Read Medstar II: Curandera Jedi Online
Authors: Steve Perry Michael Reaves
Sin embargo, no podía.
Desde que experimentó aquella fusión, aquella conexión "cósmica", Barriss había tenido miedo de volver a invocar a la Fuerza. Aunque no había razones lógicas para temerlo, seguía sintiéndose paralizada a la hora de intentar conectar.
Era consciente de que estar así no era bueno, sobre todo teniendo en cuenta su puesto en aquel planeta arrasado por la guerra. Aunque en los últimos días apenas se habían producido bajas, el Uquemer-7 podía inundarse de nuevo en cualquier momento, y cuando eso ocurriera se necesitarían sus habilidades para salvar vidas. No podía permitirse seguir indefensa.
En su interior era consciente de todo aquello, pero en su corazón seguía alejándose del nexo que había formado parte de su vida desde hacía tanto tiempo.
y aquello no podía seguir así de mal.
Dijo al androide FX-7 de guardia que volviera a poner al clon en crioapoyo a corto plazo. No le haría ningún bien intentar equilibrarle los constantes, dada la inestable situación en la que se hallaba ella. Tenia que salir de allí, despejarse la cabeza.
Quiza una partida de sabacc era lo mas indicado...
~
A solas en su tienda, Barriss se sentó y miró la pared. Había buscado compañía, pero estar en presencia de sus amigos no le había ayudado a resolver nada. El poder de la experiencia que había tenido, y estaba segura de que había sido real y no una alucinación, seguía resonando en su interior, aunque ya no era más que un débil eco de lo que había sido. El goteo de la lluvia tras el rugido de la tormenta.
Aun así, jugar a las cartas en la cantina y charlar con los médicos y las enfermeras sólo le había servido para retrasar el momento de enfrentarse a aquello. No podía hablar con ninguno de sus colegas. ¿Qué podía decirles? "Oye, Jos, mira, es que me he hecho una con la galaxia... ¿qué talla rinorrea del ortolano que has tenido que atender?" Nadie podía ayudarla, y no conocía a nadie que hubiera experimentado algo así... al menos, nadie cercano. .
Si es que alguien lo había experimentado alguna vez...
Barriss sabía que no era la Jedi más lista de la historia, pero tampoco era de las más estúpidas. Sabía lo que había ocurrido. Se había tomado una dosis terapéutica del extracto de bota, aunque fuera de modo accidental. No le cabía duda de que la inyección accidental y su repentina y poderosa conexión con la Fuerza habían sido causa y efecto. Desconocía el porqué o el cómo, pero estaba segura de que el preparado químico panaceático había provocado otro milagro, intensificando su conexión con la Fuerza en una magnitud que no podía ni imaginar.
Cuando empezó a aprender a utilizar la Fuerza de pequeña, se sintió como si hubiera estado viviendo en una cueva oscura y de repente le hubieran dado una lámpara para alumbrarse el camino. Fue como si de repente pudiera ver, como si antes sólo hubiera avanzado a tientas por la oscuridad. Había sido una revelación de lo más intensa y profunda.
Aliado de eso, la experiencia que había tenido tras el accidente en el pabellón había sido como cambiar esa lámpara por su propio sol privado; una diferencia comparable a poder ver una vasta llanura hasta el horizonte, con todo lujo de detalles, en contraste con la esquina de una pequeña habitación. Como si fuera un murcielalcón, capaz de divisar una piedra del tamaño de su pulgar a una distancia de mil metros, en contraste con ser una gran babosa granítica, intentando discernir los milímetros de distancia ante sus propias narices.
¿Qué había significado?
Su primera reacción había sido llamar a su Maestra. Luminara Unduli lo sabría, o quizá tendría acceso a alguien que lo supiera. En cualquier caso, no había razón para intentar resolver aquello por su cuenta, desde luego, no mundo tenia Jos vastos recursos de los archivos del Templo a su disposición.
Y ella lo hahía intentado, pero su intercomunicador no funcionó. Todo parecía ir bien, todos los circuitos daban positivo en las pruebas de funcionamiento, pero no había señal. Algo interferia en la frecuencia, ni siquiera podía recibir una hiperonda portadora desde fuera del planeta, y no tenia ni idea de por que. Quiza se debiera a alguna operación militar: era totalmente factible que la República o los separatistas hubieran implementado recientemente algún dispositivo que pudiera eclipsar un planeta e impedir transmisiones como las suyas. O quizá se trataba de un fenómeno natural. Había tormentas magnéticas y de flujo en el espacio real que en ocasiones emitían reverberaciones hiperespaciales e interrumpían señales de comunicación. Drongar Prime era una estrella ardiente: sus descargas coronarias eran lo bastante potentes...
Barriss hizo un gesto de frustración. No tenía sentido elaborar teorías, tenía que hablar con alguien que supiera más de la Fuerza que ella para poder transmitir aquello y decidir qué hacer, si es que había que hacer algo. Intentó llamar de nuevo, en cuanto regresó a su tienda, pero seguía sin funcionar.
