Dama de la corte sarla..
Masyen
: Marido de Aclyn; se convierte en alcalde de Rasselle.
Munhreo
: Joven erudito; erudicía Hicturean-Anjrinh.
Neguste Puibive
: Se convierte en el sirviente de Oramen.
Nuthe 3887b
: Mecanismo de recibimiento morthanveld, Syaung-un.
Obli
: Ynt de Harne.
Omoulldeo
: Antiguo maestro de la pintura, Sarl.
Oramen
: Lin Blisk-Hausk'r; príncipe, misma madre que Elime.
Prode el Joven
: Antiguo dramaturgo sarlo.
Puisil
: Sirviente del palacio real, Sarl.