—Algunos tienen mejores cosas que hacer que pintarse las uñas —repliqué.
Patrice me ignoró y continuó aplicándose laca de color Burdeos en la uña del dedo pequeño.
Cuando por fin bajé, tuve la impresión de que empezaba a manejar mis sentidos agudizados. Sin embargo, lo que realmente me preocupaba era la incertidumbre de si volvería a ver a Lucas. A pesar de que me había pedido que lo mordiera, la herida tenía que doler. ¿Y si eso lo ahuyentaba?
No estaba esperándome cuando bajé. El trimestre anterior, cuando salíamos juntos, solía esperarme a la entrada de los dormitorios de las chicas, con la mochila al hombro, pero ese día, nada. No le di mayor importancia y me dije que habría vuelto a dormirse. A veces le pasaba, y después de la noche anterior, era evidente que necesitaba descansar.
A la hora de la comida, lo busqué por los alrededores del internado, pero no lo encontré por ninguna parte. Aun así, no les dije nada ni a mis padres ni a nadie más. La noche anterior Lucas me había asegurado que creía en mí y eso significaba que yo debía creer en él. Ni siquiera cuando fui a la clase de Química y vi que Lucas había hecho novillos dejé de repetirme que debía tener fe.
Tuve que esperar hasta después de clases, cuando Vic se acercó a mí en el pasillo e intentó comportarse con naturalidad, aunque le salió muy mal.
—Eh, hola. ¿Recuerdas esa vez que te colaste en nuestra habitación?
—Sí, antes de Navidad. —Lo miré de soslayo—. ¿Por qué?
—¿Crees que podrías volver a hacerlo? A Lucas le pasa algo raro y no quiere decir nada. Supongo que si alguien puede convencerlo para que vaya a ver al médico, ese alguien eres tú.
«¿El médico? Oh, no». Angustiada, cogí a Vic por el brazo.
—Llévame allí. Ahora.
—¡Vale, vale! —Empezó a guiarme hacia los dormitorios de los chicos, echando un vistazo furtivo alrededor por si nos seguían—. Cálmate. No es una apendicitis ni nada por el estilo. Solo es que está un poco raro. Más raro de lo normal, quiero decir.
Todo el mundo estaba en tensión desde la desaparición de Erich, así que esta vez no me resultó tan fácil colarme. Vic comprobaba los pasillos, esperaba a que estuvieran despejados y luego me hacía señas como un poseso. A continuación, yo cruzaba el pasillo a la carrera y me agachaba en una esquina, mientras Vic comprobaba el pasillo siguiente. Por fin llegamos y entré en su habitación.
Lucas estaba tumbado en la cama, con las manos sobre el estómago, como si estuviera enfermo. Se sorprendió al verme, pero enseguida pareció sentirse aliviado. A pesar de todo, se alegraba de que estuviera allí y eso me hizo tan feliz que no pude por menos que sonreír.
—Hola, ¿dolor de estómago? —le pregunté, arrodillándome junto a la cama.
—No creo que ese sea el problema. —Cerró los ojos mientras le apartaba unos mechones de la frente sudorosa—. Vic, ¿podrías dejarnos solos un momento?
—Claro. Cuelga la corbata del pomo si estáis ocupados. Me va el porno gratis, pero…
—¡Vic! —protestamos ambos al unísono.
Vic levantó las manos y salió marcha atrás, sonriendo.
—Vale, vale.
En cuanto la puerta se cerró, me volví hacia Lucas.
—¿Qué te pasa?
—Es desde esta mañana, es como si… Bianca, lo oigo todo. Todo lo que pasa en esta escuela. La gente cuando habla, cuando camina, incluso cuando escribe. Los bolis sobre el papel. Lo oigo todo muy alto. —Sus síntomas me resultaron tan conocidos que un escalofrío me recorrió el cuerpo. Lucas entrecerró los párpados, como si la luz le hiciera daño en los ojos—. Los olores también son muy penetrantes. Es como si todo estuviera… exagerado. Es insoportable.
