—¡Que te largues de su tejado! Vete y no vuelvas más. Si lo haces, se lo diré a la señora Bethany. Puedes estar seguro de que me creerá y de que te pondrá de patitas en la calle.
—Pues hazlo. Estoy harto de este sitio. Aunque me merezco una alegría antes de irme, ¿no crees?
Erich se echó a reír y por un momento creí que, después de todo, quería pelear conmigo. Sin embargo, lo que hizo fue saltar del tejado sin molestarse siquiera en atrapar la rama de un árbol en su caída.
Nunca antes había sentido nada comparable a esa ira ciega y recé para no volver a sentirla jamás. A pesar de lo lúgubre y mezquino que pudiera resultar Medianoche, tenía la sensación de haberme enfrentado a la verdadera maldad por primera vez.
Raquel me había preguntado en una ocasión si creía en el Mal y yo le había dicho que sí, pero hasta ese momento no sabía qué cara tenía. Temblorosa, hice una par de profundas inspiraciones intentando recuperar la compostura. Tenía que pensar detenidamente sobre lo que había ocurrido, pero esa noche lo único que quería era irme de allí cuanto antes.
Avancé un par de pasos y me dejé resbalar por la pendiente del extremo del tejado para echar un vistazo al lugar en que Erich había aterrizado. Quería asegurarme de que se había ido de verdad. Sin embargo, al empezar a bajar, vi otra figura en la oscuridad, como una sombra agazapada al abrigo de las olas. Tal vez Erich no estaba solo.
—¡Quieto! —dije—. ¿Quién anda ahí?
La figura se enderezó lentamente, asomando a la luz de la luna. Era Lucas.
—¿Lucas? ¿Qué haces aquí?
Enseguida comprendí que había preguntado una tontería. Lucas había ido hasta allí por la misma razón que yo, para comprobar si Erich estaba acosando a Raquel. No respondió. Me miraba fijamente, como si no me conociera y retrocedió un paso.
—¿Lucas?
Al principio no comprendí por qué me rehuía, pero entonces caí en la cuenta: los colmillos todavía no se habían retraído y tenía la boca manchada de sangre. Dependiendo del tiempo que llevara allí agazapado, me habría visto hablar con Erich… y me habría visto morderle…
«Lucas sabe que soy un vampiro».
La mayoría de la gente ya no cree en vampiros y tampoco lo creería por mucho que uno se esforzara en convencerla, pero Lucas no necesitaba que nadie lo convenciera, sobre todo cuando tenía delante a un vampiro de colmillos largos con sangre en los labios. Me miraba como si fuera una extraña… No, como si fuera de otro planeta.
Acababan de desvelarse los secretos que toda mi vida había luchado por proteger.
—E
spera —le supliqué. Todavía tenía los labios húmedos a causa de la sangre—. No te vayas. ¡Puedo explicártelo!
—No te acerques a mí.
Lucas estaba blanco como la nieve.
—Lucas… Por favor…
—Eres un ¡vampiro!
¿Qué podía decir? Mis nuevas aptitudes como maestra del engaño no me servían de nada. Lucas sabía la verdad y ya no podía seguir ocultándoselo.
Continuó retrocediendo y tropezando con las tejas de pizarra, agitando los brazos para mantener el equilibrio. El estupor entorpecía sus pasos. Lucas, cuyos movimientos siempre eran precisos y calculados. Era como si anduviese a ciegas.
Sentí el impulso de ir tras él para evitar que perdiera el equilibrio y se cayera, pero sobre todo necesitaba explicarme, con absoluta desesperación. Sin embargo, Lucas no iba a dejar que le ayudara. Ya no. Si lo seguía, el pánico se apoderaría de él y huiría. Huiría de mí.
Temblorosa, me senté en el tejado y vi cómo Lucas se alejaba. Ni siquiera se dignó a mirar atrás hasta que apenas le quedaban unos pasos para llegar a la torre norte y a las habitaciones de los chicos. Para entonces, yo había pasado los brazos alrededor de las rodillas y las lágrimas rodaban por mis mejillas. Nunca en mi vida me había sentido tan asustada y avergonzada, ni siquiera cuando le había mordido.
¿Habría adivinado lo que había sucedido en realidad la noche del Baile de otoño y que había sido yo quien le había hecho la herida del cuello? Estaba segura de que no tardaría mucho en atar cabos, si no lo había hecho ya.
¿Qué debía hacer? ¿Decírselo a mis padres sin perder tiempo? Se enfadarían conmigo… Además de tener que tomar medidas respecto a Lucas. Ignoraba qué le reservaban los vampiros al humano que descubría el secreto de Medianoche, pero sospechaba que no era nada bueno. ¿Y si se lo contaba a la señora Bethany? Ni hablar. Podía intentar despertar a Patrice para pedirle consejo, pero seguramente se encogería de hombros, se daría unos retoques en su sombra de ojos y volvería a quedarse dormida.
Ahora que el secreto había dejado de serlo, toda esa gente estaba en peligro. Era probable que Lucas no se lo dijera a nadie por temor a que lo llamaran chiflado. Y aunque se lo contara a alguien, era muy poco probable que lo creyeran. Sin embargo, me atormentaba el riesgo, por pequeño que fuera, de que nos viéramos expuestos. Y todo por mi culpa.
