Me muero por ir al cielo (5 page)

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Authors: Fannie Flagg

Tags: #Autoayuda

BOOK: Me muero por ir al cielo
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—No…, de hecho nunca he conocido a ninguno —dijo Norma.

—Y luego te encuentras con que en todo el mundo hay gente que nos detesta.

—Lo sé —suspiró Norma mientras le daba a Tot una horquilla—. Estoy completamente desconcertada; creía que caíamos bien a todos.

—Yo también, no lo entiendo, eso es todo. ¿Cómo puede odiarnos alguien siendo lo buenos que somos? Cada vez que ha habido un problema en alguna parte, ¿no hemos enviado dinero y ayuda?

—Por lo que sé, sí.

—¿No hemos de ser la gente más generosa del mundo? —dijo prendiendo una horquilla en un rulo.

—Es lo que siempre he oído —dijo Norma.

—Y ahora leo que incluso Canadá nos odia… ¡Canadá! Y en cambio nosotros queremos a los canadienses, siempre estamos deseando ir a visitarlos. Jamás imaginé que Canadá nos aborreciera, ¿y tú?

—No —contestó Norma—. Siempre he pensado que Canadá era nuestro vecino amable del norte.

Tot dio una calada al cigarrillo y lo dejó en el cenicero negro de plástico.

—Que alguien conocido me odie es una cosa, pero si me odian unos perfectos desconocidos lo primero que se me ocurre es ponerme una soga alrededor del cuello y saltar por la ventana, ¿no te pasa lo mismo?

Norma pensó en ello y dijo:

—Creo que no me suicidaría por eso, pero sin duda es muy preocupante.

Tot cogió una redecilla.

—Yo digo que nos olvidemos de ayudar al maldito mundo, porque seguro que nadie nos lo va a agradecer.

—Por lo visto no —certificó Norma.

—Demonios…, mira Francia, fuimos y los salvamos de los nazis, y ahora dicen todas esas cosas horribles. Jolín, te digo una cosa, Norma, todo esto ha herido de veras mis sentimientos.

Norma estuvo de acuerdo.

—Por culpa de esto llegas a no querer ayudar a la gente, ¿verdad?

—¡Eso es! —exclamó Tot mientras metía algodón tras las orejas de Norma—. Los impuestos del dinero ganado con el sudor de mi frente van a parar a todas partes, pero, ¿llegan a agradecértelo? Antes tenía fe en el mundo, pero se ha vuelto tan malo como mis propios hijos; sólo dame, dame, dame todo el rato…, y nunca es suficiente.

La hija de Tot, Darlene, tan ancha ella como delgada su madre, trabajaba en la cabina contigua y oyó la última frase.

—¡Bien, muchas gracias, madre! —soltó por encima de la mampara—. ¡No te pienso pedir nunca más nada!

Tot puso los ojos en blanco en dirección a Darlene y le dijo a Norma:

—Ojalá.

Aunque a Norma no le gustaba pensar en ello, Tot desde luego tenía razón. Todo había cambiado tras los atentados terroristas del 11-S. Incluso en una ciudad pequeña como Elmwood Springs, la gente había quedado tan conmocionada que había enloquecido un poco. Justo después del suceso, Verbena estaba convencida de que la familia Hing Doag, que tenía la tienda de la esquina, formaba parte de una célula durmiente terrorista. Norma le había dicho: «No son árabes, Verbena, sino vietnamitas.» Pero Verbena no lo tenía claro. «Bueno, sea como sea —decía—, no confío en ellos.»

Sin embargo, la mayoría estaban tristes simplemente por la clase de mundo en que vivirían sus hijos y sus nietos. Y para las personas como Norma y Macky, nacidos y criados en los años cuarenta y los cincuenta, aquello era un cambio radical con respecto a la época en que todos se sentían seguros y la única referencia de Oriente Próximo eran las tarjetas de Navidad en que una estrella brillaba sobre un pesebre tranquilo, no el lugar lleno de odio y cólera que veían cada día en la televisión o en los periódicos. Norma sólo sabía que ya no aguantaba más. Tres años atrás había dejado de leer los periódicos y de ver las noticias. Ahora sólo veía la cadena Casa y Jardín y el programa de antigüedades de la PBS, y más o menos escondía la cabeza en la arena y esperaba que las cosas se arreglaran de algún modo.