—A mí también me pasó después de morderte.
Lucas sacudió la cabeza.
—No puede ser por el mordisco —insistió—. La otra vez no me sentí así. Me desperté en casa de la señora Bethany con un ligero dolor de cabeza, pero nada más.
—Más de una vez… —murmuré, recordando lo que me había dicho mi madre—. No puedes convertirte en vampiro hasta que te hayan mordido más de una vez.
Lucas se enderezó de repente y apoyó la espalda contra la cabecera de metal.
—Eh, eh, que no soy un vampiro, estoy vivo.
—No, no eres un vampiro, pero podría convertirte en uno. Es posible. Y tal vez… Tal vez, ya que es posible, tu cuerpo está empezando a cambiar.
Hizo una mueca.
—Me estás tomando el pelo, ¿verdad?
—¡No bromearía con una cosa así!
—Bueno, pues podemos, no sé, ¿dar marcha atrás? ¿Podemos arreglarlo para que no me convierta en un vampiro?
—¡No lo sé! No tengo ni idea de cómo funciona esto.
—¿Cómo no vas a saberlo? ¿No te han dado ningún tipo de charla sobre cómo se hacen los vampiros o algo así?
Ya volvía a estar insinuando que mis padres me habían ocultado información importante y aunque seguía encontrándolo irritante, tuve la desoladora idea de que podía ser cierto.
—Me han explicado cómo me convertiría en un vampiro. Me han preparado para mi propio cambio, no para el tuyo.
—Lo sé, lo sé. —Su mano en mi hombro me tranquilizó y me sentí avergonzada de que fuera él quien tuviera que consolarme estando tan asustado e indispuesto como estaba—. Es que me cuesta hacerme a la idea.
—Pues ya somos dos.
¿Por qué hasta ese momento no me había parado nunca a pensar sobre lo poco que sabía acerca de lo que significaba ser un vampiro? Antes ni siquiera me había planteado preguntar por la cuestión. Tal vez mis padres no me estuvieran ocultando la verdad de manera consciente, tal vez solo estaban esperando a que estuviera preparada. Y entonces caí en la cuenta de que esa podría ser la verdadera explicación de por qué habían insistido en que viniera a la Academia Medianoche. Quizá estaban preparándome para conocer toda la verdad.
Si era así, lo habían conseguido.
—Intentaré averiguar algo al respecto. Tiene que haber libros en la biblioteca. O podría preguntarle a alguien que no sospechara. A Patrice, tal vez. Sé que Balthazar me lo diría, pero él sabría enseguida que he vuelto a morderte. Puede que no se lo dijera a mis padres, pero acabaría haciéndolo si creyera que es necesario por nuestro bien.
—No te arriesgues —dijo Lucas—. Ya lo averiguaremos de alguna manera.
Descubrir la verdad acabó siendo mucho más duro de lo que pensaba.
—¿Ves lo fácil que es? —Patrice estaba tan contenta de que le hubiera pedido que me iniciara en el arte de la pedicura que cualquiera diría que le estaba pagando clases particulares—. Mañana probaremos con un color que vaya mejor con tu tono de piel. Este rojo coral no acaba de pegarte.
—Vaya, qué bien. Es decir, que eso estaría muy bien. —No había contado con que tendría que repintarme las uñas de los pies el resto del curso, pero si podía aprender algo útil, valdría la pena—. Supongo que en los viejos tiempos, no sé, antes de que existiera el quitaesmalte y esas cosas, tenía que ser difícil mantenerse.
—Bueno, no había pintauñas que quitarse, pero arreglarse era todo un reto. Los polvos de talco ayudaban mucho. —Patrice suspiró y una leve sonrisa afloró a sus labios—. Agua de Florida. Saquitos perfumados también, y perfume en pañuelitos que podías meter en el escote del vestido.