Tenía que haber algún modo de poder arreglarlo, tenía que hacer algo.
«Hablaré con Lucas. Será lo primero que haga por la mañana. No, que tiene examen. —Era muy extraño tener que pensar en cosas tan mundanas como un examen en medio de todo aquello—. Iré a buscarlo después. No querrá hablar conmigo, pero no va a ponerse a gritar en el pasillo sobre vampiros. Tendré que aprovechar esa oportunidad, siempre que se me ocurra qué decirle…».
Y luego, ¿qué? Le había mentido. Le había hecho daño. Tal vez lo mejor era que se alejara de mí todo lo que pudiera.
Sin embargo, sabía que debía intentarlo, aunque me arriesgara a perder a Lucas para siempre. Si era así, haría lo que fuera por recuperarlo: suplicar, llorar o revelarle todos mis secretos; pero si de algo estaba segura era de que le debía una explicación.
Tras una larga noche en vela, me levanté, me puse el jersey y la falda negros y bajé la escalera a toda prisa. Pensaba que había llegado justo a tiempo de que acabara el examen de Lucas, pero según me contó uno de sus compañeros habían dejado salir a los alumnos a medida que acababan la prueba, y Lucas había terminado de los primeros. Eso significaba que probablemente volvía a estar en su dormitorio. Reuní todo mi valor y me colé en la zona de dormitorios de los chicos. Vic y Lucas me habían señalado su ventana desde los jardines, así que no tendría problemas en encontrar la habitación, si no me pescaban antes, claro.
¿Le aterraría verme aparecer de pronto en su habitación? Tal vez. Tenía que arriesgarme, ya no lo soportaba más. El suspense me estaba torturando, me estaba volviendo loca. Aunque Lucas acabara diciéndome que no quería que volviera a acercarme a él nunca más, al menos tenía que saberlo. La incertidumbre era peor que nada.
Supe que había llegado a mi destino cuando me topé con una puerta decorada con dos pósteres: uno de
Vértigo
, la película de Alfred Hitchcock, y otro de algo llamado
Faster, Pussycat! Kill! Kill!
No respondieron cuando llamé, así que la abrí, insegura. No había nadie. La habitación de Lucas olía a él: a especias y a bosque, casi era como estar entre los árboles. La mitad de la habitación estaba cubierta de pósteres de películas de acción, armas y mujeres colocados en todas direcciones. La mitad que contenía la cama con una colcha estampada con nudos. Es decir, la mitad de Vic. La otra mitad, la de Lucas, estaba casi vacía. No había pósteres ni láminas colgadas en las paredes desnudas, y en el pequeño tablero de anuncios, que pendía encima de todas las camas del internado, solo había pinchado su horario de clases y una entrada de cine:
Sospecha
, de nuestra primera cita. Una colcha de los excedentes del ejército cubría la cama.
Por lo visto no me quedaba más remedio que esperar. Sin saber qué hacer, me acerqué a la ventana desde la que se divisaba un tramo del camino de entrada del colegio, cubierto de gravilla. Había aparcados varios coches, casi todos pertenecientes a los padres que habían ido a recoger a sus hijos el último día de exámenes para llevárselos a casa a pasar la Navidad. Hijos humanos, claro. Vi a gente abrazándose, cargando el maletero… y a Lucas saliendo por la puerta principal con su bolsa de tela gruesa al hombro.
—Oh, no —musité.
Apreté las manos contra la ventana con tanta fuerza que temí que el cristal, o yo, nos hiciéramos añicos, pero Lucas continuó su camino sin vacilar. Se dirigió derecho hacia un sedán negro con las ventanillas tintadas. La puerta del sedán se abrió e intenté ver quién había dentro, pero no lo conseguí. La mitad desnuda de la habitación empezó a cobrar sentido para mí. En ese momento supe que Lucas se había ido de Medianoche para pasar fuera las vacaciones de Navidad, sin despedirse, y que seguramente no volvería jamás.
—Eh, ¿ahora las habitaciones van a ser mixtas? Qué pasote. —Vic había entrado en el dormitorio. Lo saludé con una débil sonrisa antes de volverme para ver alejarse el coche de Lucas. El automóvil salió disparado, como si tuviera prisa—. Qué buena eres colándote aquí. Vosotros dos solo os habréis despedido, ¿no?
—Ajá.
¿Qué otra cosa iba a decirle?
—No te pongas depre, ¿vale? —Vic me dio un suave empujoncito en el hombro—. Algunos tipos saben lo que hay que decirle a una chica cuando está triste, pero no soy uno de esos.
—Estoy bien, de verdad. —Miré a Vic detenidamente. Era la única persona de la escuela con la que Lucas hubiera compartido sus sospechas—. ¿Te ha parecido que Lucas… estaba bien?
—Rechazó mi invitación a Jamaica. —Vic se encogió de hombros—. Dijo no sé qué de reunirse con amigos de la familia, pero me dio la impresión de que no iban a hacer nada especial. ¿No preferirías pasar la Navidad tumbada en la playa en vez de ir por ahí con unos pesados que solo conoce tu madre?