Al cabo de unos cuarenta minutos, y después de que sacaran a Norma de debajo del secador, Tot retomó la conversación.

—Norma, tú me conoces, siempre intento poner cara de felicidad, pero cada vez es más difícil mantener una actitud positiva. Dicen que la civilización, tal como la conocemos, está perdida, condenada.

—¿Quién dice eso? —preguntó una alarmada Norma.

—¡Todo el mundo! —dijo Tot mientras le quitaba la redecilla—. Nostradamus, la CNN, todos los periódicos, según ellos estamos al borde de la aniquilación total.

—Oh, Dios mío, Tot, ¿cómo es que haces caso de todo ese rollo? Sólo pretenden asustarte.

—Bueno, según dice Verbena, en la Biblia está escrito que éste es el fin de los tiempos, y tal como van las cosas, creo que está al doblar la esquina.

—Venga, Tot, he oído cosas así toda mi vida, y siempre han sido falsas.

—Hasta ahora —replicó Tot, sacando un rulo del pelo de Norma—. Pero un día serán ciertas. Verbena dice que las señales apuntan al Apocalipsis. Todos esos terremotos, huracanes, inundaciones e incendios que hemos sufrido recientemente, y ahora esa gripe de los pollos…, su pestilencia está ahí mismo.

Norma notó que comenzaba a hiperventilar, y tratando de usar el ejercicio «Sustituye un pensamiento negativo por uno positivo», dijo:

—La gente puede equivocarse, ya sabes, recuerda cuando llegó el
rockand roll
. Todos decían que no podía haber nada peor, y sí lo hubo, ahí tienes.

—No veo cómo las cosas podrían ir peor. Pero si el fin del mundo llega antes de que pueda cobrar la pensión, entonces me pondré realmente furiosa, tras esperar años a poder jubilarte, jolín…, la vida es injusta, ¿eh? ¿A ti no te preocupa el fin del mundo? —inquirió mientras cogía un cepillo.

—Pues claro —respondió Norma—. No quiero que suceda justo cuando por fin está volviendo un poco de estilo. Ve a la ferretería de Restauración, o al Granero de Cerámica, ahora tienen cosas monísimas, y a buen precio. Simplemente procuro no pensar en ello.

—Sí —dijo Tot—. No sirve de nada. Verbena decía el otro día que no le preocupaba ni pizca. Por supuesto, ella cree que va a desaparecer justo antes del fin del mundo mientras el resto de nosotros nos achicharramos. Decía que si alguna vez falta a su cita aquí es porque ha sido conducida al cielo en estado de éxtasis. Y yo le dije «pues muchas gracias, Verbena, si fueras de veras una buena cristiana me llevarías contigo y no me dejarías aquí friéndome».

—¿Y qué contestó?

—Nada.

—Bueno, Tot, si pensar así la hace feliz, déjala. Yo ya no intento entender por qué las personas creen lo que creen. Fíjate en estos terroristas suicidas que estallan pensando que despertarán y tendrán setenta vírgenes o algo así.

—Sí, quizá se lleven una buena sorpresa cuando despierten y vean que simplemente están muertos y que saltaron por los aires en balde. ¿Cómo es esa canción de Peggy Lee:
Esto es todo lo que hay
?

—Sí, bueno, por desgracia nadie sabe si es así la cosa, o si hay vida después de la muerte —dijo Norma.

De repente, Tot dejó de cepillar el pelo de Norma.

—Dios, espero que no, ésta me ha dejado agotada. Sólo quiero dormir.

—Oh, Tot, no hablarás en serio. ¿Y si tuvieras la oportunidad de volver a ver a tu familia?

—Pero qué dices, si ni siquiera quería ver a la mayoría cuando vivían.

Luego Tot cogió un
spray
Clairol de laca.

—Qué es la vida, en todo caso, esto es lo que me gustaría saber, y no quiero esperar a estar muerta para averiguarlo —soltó mientras rociaba con ganas el cabello de Norma—. ¿Es mucho pedir, maldita sea?