Pero había otra manera, una manera elegantemente sencilla...: tomarse otra dosis de bota. Estaba casi segura de que podría averiguar casi cualquier cosa en cuanto regresara a aquel inefable estado en el que se sumió, si esa vez estaba prevenida y preparada para aquello. La experiencia incluía todo el conocimiento: seguía sintiendo que era cierto. Cuando ella hubiera comprendido los parámetros del evento, podría presentar al Consejo jedi algo de incalculable valor. No podía ni imaginarse los milagros que un verdadero Maestro Jedi podría realizar imbuido de semejante poder. Con sólo tener acceso al tipo de potencial que Barriss había experimentado, incluso los pocos miembros de la Orden que quedaban podrían cambiar el curso de la guerra, vencer sin problemas a las fuerzas de Dooku y restaurar la paz en la galaxia. Estaba completamente segura de aquello, se sentía como si pudiera conseguir todo eso por sí misma; por tanto, sabía que con semejante fuerza mística en las manos de Luminara, Obi-Wan o Yoda, cualquier cosa sería posible.
Pero... ¿podía prepararse de verdad para volver a cabalgar esa ola masiva y todopoderosa? Era perfectamente posible que en la siguiente ocasión todo se le viniera encima, y entonces carecería de fuerzas suficientes para liberarse. Quizá se la llevara para siempre, y nunca la dejara marchar, la transformaría en algo totalmente ajeno a la experiencia de cualquier ser...
Barriss suspiró. Aquello estaba más allá de sus habilidades, de su talento, de sus capacidades. Necesitaba ayuda, pero allí no había nadie capaz de ofrecérsela. Parecía que, hasta que pudiera hablar con la Maestra Unduli, tendría que aguantarse y no hacer nada.
Pero era mucho más fácil decirlo que hacerlo. El recuerdo de tanto poder, por mucho miedo que diera, le llamaba a gritos. La llamada era tan tentadora... Aunque tenía miedo, se sentía profundamente atraída a intentarlo de nuevo.
Sería fácil. Había varias ampollas llenas del destilado al alcance de la mano. Apenas tardaría un segundo en hacerse con una, aplicársela y... Seria tan fácil...
Barriis se abrazo a si misma y temblo, sintiendo un frio que no tenia nada que ver con la nieve que se acumulaba en el exterior.
—
J
os, amigo mío. ¿Qué tal estás?
Jos miró al mentalsta.
—Pues, la verdad, he tenido días mejores. Meses mejores. Décadas, incluso.
—¿Qué ocurre?
Jos se agitó inquieto, algo realmente difícil en el formasiento que se adaptaba a todos sus movimientos para que estuviera cómodo. —Ya sabes lo mío con Tolk.
El equani juntó las yemas de los dedos.
—Por suerte, no me he quedado ciego ni sordo últimamente.
—Sí, ya... bueno, yo pensaba que lo nuestro iba sobre las ruedas de un deslizador con armónicos personalizados. Pero es que últimamente ella... se ha enfriado.
—¿Y eso?
Jos suspiró. Todo lo relacionado con Klo y su despacho estaba diseñado para inducir a la calma: sus gestos, la decoración, el formasiento del paciente... , pero Jos nunca había podido relajarse en aquel lugar. No era que desconfiara de Klo, o del proceso de mentalismo, como hacían muchos de los miembros de su familia. Aunque procedía de un extenso linaje de médicos, muchos de sus antepasados inmediatos veían con recelo el concepto de curación a través de terapia mental. Aunque su padre jamás lo admitiría, Jos sabía que el mayor de los Vondar estaba mucho más cómodo curando la depresión, la ansiedad, la esquizofrenia y semejantes ajustando los niveles de dopamina, serotonina y somastotina, en vez de a través de un intercambio de información. Jos se dijo a sí mismo que no compartía sus prejuicios, pero, aun así, seguía sintiéndose tenso en el despacho de Merit.
No estaba seguro de por qué había ido aquella vez. No tenía cita, sólo había decidido aprovechar que Merit estaba libre. Tenía que considerar el problema con alguien, y su compañero de tienda no era el adecuado, ya que Jos tenía pares de botas más viejos que él.
—A Tolk y a mí nos iba bien... , entonces ella subió a la MedStar a hacer un cursillo de EM. Estaba allí cuando explotaron las cubiertas... , y desde que ha vuelto ha estado más fría que la nieve acumulada en el dintel de esa ventana.
Merit asintio.
—¿A que crees que se debe?
—Si lo supiera no estaría aquí, ¿no crees?
—¿Habeis discutido por algo?
—No.
Merit asintió y se apoyó en el respaldo de su formasiento, que se ajustó a su nuevo equilibrio y contorno.
—Bueno, el accidente perturbó a mucha gente.
—Por lo que he oído —dijo Jos—, no fue un accidente.
Merit se encogió de hombros.
—Yo también he oído esos rumores. Por supuesto, los poderes fácticos quieren que la gente piense eso... Después de todo, si fue sabotaje, eso cuestiona a los miembros del equipo de Seguridad. La República no es inmune a la paranoia de vigilarse las espaldas.
Jos lo sabía. Se encogió de hombros.
—Barriss dice que fue deliberado. Y yo la creo.