No era eso a lo que me refería. Sin embargo, si eso era lo único extraño que Vic había visto, tal vez Lucas se había guardado sus ideas sobre los vampiros para él solo. Vic no era de los que podrían ocultar algo parecido. Con cierto remordimiento, me di cuenta de que Vic era una persona mucho más sincera que yo.
—¿Patatas? —Vic me ofreció una bolsa medio llena y cubierta de polvillo naranja. Negué con la cabeza e intenté fingir con todas mis fuerzas que no lo añoraba—. Se arrepentirá. Espera y verás. Mi familia y yo vamos a pasárnoslo de miedo. ¿Y qué va a estar haciendo él? Preocupándose por sus modales en la mesa vete a saber dónde. Va a ser un mes muy largo —predijo Vic con la boca llena de patatas.
—Sí, mucho —murmuré.
Supongo que la mayoría de la gente daría por sentado que a los vampiros no les gusta la Navidad. Y la mayoría de la gente se equivocaría.
La parte religiosa nos hacía sentir incómodos. No ardíamos ni nos convertíamos en humo si nos mostraban una cruz o nos rociaban con agua bendita, como en las películas de terror, pero no nos sentaba bien entrar en una capilla o en una iglesia, nos producía una sensación escalofriante muy rara, como si estuviera observándonos alguien invisible. Así que ni celebrábamos la misa del gallo, ni montábamos el pesebre ni nada de eso. Sin embargo, a los vampiros les gusta recibir regalos como a cualquiera. Si a eso le añades que no hay que ir a clase, tienes unas vacaciones que hasta los no muertos disfrutan.
Al menos la mayoría de los no muertos. Esa Navidad me sentí más deprimida de lo que nunca lo había estado en mi vida.
La atmósfera agobiante se distendió cuando los alumnos humanos se fueron y solo quedaron en el internado los vampiros. La gente dejó de darse tantos aires; en realidad no quedaba nadie con quien meterse o a quien impresionar. Unos cuantos se fueron, entre ellos Patrice, quien insistió en que esquiar en Suiza en esa época del año era algo que no podía perderse. Los demás, profesores y alumnos por igual, nos quedamos en Medianoche porque era nuestro hogar, o lo más próximo a un hogar que tenían muchos.
—Somos una excepción, Bianca. —Mi madre colgaba guirnaldas encima de la puerta mientras yo estaba debajo, aguantando la escalera. Tanto ella como mi padre habían reparado en mi languidez y se estaban esforzando por imbuirme del espíritu navideño—. Somos la única familia de Medianoche, ¿te das cuenta? Ninguno de los que están aquí ha tenido una familia desde… Bueno, desde que estaban vivos, supongo.
—Se me hace extraño que no tengan un hogar al que ir. —Le pasé una chincheta para que sujetara la guirnalda en su sitio—. Nosotros teníamos una casa. ¿Cómo se las apaña la gente que no tiene casa?
—Hemos tenido casa dieciséis años —me corrigió mi padre desde el sofá, donde estaba muy ocupado buscando entre sus discos antiguos el de
Ella Wishes You a Swinging Christmas
—. Eso es toda tu vida, pero para tu madre y para mí es como…
—Un abrir y cerrar de ojos —contestó ella, con un suspiro.
Mi padre le sonrió y su expresión me recordó que él era unos seiscientos años mayor que ella, que incluso los siglos que habían pasado juntos debían de ser apenas un parpadeo para él.
—Lo permanente no existe. La gente viene y va de un lugar a otro y se regala en los placeres o en los lujos o en cualquier otra cosa que pueda distraerles del aburrimiento ocasional de la inmortalidad. La vida continúa y los que no estamos vivos tenemos problemas para seguirle el ritmo.
—Por eso existe Medianoche —dije, pensando en Tecnología moderna y en las caras confusas de los alumnos cuando el señor Yee introdujo el concepto de correo electrónico. Muchos de ellos habían oído hablar de él, y algunos incluso sabían utilizarlo, pero yo era la única que comprendía de verdad su funcionamiento antes de que el señor Yee lo explicara. Una cosa era salir del apuro en el día a día en el siglo
XXI
, y otra comprender lo que ocurría de verdad—. ¿Y qué ocurre con los que parecen demasiado mayores para entrar en el colegio?
—Bueno, éste no es el único sitio que tenemos, ¿sabes? —Mi madre se agachó para coger otra guirnalda—. Hay spas y hoteles, ese tipo de lugares a los que se supone que la gente va para aislarse del resto del mundo y donde puede controlarse quién entra. Tiempo atrás, solíamos tener un montón de monasterios y conventos, pero ahora es difícil crear nuevos. La Reforma cerró bastantes, por las turbas de hugonotes, los incendios y cosas por el estilo. Los residentes no podían explicar que no eran católicos sin empeorar las cosas. Hoy en día, la mayoría de nosotros se adscribe a clubes y colegios.
—El año que viene abrirán un centro de rehabilitación falso en Arizona —añadió mi padre.