Cuando hubo terminado, Tot miró el pelo de Norma en el espejo grande, le retocó algunos rizos, y acto seguido le dio un espejo de mano e hizo girar la silla para que pudiera verse la parte de atrás.

—Ahí tienes, cariño: ¡preciosa!

Tras marcharse del salón de belleza, Norma se sentía un tanto inquieta, por lo que cuando llegó a la casa de la tía Elner, se alegró de verla sentada en el porche con una gran sonrisa dibujada en la cara. Mientras subía los escalones le dijo:

—Hoy pareces muy animada.

—Oh, lo estoy, cariño. ¡Acabo de salvar a una mariposa! Estaba andando por aquí y he visto una mariposa lindísima atrapada en una tela de araña, y la he podido liberar. Lamento que la araña se haya quedado sin almuerzo, pero las mariposas sólo viven un día, así que al menos ésta disfrutará de lo que queda del día de hoy.

Norma limpió una silla y se sentó.

—Seguro que estará contenta.

—¿Sabías que las tortugas viven ciento cincuenta años y las mariposas sólo un día? —dijo la tía Elner—. La vida no es justa, ¿verdad?

—No —confirmó Norma—. Hace unos minutos, Tot me ha dicho lo mismo.

—¿Sobre las mariposas?

—No, que la vida no es justa.

—Ah… ¿Y por qué ha salido el tema?

—Le preocupa no llegar a cobrar la jubilación si llega el fin del mundo.

—Pobre Tot, como si no le bastara con esos hijos que tiene. ¿Qué más contaba esta mañana?

—Lo de siempre, esto y lo otro, y que le enoja no saber en qué consiste la vida.

La tía Elner se puso a reír.

—Bueno, bienvenida al club, ¿y quién lo sabe? Es una de las preguntas del millón, ¿no es cierto? Diría que la respuesta está en aquello tan manido del huevo y la gallina. ¿Qué opinas?

—Supongo.

—Dile a Tot que, si lo averigua, me lo haga saber.

De repente empezaron a oírse campanas, y Norma tuvo un sobresalto al verse devuelta bruscamente a la realidad. Otra vez a la horrible realidad del momento, cuando sólo cinco días atrás la tía Elner había estado contenta y sonriente y ahora se encontraba en la sala de urgencias de un hospital desconocido en quién sabía qué estado de gravedad. Mientras se reclinaba y aguardaba a que las campanas dejaran de repicar y a que las barreras rojas y blancas del paso a nivel acabaran de alzarse, Norma también se sumó al club y se preguntó: «¿En qué consiste la vida, en todo caso?»

La sala de espera

9h 58m de la mañana

Por culpa del retraso en el paso a nivel, Norma y Macky llegaron al hospital unos ocho minutos después que la ambulancia. La mujer de recepción les dijo que habían llevado a Elner a la sala de urgencias y que no sabía nada sobre su estado, pero el médico acudiría a la sala de espera para informarles en cuanto supiera algo. Entretanto, Norma tendría que rellenar un montón de impresos del seguro y responder a diversas preguntas lo mejor que pudiera. Le temblaban tanto las manos que casi no era capaz ni de escribir.

Naturalmente, no sabía qué poner en el apartado de la edad de la tía Elner. Como muchas personas de su generación, había nacido en casa, y la única prueba de la fecha de nacimiento era la Biblia familiar en la que se había hecho constar, pero ésta había desaparecido hacía años. La madre de Norma siempre mentía acerca de su edad, y seguramente fue ella la que hizo desaparecer la Biblia. En consecuencia, ahora no había forma de saber los años de la tía, así que apuntó ochenta y nueve.

Se volvió hacia Macky.

—¿Crees que es alérgica a algún medicamento?

Él meneó la cabeza.

—No, creo que no.

Norma leyó la lista de todos los achaques pasados o presentes, y acabó marcando «no» en todos. Por lo que sabía, la tía Elner no había estado realmente enferma ni un solo día de su vida, aunque no sabía por qué. La mayoría de las personas de esa edad ya había pasado por algo, y teniendo en cuenta sus hábitos alimenticios o que lo cocinaba todo con mantequilla, ya años atrás debería haber sufrido diabetes o algún ataque cardíaco; sin embargo, al parecer seguía gozando de buena salud. Desde luego, la tía no era débil; continuamente estaba levantando bolsas de diez kilos de alpiste pese a que se le había dicho que no lo hiciera. Tras rellenar todos los formularios, Norma se dirigió de nuevo a Macky.