—Bueno, la verdad es que eso no tiene nada que ver con lo que estamos hablando. Tanto si la explosión fue un accidente como si fue a propósito, parece haber repercutido en Tolk más de lo que ella quiere admitir.
—Me he dado cuenta, pero no entiendo por qué. En este Uquemer muere más gente en un mes, y en ocasiones en una semana, que la que murió en la MedStar. Tolk a menudo está en la mesa de operaciones cuando mueren, mirándoles fijamente a los ojos. ¿Por qué le iba a afectar más eso que un puñado de gente que no conocía y con quien no tuvo que tratar?
—No te lo sabría decir —Klo se detuvo como pensativo.
—¿Qué?
—Nada.
—No sé leer las caras, ni soy Jedi, ni soy mentalista, Klo, pero tampoco acabo de caerme del guindo. ¿Qué pasa?
—¿Conoces bien a Tolk? Quiero decir, sí, has trabajado con ella desde que llegaste aquí y habéis establecido una relación que supongo será física... —Supones bien.
—Pero ¿hasta qué punto conoces su vida? ¿Su gente, sus ideales, su desarrollo social?
—¿Adónde quieres llegar?
—Quizá tenga razones para estar así, razones que tú no ves. Quizá haya algo en su vida que no te ha revelado.
—No me gusta el cariz que está tomando esta conversación. El mentalista alzó una mano pacificadora.
—No es mi intención insultar a Tolk —dijo—. Sólo estoy sugíriendo que, como tú has señalado, no hay razones aparentes para que le haya afectado más la explosión de la MedStar que la situación diaria que se vive en el Uquemer. Por tanto, quizás exista otra razón.
Jos le miró parpadeando.
—¿Estás sugiriendo que ella tuvo algo que ver?
—Claro que no, Jos. Solo que parece que a Tolk le pasa algo que tu ignoras por completo Si supieras lo que es, quizá podrias resolver el problema.
Al menos, tendrías mas herramientas con las que trabajar.
Jos se quedo pensativo.
—Hasta ahora no he podido conseguir tener una conversación seria con ella.
—Y, por tanto, careces de la información necesaria incluso para realizar una investigación adecuada. Quizá debas averiguar algo más. Podría no ser nada grave: algún trauma del pasado relacionado con su familia o con sus amigos que resucitó viejos recuerdos, por ejemplo. Pero hasta que tengas más datos, sólo puedes especular —dijo Klo—. Yeso no te conducirá a nada.
Jos asintió. Klo tenía razón. Necesitaba hablar con Tolk sobre aquello, averiguar qué le pasaba realmente. Fuera lo que fuese, podrían solucionarlo juntos.
A menos, claro, que Tolk tuviera algo que ver con el atentado...
Jos negó con la cabeza. De ninguna manera. En aquel momento no estaba seguro de muchas cosas, pero sabía a ciencia cierta que Tolk no había podido tener nada que ver con ese horrendo crimen. Para nada. Ningún miembro de la profesión médica podría haber participado. Su trabajo era salvar vidas, no quitarlas.
—Gracias, Klo. No te robo más tiempo.
—Siguen jugando a las cartas en la cantina. I-Cinco va ganando. Me ha limpiado de mi límite diario —dijo Klo con una sonrisa—, y por eso he vuelto aquí.
Jos se puso en pie.
—Quizá vaya a tomar algo y a echar un par de partidas.
—¿Por qué no?
Jos sonrió y se marchó.
~
No llegó a la cantina.
Cuando estaba a medio camino, cruzando la explanada conocida como el Ouad, él y otros tantos que avanzaban entre la nieve se detuvieron en seco al oír el ensordecedor chasquido de algo muy parecido a un trueno. ¿Pero qué...?
Un momento después, la temperatura comenzó a subir. Era fácil advertir la diferencia porque estaba ocurriendo a toda velocidad.
Jos no tenía mucha idea de cómo funcionaba el tema del clima, pero sabia que cuando el aire caliente entraba en contacto con el frío, pasaban cosas.Y esas cosas estaban comenzando a pasar. Una densa niebla se formó utli4i al momento, y dejó de verse algo a un par de metros de distancia. Sintió la bofetada de microcorrientes de aire procedentes de distintas direcciones, algunas calientes, otras frías, que levantaban remolinos de nieve derretida y mezclada con esporas. Persistentes oleadas de lluvia empezaron a azotar el suelo a rafagas. A través de la niebla pudo ver escalofriantes parpadeos de luz...Eran las descargas eléctricas de las que habia oído hablar en el pasado, conocidas como fuego Jedi. Le brillaban las puntas de los dedos. Se quedó quieto. El voltaje requerido para atravesar el aire era alto, obviamente, pero su capacidad para almacenar una carga era relativamente reducida. No había peligro. O eso pensaba el... La niebla empezó a despejarse al cabo de un momento, Jos sintió el aire cargarse de humedad mientras la temperatura seguía subiendo. Empezo a sudar y a quitarse capas de ropo: el abrigo, el chaleco, el segundo par de pantalones. Chapoteó ruidosamente sobre el barros.