—¿Y eso atraía a los chicos? —Al ver que asentía, me aventuré un poco más—. Así podías, bueno, ¿morderlos?
—A veces. —En ese momento, el rostro de Patrice adoptó una expresión que casi nunca había visto en ella: la rabia—. Los hombres que conocí no eran caballeros precisamente, ¿sabes? Eran postores. Compradores. Los bailes a los que acudía antes de la guerra civil eran bailes para mestizos… No sabes de qué te estoy hablando, ¿verdad?
Negué con la cabeza.
—A las chicas como yo, con sangre negra y blanca en las venas, aunque de piel lo bastante clara como para complacer a los amos de las plantaciones, nos enviaban a vivir a Nueva Orleans, donde se nos educaba como a jovencitas respetables. A veces llegabas a olvidar que eras una esclava. —Patrice miró fijamente sus uñas de los pies a medio pintar, tres de las cuales todavía estaban húmedas y brillaban—. Luego, al crecer y llegar a cierta edad, podías acudir a los bailes para mestizos donde los hombres blancos te examinaban y te compraban a tu amo, como una especie de concubina.
—Patrice, eso es horrible.
Nunca había oído hablar de algo tan espantoso.
—Me transformé la noche anterior a mi primer baile —dijo con toda naturalidad, sacudiendo la cabeza—. Se puede decir que me pasé toda la temporada social bebiendo de un hombre a otro. Mientras ellos creían que estaban utilizándome, era yo quien los utilizaba a ellos. Luego, huí.
Era la primera vez que Patrice compartía algo conmigo… Al menos, algo real. Me habría gustado que hubiera seguido contándome cosas sobre su pasado, pero tuve que cambiar de tema por el bien de Lucas.
—¿Alguna vez llegaste a beber la sangre de alguien en más de una ocasión?
—¿Hum? —Patrice pareció regresar de muy lejos—. Ah, sí, la de Beauregard. Un tipo gordo y muy pagado de sí mismo. Podía perder un litro sin enterarse, lo que me venía muy bien.
—¿Y qué le pasó a ese tal Beauregard?
—La última noche de la temporada social, se cayó del caballo y se rompió el cuello. Tal vez se debió a lo débil que estaba después de perder tanta sangre, pero lo más probable es que estuviera borracho. ¿Crees que el ciruela va bien con mi tono de piel?
—El ciruela te queda de muerte.
Y ahí acabó nuestra conversación. El puente que se había tendido entre nosotras se había recogido, y Patrice había vuelto a refugiarse en su mundo de sedas y perfumes, a salvo de tener que rememorar su duro pasado. Sabía que no podía seguir preguntándole sin levantar sospechas, así que la conversación en sí no me había servido de nada.
¿Y la biblioteca? Aún peor. Lo lógico habría sido pensar que en la biblioteca de una escuela de vampiros encontraría libros sobre vampiros, ¿no? Pues no. Los únicos ejemplares que tenían eran novelas de terror (clasificadas en la sección de humor) y estudios serios sobre el folclore como los que habíamos leído en la clase de la señora Bethany, más pintorescos que realistas. Estaba visto que ningún vampiro había escrito un libro sobre vampiros. Al tiempo que apoyaba la cabeza contra una hilera de tomos enciclopédicos, suspirando de frustración, me pregunté si algún día no debería hacer una incursión en el mercado editorial con algo por el estilo. Puede que aquello me sirviera a la hora de elegir carrera, pero no demasiado para solucionarla situación de Lucas.
Por fortuna, Lucas se sintió mejor en un par de días. Sus sentidos agudizados remitieron más lentamente que los míos, pero al final volvieron a la normalidad y dejaron de ser un problema. Sin embargo, hubo otros cambios, cambios más complicados de comprender, pero a los que estaba más habituada.
—Mira esto —dijo Lucas mientras paseábamos por el lindar de los prados a la semana siguiente.