—¿Llamamos a Linda y le contamos lo que ha pasado?

—No, cariño, esperemos y veamos primero qué hay, no vayamos a preocuparla por nada. La tía Elner está en buenas manos, todo saldrá bien, ya lo verás.

Norma respiró hondo y alargó la mano para apretar la de Macky.

—Menos mal que te tengo a ti. Si no, no sé qué haría; supongo que volverme completamente loca.

¡Yuju!

10h 9m de la mañana

Cuando Elner se despertó de su sueñecito, la habitación estaba oscura como boca de lobo. No tenia ni idea de qué hora sería, pero sabía que aún se hallaba en el hospital, pues alcanzaba a oír los típicos pitidos y a gente andando al otro lado de la puerta. No obstante, imaginó que se encontraba bien, pues no sentía dolor y podía mover todos los dedos de manos y pies. Ningún hueso roto, perfecto. Permaneció tumbada unos cuantos minutos más y se preguntó dónde estarían Norma y Macky. «Bah», pensó. A lo mejor Norma había tenido otro de sus ataques, y eso los había demorado. Llegarían pronto, supuso. También esperaba que esas personas de la bata verde no la hubieran dejado en una habitación y se hubieran olvidado de ella. «Espero que no me hayan perdido.» Sería realmente difícil perder a una vieja gorda como ella, pero si por casualidad era eso lo que había sucedido, seguro que Norma se pondría como un basilisco.

La pobre Norma había heredado la hermosura y los nervios de su madre. Elner siempre había sido una mujer de aspecto agradable, pero no una belleza como su hermana pequeña Ida. Tampoco había sido una persona nerviosa ni excitable, y más o menos tomaba las cosas tal como venían. Sin embargo, Ida había sido ya una niña inquieta. Y Norma también. Aunque Elner la quería como si fuera su propia hija, a veces era difícil entenderse con ella. Norma, por ejemplo, era una fanática de la limpieza. Macky solía contar que tenía miedo de levantarse en mitad de la noche para ir al lavabo porque a la vuelta ella ya había hecho la cama. Decía que Norma seguramente salió de la barriga de su madre con un bote de Lysol en una mano y un trapo en la otra. Pero pese a sus rarezas, tenía un corazón de oro. Su principal problema era que se preocupaba demasiado por la gente y quería atender a todo el mundo. Si en la ciudad había que hacer algo, lo hacía Norma. Gracias a Norma, no había una sola persona mayor que no recibiera una comida caliente o una visita de alguien una vez al día. De modo que, aun con sus pequeños defectos y sus achaques nerviosos, en el fondo era una de las personas más afectuosas que conocía.

Transcurrió aproximadamente otra media hora sin aparecer nadie, y entonces a Elner se le ocurrió algo de repente. Quizá Norma ni siquiera sabía que ella estaba en el hospital. Tal vez los de la bata verde no sabían quién era ella o con quién ponerse en contacto. Tenía que ser eso, de lo contrario ya habrían llegado, así que Elner supuso que lo mejor era levantarse e intentar que alguien llamara a Norma para que ésta viniera y se la llevara a casa. Desde luego no quería quedarse a pasar la noche. Se incorporó y se levantó de la cama con cuidado. «Sólo me faltaría esto, resbalar y romperme el cuello después de haber sobrevivido a la primera caída.» Pero cuando ya estuvo de pie, se sorprendió de lo fácil que había sido y de lo ligera que se sentía. Calculó que habría perdido peso mientras esperaba. «Norma se alegrará de esto.» Norma estaba siempre preocupada por el sobrepeso de Elner y cada día iba a su casa a tomarle la presión. Incluso le había reducido el bacón a un máximo de dos trozos en el desayuno y ninguno por la noche. Lógicamente, cuando el otro día fue a cenar con Merle y Verbena y comió hígado y bacón, no se lo dijo a su sobrina. No tenía sentido disgustarla.

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