Tu rostro mañana 1.-Fiebre y lanza

Read Tu rostro mañana 1.-Fiebre y lanza Online

Authors: Javier Marías

Tags: #Intriga

BOOK: Tu rostro mañana 1.-Fiebre y lanza
2.63Mb size Format: txt, pdf, ePub

 

«No debería contar nunca nada», empieza por decir el narrador de esta historia, Jaime o Jacobo o Jacques Deza.

Y sin embargo su tarea va a ser la contraria, contarlo todo, hasta lo aún no sucedido, al ser contratado por un grupo sin nombre que durante la Segunda Guerra Mundial creó el M16, el Servicio Secreto británico, y que aún funciona hoy en día de manera tal vez degradada, o acaso ya bajo diferente auspicios.

El protagonista regresa a Inglaterra, en cuya Universidad de Oxford había enseñado muchos años atrás, «por no se seguir cerca de mi mujer mientras ella se me alejaba». Y allí descubre que, según Sir Peter Wheeler, viejo profesor retirado «con demasiados recuerdos», él también pertenece al reducido grupo de personas que posee un «don» o maldición: el de ver lo que la gente hará en el futuro, el de conocer hoy cómo será sus rostros mañana, el de saber quiénes nos traicionarán o nos serán leales.

Javier Marías

Tu rostro mañana

1. Fiebre y lanza

ePUB v1.1

gercachifo
04.08.12

Título original:
Tu rostro mañana 1. Fiebre y lanza

Javier Marías, 2002.

Ilustraciones: Charles Burki, En el camino, 1937

Diseño/retoque portada: gercachifo

Editor original: gercachifo (v1.1)

ePub base v2.0

Para Carmen López M,

que ojalá me quiera

seguir oyendo

And for Sir Peter Russell,

to whom this book is indebted

for his long shadow,

and the author,

for his far-reaching friendship

I.- Fiebre

No debería uno contar nunca nada, ni dar datos ni aportar historias ni hacer que la gente recuerde a seres que jamás han existido ni pisado la tierra o cruzado el mundo, o que sí pasaron pero estaban ya medio a salvo en el tuerto e inseguro olvido. Contar es casi siempre un regalo, incluso cuando lleva e inyecta veneno el cuento, también es un vínculo y otorgar confianza, y rara es la confianza que antes o después no se traiciona, raro el vínculo que no se enreda o anuda, y así acaba apretando y hay que tirar de navaja o filo para cortarlo. ¿Cuántas de las mías permanecen intactas, de las muchas confianzas brindadas por quien tanto ha creído en su instinto y no siempre le hizo caso y ha sido ingenuo demasiado tiempo? (Ya menos, ya menos, pero la disminución de eso es muy lenta.) Siguen intactas las que deposité en dos amigos que aún las conservan, frente a las puestas en otros diez que las perdieron o desbarataron; la escasa que di a mi padre y la pudorosa que di a mi madre, muy parecidas si no fueron la misma, la de ella además no duró mucho, ya no puede defraudarla o sólo póstumamente, si hiciera yo un día algún mal descubrimiento, y dejara de ocultarse algo oculto; no perdura la de mi hermana, ni la de ninguna novia ni ninguna amante ni ninguna esposa pasada, presente o imaginaria (suele ser la hermana la primera esposa, la esposa niña), parece obligado que en esas relaciones se acabe utilizando lo que se sabe o se ha visto en contra del amado o cónyuge o de quien resultó ser sólo momentáneo calor y carne, de quien hizo revelaciones y admitió un testigo para sus flaquezas y pesadumbres y se prestó a confidencias, o simplemente rememoró sobre la almohada abstraído en voz alta sin reparar en los riesgos, ni en el ojo arbitrario que siempre nos mira ni en el oído selectivo y sesgado que nos escucha (muchas veces no es nada grave, una utilización sólo doméstica, defensiva y acorralada, para cargarse de razón en un apuro dialéctico cuando se discute largo, un uso argumentativo).