Mientras miraba, dio un salto para alcanzar la rama más baja de un pino, se aferró a ella con fuerza y quedó colgando sin ningún esfuerzo. Luego, lentamente, fue levantando las piernas, afianzando las manos sobre la rama a medida que iba alzando el cuerpo por encima de ésta, se inclinó hacia delante al sobrepasarla con el tórax y finalmente estiró las piernas hacia arriba para hacer el pino. Los pies quedaron en vertical sobre su cabeza.
—No me digas que ahora eres gimnasta olímpico —bromeé, intranquila.
—Vaya, mi vida secreta ha salido a la luz.
—¿No eras tú el que salía en esa lata de espinacas?
—En serio, estoy en forma, pero ni en mis mejores sueños podría hacer algo parecido. Y bajar debería ser un suplicio, pero… —Lucas volvió a enroscarse, se soltó y aterrizó con dureza—. Ningún problema.
—Yo también puedo hacerlo —confesé —, pero solo después de alimentarme. Mis padres hacen cosas por el estilo a cualquier hora.
—Entonces estás diciéndome que son poderes de vampiro. —Vi que a Lucas no le gustó nada cómo sonaba eso—. Que ahora soy más fuerte que un humano, tal vez incluso más fuerte que tú, aunque no sea un vampiro.
—Yo tampoco acabo de entenderlo, pero… igual sí.
Con la llegada de febrero, fuimos descubriendo más cosas acerca de los cambios que sufría Lucas. Salíamos a correr por el campo y no tenía que esperarlo. Corríamos más rápido que cualquier humano, a veces durante horas. Acabábamos agotados, pero lo hacíamos sin problemas. Por la noche, nos escabullíamos a los jardines o al tejado y ponía a prueba el alcance del oído de Lucas. Podía distinguir el ulular de una lechuza o el quiebre de una ramita a casi un kilómetro de distancia. No poseía un oído tan fino como el mío, y ninguno de los dos teníamos los sentidos tan desarrollados como después de que le mordiera, pero seguía estando por encima del umbral humano.
No volvimos a visitar la estancia de lo alto de la torre norte. Aunque deseaba estar con Lucas más que nunca y sabía que a él le ocurría lo mismo, éramos precavidos. Tal como estaban las cosas, ya teníamos suficientes problemas tratando de controlar mi sed de sangre. Además, en el caso de que algo hubiera cambiado en la naturaleza de Lucas, también podrían surgir otros peligros si empezábamos a besarnos y nos dejábamos llevar demasiado lejos. Por tanto, no era difícil imaginar las ganas que tenía de obtener respuestas.
Una noche decidí que debíamos intentar la prueba definitiva.
Quedé con Lucas en el cenador y me presenté con un termo en la mano.
—¿Qué es eso? —preguntó, sin sospechar nada.
—Sangre.
—Ah. —Puso una cara rara—. Si tienes hambre, pues… Ya sabes, como si yo no estuviera.
Lucas evitó mi mirada mientras intercambiaba nervioso el peso de un pie al otro. Por lo visto todavía lo incomodaba la idea de que yo bebiera sangre, lo que no presagiaba nada bueno para el experimento que tenía en mente.
—No es para mí, es para ti.
—Ni hablar —contestó, horrorizado.
—Lucas, afrontémoslo: cuando te mordí la segunda vez, algo cambio en tu naturaleza y tal vez haya sido para siempre. Debemos averiguar si te he convertido en medio vampiro o si vas a acabar siéndolo como yo.
Palideció y se arrebujó en su largo abrigo.
—¿De verdad crees que eso fue lo que ocurrió? Porque… Bianca, la idea de convertirme en un vampiro es superior a mis fuerzas.
Su rechazo categórico a la idea de ser como yo me dolió; ya había empezado a imaginar que compartiría con él una larga vida a través de los siglos, vampiros jóvenes, bellos y enamorados para la eternidad, pero intenté concentrarme en el experimento. Llevaba unos guantes grises sin dedos, por lo que no me resultó difícil desenroscar la tapa del termo.