La vulneración de la confianza también es eso: no sólo ser indiscreto y ocasionar daño o perdición con ello, no sólo recurrir a esa arma ilícita cuando los vientos cambian y se le pone la proa al que contó y dejó ver —ese que se arrepiente ahora y niega y confunde y enturbia ahora, y quisiera borrar y calla—, sino sacar ventaja del conocimiento obtenido por debilidad o descuido o generosidad del otro, sin respetar ni tener en cuenta la vía por la que llegó a saberse lo que se esgrime o tergiversa ahora —o basta con haberlo enunciado para que ya lo desfigure al recogerlo el aire—: si fueron las confesiones de una noche enamorada o un desesperado día, de un atardecer de culpa o un despertar desolado, o de la embriagada locuacidad de un insomnio: una noche o un día en que quien hablaba hablaba como si no hubiera futuro más allá de esa noche o día y fuera su lengua suelta a morir con ellos, ignorando que siempre hay más por venir, siempre queda, un poco más, un minuto, la lanza, un segundo, la fiebre, y otro segundo, el sueño —la lanza, la fiebre, mi dolor y la palabra, el sueño—, y también el interminable tiempo que ni siquiera vacila ni aminora el paso tras nuestro acabamiento, y sigue añadiendo y hablando, murmurando e indagando y contando aunque ya no oigamos y hayamos callado. Callar, callar, es la gran aspiración que nadie cumple ni aun después de muerto, y yo el que menos, que he contado a menudo y además por escrito en informes, y aún más miro y escucho, aunque casi nunca pregunte ya nada a cambio. No, yo no debería contar ni oír nada, porque nunca estará en mi mano que no se repita y se afee en mi contra, para perderme, o aún peor, que no se repita y se afee en contra de quienes yo bien quiero, para condenarlos.

Y luego está la desconfianza, tampoco ella me ha faltado en modo alguno.

Es significativo cómo la ley lo advierte, y es muy raro que nos prevenga, que se moleste: cuando alguien es detenido, al menos en las películas, se le permite guardar silencio, porque 'cualquier cosa que diga podrá ser utilizada en contra suya', se le comunica en el acto. Hay en esa advertencia un ánimo extraño —o es indeciso y contradictorio— de no querer jugar sucio del todo. Es decir, se informa al reo de que las reglas van a ser sucias a partir de ahora, se le anuncia o recuerda que se va por él como sea y se aprovecharán sus posibles torpezas, inconsecuencias y errores —no es ya un sospechoso, sino un acusado cuya culpa va a intentar demostrarse, sus coartadas a destruirse, la imparcialidad ya no lo asiste, no entre hoy y el día en que comparezca a juicio—, todo esfuerzo irá encaminado a la consecución de pruebas para su condena, toda vigilancia y escucha e investigación y pesquisa a la captación de indicios que lo incriminen y refuercen la decisión tomada de detenerlo. Y sin embargo se le ofrece la oportunidad de callar, casi se lo urge a ello; en todo caso se le hace saber de ese derecho suyo que quizá ignoraba, y por lo tanto se le da a veces la idea: de no abrir la boca, de no negar siquiera lo que se le esté imputando, de no exponerse al peligro de defenderse solo; callar se aparece o es presentado como lo más prudente a todas luces y lo que puede salvarnos aun si nos sabemos y somos culpables, la única manera de que ese juego sucio anunciado quede sin efecto o apenas pueda ponerse en práctica, o al menos no con la involuntaria e ingenua colaboración del reo: 'Tiene derecho a guardar silencio', lo llaman
la fórmula Miranda
en América y no sé siquiera si su equivalente existe en nuestros países, a mí me la aplicaron una vez allí, hace mucho o no tanto, pero el policía me la recitó incompleta, imperfectamente, se le olvidó decir 'ante un tribunal' al soltarme rápido la famosa frase, 'cualquier cosa que diga podrá ser utilizada en contra suya', hubo testigos de su omisión y no fue válida la detención por eso. Y al mismo y extraño espíritu responde ese otro derecho del procesado, a no declarar contra sí mismo, a no perjudicarse verbalmente con su relato o sus respuestas o contradicciones o balbuceos. A no dañarse narrativamente (ah, ese puede resultar un gran daño); y a mentir por tanto.

El juego es en realidad tan sucio e interesado que no hay sistema judicial que pueda presumir de justo con premisas semejantes, y quizá no haya justicia posible en ese caso, jamás, en ningún sitio, la justicia una fantasmagoría y un concepto falso. Porque lo que se dice al acusado viene a ser esto: 'Si declaras algo que nos convenga o sea favorable a nuestros propósitos, te creeremos y te lo tomaremos en cuenta, y contra ti lo volveremos. Si por el contrario alegas algo en tu beneficio o defensa, algo para ti exculpatorio y para nosotros inconveniente, no te creeremos nada y serán palabras al viento, puesto que el derecho a mentir te asiste y damos por descontado que a él se acoge todo el mundo, esto es, todos los criminales. Si se te escapa una afirmación que te inculpe, o caes en contradicción flagrante o confiesas abiertamente, esas palabras tendrán su peso y obrarán en tu contra: las habremos oído, las registraremos, tomaremos nota, las daremos por pronunciadas, quedará de ellas constancia, las incorporaremos al expediente, y serán tu cargo. Cualquier frase que ayude a exonerarte, en cambio, será ligera y será desechada, haremos oídos sordos y caso omiso, no contará, será aire, humo, vaho, y en tu favor no obrará nada. Si te declaras culpable, lo juzgaremos cierto y lo tomaremos en serio; si inocente, tan sólo a broma y a beneficio de inventario'. Se da así por supuesto que tanto el inocente como el culpable se proclamarán lo primero, luego si hablan no habrá distinción entre ellos, quedarán igualados o nivelados. Y es entonces cuando se añade: 'Puedes guardar silencio', aunque tampoco vaya a distinguirlos eso, al inocente del culpable. (Callar, callar, la gran aspiración que nadie cumple ni aun después de muerto, y sin embargo se nos aconseja y se nos insta a ello en los momentos más graves: 'Calla, calla y no digas nada, ni siquiera para salvarte. Guarda la lengua, escóndela, trágala aunque te ahogue, como si te la hubiera comido el gato. Calla, y entonces sálvate'.)

En el trato, en la vida sin sobresaltos, no se dan tales avisos y quizá no debiéramos olvidar nunca su ausencia o falta, o lo que es lo mismo, la siempre implícita y amenazante repetición recta o torcida de cuanto decimos y hablamos. La gente va y cuenta irremediablemente y lo cuenta todo más pronto o más tarde, lo interesante y lo fútil, lo privado y lo público, lo íntimo y lo superfluo, lo que debería permanecer oculto y lo que ha de ser difundido, la pena y las alegrías y el resentimiento, los agravios y la adoración y los planes para la venganza, lo que nos enorgullece y lo que nos avergüenza, lo que parecía un secreto y lo que pedía serlo, lo consabido y lo inconfesable y lo horroroso y lo manifiesto, lo sustancial —el enamoramiento— y lo insignificante —el enamoramiento—. Sin pensárselo dos veces. La gente relata sin cesar y narra sin darse ni siquiera cuenta de lo que está haciendo, de los incontrolables mecanismos de insidia, equívoco y caos que pone en marcha y que pueden resultar funestos, habla sin parar de los otros y de sí misma, y también de los otros al hablar de sí misma y también de sí misma al hablar de los otros. Ese contar constante es percibido como una transacción a veces, aunque se disfrace con éxito de dádiva siempre (porque en toda ocasión tiene algo de eso), y sea más bien a menudo un soborno, o el saldo de alguna deuda, o una maldición que se lanza a un destinatario concreto o quizá al azar para que éste labre atolondradamente fortuna o desgracia, o la moneda que compra relaciones sociales y favores y confianza y hasta amistades, y por supuesto sexo. Y también un amor, cuando lo que cuenta el otro se nos hace imprescindible y pasa a ser nuestro aire. A algunos nos han pagado por eso, por contar y oír y ordenar y contar. Por retener y observar y seleccionar. Por sonsacar, aderezar, recordar. Por interpretar y traducir e instigar. Por tirar de la lengua y persuadir y tergiversar. (A mí me han pagado por contar lo que aún no era ni había sido, lo futuro y probable o tan sólo posible —la hipótesis—, es decir, por intuir e imaginar e inventar; y por convencer de ello.)

Other books

Stranded by Andrew Grey
Trinity Blacio by Embracing the Winds
The Bodyguard by Lena Diaz
Remember the Stars by Bates, Natalie-Nicole
Treasure Island by Robert Louis Stevenson
Destiny United by Leia Shaw
Sensible Life by Mary Wesley
Spiking the Girl by Lord, Gabrielle